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Á las cuatro de la tarde, la chiquillería de la escuela pública de la
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plazuela del Limón salió atropelladamente de clase, con algazara de mil
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demonios. Ningún himno á la libertad, entre los muchos que se han
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compuesto en las diferentes naciones, es tan hermoso como el que entonan
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los oprimidos de la enseñanza elemental al soltar el grillete de la
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disciplina escolar y _echarse á la calle_ piando y saltando. La furia
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insana con que se lanzan á los más arriesgados ejercicios de
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volatinería, los estropicios que suelen causar á algún pacífico
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transeunte, el delirio de la autonomía individual que á veces acaba en
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porrazos, lágrimas y cardenales, parecen bosquejo de los triunfos
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revolucionarios que en edad menos dichosa han de celebrar los hombres...
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Salieron, como digo, en tropel; el último quería ser el primero, y los
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pequeños chillaban más que los grandes. Entre ellos había uno de
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menguada estatura, que se apartó de la bandada para emprender solo y
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calladito camino de su casa. Y apenas notado por sus compañeros aquel
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apartamiento que más bien parecía huida, fueron tras él y le acosaron
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con burlas y cuchufletas, no del mejor gusto. Uno lo cogía del brazo,
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otro le refregaba la cara con sus manos inocentes, que eran un dechado
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completo de cuantas porquerías hay en el mundo; pero él logró desasirse
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y... pies, para qué os quiero. Entonces dos ó tres de los más
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desvergonzados le tiraron piedras, gritando _Miau_; y toda la partida
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repitió con infernal zipizape: _Miau, Miau_.
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El pobre chico de este modo burlado se llamaba Luisito Cadalso, y era
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bastante mezquino de talla, corto de alientos, descolorido, como de ocho
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años, quizás de diez, tan tímido que esquivaba la amistad de sus
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compañeros, temeroso de las bromas de algunos, y sintiéndose sin bríos
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para devolverlas. Siempre fué el menos arrojado en las travesuras, el
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más soso y torpe en los juegos, y el más formalito en clase, aunque uno
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de los menos aventajados, quizás porque su propio encogimiento le
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impidiera decir bien lo que sabía ó disimular lo que ignoraba. Al doblar
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la esquina de las Comendadoras de Santiago para ir á su casa, que estaba
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en la calle de Quiñones, frente á la Cárcel de Mujeres, uniósele uno de
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sus condiscípulos, muy cargado de libros, la pizarra á la espalda, el
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pantalón hecho una pura rodillera, el calzado con tragaluces, boina azul
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en la pelona, y el hocico muy parecido al de un ratón. Llamaban al tal
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Silvestre Murillo, y era el chico más aplicado de la escuela y el amigo
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mejor que Cadalso tenía en ella. Su padre, sacristán de la iglesia de
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Monserrat, le destinaba á seguir la carrera de Derecho, porque se le
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había metido en la cabeza que el mocoso aquél llegaría á ser personaje,
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quizás orador célebre, ¿por qué no ministro? La futura celebridad habló
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así á su compañero:
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--Mia tú, _Caarso_, si á mí me dieran esas chanzas, de la galleta que
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les pegaba les ponía la cara verde. Pero tú no tienes coraje. Yo digo
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que no se deben poner motes á las presonas. ¿Sabes tú quién tié la
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culpa? Pues _Posturitas_, el de la casa de empréstamos. Ayer fué
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contando que su mamá había dicho que á tu abuela y á tus tías las llaman
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las _Miaus_, porque tienen la fisonomía de las caras, es á saber, como
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las de los gatos. Dijo que en el paraíso del Teatro Real les pusieron
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este mal nombre, y que siempre se sientan en el mismo sitio, y que
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cuando las ven entrar, dice toda la gente del público: «Ahí están ya las
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_Miaus_».
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Luisito Cadalso se puso muy encarnado. La indignación, la vergüenza y el
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estupor que sentía, no le permitieron defender la ultrajada dignidad de
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su familia.
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--_Posturitas_ es un ordinario y un disinificante--añadió Silvestre,--y
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eso de poner motes es de tíos. Su padre es un tío, su madre una tía, y
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sus tías unas tías. Viven de chuparle la sangre al pobre, y ¿qué te
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crees? al que no desempresta la capa, le despluman, es á saber, que se
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la venden y le dejan que se muera de frío. Mi mamá las llama _las
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arpidas_. ¿No las has visto tú cuando están en el balcón colgando las
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capas para que les dé el aire? Son más feas que un túmulo, y dice mi
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papá que con las narices que tienen se podrían hacer las patas de una
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mesa y sobraba maera... Pues también. _Posturitas_ es un buen mico;
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siempre pintándola y haciendo gestos como los _clos_ del Circo. Claro,
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como á él le han puesto mote, quiere vengarse, encajándotelo á ti. Lo
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que es á mí no me lo pone, ¡contro!, porque sabe que tengo yo mu malas
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pulgas, pero mu malas... Como tú eres así tan poquita cosa, es á saber,
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que no achuchas cuando te dicen algo, vele ahí por qué no te guarda el
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rispeto.
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Cadalsito, deteniéndose en la puerta de su casa, miró á su amigo con
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tristeza. El otro, arreándole un fuerte codazo, le dijo: «Yo no te llamo
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_Miau_, ¡contro!, no tengas cuidado que yo te llame _Miau_;» y partió á
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escape hacia Monserrat.
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En el portal de la casa en que Cadalso habitaba, había un memorialista.
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El biombo ó bastidor, forrado de papel imitando jaspes de variadas
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vetas y colores, ocultaba el hueco del escritorio ó agencia donde
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asuntos de tanta monta se despachaban de continuo. La multiplicidad de
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ellos se declaraba en manuscrito cartel, que en la puerta de la casa
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colgaba. Tenía forma de índice, y decía de esta manera:
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_Casamientos_.--Se andan los pasos de la Vicaría con prontitud y
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economía.
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_Doncellas_.--Se proporcionan.
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_Mozos de comedor_.--Se facilitan.
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_Cocineras_.--Se procuran.
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_Profesor de acordeón_.--Se recomienda.
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_Nota_.--Hay escritorio reservado para señoras.
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Abstraído en sus pensamientos, pasaba el buen Cadalso junto al biombo,
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cuando por el hueco que éste tenía hacia el interior del portal,
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salieron estas palabras: «Luisín, bobillo, estoy aquí». Acercóse el
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muchacho, y una mujerona muy grandona echó los brazos fuera del biombo
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para cogerle en ellos y acariciarlo: «¡Qué tontín! Pasas sin decirme
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nada. Aquí te tengo la merienda. Mendizábal fué á las diligencias. Estoy
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sola, cuidando la _oficina_, por si viene alguien. ¿Me harás compañía?»
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La señora de Mendizábal era de tal corpulencia, que cuando estaba dentro
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del escritorio parecía que había entrado en él una vaca, acomodando los
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cuartos traseros en el banquillo y ocupando todo el espacio restante con
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el desmedido volumen de sus carnes delanteras. No tenía hijos, y se
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encariñaba con todos los chicos de la vecindad, singularmente con
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Luisito, merecedor de lástima y mimos por su dulzura humilde, y más que
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por esto _por las hambres que en su casa pasaba_, al decir de ella.
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Todos los días le reservaba una golosina para dársela al volver de la
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escuela. La de aquella tarde era un bollo (de los que llaman _del
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Santo_) que estaba puesto sobre la salbadera, y tenía muchas arenillas
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pegadas en la costra de azúcar. Pero Cadalsito no reparó en esto al
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hincarle su diente con gana. «Súbete ahora--le dijo la portera
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memorialista, mientras él devoraba el bollo con grajea de polvo de
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escribir;--súbete, cielo, no sea que tu abuela te riña; dejas los
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libritos, y bajas á hacerme compañía y á jugar con _Canelo_».
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El chiquillo subió con presteza. Abrióle la puerta una señora cuya cara
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podía dar motivo á controversias numismáticas, como la antigüedad de
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ciertas monedas que tienen borrada la inscripción, pues unas veces,
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mirada de perfil y á cierta luz, daban ganas de echarle los sesenta, y
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otras el observador entendido se contenía en la apreciación de los
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cuarenta y ocho ó los cincuenta bien conservaditos.
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Tenía las facciones menudas y graciosas, del tipo que llaman aniñado, la
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tez rosada todavía, la cabellera rubia cenicienta, de un color que
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parecía de alquimia, con cierta efusión extravagante de los mechones
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próximos á la frente. Veintitantos años antes de lo que aquí se refiere,
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un periodistín que escribía la cotización de las harinas y las revistas
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de sociedad, anunciaba de este modo la aparición de aquella dama en los
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salones del Gobernador de una provincia de tercera clase: «¿Quién es
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aquella figura arrancada de un cuadro del Beato Angélico, y que viene
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envuelta en nubes vaporosas y ataviada con el nimbo de oro de la
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iconografía del siglo XIV?» Las vaporosas nubes eran el vestidillo de
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gasa que la señora de Villaamil encargó á Madrid por aquellos días, y el
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áureo nimbo, el demonio me lleve si no era la efusión de la cabellera,
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que entonces debía de ser rubia, y por tanto cotizable á la par,
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literariamente, con el oro de Arabia.
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Cuatro ó cinco lustros después de estos éxitos de elegancia en aquella
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ciudad provinciana, cuyo nombre no hace al caso, doña Pura, que así se
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llamaba la dama, en el momento aquel de abrir la puerta á su nietecillo,
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llevaba peinador no muy limpio, zapatillas de fieltro no muy nuevas, y
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bata floja de tartán verde.
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--¡Ah!, eres tú, Luisín--le dijo.--Yo creí que era Ponce con los
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billetes del Real. ¡Y nos prometió venir á las dos! ¡Qué formalidades
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las de estos jóvenes del día!
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En este punto apareció otra señora muy parecida á la anterior en la
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corta estatura, en lo aniñado de las facciones y en la expresión
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enigmática de la edad. Vestía chaquetón degenerado, descendiente de un
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gabán de hombre, y un mandil largo de arpillera, prenda de cocina en
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todas partes. Era la hermana de doña Pura, y se llamaba Milagros. En el
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comedor, á donde fué Luis para dejar sus libros, estaba una joven
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cosiendo, pegada á la ventana para aprovechar la última luz del día,
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breve como día de Febrero. También aquella hembra se parecía algo á las
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otras dos, salvo la diferencia de edad. Era Abelarda, hija de doña Pura,
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y tía de Luisito Cadalso. La madre de éste, Luisa Villaamil, había
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muerto cuando el pequeñuelo contaba apenas dos años de edad. Del padre
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de éste, Víctor Cadalso, se hablará más adelante.
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Reunidas las tres, picotearon sobre el caso inaudito de que Ponce (novio
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titular de Abelarda, que obsequiaba á la familia con billetes del Teatro
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Real) no hubiese parecido á las cuatro y media de la tarde, cuando
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generalmente llevaba los billetes á las dos. «Así, con estas
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incertidumbres, no sabiendo una si va ó no va al teatro, no puede
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determinar nada ni hacer cálculo ninguno para la noche. ¡Qué cachaza de
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hombre!» Díjolo doña Pura con marcado desprecio del novio de su hija, y
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ésta le contestó: «Mamá, todavía no es tarde. Hay tiempo de sobra. Verás
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cómo no falta ése con las entradas».
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«Sí; pero en funciones como la de esta noche, cuando los billetes andan
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tan escasos que hasta influencias se necesitan para hacerse con ellos,
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es una contracaridad tenernos en este sobresalto».
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En tanto, Luisito miraba á su abuela, á su tía mayor, á su tía menor, y
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comparando la fisonomía de las tres con la del micho que en el comedor
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estaba, durmiendo á los pies de Abelarda, halló perfecta semejanza entre
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ellas. Su imaginación viva le sugirió al punto la idea de que las tres
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mujeres eran gatos en _dos pies y vestidos de gente_, como los que hay
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en la obra _Los animales pintados por sí mismos_; y esta alucinación le
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llevó á pensar si sería él también gato _derecho_ y si mayaría cuando
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hablaba. De aquí pasó rápidamente á hacer la observación de que el mote
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puesto á su abuela y tías en el paraíso del Real, era la cosa más
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acertada y razonable del mundo. Todo esto germinó en su mente en menos
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que se dice, con el resplandor inseguro y la volubilidad de un cerebro
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que se ensaya en la observación y en el raciocinio. No siguió adelante
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en sus gatescas presunciones, porque su abuelita, poniéndole la mano en
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la cabeza, le dijo: «¿Pero la Paca no te ha dado esta tarde merienda?»
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--Sí, mamá... y ya me la comí. Me dijo que subiera á dejar los libros y
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que bajara después á jugar con _Canelo_.
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--Pues ve, hijo, ve corriendito, y te estás abajo un rato, si quieres.
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Pero ahora me acuerdo... vento para arriba pronto, que tu abuelo te
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necesita para que le hagas un recado.
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Despedía la señora en la puerta al chiquillo, cuando de un aposento
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próximo á la entrada de la casa salió una voz cavernosa y sepulcral, que
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decía: «Puuura, Puuura».
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Abrió ésta una puerta que á la izquierda del pasillo de entrada había, y
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penetró en el llamado despacho, pieza de poco más de tres varas en
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cuadro, con ventana á un patio lóbrego. Como la luz del día era ya tan
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escasa, apenas se veía dentro del aposento más que el cuadro luminoso de
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la ventana. Sobre él se destacó un sombrajo larguirucho, que al parecer
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se levantaba de un sillón como si se desdoblase, y se estiró
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desperezándose, á punto que la temerosa y empañada voz decía: «Pero,
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mujer, no se te ocurre traerme una luz. Sabes que estoy escribiendo, que
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anochece más pronto que uno quisiera, y me tienes aquí secándome la
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vista sobre el condenado papel».
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Doña Pura fué hacia el comedor, donde ya su hermana estaba encendiendo
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una lámpara de petróleo. No tardó en aparecer la señora ante su marido
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con la luz en la mano. La reducida estancia y su habitante salieron de
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la obscuridad, como algo que se crea surgiendo de la nada.
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--Me he quedado helado--dijo D. Ramón Villaamil, esposo de doña Pura;
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el cual era un hombre alto y seco, los ojos grandes y terroríficos, la
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piel amarilla, toda ella surcada por pliegues enormes en los cuales las
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rayas de sombra parecían manchas; las orejas transparentes, largas y
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pegadas al cráneo; la barba corta, rala y cerdosa, con las canas
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distribuidas caprichosamente, formando ráfagas blancas entre lo negro;
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el cráneo liso y de color de hueso desenterrado, como si acabara de
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recogerlo de un osario para taparse con él los sesos. La robustez de la
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mandíbula, el grandor de la boca, la combinación de los tres colores
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negro, blanco y amarillo, dispuestos en rayas, la ferocidad de los ojos
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negros, inducían á comparar tal cara con la de un tigre viejo y tísico,
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que después de haberse lucido en las exhibiciones ambulantes de fieras,
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no conserva ya de su antigua belleza más que la pintorreada piel.
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--Á ver, ¿á quién has escrito?--dijo la señora, acortando la llama que
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sacaba su lengua humeante por fuera del tubo.
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--Pues al jefe del Personal, al señor de Pez, á Sánchez Botín y á todos
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los que puedan sacarme de esta situación. Para el ahogo del día (dando
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un gran suspiro), me he decidido á volver á molestar al amigo
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Cucúrbitas. Es la única persona verdaderamente cristiana entre todos mis
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amigos, un caballero, un hombre de bien, que se hace cargo de las
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necesidades... ¡Qué diferencia de otros! Ya ves la que me hizo ayer ese
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badulaque de Rubín. Le pinto nuestra necesidad; pongo mi cara en
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vergüenza suplicándole... nada, un pequeño anticipo, y... Sabe Dios la
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hiel que uno traga antes de decidirse... y lo que padece la dignidad...
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Pues ese ingrato, ese olvidadizo, á quien tuve de escribiente en mi
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oficina siendo yo jefe de negociado de cuarta, ese desvergonzado que por
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su audacia ha pasado por delante de mí, llegando nada menos que a
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gobernador, tiene la poca delicadeza de mandarme medio duro.
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Villaamil se sentó, dando sobre la mesa un puñetazo que hizo saltar las
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cartas, como si quisieran huir atemorizadas. Al oir suspirar á su
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esposa, irguió la amarilla frente, y con voz dolorida, prosiguió así:
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--En este mundo no hay más que egoísmo, ingratitud, y mientras más
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infamias se ven, más quedan por ver... Como ese bigardón de Montes, que
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me debe su carrera, pues yo le propuse para el ascenso en la Contaduría
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Central. ¿Creerás tú que ya ni siquiera me saluda? Se da una
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importancia, que ni el Ministro... Y va siempre adelante. Acaban de
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darle catorce mil. Cada año su ascensito, y ole morena... Este es el
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premio de la adulación y la bajeza. No sabe palotada de administración;
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no sabe más que hablar de caza con el Director, y de la galga y del
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pájaro y qué sé yo qué... Tiene peor ortografía que un perro, y escribe
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_hacha_ sin _h_ y _echar_ con ella... Pero en fin, dejemos á un lado
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estas miserias. Como te decía, he determinado acudir otra vez al amigo
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Cucúrbitas. Cierto que con éste van ya cuatro ó cinco envites; pero no
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sé ya á qué santo volverme. Cucúrbitas comprende al desgraciado y le
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compadece, porque él también ha sido desgraciado. Yo le he conocido con
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los calzones rotos y en el sombrero dos dedos de grasa... Él sabe que
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soy agradecido... ¿Crees tú que se le agotará la bondad?... Dios tenga
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piedad de nosotros, pues si este amigo nos desampara iremos todos á
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tirarnos por el Viaducto.
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Dió Villaamil un gran suspiro, clavando los ojos en el techo. El tigre
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inválido se transfiguraba. Tenía la expresión sublime de un apóstol en
|
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el momento en que le están martirizando por la fe, algo del San
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Bartolomé de Ribera cuando le suspenden del árbol y le descueran
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aquellos tunantes de gentiles, como si fuera un cabrito. Falta decir que
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este Villaamil era el que en ciertas tertulias de café recibió el apodo
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de Ramsés II[A].
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[A] _Fortunata y Jacinta_. Tomo III.
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--Bueno, dame la carta para Cucúrbitas--dijo doña Pura, que acostumbrada
|
|
á tales jeremíadas, las miraba como cosa natural y corriente.--Irá el
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niño volando á llevarla. Y ten confianza en la Providencia, hombre,
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como la tengo yo. No hay que amilanarse (con risueño optimismo). Me ha
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|
dado la corazonada... ya sabes tú que rara vez me equivoco... la
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|
corazonada de que en lo que resta de mes te colocan.
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|
II
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|
--¡Colocarme!--exclamó Villaamil poniendo toda su alma en una palabra.
|
|
Sus manos, después de andar un rato por encima de la cabeza, cayeron
|
|
desplomadas sobre los brazos del sillón. Cuando esto se verificó, ya
|
|
doña Pura no estaba allí, pues había salido con la carta, y llamó desde
|
|
la escalera á su nieto, que estaba en la portería.
|
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|
|
Ya eran cerca de la seis cuando Luis salió con el encargo, no sin volver
|
|
á hacer escala breve en el escritorio de los memorialistas. «Adiós, rico
|
|
mío--le dijo Paca besándole.--Ve prontito para que vuelvas á la hora de
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|
comer. (Leyendo el sobre.) Pues digo... no es floja caminata, de aquí á
|
|
la calle del Amor de Dios. ¿Sabes bien el camino? ¿No te perderás?»
|
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|
|
¡Qué se había de perder, ¡contro!, si más de veinte veces había ido á la
|
|
casa del señor de Cucúrbitas y á las de otros caballeros con recados
|
|
verbales ó escritos! Era el mensajero de las terribles ansiedades,
|
|
tristezas é impaciencias de su abuelo; era el que repartía por uno y
|
|
otro distrito las solicitudes del infeliz cesante, implorando una
|
|
recomendación ó un auxilio. Y en este oficio de peatón adquirió tan
|
|
completo saber topográfico, que recorría todos los barrios de la Villa
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|
sin perderse; y aunque sabía ir á su destino por el camino más corto,
|
|
empleaba comúnmente el más largo, por costumbre y vicio de paseante ó
|
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por instintos de observador, gustando mucho de examinar escaparates, de
|
|
oir, sin perder sílaba, discursos de charlatanes que venden elixires ó
|
|
hacen ejercicios de prestidigitación. Á lo mejor, topaba con un mono
|
|
cabalgando sobre un perro ó manejando el molinillo de la chocolatera lo
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|
mismito que una _persona natural;_ otras veces era un infeliz oso
|
|
encadenado y flaco, ó italianos, turcos, moros falsificados que piden
|
|
limosna haciendo cualquiera habilidad. También le entretenían los
|
|
entierros muy lucidos, el riego de las calles, la tropa marchando con
|
|
música, el ver subir la piedra sillar de un edificio en construcción, el
|
|
Viático con muchas velas, los encuartes de los tranvías, el trasplantar
|
|
árboles y cuantos accidentes ofrece la vía pública.
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--Abrígate bien--le dijo Paca besándole otra vez y envolviéndole la
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|
bufanda en el cuello.--Ya podrían comprarte unos guantes de lana. Tienes
|
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las manos heladitas, y con sabañones, ¡Ah, cuánto mejor estarías con tu
|
|
tía Quintina! ¡Vaya, un beso á Mendizábal, y hala! _Canelo_ irá
|
|
contigo.
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|
De debajo de la mesa salió un perro de bonita cabeza, las patas cortas,
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la cola enroscada, el color como de barquillo, y echó á andar gozoso
|
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delante de Luis. Paca salió tras ellos á la puerta, les miró alejarse, y
|
|
al volver á la estrecha oficina, se puso á hacer calceta, diciendo á su
|
|
marido: «¡Pobre hijo! Me le traen todo el santo día hecho un carterito.
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El sablazo de esta tarde va contra el mismo sujeto de estos días. ¡La
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|
que le ha caído al buen señor! Te digo que estos Villaamiles son peores
|
|
que la filoxera. Y de seguro que esta noche las tres _lambionas_ se irán
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también de pindongueo al teatro y vendrán á las tantas de la noche.
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--Ya no hay cristiandad en las familias--dijo Mendizábal grave y
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|
sentenciosamente.--Ya no hay más que suposición.
|
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--Y que no deben nada en gracia de Dios (meneando con furor las agujas).
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El carnicero dice que ya no les fía más aunque le ahorquen; el frutero
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se ha plantado, y el del pan lo mismo... Pues si esas muñeconas supieran
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arreglarse y pusieran todos los días, si á mano viene, una cazuela de
|
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patatas... Pero, Dios nos libre... ¡Patatas ellas! ¡pobrecitas! El día
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que les cae algo, aunque sea de limosna, ya las tienes dándose la gran
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vida y echando la casa por la ventana. Eso sí, en arreglar los trapitos
|
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para suponer no hay quien les gane. La doña Pura se pasa toda la mañana
|
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de Dios enroscándose las greñas de la frente, y la doña Milagros le ha
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dado ya cuatro vueltas á la tela de aquella eternidad de vestido, color
|
|
de mostaza para sinapismos. Pues digo, la antipática de la niña no para
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de echar medias suelas al sombrero, poniéndole cintas viejas, ó alguna
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pluma de gallina ó un clavo de cabeza dorada de los que sirven para
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colgar láminas.
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--Suposición de suposiciones... Consecuencias funestas del
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materialismo--dijo Mendizábal, que solía repetir las frases del
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periódico á que estaba suscrito.--Ya no hay modestia, ya no hay
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sencillez de costumbres. ¿Qué se hizo de aquella pobreza honrada de
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nuestros padres, de aquella... (no recordando lo demás) de aquella,
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pues... como quien dice?...
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--Pues el pobre D. Ramón, cuando cierre el ojo, se irá derecho al cielo.
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Es un santo y un mártir. Créete que si yo le pudiera colocar, le
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colocaba ¡Me da una lástima! Con aquellas miradas que echa parece que se
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va á comer á la gente, ¡pobre señor!, y se la comería á una, no por
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maldad, sino por puras hambres (clavándose en el pelo la cuarta aguja).
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Da miedo verle. Yo no sé cómo el señor Ministro, cuando le ve entrar en
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las oficinas, no se muere de miedo y le coloca por perderle de vista.
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--Villaamil--dijo Mendizábal con suficiencia--es un hombre honrado, y
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el Gobierno de ahora es todo de pillos. Ya no hay honradez, ya no hay
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cristiandad, ya no hay justicia. ¿Qué os lo que hay? Ladronicio,
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irreligiosidad, desvergüenza. Por eso no le colocan, ni le colocarán
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mientras no venga el único que puede traer la justicia. Yo se lo digo
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siempre que pasa por aquí y se para en el portal á echar un párrafo
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conmigo: «No le dé usted vueltas, D. Ramón, no le dé usted vueltas. De
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todo tiene la culpa la libertad de cultos. Porque ínterin tengamos
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racionalismo, mi señor don Ramón, ínterin no sea aplastada la cabeza de
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la serpiente, y... (perdiendo el hilo de la frase y no sabiendo ya por
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dónde andaba) y en tanto que... precisamente... quiero decir, digo...
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(cortando por lo sano). ¡Ya no hay cristiandad!
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Entretanto, Luisito y Canelo recorrían parte de la calle Ancha y
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entraban por la del Pez, siguiendo su itinerario. El perro, cuando se
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separaba demasiado, deteníase mirando hacia atrás, la lengua de fuera.
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Luis se paraba á ver escaparates, y á veces decía á su compañero esto ó
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cosa parecida: «_Canelo_, mira qué trompetas tan bonitas». El animal se
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ponía en dos patas, apoyando las delanteras en el borde del escaparate;
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pero no debían de ser para él muy interesantes las tales trompetas,
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porque no tardaba en seguir andando. Por fin llegaron á la calle del
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Amor de Dios. Desde cierta ocasión en que _Canelo_ tuvo unos ladridos
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con otro perro, inquilino en la casa de Cucúrbitas, adoptó el
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temperamento prudente de no subir y esperar en la calle á su amigo. Éste
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subió al segundo, donde el incansable protector de su abuelo vivía; y el
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criado que le abrió la puerta púsole aquella noche muy mala cara. «El
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señor no está». Pero Luisito, que tenía instrucciones de su abuelo para
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el caso de hallarse ausente la víctima, dijo que esperaría. Ya sabía que
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á las siete, infaliblemente, iba á comer el señor D. Francisco
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Cucúrbitas. Sentóse el chico en el banco del recibimiento. Los pies no
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le llegaban al suelo, y los balanceaba como para hacer algo con qué
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distraer el fastidio de aquel largo plantón. El perchero, de pino
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imitando roble viejo, con ganchos dorados para los sombreros, su espejo
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y los huecos para los paraguas, le había producido en otro tiempo gran
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admiración; pero ya le era indiferente. No así el gato, que de la parte
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interior de la casa solía venir á enredar con él. Aquella noche debía de
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estar ocupado el micho, porque no aportó por el recibimiento; pero en
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cambio vió Luis á las niñas de Cucúrbitas, que eran simpáticas y
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graciosas. Solían acercarse á él, mirándole con lástima ó con desdén,
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pero nunca le habían dicho una palabra halagüeña. La señora de
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Cucúrbitas, que á Luis le parecía, por lo gruesa y redonda, una
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imitación humana del elefante _Pizarro_, tan popular entonces entre los
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niños de Madrid, solía también dejarse rodar por allí, y ya conocía bien
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Cadalsito sus pasos lentos y pesados. La señora llegaba al ángulo que el
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pasillo de la derecha formaba con el recibimiento, y desde aquel punto
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miraba con recelo al mensajero. Después se internaba sin decirle una
|
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palabra. Desde que el chico la sentía venir se levantaba rígido, como un
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muñeco de resortes, recordando las lecciones de urbanidad que le había
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dado su abuelo. «¿Cómo está usted?... ¿Cómo lo pasa usted?» Pero la mole
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aquélla, rival en corpulencia de Paca la memorialista, no se dignaba
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contestarle, y se alejaba haciendo estremecer el suelo, como la máquina
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de apisonar que Luis había visto en las calles de Madrid.
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Aquella noche fué muy tarde á comer el respetable Cucúrbitas. Observó el
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nieto de Villaamil que las niñas estaban impacientes. La causa era que
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tenían que ir al teatro y deseaban comer pronto. Por fin sonó la
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campanilla, y el criado fué presuroso á abrir la puerta, mientras las
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pollas, que conocían los pasos del papá y su manera de llamar, corrían
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por los pasillos dando voces para que se sirviera la comida. Al entrar
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el señor y ver á Luisín, dió á entender con ligera mueca su desagrado.
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El niño se puso en pie, soltando el saludo como un tiro á boca de jarro,
|
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y Cucúrbitas, sin contestarle, metióse en el despacho. Cadalsito,
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aguardando á que el señor le mandara pasar, como otras veces, vió que
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entraron las hijas dando prisa á su papá, y oyó á éste decir: «Al
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momento voy... que saquen la sopa», y no pudo menos de considerar cuán
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rica sopa sería aquella que á sacar iban. Esto pensaba, cuando una de
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las señoritas salió del despacho y le dijo: «Pasa tú». Entró gorra en
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mano, repitiendo su saludo, al cual se dignó al fin contestar D.
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Francisco con paternal acento. Era un señor muy bueno, según opinión de
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Luis, el cual, no entendiendo la expresión ligeramente ceñuda que tenía
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en su cara lustrosa el próvido funcionario, se figuró que haría aquella
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noche lo mismo que las demás. Cadalsito recordaba muy bien el trámite:
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el señor de Cucúrbitas, después de leer la carta de Villaamil, escribía
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otra ó, sin escribir nada, sacaba de su cartera un billetito verde ó
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encarnado, y metiéndolo en un sobre se lo daba y decía: «Anda, hijo; ya
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estás despachado». También era cosa corriente sacar del bolsillo duros ó
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pesetas, hacer un lío y dárselo, acompañando su acción de las mismas
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palabras de siempre, con esta añadidura: «Ten cuidado, no lo pierdas ó
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no te lo robe algún tomador. Mételo en el bolsillo del pantalón...
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Así... guapo mozo. Anda con Dios».
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Aquella noche, ¡ay!, en pie, delante de la mesa _de ministro_, observó
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Luis que D. Francisco escribía una carta, frunciendo las peludas cejas,
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y que la cerraba sin meter dentro billete ni moneda alguna. Notó también
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el niño que al echar la firma, daba mi hombre un gran suspiro, y que
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después le miraba á él con profundísima compasión.
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--Que usted lo pase bien--dijo Cadalsito cogiendo la carta; y el buen
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señor le puso la mano en la cabeza. Al despedirle, le dió dos perros
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grandes, añadiendo á su acción generosa estas magnánimas palabras: «Para
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que compres pasteles». Salió el chico tan agradecido... Pero por la
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escalera abajo le asaltó una idea triste: «Hoy no lleva nada la carta».
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Era, en efecto, la primera vez que salía de allí con la carta vacía. Era
|
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la primera vez que D. Francisco le daba perros á él, para su bolsillo
|
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privado y fomentar el vicio de comer bollos. En todo esto se fijó con la
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penetración que le daba la precoz experiencia de aquellos mensajes.
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«Pero ¡quién sabe!--dijo después con ideas sugeridas por su
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inocencia;--puede que le diga que le colocan mañana...»
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_Canelo_, que ya estaba impaciente, se le unió en la puerta. Se pusieron
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ambos en camino, y en una pastelería de la calle de las Huertas compró
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Luis dos bollos de á diez céntimos. El perro se comió uno y Cadalsito el
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otro. Después, relamiéndose, apresuraron el paso, buscando la dirección
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más corta por el mismo laberinto de calles y plazuelas, desigualmente
|
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iluminadas y concurridas. Aquí mucho gas, allí tinieblas; acá mucha
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gente; después soledad, figuras errantes. Pasaron por calles en que la
|
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gente, presurosa, apenas cabía; por otras en que vieron más mujeres que
|
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luces; por otras en que había más perros que personas.
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|
III
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Al entrar en la calle de la Puebla, iba ya Cadalsito tan fatigado que,
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para recobrar las fuerzas, se sentó en el escalón de una de las tres
|
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puertas con rejas que tiene en dicha calle el convento de Don Juan de
|
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Alarcón. Y lo mismo fué sentarse sobre la fría piedra, que sentirse
|
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acometido de un profundo sueño... Más bien era aquello como un
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desvanecimiento, no desconocido para el chiquillo, y que no se
|
|
verificaba sin que él tuviera conciencia de los extraños síntomas
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precursores. «¡Contro!--pensó muy asustado,--me va á dar aquello... me
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va á dar, me da...» En efecto, á Cadalsito _le daba_ de tiempo en tiempo
|
|
una desazón singularísima, que empezaba con pesadez de cabeza, sopor,
|
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frío en el espinazo, y concluía con la pérdida de toda sensación y
|
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conocimiento. Aquella noche, en el breve tiempo transcurrido desde que
|
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se sintió desfallecer hasta que se le nublaron los sentidos, se acordó
|
|
de un pobre que solía pedir limosna en aquel mismo escalón en que él
|
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estaba. Era un ciego muy viejo, con la barba cana, larga y amarillenta,
|
|
envuelto en parda capa de luengos pliegues, remendada y sucia, la cabeza
|
|
blanca, descubierta, y el sombrero en la mano, pidiendo sólo con la
|
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actitud y sin mover los labios. Á Luis le infundía respeto la venerable
|
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figura del mendigo, y solía echarle en el sombrero algún céntimo, cuando
|
|
lo tenía de sobra, lo que sucedía muy contadas veces.
|
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Pues como iba diciendo, cayó el pequeño en su letargo, inclinando la
|
|
cabeza sobre el pecho, y entonces vió que no estaba solo. Á su lado se
|
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sentaba una persona mayor. ¿Era el ciego? Por un instante creyó Luis que
|
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sí, porque tenía barba espesa y blanca, y cubría su cuerpo con una capa
|
|
ó manto... Aquí empezó Cadalso á observar las diferencias y semejanzas
|
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entre el pobre y la persona mayor, pues ésta veía y miraba y sus ojos
|
|
eran como estrellas, al paso que la nariz, la boca y frente eran
|
|
idénticas á las del mendigo, la barba del mismo tamaño, aunque más
|
|
blanca, muchísimo más blanca. Pues la capa era igual y también
|
|
diferente; se parecía en los anchos pliegues, en la manera de estar el
|
|
sujeto envuelto en ella; discrepaba en el color, que Cadalsito no podía
|
|
definir. ¿Era blanco, azul ó qué demonches de color era aquél? Tenía
|
|
sombras muy suaves, por entre las cuales se deslizaban reflejos
|
|
luminosos como los que se filtran por los huecos de las nubes. Luis
|
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pensó que nunca había visto tela tan bonita como aquélla. De entre los
|
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pliegues sacó el sujeto una mano blanca, preciosísima. Tampoco había
|
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visto nunca Luis mano semejante, fuerte y membruda como la de los
|
|
hombres, blanca y fina como la de las señoras... El sujeto aquél,
|
|
mirándole con paternal benevolencia, le dijo:--¿No me conoces? ¿No sabes
|
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quién soy?
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Luisito le miró mucho. Su cortedad de genio le impedía responder.
|
|
Entonces el señor misterioso, sonriendo como los obispos cuando
|
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bendicen, le dijo:--Yo soy Dios. ¿No me habías conocido?
|
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Cadalsito sintió entonces, además de la cortedad, miedo, y apenas podía
|
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respirar. Quiso envalentonarse mostrándose incrédulo, y con gran
|
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esfuerzo de voz pudo decir:--¿Usted Dios, usted?... Ya quisiera...
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|
Y la aparición, pues tal nombre se le debe dar, indulgente con la
|
|
incredulidad del buen Cadalso, acentuó más la sonrisa cariñosa,
|
|
insistiendo en lo dicho:--Sí, soy Dios. Parece que estás asustado. No me
|
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tengas miedo. Si yo te quiero, te quiero mucho...
|
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|
Luis empezó á perder el miedo. Se sentía conmovido y con ganas de
|
|
llorar.
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--Ya sé de dónde vienes--prosiguió la aparición.--El señor de Cucúrbitas
|
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no os ha dado nada esta noche. Hijo, no siempre se puede. Lo que él
|
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dice, ¡hay tantas necesidades que remediar!...
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Cadalsito dió un gran suspiro para activar su respiración, y contemplaba
|
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al hermoso anciano, el cual, sentado, apoyando el codo en la rodilla y
|
|
la barba resplandeciente en la mano, ladeaba la cabeza para mirar al
|
|
chiquitín, dando, al parecer, mucha importancia á la conversación que
|
|
con él sostenía:--Es preciso que tú y los tuyos tengáis paciencia, amigo
|
|
Cadalsito, mucha paciencia.
|
|
|
|
Luis suspiró con más fuerza, y sintiendo su alma libre de miedo y al
|
|
propio tiempo llena de iniciativas, se arrancó á decir esto:--¿Y cuándo
|
|
colocan á mi abuelo?
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|
La excelsa persona que con Luisito hablaba dejó un momento de mirar á
|
|
éste, y fijando sus ojos en el suelo, parecía meditar. Después volvió á
|
|
encararse con el pequeño, y suspirando, ¡también él suspiraba!,
|
|
pronunció estas graves palabras:--Hazte cargo de las cosas. Para cada
|
|
vacante hay doscientos pretendientes. Los Ministros se vuelven locos y
|
|
no saben á quién contentar. Tienen tantos compromisos, que no sé yo cómo
|
|
viven los pobres. Paciencia, hijo, paciencia, que ya os caerá la
|
|
credencial cuando salte una ocasión favorable... Por mi parte, haré
|
|
también algo por tu abuelo... ¡Qué triste se va á poner esta noche
|
|
cuando reciba esa carta! Cuidado no la pierdas. Tú eres un buen chico.
|
|
Pero es preciso que estudies algo más. Hoy no te supiste la lección de
|
|
Gramática. Dijiste tantos disparates, que la clase toda se reía, y con
|
|
muchísima razón. ¿Qué vena te dió de decir que el _participio expresa la
|
|
idea del verbo en abstracto_? Lo confundiste con el _gerundio_, y luego
|
|
hiciste una ensalada de los _modos_ con los _tiempos_. Es que no te
|
|
fijas, y cuando estudias estás pensando en las musarañas...
|
|
|
|
Cadalsito se puso muy colorado, y metiendo sus dos manos entre las
|
|
rodillas, se las apretó.
|
|
|
|
--No basta que seas formal en clase; es menester que estudies, que te
|
|
fijes en lo que lees y lo retengas bien. Si no, andamos mal; me enfado
|
|
contigo, y no vengas luego diciéndome que por qué no colocan á tu
|
|
abuelo... Y así como te digo esto, te digo también que tienes razón en
|
|
quejarte de _Posturitas_. Es un ordinario, un mal criado, y ya le
|
|
restregaré yo una guindilla en la lengua cuando vuelva á decirte _Miau_.
|
|
Por supuesto que esto de los motes debe llevarse con paciencia; y cuando
|
|
te digan _Miau_, tú te callas y aguantas. Cosas peores te pudieran
|
|
decir.
|
|
|
|
Cadalsito estaba muy agradecido, y aunque sabía que Dios está en todas
|
|
partes, se admiraba de que estuviese tan bien enterado de lo que en la
|
|
escuela ocurría. Después se lanzó á decir:
|
|
|
|
--¡Contro, si yo le cojo!...
|
|
|
|
--Mira, amigo Cadalso--le dijo su interlocutor con paternal
|
|
severidad,--no te las eches de matón, que tú no sirves para pelearte
|
|
con tus compañeros. Son ellos muy brutos. ¿Sabes lo que haces? Cuando te
|
|
digan _Miau_, se lo cuentas al maestro, y verás como éste pone á
|
|
_Posturitas_ en cruz media hora.
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|
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--Vaya que si lo pone... y aunque sea una hora.
|
|
|
|
--Ese nombre de _Miau_ de lo encajaron á tu abuela y tías en el paraíso
|
|
del Real, es á saber, porque parecen propiamente tres gatitos. Es que
|
|
son ellas muy relamidas. El mote tiene gracia.
|
|
|
|
Sintió Luis herida su dignidad; pero no dijo nada.
|
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|
|
--Ya sé que esta noche van también al Real--añadió la aparición.--Hace
|
|
un rato les ha llevado ese Ponce los billetes. ¿Por qué no les dices tú
|
|
que te lleven? Te gustaría mucho la ópera. ¡Si vieras qué bonita es!
|
|
|
|
--No me quieren llevar... ¡bah!... (desconsoladísimo). Dígaselo usted.
|
|
|
|
Aun cuando á Dios se le dice _tú_ en los rezos, á Luis le parecía
|
|
irreverente, _cara á cara_, tratamiento tan familiar.
|
|
|
|
--¿Yo? No quiero meterme en eso. Además, esta noche han de estar todos
|
|
de muy mal temple. ¡Pobre abuelito tuyo! Cuando abra la carta... ¿La has
|
|
perdido?
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|
|
|
--No, señor, la tengo aquí--dijo Cadalso, sacándola.--¿La quiere usted
|
|
leer?
|
|
|
|
--No, tontín. Si ya sé lo que dice... Tu abuelo pasará un mal rato; pero
|
|
que se conforme. Están los tiempos muy malos, muy malos...
|
|
|
|
La excelsa imagen repitió dos ó tres veces el _muy malos_, moviendo la
|
|
cabeza con expresión de tristeza; y desvaneciéndose en un instante,
|
|
desapareció. Luis se restregaba los ojos, se reconocía despierto y
|
|
reconocía la calle. Enfrente vió la tienda de cestas en cuya muestra
|
|
había dos cabezas de toro, con jeta y cuernos de mimbre; juguete
|
|
predilecto de los chicos de Madrid. Reconoció también la tienda de
|
|
vinos, el escaparate con botellas; vió en los transeúntes _personas
|
|
naturales_, y á _Canelo_, que á su lado seguía, le tuvo por verídico
|
|
perro. Volvió á mirar á su lado buscando un rastro de la maravillosa
|
|
visión, pero no había nada. «Es que me dió _aquéllo_--pensó Cadalsito,
|
|
no sabiendo definir lo que le daba;--pero me ha dado de otra manera».
|
|
Cuando se levantó tenía las piernas tan débiles, que apenas se podía
|
|
sostener sobre ellas. Se palpó la ropa, temiendo haber perdido la carta;
|
|
pero la carta seguía en su sitio. ¡Contro!, otras veces le había dado
|
|
aquel desmayo, pero nunca había visto personajes tan... tan... no sabía
|
|
cómo decirlo. Y que le vió y le habló, no tenía duda. ¡Vaya con el
|
|
_Señorón_ aquél!... ¡Si sería el Padre Eterno en _vida natural!_... ¡Si
|
|
sería el anciano ciego que le quería dar un bromazo!...
|
|
|
|
Pensando de este modo, dirigióse Luis á su casa con toda la prisa que
|
|
la flojedad de sus piernas le permitía. La cabeza se le iba, y el frío
|
|
del espinazo no se le quitaba andando. _Canelo_ parecía muy
|
|
preocupado... ¡Si habría visto también algo!... ¡Lástima que no pudiese
|
|
hablar para que atestiguara la verdad de la visión maravillosa! Porque
|
|
Luis recordaba que, durante el coloquio, Dios acarició dos ó tres veces
|
|
la cabeza de _Canelo_, y que éste le miraba sacando mucho la lengua...
|
|
Luego _Canelo_ podría dar fe...
|
|
|
|
Llegó por fin á su casa, y como le sintieran subir, Abelarda le abrió la
|
|
puerta antes de que llamara. Su abuelo salió ansioso á recibirle, y el
|
|
niño, sin decir una palabra, puso en sus manos la carta. Don Ramón fué
|
|
hacia el despacho, palpándola antes de abrirla, y en el mismo instante
|
|
doña Para llamó á Luis para que fuera á comer, pues la familia estaba ya
|
|
concluyendo. No le habían esperado porque tardaba mucho, y las señoras
|
|
tenían que irse al teatro de prisa y corriendo, para coger un buen
|
|
puesto en el paraíso antes de que se agolpara la gente. En dos platos
|
|
tapados, uno sobre otro, le habían guardado al nieto su sopa y cocido,
|
|
que estaban ya fríos cuando llegó á catarlos; mas como su hambre era
|
|
tanta, no reparó en la temperatura.
|
|
|
|
Estaba doña Pura atando al pescuezo de su nieto la servilleta de tres
|
|
semanas, cuando entró Villaamil á comer el postre. Su cara tomaba
|
|
expresión de ferocidad sanguinaria en las ocasiones aflictivas, y aquel
|
|
bendito, incapaz de matar una mosca, cuando le amargaba una pesadumbre
|
|
parecía tener entre los dientes carne humana cruda, sazonada con acíbar
|
|
en vez de sal. Sólo con mirarle comprendió doña Pura que la carta había
|
|
venido _in albis_. El infeliz hombre empezó á quitar maquinalmente las
|
|
cáscaras á dos nueces resecas que en el plato tenía. Su cuñada y su hija
|
|
le miraban también, leyendo en su cara de tigre caduco y veterano la
|
|
pena que interiormente le devoraba. Por poner una nota alegre en cuadro
|
|
tan triste, Abelarda soltó esta frase:--Ha dicho Ponce que la ovación de
|
|
esta noche será para la Pellegrini.
|
|
|
|
--Me parece una injusticia--afirmó doña Pura con sus cinco sentidos--que
|
|
se quiera humillar á la Scolpi Rolla, que canta su parte de Amneris muy
|
|
á conciencia. Verdad que sus éxitos los debe más al buen palmito y á que
|
|
enseña las piernas. Pero la Pellegrini con tantos humos no es ninguna
|
|
cosa del otro jueves.
|
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|
|
--Calla, mujer--indicó Milagros doctoralmente.--Mira que la otra noche
|
|
_dijo_ el _fuggi fuggi, tu sei perdutto_ como no lo hemos oído desde los
|
|
tiempos de Rossina Penco. No tiene más sino que bracea demasiado, y,
|
|
francamente, la ópera es para cantar bien, no para hacer gestos.
|
|
|
|
--Pero no nos descuidemos--dijo Pura.--En noches así, el que se
|
|
descuida se queda en la escalera.
|
|
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|
--¡Quiá!... ¿Pero no creéis que Guillén ó los chicos de Medicina nos
|
|
guardarán los asientos?
|
|
|
|
--No hay que fiar... Vámonos, no nos pase lo de la otra noche, ¡Dios
|
|
mío!, que si no es por aquellos muchachos tan finos, los de Farmacia,
|
|
¿sabes?, nos quedamos en la puerta como unas pasmarotas.
|
|
|
|
Villaamil, que nada de esto oía, se comió un higo pasado, creo que
|
|
tragándolo entero, y fué hacia su despacho con paso decidido, como quien
|
|
va á hacer una atrocidad. Su mujer le siguió, y cariñosa le dijo:--¿Qué
|
|
hay? ¿Es que esa nulidad no te ha mandado nada?
|
|
|
|
--Cero--replicó Villaamil con voz que parecía salir del centro de la
|
|
tierra.--Lo que yo te decía, se ha cansado. No se puede abusar un día y
|
|
otro día... Me ha hecho tantos favores, tantos, que pedir más es
|
|
temeridad. ¡Cuánto siento haberle escrito hoy!
|
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|
--¡Bandido!--exclamó iracunda la señora, que solía dar esta denominación
|
|
y otras peores á los amigos que se ladeaban para evitar el sablazo.
|
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|
|
--Bandido no--declaró Villaamil, que ni en los momentos de mayor
|
|
tribulación se permitía ultrajar al _contribuyente_.--Es que no siempre
|
|
se está en disposición de socorrer al prójimo. Bandido, no. Lo que es
|
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ideas no las tiene ni las ha tenido nunca; pero eso no quita que sea
|
|
uno de los hombres más honrados que hay en la Administración.
|
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--Pues no será tanto (con enfado impertinente), cuando le luce el pelo
|
|
como le luce. Acuérdate de cuando fué compañero tuyo en la Contaduría
|
|
Central. Era el más bruto de la oficina. Ya se sabía; descubierta una
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barbaridad, todos decían: «Cucúrbitas». Después, ni un día cesante, y
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siempre para arriba. ¿Qué quiere decir esto? Que será muy bruto, pero
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que entiende mejor que tú la aguja de marear. ¿Y crees que no se hace
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pagar á tocateja el despacho de los expedientes?
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--Cállate, mujer.
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--¡Inocente!... Ahí tienes por lo que estás como estás, olvidado y en la
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miseria; por no tener ni pizca de trastienda y ser tan devoto de _San
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Escrúpulo bendito_. Créeme, eso ya no es honradez, es sosería y necedad.
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Mírate en el espejo de Cucúrbitas; él será todo lo melón que se quiera,
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pero verás cómo llega á Director, quizás á Ministro. Tú no serás nunca
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nada, y si te colocan, te darán un pedazo de pan, y siempre estaremos lo
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mismo (acalorándose). Todo por tus gazmoñerías, porque no te haces
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valer, porque _fray modesto_ ya sabes que no llegó nunca á ser guardián.
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Yo que tú, me iría á un periódico y empezaría á vomitar todas las
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picardías que sé de la Administración, los enjuagues que han hecho
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muchos que hoy están en candelero. Eso, cantar claro, y caiga el que
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caiga... desenmascarar á tanto pillo... Ahí duele. ¡Ah! entonces verías
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cómo les faltaba tiempo para colocarte; verías cómo el Director mismo
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entraba aquí, sombrero en mano, á suplicarte que aceptaras la
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credencial.
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--Mamá, que es tarde--dijo Abelarda desde la puerta, poniéndose la
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toquilla.
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--Ya voy. Con tantos remilgos, con tantos miramientos como tú tienes,
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con eso de llamarles á todos _dignísimos_, y ser tan delicado y tan de
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ley que estás siempre montado al aire como los brillantes, lo que
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consigues es que te tengan por un cualquiera. Pues sí (alzando el
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grito), tú debías ser ya Director, como esa es luz, y no lo eres por
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mandria, por apocado, porque no sirves para nada, vamos, y no sabes
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vivir. No; si con lamentos y con suspiros no te van á dar lo que
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pretendes. Las credenciales, señor mío, son para los que se las ganan
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enseñando los colmillos. Eres inofensivo, no muerdes, ni siquiera
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ladras, y todos se ríen de ti. Dicen: «¡Ah, Villaamil, qué honradísimo
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es! ¡Oh! el empleado _probo_...» Yo, cuando me enseñan un _probo_, le
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miro á ver si tiene los codos de fuera. En fin, que te caes de honrado.
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Decir honrado, á veces es como decir ñoño. Y no es eso, no es eso. Se
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puede tener toda la integridad que Dios manda, y ser un hombre que mire
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por sí y por su familia...
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--Déjame en paz--murmuró Villaamil desalentado, sentándose en una silla
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y derrengándola.
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--Mamá--repetía la señorita, impaciente.
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--Ya voy, ya voy.
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--Yo no puedo ser sino como Dios me ha hecho--declaró el infeliz
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cesante.--Pero ahora no se trata de que yo sea así ó asado; trátase del
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pan de cada día, del pan de mañana. Estamos como queremos, sí... Tenemos
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cerrado el horizonte por todas partes. Mañana...
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--Dios no nos abandonará--dijo Pura intentando robustecer su ánimo con
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esfuerzos de esperanza, que parecían pataleos de náufrago.--Estoy tan
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acostumbrada á la escasez, que la abundancia me sorprendería y hasta me
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asustaría... Mañana...
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No acabó la frase ni aun con el pensamiento. Su hija y su hermana le
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daban tanta prisa, que se arregló apresuradamente. Al envolverse en la
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cabeza la toquilla azul, dió esta orden á su marido: «Acuesta al niño.
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Si no quiere estudiar, que no estudie. Bastante tiene que hacer el
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pobrecito, porque mañana supongo que saldrá á repartirte dos arrobas de
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cartas».
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El buen Villaamil sintió un gran alivio en su alma cuando las vió salir.
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Mejor que su familia le acompañaba su propia pena, y se entretenía y
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consolaba con ella mejor que con las palabras de su mujer, porque su
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pena, si le oprimía el corazón, no le arañaba la cara, y doña Pura, al
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cuestionar con él, era toda pico y uñas toda.
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|
IV
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Cadalsito estaba en el comedor, sentado á la mesa, los codos sobre ella,
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los libros delante. Éstos eran tantos, que el escolar se sentía
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orgulloso de ponerlos en fila, y parecía que les pasaba revista, como un
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general á sus unidades tácticas. Estaban los infelices tan estropeados,
|
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cual si hubieran servido de proyectiles en furioso combate; las hojas
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retorcidas, los picos de las cubiertas doblados ó rotos, la pasta con
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pegajosa mugre. Pero no faltaba á ninguno, en la primera hoja, una
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inscripción en letra vacilante que declaraba la propiedad de la finca,
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pues sería en verdad muy sensible que no se supiera que pertenecían
|
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exclusivamente á Luis Cadalso y Villaamil. Éste cogía uno cualquiera, á
|
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la suerte, á ver lo que salía. ¡Contro, siempre salía la condenada
|
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Gramática!... Abríala con prevención y veía las letras hormiguear sobre
|
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el papel iluminado por la luz de la lámpara colgante. Parecían mosquitos
|
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revoloteando en un rayo de sol. Cadalso leía algunos renglones. «¿Qué es
|
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adverbio?» Las letras de la respuesta eran las que se habían propuesto
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no dejarse leer, corriendo y saltando de una margen á otra. Total, que
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el adverbio debía de ser una cosa muy buena; pero Cadalsito no lograba
|
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enterarse de ello claramente. Después leía páginas enteras, sin que el
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sentido de ellas penetrara en su espíritu, que no se había desprendido
|
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aún del asombro de la visión; ni se le había quitado el malestar del
|
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cuerpo, á pesar de haber comido con tanta gana; y como notase que al
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fijar la atención en el libro se ponía peor, tuvo por buen remedio el ir
|
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doblando una á una las puntas de las hojas de la Gramática, hasta dejar
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el pobre libro rizado como una escarola.
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En esto estaba cuando sintió que su abuelo salía del despacho. Se le
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había apagado la luz por falta de petróleo, y aunque no escribía, la
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obscuridad le lanzó de su guarida hacia el comedor. En éste y en el
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pasillo se paseó un rato el infeliz hombre, excitadísimo, hablando solo
|
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y dando algunos tropezones, porque la desigual y en algunos puntos
|
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agujereada estera no permitía el paso franco por aquellas regiones.
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Otras noches que se quedaban solos abuelo y nieto, aquél le tomaba las
|
|
lecciones, repitiéndoselas y fijándoselas en la memoria. Aquella noche,
|
|
Villaamil no estaba para lecciones, lo que agradeció mucho el pequeño,
|
|
quien por el bien parecer empezó á desdoblar las hojas del martirizado
|
|
texto, planchándolas con la palma de la mano. Poco después, el mismo
|
|
libro fué blando cojín para su cabeza, fatigada de estudios y visiones,
|
|
y dejándola caer se quedó dormido sobre la definición del adverbio.
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Villaamil decía: «Esto ya es demasiado. Señor Todopoderoso. ¿Qué he
|
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hecho yo para que me trates así? ¿Por qué no me colocan? ¿Por qué me
|
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abandonan hasta los amigos en quienes más confiaba?» Tan pronto se
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abatía el ánimo del cesante sin ventura, como se inflamaba, suponiéndose
|
|
perseguido por ocultos enemigos que le habían jurado rencor eterno.
|
|
«¿Quién será, pero quién será el danzante que me hace la guerra? Algún
|
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ingrato, quizás, que me debe su carrera». Para mayor desconsuelo, se le
|
|
representaba entonces toda su vida administrativa, carrera lenta y
|
|
honrosa en la Península y Ultramar, desde que entró á servir allá por el
|
|
año 41 y cuando tenía veinticuatro de edad (siendo Ministro de Hacienda
|
|
el Sr. Surrá). Poco tiempo había estado cesante antes de la terrible
|
|
crujía en que le encontramos: cuatro meses en tiempo de Bertrán de Lis,
|
|
once durante el bienio, tres y medio en tiempo de Salaverría. Después de
|
|
la Revolución pasó á Cuba y luego á Filipinas, de donde le echó la
|
|
disentería. En fin, que había cumplido sesenta años, y los de servicio,
|
|
bien sumados, eran treinta y cuatro y diez meses. Le faltaban dos para
|
|
jubilarse con los cuatro quintos del sueldo regulador, que era el de su
|
|
destino más alto, Jefe de Administración de tercera. «¡Qué mundo éste!
|
|
¡Cuánta injusticia! ¡Y luego no quieren que haya revoluciones!... No
|
|
pido más que los dos meses, para jubilarme con los cuatro quintos, sí,
|
|
señor...» En lo más vivo de su soliloquio, vaciló y fué á chocar contra
|
|
la puerta, repercutiendo al punto para dar con su cuerpo en el borde de
|
|
la mesa, que se estremeció toda. Despertando sobresaltado, oyó Luis á su
|
|
abuelo pronunciar claramente al incorporarse estas palabras, que le
|
|
parecieron lo más terrorífico que había oído en su vida: «...¡con
|
|
arreglo á la ley de Presupuestos del 35, modificada el 65 y el 68!»
|
|
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--¿Qué, papá?--dijo espantado.
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--Nada, hijo; esto no va contigo. Duérmete. ¿No tienes ganas de
|
|
estudiar? Haces bien. ¿Para qué sirve el estudio? Mientras más burro sea
|
|
el hombre, mientras más pillo, mejor carrera hace... Vamos, á la cama,
|
|
que es tarde.
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|
|
Villaamil buscó y halló una palmatoria, mas no le fué tan fácil
|
|
encontrar vela que encender en ella. Por fin, revolviendo mucho,
|
|
descubrió unos cabos en la mesa de noche de Pura, y encendido uno de
|
|
ellos, se dispuso á acostar al niño. Éste dormía en la alcoba de
|
|
Milagros, que estaba en el mismo comedor. Había en aquella pieza un
|
|
tocador del tiempo de _vivan las caenas_, una cómoda jubilada con los
|
|
cuatro quintos de su cajonería, varios baúles y las dos camas. En toda
|
|
la casa, á excepción de la sala, que estaba puesta con relativa
|
|
elegancia, se revelaba la escasez, el abandono y esa ruina lenta que
|
|
resulta del no reparar lo que el tiempo desluce y estraga.
|
|
|
|
Empezó el abuelo á desnudar á su nieto, y le decía: «Sí, hijo mío,
|
|
bienaventurados los brutos, porque de ellos es el reino... de la
|
|
Administración». Y le desabrochaba la chaqueta, y le tiraba de las
|
|
mangas con tanta fuerza, que á poco más se cae el chico al suelo. «Hijo
|
|
mío, ve aprendiendo, ve aprendiendo para cuando seas hombre. Del que
|
|
está caído nadie se acuerda, y lo que hacen es patearle y destrozarle
|
|
para que no se pueda levantar... Figúrate tú que yo debiera ser Jefe de
|
|
Administración de segunda, pues ahora me tocaría ascender con arreglo á
|
|
la ley de Cánovas del 76, y aquí me tienes pereciendo... Llueven
|
|
recomendaciones sobre el Ministro, y nada... Se le dice: «Vea usted los
|
|
antecedentes», y nada. ¿Tú crees que él se cuida de examinar mis
|
|
antecedentes? Pues si lo hiciera... Todo se vuelve promesas,
|
|
aplazamientos; que espera una ocasión favorable; que ha tomado nota
|
|
preferente... En fin, las pamplinas que usan para salir del paso... Yo,
|
|
que he servido siempre lealmente, que he trabajado como un negro; yo que
|
|
no he dado el más ligero disgusto á mis jefes...; yo, que estando en la
|
|
Secretaría, allá por el 52, le caí en gracia á don Juan Bravo Murillo,
|
|
que me llamó un día á su despacho y me dijo... lo que callo por
|
|
modestia... ¡Ah! si aquel grande hombre levantara la cabeza y me viera
|
|
cesante... Yo, que el 55 hice un plan de presupuestos que mereció los
|
|
elogios del Sr. D. Pascual Madoz y del Sr. D. Juan Bruil, plan que en
|
|
veinte años de meditaciones he rehecho después, explanándolo en cuatro
|
|
memorias que ahí tengo! Y no es cosa de broma. Supresión de todas las
|
|
contribuciones actuales, substituyéndolas con el _income tax_... ¡Ah, el
|
|
_income tax_! Es el sueño de toda mi vida, el objeto de tantísimos
|
|
estudios y el resultado de una larga experiencia... No lo quieren
|
|
comprender y así está el país... cada día más perdido, más pobre, y
|
|
todas las fuentes de riqueza secándose que es un dolor... Yo lo
|
|
sostengo: el impuesto único, basado en la buena fe, en la emulación y en
|
|
el amor propio del contribuyente, es el remedio mejor de la miseria
|
|
pública. Luego, la renta de Aduanas, bien reforzada, con los derechos
|
|
muy altos para proteger la industria nacional... Y por último, la
|
|
unificación de las Deudas, reduciéndolas á un tipo de emisión y á un
|
|
tipo de interés...» Al llegar aquí, tiró Villaamil con tanta fuerza de
|
|
los pantalones de Luis, que el niño lanzó un ¡ay! diciendo: «Abuelo, que
|
|
me arrancas las piernas». Á lo que el irritado viejo contestó secamente:
|
|
«Por fuerza tiene que haber un enemigo oculto, algún trasto que se ha
|
|
propuesto hundirme, deshonrarme...»
|
|
|
|
Por fin quedó Luis acostado. Había costumbre de no apagarle la luz hasta
|
|
mucho después de dormido, porque le daban pesadillas, y despertándose
|
|
con sobresalto se espantaba de la obscuridad. En vista de que el primer
|
|
cabo de vela se apagaba, encendió otro el abuelo, y sentándose junto á
|
|
la cómoda, se puso á leer _La Correspondencia_, que acababan de echar
|
|
por debajo de la puerta. En su febril trastorno, el desventurado buscaba
|
|
ansioso las noticias de personal, y por una fatal puntería de su
|
|
espíritu, encontraba al instante las noticias malas. «Ha sido nombrado
|
|
oficial primero en la Dirección de Impuestos el Sr. Montes... Real
|
|
decreto concediendo á D. Basilio Andrés de la Caña los honores de Jefe
|
|
superior de Administración». «Esto es escandaloso, esto es el _delírium
|
|
tremens_ del polaquismo. Ni en las kabilas de África pasa esto. ¡Pobre
|
|
país, pobre España!... Se ponen los pelos de punta pensando lo que va á
|
|
venir aquí con este desbarajuste administrativo... Es buena persona
|
|
Basilio; ¡pero si ayer, como quien dice, le tuve de oficial cuarto á mis
|
|
órdenes!...» Tras de la pena venía la esperanza. «Pronto se hará la
|
|
combinación de personal con arreglo á la nueva plantilla de la Dirección
|
|
de Contribuciones. Dícese que serán colocados varios funcionarios
|
|
inteligentes que hoy se hallan cesantes».
|
|
|
|
Las miradas de Villaamil bailaron un instante sobre el papel, de letra
|
|
en letra. Los ojos se le humedecieron. ¿Iría él en aquella combinación?
|
|
Cabalmente, los amigos que le recomendaban al Ministro en aquella
|
|
campaña fatigosa, proponíanle para la próxima hornada. «¡Dios mío, si
|
|
iré en esa bendita combinación! ¿Y cuándo será? Me dijo Pantoja que
|
|
sería cosa de tres ó cuatro días».
|
|
|
|
Y como la esperanza reanimaba todo su ser dándole un inquieto hormigueo,
|
|
lanzóse al dédalo obscuro de los pasillos. «La combinación... la
|
|
plantilla nueva... dar entrada á los funcionarios inteligentes, y además
|
|
de inteligentes, digo yo, identificados con... ¡Dios mío! inspírales,
|
|
mete todas tus luces dentro de esas molleras... que vean claro... que se
|
|
fijen en mí; que se enteren de mis antecedentes. Si se enteran de ellos,
|
|
no hay cuestión; me nombran... ¿Me nombrarán? No sé qué voz secreta me
|
|
dice que sí. Tengo esperanza. No, no quiero consentirme ni
|
|
entusiasmarme. Vale más que seamos pesimistas, muy pesimistas, para que
|
|
luego resulte lo contrario de lo que se teme. Observo yo que cuando uno
|
|
espera confiado, ¡pum! viene el batacazo. Ello es que siempre nos
|
|
equivocamos. Lo mejor es no esperar nada, verlo todo negro, negro como
|
|
boca de lobo, y entonces, de repente, ¡pum!... la luz... Sí, Ramón,
|
|
figúrate que no te dan nada, que no hay para ti esperanza, á ver si
|
|
creyéndolo así, viene la contraria... Porque yo he observado que siempre
|
|
sale la contraria... Y en tanto, mañana moveré todas mis teclas, y
|
|
escribiré á unos amigos y veré á otros, y el Ministro... ante tantas
|
|
recomendaciones... ¡Dios mío! ¡qué idea! ¿no sería bueno que yo mismo
|
|
escribiese al Ministro?...»
|
|
|
|
Al decir esto, volvió maquinalmente á donde Cadalsito dormía, y,
|
|
contemplándole, pensó en las caminatas que tenía que dar al día
|
|
siguiente para repartir la correspondencia. Cómo se encadenó esto con
|
|
las imágenes que en el cerebro del niño determinaba el sueño, no puede
|
|
saberse; pero ello es que mientras su abuelo le miraba, Luis, ya
|
|
profundamente dormido, estaba viendo al mismo sujeto de barba blanca; y
|
|
lo más particular es que le veía sentado delante de un pupitre en el
|
|
cual había tantas, tantísimas cartas, que no bajaban, según Cadalsito,
|
|
de un par de cuatrillones. El Señor escribía con una letra que á Luis le
|
|
parecía la más perfecta cursiva que se pudiera imaginar. Ni don
|
|
Celedonio, el maestro de su escuela, la haría mejor. Concluída cada
|
|
carta, la metía el Padre Eterno en un sobre más blanco que la nieve, lo
|
|
acercaba á su boca, sacaba de ésta un buen pedazo de lengua fina y
|
|
rosada, para humedecer con rápido pase la goma; cerraba, y volviendo á
|
|
coger la pluma, que era, ¡cosa más rara!, la de Mendizábal, y mojada,
|
|
por más señas, en el mismo tintero, se disponía á escribir la dirección.
|
|
Mirando por encima del hombro, Luisito creyó ver que aquella mano
|
|
inmortal trazaba sobre el papel lo siguiente:
|
|
|
|
B. L. M.
|
|
|
|
_Al Excmo. Sr. Ministro de Hacienda,
|
|
|
|
cualisquiera que sea,
|
|
|
|
seguro servidor,_
|
|
|
|
=_Dios_=.
|
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|
|
|
|
|
|
|
V
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|
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|
Aquella noche no durmió Villaamil ni un cuarto de hora seguido. Se
|
|
aletargaba un instante; pero la idea de la combinación próxima, el
|
|
criterio pesimista que se había impuesto, poniéndose en lo peor y
|
|
esperando lo malo para que viniese lo bueno, le sembraban de espinas el
|
|
lecho, desvelándole apenas cerraba los ojos. Cuando su mujer volvió del
|
|
teatro, Villaamil habló con ella algunas palabras extraordinariamente
|
|
desconsoladoras. Ello fué algo referente á la dificultad de allegar
|
|
provisiones para el día siguiente, pues no había en la casa ninguna
|
|
especie de moneda ni tampoco materia hipotecable; el crédito estaba
|
|
agotado, y apuradas también la generosidad y paciencia de los amigos.
|
|
|
|
Aunque afectaba serenidad y esperanza, doña Pura estaba muy intranquila,
|
|
y también pasó la noche en claro, haciendo cálculos para el día
|
|
siguiente, que tan pavoroso y adusto se anunciaba. Ya no se atrevía á
|
|
mandar traer géneros á crédito de ningún establecimiento, porque todo
|
|
era malas caras, grosería, desconsideración, y no pasaba día sin que un
|
|
tendero exigente y descortés armase un cisco en la misma puerta del
|
|
cuarto segundo. ¡Empeñar! La mente de la señora hizo rápida síntesis de
|
|
todas las prendas útiles que estaban condenadas al ostracismo: alhajas,
|
|
capas, mantas, abrigos. Se había llegado al máximum de emisión,
|
|
digámoslo así, en esta materia, y no había forma humana de desabrigarse
|
|
más de lo que ya lo estaba toda la familia. Una pignoración en grande
|
|
escala se había verificado el mes anterior (Enero del 78) el mismo día
|
|
del casamiento de D. Alfonso con la reina Mercedes. Y sin embargo, las
|
|
tres _Miaus_ no perdieron ninguna de las fiestas públicas que con aquel
|
|
motivo se celebraron en Madrid. Iluminaciones, retretas, el paso de la
|
|
comitiva hacia Atocha; todo lo vieron perfectamente, y de todo gozaron
|
|
en los sitios mejores, abriéndose paso á codazo limpio entre las
|
|
multitudes.
|
|
|
|
¡La sala, hipotecar algo de la sala! Esta idea causaba siempre terror y
|
|
escalofríos á doña Pura, porque la sala era la parte del menaje que á su
|
|
corazón interesaba más, la verdadera expresión simbólica del hogar
|
|
doméstico. Poseía muebles bonitos, aunque algo anticuados, testigos del
|
|
pasado esplendor de la familia Villaamil; dos entredoses negros con
|
|
filetes de oro y lacas, y cubiertas de mármol; sillería de damasco,
|
|
alfombra de moqueta y unas cortinas de seda que habían comprado al
|
|
Regente de la audiencia de Cáceres, cuando levantó la casa por
|
|
traslación. Tenía doña Pura á las tales cortinas en tanta estima como á
|
|
las telas de su corazón. Y cuando el espectro de la necesidad se le
|
|
aparecía y susurraba en su oído con terrible cifra el conflicto
|
|
económico del día siguiente, doña Pura se estremecía de pavor, diciendo:
|
|
«No, no; antes las camisas que las cortinas». Desnudar los cuerpos le
|
|
parecía sacrificio tolerable; pero desnudar la sala... ¡eso nunca! Los
|
|
de Villaamil, á pesar de la cesantía con su grave disminución social,
|
|
tenían bastantes visitas. ¡Qué dirían éstas si vieran que faltaban las
|
|
cortinas de seda, admiradas y envidiadas por cuantos las veían! Doña
|
|
Pura cerró los ojos queriendo desechar la fatídica idea y dormirse; pero
|
|
la sala se había metido dentro de su entrecejo y la estuvo viendo toda
|
|
la noche, tan limpia, tan elegante... Ninguna de sus amigas tenía una
|
|
sala igual. La alfombra estaba tan bien conservada, que parecía que
|
|
humanos pies no la pisaban, y era que de día la defendían con pasos de
|
|
quita y pon, cuidando de limpiarla á menudo. El piano vertical,
|
|
desafinado, sí, desafinadísimo, tenía el palisandro de su caja
|
|
resplandeciente. En la sillería no se veía una mota. Los entredoses
|
|
relumbraban, y lo que sobre ellos había, aquel reloj dorado y sin hora,
|
|
los candelabros dentro de fanales, todo estaba cuidado exquisitamente.
|
|
Pues las mil baratijas que completaban la decoración, fotografías en
|
|
marcos de papel cañamazo, cajas que fueron de dulces, perritos de
|
|
porcelana y una licorera de imitación de Bohemia, también lucían sin
|
|
pizca de polvo. Abelarda se pasaba las horas muertas limpiando estos
|
|
cachivaches y otros que no he mencionado todavía. Eran objetos de
|
|
frágiles tablillas caladas, de esos que sirven de entretenimiento á los
|
|
aficionados á la marquetería doméstica. Un vecino de la casa tenía
|
|
maquinilla de trepar y hacía mil primores que regalaba á los amigos.
|
|
Había cestos, estantillos, muebles diminutos, capillas góticas y
|
|
chinescas pagodas, todo muy mono, muy frágil, de _mírame y no me
|
|
toques_, y muy difícil de limpiar.
|
|
|
|
Doña Pura dió una vuelta en la cama, como queriendo variar sus lúgubres
|
|
ideas con un cambio de postura. Pero entonces vió en su mente con mayor
|
|
claridad las suntuosas cortinas, color de amaranto, de seda riquísima,
|
|
de esa seda _que no se ve ya en ninguna parte_. Todas las señoras que
|
|
iban de visita habían de coger y palpar la incomparable tela, y frotarla
|
|
entre los dedos para apreciar la clase. ¡Pero había que tomarle el peso
|
|
para saber lo que era aquello!... En fin, doña Pura consideraba que
|
|
mandar las cortinas al Monte ó la casa de préstamos, era trance tan
|
|
doloroso como embarcar un hijo para América.
|
|
|
|
En tanto que la _figura de Fra Angélico_ se agitaba en su angosto
|
|
colchón (dormía en la alcobita de la sala, y su marido, desde que vino
|
|
de Filipinas, ocupaba solo la alcoba del gabinete), proponíase distraer
|
|
y engañar su pena recordando las emociones de la ópera y lo bien que
|
|
dijo el barítono aquello de _rivedrai le foreste imbalsamate_...
|
|
|
|
Villaamil, solo, insomne y calenturiento, se revolcaba en el gran
|
|
camastro matrimonial, cuyo colchón de muelles tenía los _ídem_ en
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lastimoso estado, los unos quebrados y hundidos, los otros estirados y
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en erección. El de lana, que encima estaba, no le iba en zaga, pues todo
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era pelmazos por aquí, vaciedades por allá, de modo que la cama habría
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podido figurar dignamente en las mazmorras de la Inquisición para
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escarmiento de herejes. El pobre cesante tenía en su lecho la expresión
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externa ó el molde de las torturas de su alma, y así, cuando la
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hormiguilla del insomnio le hacía dar una vuelta, caía en profunda sima,
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del centro de la cual surgía como la joroba de un demonio, enorme
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espolón que se le clavaba en los riñones; y cuando salía de la sima, un
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amasijo de lana, duro y fuerte como el puño, le estropeaba las
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costillas.
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Algunas voces dormía tal cual en medio de estos accidentes; pero aquella
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noche, la exaltación de su cerebro le agrandaba en la obscuridad las
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desigualdades del terreno: ya creía que se despeñaba, quedándose con los
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pies en alto, ya que se balanceaba en el vértice de una eminencia ó que
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iba navegando hacia Filipinas con un tifón de mil demonios. «Seamos
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pesimistas--era su tema;--pensemos, con todo el vigor del pensamiento,
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que no me van á incluir en la combinación, á ver si me sorprende la
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felicidad del nombramiento. No esperaré el hecho feliz, no, no lo
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espero, para que suceda. Siempre pasa lo que no se espera. Póngome en lo
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peor. No te colocan, no te colocan, pobre Ramón; verás cómo ahora
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también se burlan de ti. Pero aunque estoy convencido de que no consigo
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nada, convencidísimo, sí, y no hay quien me apee de esto; aunque sé que
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mis enemigos no se apiadarán de mí, pondré en juego todas las
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influencias y haré que hasta el lucero del alba le hable al Ministro.
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Por supuesto, amigo Ramón, todo inútil. Verás cómo no te hacen maldito
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caso; tú lo has de ver. Yo estoy tan convencido de ello, como de que
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ahora es de noche. Y bien puedes desechar hasta el último vislumbre de
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credulidad. Nada de melindres de esperanza; nada de _si será ó no
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será_; nada de debilidades optimistas. No lo catas, no lo catas, aunque
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revientes».
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VI
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Doña Pura durmió al fin profundamente toda la madrugada y parte de la
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mañana. Villaamil se levantó á las ocho sin haber pegado los ojos.
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Cuando salió de su alcoba, entre ocho y nueve, después de haberse
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refregado el hocico con un poco de agua fría y de pasarse el peine por
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la rala cabellera, nadie se había levantado aún. La estrechez en que
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estaban no les permitía tener criada, y entre las tres mujeres hacían
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desordenadamente los menesteres de la casa. Milagros era la que guisaba;
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solía madrugar más que las otras dos; pero la noche anterior se había
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acostado muy tarde, y cuando Villaamil salió de su habitación
|
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dirigiéndose á la cocina, la cocinera no estaba aún allí. Examinó el
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fogón sin lumbre, la carbonera exhausta; y en la alacena que hacía de
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despensa vió mendrugos de pan, un envoltorio de papeles manchados de
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grasa, que debía de contener algún resto de jamón, carne fiambre ó cosa
|
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así, un plato con pocos garbanzos, un pedazo de salchicha, un huevo y
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medio limón... El tigre dió un suspiro y pasó al comedor para registrar
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el cajón del aparador, en el cual, entre los cuchillos y las
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servilletas, había también pedazos de pan duro. En esto oyó rebullicio,
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después rumor de agua, y he aquí que aparece Milagros con su cara
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gatesca muy lavada, bata suelta, el pelo en sortijillas enroscadas con
|
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papeles, y un pañuelo blanco por la cabeza.
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--¿Hay chocolate?--le preguntó su cuñado sin más saludo.
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--Hay media onza nada más--replicó la señora, corriendo á abrir el cajón
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de la mesa de la cocina donde estaba.--Te lo haré en seguida.
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--No, á mí no. Lo haces para el niño. Yo no necesito chocolate. No tengo
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gana. Tomaré un pedazo de pan seco y beberé encima un poco de agua.
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--Bueno. Busca por ahí. Pan no falta. También hay en la alacena un
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trocito de jamón. El huevo ése es para mí hermana, si te parece. Voy á
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encender lumbre. Haz el favor de partirme unas astillas mientras yo voy
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á ver si encuentro fósforos.
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Don Ramón, después de morder el pan, cogió el hacha y empezó a partir un
|
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madero, que era la pata de una silla vieja, dando un suspiro á cada
|
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golpe. Los estallidos de la fibra leñosa al desgarrarse parecían tan
|
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inherentes á la persona de Villaamil, como si éste se arrancase tiras
|
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palpitantes de sus secas carnes y astillas de sus pobres huesos. En
|
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tanto, Milagros armaba el templete de carbones y palitroques.
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--Y hoy, ¿se pone cocido?--preguntó á su cuñado con cierto misterio.
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Villaamil meditó sobre aquel problema tan descarnadamente
|
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planteado.--Tal vez... ¡quién sabe!--replicó, lanzando su imaginación á
|
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lo desconocido.--Esperemos á que se levante Pura.
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Ésta era la que resolvía todos los conflictos, como persona de
|
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iniciativa, de inesperados golpes y de prontas resoluciones. Milagros
|
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era toda pasividad, modestia y obediencia. No alzaba nunca la voz, no
|
|
hacía observaciones á lo que su hermana ordenaba. Trabajaba para los
|
|
demás por impulso de su conciencia humilde y por hábito de
|
|
subordinación. Unida fatalmente durante toda su vida al mísero destino
|
|
de aquella familia, y partícipe de las vicisitudes de ésta, jamás se
|
|
quejó ni se la oyó protestar de su malhadada suerte. Considerábase una
|
|
gran artista malograda en flor, por falta de ambiente; y al verse
|
|
perdida para el arte, la tristeza de esta situación ahogaba todas las
|
|
demás tristezas. Hay que decir aquí que Milagros había nacido con
|
|
excelentes dotes de cantante de ópera. Á los veinticinco años tenía una
|
|
voz preciosísima, regular escuela y loca afición á la música. Pero la
|
|
fatalidad no le permitió nunca lanzarse á la verdadera vida de artista.
|
|
Amores desgraciados, cuestiones de familia aplazaron de día en día la
|
|
deseada presentación al público, y cuando los obstáculos
|
|
desaparecieron, ya Milagros no estaba para fiestas; había perdido la
|
|
voz. Ni ella misma se dió cuenta de la suave gradación por donde sus
|
|
esperanzas de artista vinieron á parar en la precaria situación en que
|
|
se nos aparece; por dónde el soñado escenario y los triunfos del arte se
|
|
convirtieron en la cocina de Villaamil, sin provisiones. Cuando pensaba
|
|
ella en el contraste duro entre sus esperanzas y su destino, no acertaba
|
|
á medir los escalones de aquel lento descender desde las cumbres de la
|
|
poesía á los sótanos de la vulgaridad.
|
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|
|
Milagros tenía un tipo fino, delicado, propio para los papeles de
|
|
_Margarita_, de _Dinorah_, de _Gilda_, de la _Traviatta_, y voz aguda de
|
|
soprano. Todo esto se convirtió en hojarasca, sin que nunca llegara á
|
|
ser admiración del público. Sólo una vez cantó en el Real la parte de
|
|
_Adalgisa_, por condescendencia de la empresa, como alumna del
|
|
Conservatorio. Estuvo muy feliz, y los periódicos le auguraron un
|
|
porvenir brillante. En el Liceo Jover, ante un público invitado y poco
|
|
exigente, cantó _Saffo_ y _Los Capuletos_ de Bellini con el tercer acto
|
|
de Vacai. Entonces se trató de que fuera á Italia; pero se atravesó una
|
|
pasión, la esperanza de un gran partido para casarse, enredándose mucho
|
|
el asunto entre el novio y la familia. Pasó tiempo, y la cantatriz hubo
|
|
de malograrse, pues ni fué á Italia, ni se contrató en el Real, ni se
|
|
casó.
|
|
|
|
Doña Pura y Milagros eran hijas de un médico militar, de apellido
|
|
Escobios, y sobrinas del músico mayor del Inmemorial del Rey. Su madre
|
|
era Muñoz, y tenían ellas pretensiones de parentesco con el marqués de
|
|
Casa-Muñoz. Por cierto que cuando trataron de que Milagros fuera
|
|
cantante de ópera, se pensó en italianizarle el apellido, llamándola la
|
|
_Escobini_; pero como la carrera artística se malogró en ciernes, el
|
|
mote italiano no llegó nunca á verse en los carteles.
|
|
|
|
Antes de que la vida de la señorita de Escobios se truncara, tuvo una
|
|
época de fugaz éxito y brillo en una capital de provincia de tercera
|
|
clase, á donde fué con su hermana, esposa de Villaamil. Éste era Jefe
|
|
económico, y su familia intimó, como era natural, con la de los
|
|
Gobernadores civil y militar, que daban reuniones, á que asistía lo más
|
|
granadito del pueblo. Milagros, cantando en los conciertos de la
|
|
brigadiera, enloquecía y electrizaba. Salíanle novios por docenas, y
|
|
envidias de mujeres que la inquietaban en medio de sus triunfos. Un
|
|
joven de la localidad, poeta y periodista, se enamoró frenéticamente de
|
|
ella. Era el mismo que en la reseña de los saraos llamaba á doña Pura,
|
|
con exaltado estilo, _figura arrancada á un cuadro de Fra Angélico_. Á
|
|
Milagros la ensalzaba en términos tan hiperbólicos que causaban risa, y
|
|
aun recuerdan los naturales algunas frases describiendo á la joven en
|
|
el momento de presentarse en el salón, de acercarse al piano para
|
|
cantar, y en el acto mismo del cantorrio: «_Es la pudorosa Ofelia
|
|
llorando sus amores marchitos y cantando con gorjeo celestial la endecha
|
|
de la muerte_». Y ¡cosa extraña! el mismo que escribía estas cosas en la
|
|
segunda plana del periódico, tenía la misión, y por eso cobraba, de
|
|
hacer la revista comercial en la primera. Suya era también esta endecha:
|
|
«_Harinas. Toda la semana acusa marcada calma en este polvo. Sólo han
|
|
salido para el canal mil doscientos sacos que se hicieron á 22 y tres
|
|
cuartillos. No hay compradores, y ayer se ofrecían dos mil sacos á 22 y
|
|
medio, sin que nadie se animara_». Al día siguiente, vuelta otra vez con
|
|
_la pudorosa Ofelia_, ó _el ángel que nos traía á la tierra las
|
|
celestiales melodías_. Ya se comprende que esto no podía acabar en bien.
|
|
En efecto; mi hombre, inflamándose y desvariando cada día más con su
|
|
amor no correspondido, llegó á ponerse tan malo, pero tan malo, que un
|
|
día se tiró de cabeza en la presa de una fábrica de harina, y por pronto
|
|
que acudieron en su auxilio, cuando le sacaron era cadáver. Poco después
|
|
de este desagradable suceso, que impresionó mucho á Milagros, ésta
|
|
volvió á Madrid; verificóse entonces el _début_ en el Real, luego las
|
|
funciones en el Liceo Jover, y todo lo demás que brevemente referido
|
|
queda. Echemos sobre aquellos tristes sucesos un montón de años
|
|
tristes, de rápido envejecimiento y decadencia, y nos encontramos á _la
|
|
pudorosa Ofelia_ en la cocina de Villaamil, con la lumbre encendida y
|
|
sin saber qué poner en ella.
|
|
|
|
De un cuartucho obscuro que en el pasillo interior había, salió Abelarda
|
|
restregándose los ojos, desgreñada, arrastrando la cola sucia de una
|
|
bata mayor que ella, la cual fué usada por su madre en tiempos más
|
|
felices, y se dirigió también á la cocina, á punto que salía de ella
|
|
Villaamil para ir á despertar y vestir al nieto. Abelarda preguntó á su
|
|
tía si venía el panadero, á lo que Milagros no supo qué responder, por
|
|
no poder ella formar juicio acerca de problema tan grave sin oir antes á
|
|
su hermana. «Haz que tu madre se levante pronto--le dijo consternada,--á
|
|
ver qué determina».
|
|
|
|
Poco después de esto, oyóse fuerte carraspeo allá en la alcoba de la
|
|
sala, donde Pura dormía. Por la puertecilla que dicha alcoba tenía al
|
|
recibimiento, frente al despacho, apareció la señora de la casa,
|
|
radiante de displicencia, embutido el cuerpo en una americana vieja de
|
|
Villaamil, el pelo en sortijillas, el hocico amoratado del agua fría con
|
|
que acababa de lavarse, una toquilla rota cruzada sobre el pecho, en los
|
|
pies voluminosas zapatillas. «Qué, ¿no os podéis desenvolver sin mí?
|
|
Estáis las dos atontadas. Pues no es para tanto. ¿Habéis hecho el
|
|
chocolate del niño?» Milagros salió de la cocina con la jícara,
|
|
mientras Abelarda sentaba al pequeñuelo y le colgaba del pescuezo la
|
|
servilleta. Villaamil fué á su despacho, y a poco salió con el tintero
|
|
en la mano, diciendo: «No hay tinta, y hoy tengo que escribir más de
|
|
cuarenta cartas. Mira, Luisín, en cuanto acabes, te vas abajo y le dices
|
|
al amigo Mendizábal que me haga el favor de un poquito de tinta».
|
|
|
|
--Yo iré--dijo Abelarda cogiendo el tintero y bajando en la misma facha
|
|
en que estaba.
|
|
|
|
Las dos hermanas, en tanto, cuchicheaban en la cocina. ¿Sobre qué? Es
|
|
presumible que fuera sobre la imposibilidad de dar de comer á la familia
|
|
con un huevo, pan duro y algunos restos de carne que no bastaban para el
|
|
gato. Pura fruncía las cejas y hacía con los labios un mohín muy
|
|
extraño, juntándolo con la nariz, que parecía alargarse. _La pudorosa
|
|
Ofelia_ repetía este signo de perplejidad, resultando las dos tan
|
|
semejantes, que parecían una misma. De sus meditaciones las distrajo
|
|
Villaamil, el cual apareció en la cocina diciendo que tenía que ir al
|
|
Ministerio y necesitaba una camisa limpia. «¡Todo sea por Dios!--exclamó
|
|
Pura con desaliento.--La única camisa lavada está en tan mal estado, que
|
|
necesita un recorrido general». Pero Abelarda se comprometió á tenerla
|
|
lista para el mediodía, y además planchada, siempre que hubiera lumbre.
|
|
También hizo don Ramón á su hija sentidas observaciones sobre ciertos
|
|
flecos y desgarraduras que ostentaba la solapa de su gabán, rogándola
|
|
que pasara por allí sus hábiles agujas. La joven le tranquilizó, y el
|
|
buen hombre metióse en su despacho. El conciliábulo que las _Miaus_
|
|
tenían en la cocina terminó con un repentino sobresalto de Pura, que
|
|
corrió á su alcoba para vestirse y largarse á la calle. Había estallado
|
|
una idea inmensa en aquel cerebro cargado de pólvora, como si en él
|
|
penetrase una chispa del fulminante que de los ojos brotara. «Enciende
|
|
bien la lumbre y pon agua en los pucheros», dijo á su hermana al salir,
|
|
y se escabulló fuera con diligencia y velocidad de ardilla. Al ver esta
|
|
determinación, Abelarda y Milagros, que conocían bien á la directora de
|
|
la familia, se tranquilizaron respecto al problema de subsistencias de
|
|
aquel día, y se pusieron á cantar, la una en la cocina, la otra desde su
|
|
cuarto, el dúo de Norma: _in mia mano al fin tu sei_.
|
|
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|
VII
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|
Á eso de las once entró doña Pura bastante sofocada, seguida de un
|
|
muchacho recadista de la plazuela de los Mostenses, el cual venía
|
|
echando los bofes con el peso de una cesta llena de víveres. Milagros,
|
|
que á la puerta salió, hízose multitud de cruces de hombro á hombro y de
|
|
la frente á la cintura. Había visto á su hermana salir avante en
|
|
ocasiones muy difíciles, con su enérgica iniciativa; pero el golpe
|
|
maestro de aquella mañana le parecía superior á cuanto de mujer tan
|
|
dispuesta se podía esperar. Examinando rápidamente el cesto, vió
|
|
diferentes especies de comestibles, vegetales y animales, todo muy
|
|
bueno, y más adecuado á la mesa de un Director general que á la de un
|
|
mísero pretendiente. Pero doña Pura las hacía así. Las bromas, ó pesadas
|
|
ó no darlas. Para mayor asombro, Milagros vió en manos de su hermana el
|
|
portamonedas, casi reventando de puro lleno.
|
|
|
|
--Hija--le dijo la señora de la casa, secreteándose con ella en el
|
|
recibimiento, después que despidió al mandadero,--no he tenido más
|
|
remedio que dirigirme á Carolina Lantigua, la de Pez. He pasado una
|
|
vergüenza horrible. Hube de cerrar los ojos y lanzarme, como quien se
|
|
tira al agua. ¡Ay, qué trago! Le pinté nuestra situación de una manera
|
|
tal, que la hice llorar. Es muy buena. Me dió diez duros, que prometí
|
|
devolverle pronto; y lo haré, sí, lo haré; porque de esta hecha le
|
|
colocan. Es imposible que dejen de meterle en la combinación. Yo tengo
|
|
ahora una confianza absoluta... En fin, lleva esto para dentro. Voy allá
|
|
en seguida. ¿Está el agua cociendo?
|
|
|
|
Entró en el despacho para decir á su marido que por aquel día estaba
|
|
salvada la tremenda crisis, sin añadir cómo ni cómo no. Algo debieron
|
|
hablar también de las probabilidades de colocación, pues se oyó desde
|
|
fuera la voz iracunda de Villaamil gritando: «No me vengas á mí con
|
|
optimismos de engañifa. Te digo y te redigo que no entraré en la
|
|
combinación. No tengo ninguna esperanza, pero ninguna, me lo puedes
|
|
creer. Tú, con esas ilusiones tontas y esa manía de verlo todo color de
|
|
rosa, me haces un daño horrible, porque viene luego el trancazo de la
|
|
realidad, y todo se vuelve negro». Tan empapado estaba el santo varón en
|
|
sus cavilaciones pesimistas, que cuando le llamaron al comedor y le
|
|
pusieron delante un lucido almuerzo, no se le ocurrió inquirir, ni
|
|
siquiera considerar, de dónde habían salido abundancias tan desconformes
|
|
con su situación económica. Después de almorzar rápidamente, se vistió
|
|
para salir. Abelarda le había zurcido las solapas del gabán con
|
|
increíble perfección, imitando la urdimbre del tejido desgarrado; y
|
|
dándole en el cuello una soba de bencina, la pieza quedó como si la
|
|
hubieran rejuvenecido cinco años. Antes de salir, encargó á Luis la
|
|
distribución de las cartas que escrito había, indicándole un plan
|
|
topográfico para hacer el reparto con método y en el menor tiempo
|
|
posible. No le podían dar al chico faena más de su gusto, porque con
|
|
ella se le relevaba de asistir á la escuela, y se estaría toda la
|
|
santísima tarde como un caballero, paseando con su amigo _Canelo_. Era
|
|
éste muy listo para conocer dónde había buen trato. Al cuarto segundo
|
|
subía pocas veces, sin duda por no serle simpática la pobreza que allí
|
|
reinaba comúnmente; pero con finísimo instinto se enteraba de los
|
|
extraordinarios de la casa, tanto más espléndidos cuanto mayor era la
|
|
escasez de los días normales. Estuviera el can de centinela en la
|
|
portería ó en el interior de la casa, ó bien durmiendo bajo la mesa del
|
|
memorialista, no se le escapaba el hecho de que entraran provisiones
|
|
para los de Villaamil. Cómo lo averiguaba, nadie puede saberlo; pero es
|
|
lo cierto que el más astuto vigilante de Consumos no tendría nada que
|
|
enseñarle. Por supuesto, la aplicación práctica de sus estudios era
|
|
subir á la casa abundante y estarse allí todo un día y á veces dos; pero
|
|
en cuanto le daba en la nariz olor de quema, decía... «hasta otra», y ya
|
|
no le veían más el pelo. Aquel día subió poco después de ver entrar á
|
|
doña Pura con el mandadero; y como las tres _Miaus_ eran siempre muy
|
|
buenas con él y le daban golosinas, á Cadalsito le costó trabajo
|
|
llevárselo á su excursión por las calles. _Canelo_ salió de mala gana,
|
|
por cumplir un deber social y porque no dijeran.
|
|
|
|
Las tres _Miaus_ estuvieron aquella tarde muy animadas. Tenían el don
|
|
felicísimo de vivir siempre en la hora presente y de no pensar en el día
|
|
de mañana. Es una hechura espiritual como otra cualquiera, y una
|
|
filosofía práctica que, por más que digan, no ha caído en descrédito,
|
|
aunque se ha despotricado mucho contra ella. Pura y Milagros estaban en
|
|
la cocina, preparando la comida, que debía ser buena, copiosa y
|
|
dispuesta con todos los sacramentos, como desquite de los estómagos
|
|
desconsolados. Sin cesar en el trabajo, la una espumando pucheros ó
|
|
disponiendo un frito, la otra machacando en el almirez al ritmo de un
|
|
_andante con esprezione_ ó de un _allegro con brío_, charlaban sobre la
|
|
probable ó más bien segura colocación del jefe de la familia. Pura habló
|
|
de pagar todas las deudas, y de traer á casa los diversos objetos útiles
|
|
que andaban por esos mundos de Dios en los cautiverios de la usura.
|
|
|
|
Abelarda estaba en el comedor con su caja de costura delante, arreglando
|
|
sobre el maniquí un vestidillo color de pasa. No llamaba la atención por
|
|
bonita ni por fea, y en un certamen de caras insignificantes se habría
|
|
llevado el premio de honor. El cutis era malo, los ojos obscuros, el
|
|
conjunto bastante parecido á su madre y tía, formando con ellas cierta
|
|
armonía, de la cual se derivaba el mote que les pusieron. Quiero decir
|
|
que si, considerada aisladamente, la similitud del cariz de la joven con
|
|
el morro de un gato no era muy marcada, al juntarse con las otras dos
|
|
parecía tomar de ellas ciertos rasgos fisiognómicos, que venían á ser
|
|
como un sello de raza ó familia, y entonces resultaban en el grupo las
|
|
tres bocas chiquitas y relamidas, la unión entre el pico de la nariz y
|
|
la boca por una raya indefinible, los ojos redondos y vivos, y la
|
|
efusión característica del cabello, que era como si las tres hubieran
|
|
estado rodando por el suelo en persecución de una bola de papel ó de un
|
|
ovillo.
|
|
|
|
Aquella tarde todo fué dichas, porque entraron visitas, lo que á Pura
|
|
agradaba mucho. Dejó rápidamente los menesteres culinarios para echarse
|
|
una bata y componerse el pelo, y entró satisfecha en la sala. Eran los
|
|
visitantes Federico Ruiz y su esposa Pepita Ballester. El insigne
|
|
_pensador_ estaba también sin empleo, pasando una crujía espantosa, de
|
|
la cual había más señales en su ropa que en la de su mujer; pero llevaba
|
|
con tranquilidad su cesantía, mejor dicho, tan optimista era su
|
|
temperamento, que la llevaba hasta con cierto gozo. Siempre era el mismo
|
|
hombre, el métome-en-todo infatigable, fraguando planes de bullanguería
|
|
literaria y científica, premeditando veladas ó centenarios de
|
|
celebridades, discurriendo algún género de ocupación que á ningún nacido
|
|
se le hubiera pasado por el magín. Aquel bendito hacía pensar que hay
|
|
una _Milicia Nacional_ en las letras.
|
|
|
|
Escribía artículos sobre lo que debe hacerse para que prospere la
|
|
Agricultura, sobre las ventajas de la cremación de los cadáveres, ó
|
|
bien reseñando puntualmente lo que pasó en la Edad de Piedra, que es,
|
|
como si dijéramos, hablar de ayer por la mañana. Su situación económica
|
|
era bastante precaria, pues vivía de la pluma. De higos á brevas lograba
|
|
que en Fomento le tomasen cierto número de ejemplares de ediciones
|
|
viejas y de libros tan maulas como el _Comunismo ante la razón_, ó el
|
|
_Servicio de incendios en todas las naciones de Europa_, ó la _Reseña
|
|
pintoresca de los Castillos_. Pero tenía en su alma caudal tan pingüe de
|
|
consuelo, que no necesitaba la resignación cristiana para conformarse
|
|
con su desdicha. El estar satisfecho venía á ser en él una cuestión de
|
|
amor propio, y por no dar su brazo á torcer se encariñaba, á fuerza de
|
|
imaginación, con la idea de la pobreza, llegando hasta el absurdo de
|
|
pensar que la mayor delicia del mundo es no tener un real ni de dónde
|
|
sacarlo. Buscarse la vida, salir por la mañana discurriendo á qué editor
|
|
de revista enferma ó periódico moribundo llevar el artículo hecho la
|
|
noche anterior, constituía una serie de emociones que no pueden saborear
|
|
los ricos. Trabajaba como un negro, eso sí, y el Tostado era un niño de
|
|
teta al lado de él, en el correr de la pluma. Verdaderamente, ganarse
|
|
así el cocido tenía mucho de placer, casi de voluptuosidad. Y el cocido
|
|
no le había faltado nunca. Su mujer era una alhaja y le ayudaba á
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sortear aquella situación. Pero la eficaz Providencia suya era su
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carácter, aquella predisposición optimista, aquel procedimiento ideal
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para convertir los males en bienes y la escasez adusta en risueña
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abundancia. Habiendo conformidad no hay penas. La pobreza es el
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principio de la sabiduría, y no ha de buscarse la felicidad en las
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clases privilegiadas. El _pensador_ recordaba la comedia de Eguílaz, en
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la cual el protagonista, para ponderar lo divertido que es ser pobre,
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dice con mucho calor:
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Yo tenía cinco duros
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el día que me casé.
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Y recordaba también que la cazuela se venía abajo con el estruendo de
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los aplausos y las patadas de entusiasmo, prueba de lo popular que es en
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esta raza la escasez de dinero. También Ruiz había hecho en sus tiempos
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una comedia en que se probaba que para ser honrado y justo es
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indispensable andar con los codos de fuera, y que todos los ricos acaban
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siempre malamente. Por supuesto, á pesar de esta idealidad con que sabía
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dorar el cobre de su crisis económica, pasando la calderilla por oro,
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Ruiz no cedía en sus pretensiones de ser nuevamente colocado. No dejaba
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vivir al Ministro de Fomento, y las Direcciones de Instrucción pública y
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de Agricultura se echaban á temblar en cuanto él traspasaba la mampara.
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Á falta de empleo, pretendía una comisioncita para estudiar cualquier
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cosa; lo mismo le daba la Legislación de propiedad literaria en todos
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los países, que los Depósitos de sementales en España.
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VIII
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En la visita se habló primero de la ópera, á la que Ruiz iba con
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frecuencia, lo mismo que las Miaus, con entradas de _alabarda_. Después
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recayó la conversación en el tema de destinos. «A D. Ramón--dijo
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Ruiz--no le harán esperar ya mucho».
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--Va en la combinación que se hará estos días--dijo Pura radiante.--Y no
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ha ido ya, porque Ramón no quiso aceptar plaza fuera de Madrid. El
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Ministro tenía gran empeño en mandarle á una provincia, donde hacen
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falta hombres como mi esposo. Pero Ramón no está ya para viajes. Yo, si
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he de decir verdad, deseo que le coloquen porque esté ocupado; nada más
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que porque esté ocupado. No puede usted figurarse, Federico, lo mal que
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le sienta á mi marido la ociosidad... vamos, que no vive. ¡Ya se ve,
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acostumbrado á trabajar desde mozo!... Y que le conviene también
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colocarse para los derechos pasivos. Figúrese usted, á Ramón no le
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faltan más que dos meses para poderse jubilar con los cuatro quintos. Si
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no fuera por esto, mejor se estaría en su casa. Yo lo digo: «No te
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apures, hijo, que, gracias á Dios, para vivir modestamente no nos
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falta»; pero él no se conforma, le gusta el calor de la oficina, y hasta
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el cigarro no le sabe si no se lo fuma entre dos expedientes.
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--Lo creo... ¡Qué santo varón! ¿Y cómo está de salud?
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--Delicadillo del estómago. Todos los días tengo que inventar algo nuevo
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para sostenerle el apetito. Mi hermana y yo nos dedicamos ahora á la
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cocina, por entretenimiento, y por vernos libres de criadas, que son una
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calamidad. Le hacemos cada día un platito distinto... caprichos y
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frioleras suculentas. Á veces tengo que irme á la plazuela del Carmen en
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busca de cosas que no se encuentran en los Mostenses.
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--Pues vea usted--dijo la señora de Ruiz,--ese es un trabajo que yo no
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conozco, porque éste tiene un estómago que no se lo merece, y un apetito
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tan famoso, que no se necesitan melindres para sostenérselo.
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--Gracias á Dios--indicó el _publicista_ con jovialidad.--De ahí viene
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esta buena pasta mía y la confianza que tengo en mi suerte. Créame
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usted, doña Pura, no hay nada que valga lo que un buen estómago. Aquí me
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tiene usted tan conforme siempre: si me colocan, bien; si no, dos
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cuartos de lo mismo. Hablando con verdad, no me gusta ser empleado, y
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preferiría lo que me ofreció ayer el Ministro: una comisión para
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estudiar los Montes de Piedad de Alemania. Es cuestión muy importante.
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--Ya lo creo que es importante. ¡Figúrese usted!--exclamó la señora de
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Villaamil arqueando las cejas.
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En esto entró otra visita. Era un amigo de Villaamil, que vivía en la
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calle del Acuerdo, un tal Guillén, cojo por más señas, empleado en la
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Dirección de Contribuciones. Dijo el tal, después de los saludos, que un
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compañero suyo, que estaba en el Personal, le había asegurado aquella
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misma tarde que Villaamil iba en la próxima combinación. Doña Pura lo
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dió por cierto, y Ruiz y su señora apoyaron esta apreciación lisonjera.
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Se fueron enzarzando de tal modo en la conversación los plácemes, que
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doña Pura, al fin, se arrancó á ofrecer á sus buenos amigos una copita y
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pastas. Entre las provisiones de aquel fausto día, se contaba una
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botella de moscatel de á tres pesetas, licor con que Pura solía
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obsequiar á su marido á los postres. Ruiz y Guillén chocaron las copas,
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expresando con igual calor su afecto á la simpática familia. La
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sobriedad del _pensador_ contrastaba con la incontinencia un tanto
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grosera del empleado cojo, quien rogó á doña Pura no se llevase la
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botella, y escanciando que te escanciarás, pronto se vió que quedaba el
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líquido en menos de la mitad.
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Ya encendidas las luces, y cuando se habían ido las visitas, entró
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Villaamil. Pura corrió á su encuentro, viendo con satisfacción que el
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ferocísimo semblante tigresco tenía cierto matiz de complacencia. «¿Qué
|
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hay? ¿Qué noticias traes?»
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--Nada, mujer--dijo Villaamil, que se encastillaba en el pesimismo y no
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había quien le sacara de él.--Todavía nada; las palabritas sandungueras
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de siempre.
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--¿Y el Ministro... le has visto?
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--Sí, y me recibió tan bien--se dejó decir Villaamil haciendo traición,
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por descuido, á su afectada misantropía,--me recibió tan bien, que... no
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sé... parece que Dios le ha tocado al corazón, que le ha dicho algo de
|
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mí. Estuvo amabilísimo... encantado de verme por allí... sintiendo mucho
|
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no tenerme á su lado... decidido á llevarme...
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--Vamos; no dirás ahora que no tienes esperanza.
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--Ninguna, mujer, absolutamente ninguna (recobrando su papel). Veras
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cómo todo se queda en jarabe de pico. Si sabré yo... ¡Tenlo por cierto!
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¡No me colocan hasta el día del juicio por la tarde!
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--¡Ay, qué hombre! Eso también es ponerle á Dios cara de palo. Se podría
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enojar y con muchísima razón.
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--Déjate de tonterías, y si tú esperas, buen chasco te llevarás. Yo no
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quiero llevármelo; por eso no espero nada, ¿sabes? Y cuando venga el
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|
golpe me quedaré tan tranquilo.
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Luisito llegó cuando sus abuelos discutían acaloradamente si debían
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abrigar ó no esperanza, y dió cuenta de la puntual entrega de todas las
|
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cartas. Tenía hambre, frío, y le dolía un poco la cabeza. Al regreso de
|
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la excursión se había sentado en el pórtico de las Alarconas; pero no le
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|
_dió aquéllo_, ni la visión tuvo á bien presentarse en ninguna forma.
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|
_Canelo_ no se apartaba de doña Pura, siguiéndola del despacho á la
|
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cocina, y de ésta al comedor, y cuando llamaron á comer al dueño de la
|
|
casa, como éste tardara un poco en salir, fué el entendido perro á
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|
buscarle y con meneos de cola le decía: «Si usted no tiene gana, dígalo;
|
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pero no nos tenga tanto tiempo espera que te espera».
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Comieron con regular apetito y bastante buen humor, y de sobremesa
|
|
Villaamil se fumó, saboreándolo mucho, un habano que el señor de Pez le
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|
había dado aquella tarde. Era muy grande, y al tomarlo, el cesante dijo
|
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á su amigo que lo guardaría para después. Aquel cigarro le recordaba sus
|
|
tiempos prósperos. ¿Sería tal vez anuncio de que los tales tiempos
|
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volverían? Dijérase que el buen Villaamil leía en las espirales de humo
|
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azul su buena ventura, porque se quedaba alelado mirándolas subir en
|
|
graciosas curvas hacia el techo del comedor, nublando vagamente la
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lámpara.
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Por la noche tuvieron gente (Ruiz, Guillén, Ponce, los de Cuevas,
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Pantoja y su familia, de quien se hablará después), y se formalizó el
|
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proyecto iniciado el mes anterior, de representar una piececita, pues
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algunos amigos de la casa tenían aptitudes no comunes para el teatro,
|
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sobre todo en el género cómico. Federico Ruiz se encargó de escoger la
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pieza, de distribuir los papeles y dirigir los ensayos. Se convino en
|
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que Abelarda haría uno de los principales personajes, y Ponce otro; pero
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éste, reconociendo con laudable modestia que no tenía maldita gracia y
|
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que haría llorar al público en los papeles más jocosos, reservó para sí
|
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la parte de _padre_, si en la comedia le hubiera.
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Cansado de tales majaderías, D. Ramón huyó de la sala buscando en el
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interior obscuro de la casa las tinieblas que convenían á su pesimismo.
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Maquinalmente entró en el cuarto de Milagros, donde ésta desnudaba á
|
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Luis para acostarle. El pobre niño había hecho tentativas para estudiar,
|
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que fueron completamente inútiles. Le dolía la cabeza, y sentía como el
|
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presagio y el temor de la visión, pues ésta, al par que le daba mucho
|
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gusto, causábale cierta ansiedad. Se fué á acostar con la idea de que le
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entraría la desazón y de que iba á ver cosas muy extrañas. Cuando su
|
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abuelo entró, ya estaba metido en la cama, y su tía le hacía rezar las
|
|
oraciones de costumbre: _Con Dios me acuesto, con Dios me levanto_,
|
|
etc... que él recitaba de carretilla. Con brusca interrupción se volvió
|
|
hacia Villaamil para decirle: «Abuelito, ¿verdad que el Ministro te
|
|
recibió muy bien?»
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--Sí, hijo mío--replicó el anciano, estupefacto de esta salida y del
|
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tono con que fué dicha.--¿Y tú por dónde lo sabes?
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--¿Yo?... yo lo sé.
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Miraba Cadalsito á su abuelo con una expresión tan extraña, que el pobre
|
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señor no sabía qué pensar. Parecióle expresión de Niño-Dios, la cual no
|
|
es otra cosa que la seriedad del hombre armonizada con la gracia de la
|
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niñez.
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--Yo lo sé... lo sé--repitió Luis sin sonreir, clavando en su abuelo una
|
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mirada que le dejó inmóvil.--Y el Ministro te quiere mucho... porque le
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escribieron...
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--¿Quién le escribió?--dijo con ansiedad el cesante, dando un paso hacia
|
|
el lecho, los ojos llenos de claridad.
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--Le escribieron de ti--afirmó Cadalsito sintiendo que el miedo le
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invadía y no le dejaba continuar. En el mismo instante pensó Villaamil
|
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que todo aquello era una tontería, y dando media vuelta se llevó la mano
|
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á la cabeza, y dijo: «¡Pero qué cosas tiene este chiquillo!...»
|
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|
IX
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¡Cosa rara! nada le pasó á Cadalsito aquella noche, ni sintió ni vió
|
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cosa alguna, pues á poco acostarse hubo de caer en sueño profundísimo.
|
|
Al día siguiente costó trabajo levantarle. Sentíase quebrantado, y como
|
|
si hubiese andado largo trecho por sitio desconocido y lejano, que no
|
|
podía recordar. Fue á la escuela, y no se supo la lección. Encontrábase
|
|
tan torpe aquel día, que el maestro le hizo burla y ajó su dignidad ante
|
|
los demás chicos. Pocas veces se había visto en la escuela carrera en
|
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pelo como la que aguantó Cadalsito al ser confinado al último puesto de
|
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la clase en señal de ignorancia y desaplicación. Á las once, cuando se
|
|
pusieron á escribir, Cadalso tenía junto á sí al famoso _Posturitas_,
|
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chiquillo travieso y graciosísimo, flexible como una lombriz, y tan
|
|
inquieto, que donde él estuviese no podía haber paz. Llamábase Paquito
|
|
Ramos y Guillén, y sus padres eran los dueños de la casa de préstamos de
|
|
la calle del Acuerdo. Aquel Guillén, cojo y empleado, que hemos visto en
|
|
casa de Villaamil celebrando con copiosas libaciones de moscatel la
|
|
próxima colocación de su amigo, era tío materno de _Posturitas_, el cual
|
|
debía este apodo á la viveza ratonil de sus movimientos, á la gracia con
|
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que remedaba las actitudes y gestos de los _clowns_ y dislocados del
|
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Circo. Todo se le volvía hacer garatusas, sacar la lengua, volver del
|
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revés los párpados; y como pudiera, metía el dedo en el tintero para
|
|
pintarse rayas negras en la cara.
|
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Aquella mañana, cuando el maestro no le veía, _Posturitas_ abría la
|
|
carpeta, y él y su amigo Cadalso hundían la pelona en ella para ver las
|
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cosas diversas que encerraba. Lo más notable era una colección de
|
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sortijas, en las cuales brillaban el oro y los rubíes. No se vaya á
|
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creer que eran de metal, sino de papel, anillos de esos con que los
|
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fabricantes adornan los puros medianos para hacerlos pasar por buenos.
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|
Aquel tesoro había venido á manos de Paquito Ramos mediante un
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cambalache. Perteneció la colección á otro chico llamado Polidura, cuyo
|
|
padre, mozo de café ó restaurant, solía recoger los aros de cigarro que
|
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los fumadores dejaban caer al suelo, y obsequiar con ellos á su hijo á
|
|
falta de mejores juguetes. Había llegado á reunir Polidura más de
|
|
cincuenta sortijas de diversos calibres. En unas decía _Flor fina_, en
|
|
otras _Selectos de Julián Álvarez_. Cansado al fin de la colección, se
|
|
la cambió á _Posturas_ por un trompo en buen uso, mediante contrato
|
|
solemne ante testigos. Cadalso regaló al nuevo propietario el anillo de
|
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la tagarnina dada por el señor de Pez á Villaamil, y que éste se fumó
|
|
majestuosamente después de la comida.
|
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|
La travesura de _Posturitas_, fielmente reproducida por el bueno de
|
|
Cadalso, consistía en llenarse ambos los dedos de aquellas sorprendentes
|
|
joyas, y cuando el maestro no les veía, alzar la mano y mostrarla á los
|
|
otros granujas con dos ó tres anillos en cada dedo. Si el maestro venía,
|
|
se los quitaban á toda prisa, y a escribir como si tal cosa. Pero en una
|
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vuelta brusca, sorprendió el dómine á Cadalsito con la mano en alto,
|
|
distrayendo á toda la clase. Verle, y ponerse hecho un león, fué todo
|
|
uno. Pronto se descubrió que el principal delincuente era el maligno
|
|
_Posturitas_, que tenía en su carpeta un depósito de aros de papel; y en
|
|
un santiamén el maestro, después que arrancó de los dedos las pedrerías
|
|
de que estaban cuajados, agarró todo el depósito y lo deshizo,
|
|
terminando con una mano de coscorrones aplicados á una y otra cabeza.
|
|
Ramos rompió á llorar, diciendo: «Yo no he sido... _Miau_ tiene la
|
|
culpa». Y _Miau_, no menos lastimado de esta calumnia que del mote,
|
|
clamó con severa dignidad: «Él es el que los tenía. Yo no traje más que
|
|
uno...» «Mentira...» «El mentiroso es él».
|
|
|
|
--_Miau_ es un hipócrita--dijo el maestro, y Cadalso no supo contener su
|
|
aflicción oyendo en boca de D. Celedonio el injurioso apodo. Soltó el
|
|
llanto sin consuelo, y toda la clase coreaba sus gemidos, repitiendo
|
|
_Miau_, hasta que el maestro ¡pim, pam! repartió una zurribanda
|
|
general, recorriendo espaldas y mofletes, como el fiero cómitre entre
|
|
las filas de galeotes, vapulando á todos sin misericordia.
|
|
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|
--Se lo voy á decir á mi abuelo--exclamó Cadalso con un arranque de
|
|
dignidad,--y no vengo más á esta escuela.
|
|
|
|
--Silencio... silencio todos--gritó el verdugo, amenazándoles con una
|
|
regla, que tenía los ángulos como filos de cuchillo.--Sin vergüenzas, á
|
|
escribir; y al que me chiste le abro la cabeza.
|
|
|
|
Al salir, Cadalso seguía indignado contra su amigo _Posturitas_. Éste,
|
|
que era procaz, de una frescura y audacia sin límites, dió un empujón á
|
|
Luis, diciéndole: «Tú tienes la culpa, tonto... panoli... cara de gato.
|
|
Si te cojo por mi cuenta...»
|
|
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|
Cadalso se revolvió iracundo, acometido de nerviosa rabia, que le puso
|
|
pálido y con los ojos relumbrones. «¿Sabes lo que te digo? Que no tiés
|
|
que ponerme motes, ¡contro!, mal criado... ordinario... cualisquiera».
|
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|
--_¡Miau!_--mayó el otro con desprecio, sacando media cuarta de lengua y
|
|
crispando los dedos.--Ole... _Miau..._ morrongo... fu, fu, fu...
|
|
|
|
Por primera vez en su vida percibió Luis que las circunstancias le
|
|
hacían valiente. Ciego de ira se lanzó sobre su contrario, y lo mismo se
|
|
lanzaría si éste fuese un hombre. Chillido de salvaje alegría infantil
|
|
resonó en toda la banda, y viendo el desusado embestir de Cadalso,
|
|
muchos le gritaron: «Éntrale, éntrale...» _Miau_ peleándose con
|
|
_Posturas_ era espectáculo nuevo, de trágicas y nunca sentidas
|
|
emociones, algo como ver la liebre revolviéndose contra el hurón, ó la
|
|
perdiz emprendiéndola á picotazos con el perro. Y fué muy hermosa la
|
|
actitud insolente de _Posturitas_, al recibir el primer achuchón,
|
|
espatarrándose para aplomarse mejor, soltando libros y pizarra para
|
|
tener los brazos libres... Al mismo tiempo rezongaba con orgullo insano:
|
|
«Verás, verás... ¡recontro!... me caso con la biblia...»
|
|
|
|
Trabóse una de esas luchas homéricas, primitivas y cuerpo á cuerpo, más
|
|
interesantes por la ausencia de toda arma, y que consisten en encepar
|
|
brazos con brazos y empujar, empujar, sacudiendo topetadas con la
|
|
cabeza, á lo carneril, esforzándose cada cual en derribar á su
|
|
contrario. Si pujante estaba _Posturas_, no lo parecía menos Cadalso.
|
|
Murillito, Polidura y los demás, miraban y aplaudían, danzando en torno
|
|
con feroz entusiasmo de pueblo pagano, sediento de sangre. Pero acertó á
|
|
salir de la casa en aquel punto y ocasión la hija del maestro, señorita
|
|
algo hombruna, y les separó de un par de manotadas, diciendo: «Sin
|
|
vergüenzas, á casa, ó llamo á la pareja para que os lleve á la
|
|
prevención». Ambos tenían la cara como lumbre, respiraban como fuelles,
|
|
y echaban por aquellas bocas injurias tabernarias, sobre todo Paco
|
|
Ramos, que era consumado hablista en el idioma de los carreteros.
|
|
|
|
--Vamos, _hombres_--decía Murillito, el hijo del sacristán de Monserrat,
|
|
en la actitud más conciliadora;--no es para tanto... vaya... Quítate
|
|
tú... Miá que te... verás. Sacabaron las quistiones.
|
|
|
|
Mostrábase el mediador decidido á arrearle un buen lapo á cualquiera de
|
|
los dos que intentase reanudar la contienda. Un policía que por allí
|
|
andaba les dispersó, y se alejaron chillando y saltando, algunos
|
|
haciéndose lenguas del arranque de Cadalsito. Éste tomó silencioso el
|
|
camino de su casa. Su ira se calmaba lentamente, aunque por nada del
|
|
mundo le perdonaba á _Posturas_ el apodo, y sentía en su alma los
|
|
primeros rebullicios de la vanidad heroica, la conciencia de su
|
|
capacidad para la vida, ó sea de su aptitud para ofender al prójimo, ya
|
|
probada en la tienta de aquel día.
|
|
|
|
Aquella tarde no había escuela, por ser jueves. Luisito se fué á su
|
|
casa, y durante el almuerzo, ninguna persona de la familia reparó en lo
|
|
sofocado que estaba. Bajó luego á pasar un ratito en compañía de sus
|
|
amigos los memorialistas, que sin duda le tenían guardada alguna
|
|
friolera. «Parece que arriba andamos muy divertidos--le dijo Paca.--Oye,
|
|
¿han colocado ya á tu abuelo? Porque debe de ser ya lo menos ministro ó
|
|
tan siquiera embajador. ¡Vaya con la cesta de compra que trajeron ayer!
|
|
Y botellas de moscatel como quien no dice nada. ¡Anda, anda, qué rumbo!
|
|
Estamos como queremos. Así no hay quien haga bajar á _Canelo_ de tu
|
|
casa...»
|
|
|
|
Luis dijo que todavía no habían colocado á su abuelo; pero que era cosa
|
|
_de entre hoy y mañana_. El día estaba hermosísimo, y Paca propuso á su
|
|
amiguito ir á tomar el sol en la explanada del Conde-Duque, á dos pasos
|
|
de la calle de Quiñones. Púsose la enorme memorialista su mantón,
|
|
mientras Luisito subía á pedir permiso, y echaron á andar. Eran las
|
|
tres, y el vasto terraplén comprendido entre el paseo de Areneros y el
|
|
cuartel de Guardias estaba inundado de sol, y muy concurrido de vecinos
|
|
que iban allí á desentumecerse. Gran parte de este terreno se veía
|
|
entonces, y se ve hoy, ocupado por sillares, baldosas, adoquines, restos
|
|
ó preparativos de obras municipales, y entre la cantería, las vecinas
|
|
suelen poner colgaderos para secar ropa lavada. La parte libre de
|
|
obstáculos la emplea la tropa para los ejercicios de instrucción, y
|
|
aquella tarde vió Cadalsito á los reclutas de Caballería aprendiendo á
|
|
marchar, dirigidos por un oficial que, sable al puño y dando gritos, les
|
|
enseñaba á medir el paso. Entretúvose el pequeñuelo en contemplar las
|
|
evoluciones, y oía la cadencia con que los soldados pisaban
|
|
unísonamente, diciendo: _una, dos, tres, cuatro_. Era un mugido que se
|
|
confundía con la vibración del suelo al ser golpeado á compás, cual
|
|
inmenso tambor batido por un gigante. Entre la sociedad que allí se
|
|
congregaba á gozar del sol, discurrían vendedores de cacahuet y
|
|
avellanas, pregonándolos con un grito dejoso. Paca le compró á Cadalso
|
|
algunas de estas golosinas, y se sentó en una piedra á chismorrear con
|
|
varias comadres amigas suyas. El chiquillo corrió detrás de la tropa,
|
|
evolucionando con ella; fué y vino durante una hora en aquella militar
|
|
diversión, marcando también el _uno, dos, tres, cuatro_, hasta que,
|
|
sintiendo fatiga, se sentó en un rimero de baldosas. Entonces se le fué
|
|
un poco la cabeza; vió que la mole pesada del cuartel se corría de
|
|
derecha á izquierda, y que en la misma dirección iba el palacio de
|
|
Liria, sepultado entre el ramaje de su jardín, cuyos árboles parecen
|
|
estirarse para respirar mejor fuera de la tumba inmensa en que están
|
|
plantados. Empezóle á Cadalsito la consabida desazón; se le iba el
|
|
conocimiento de las cosas presentes, se mareaba, se desvanecía, le
|
|
entraba el misterioso sobresalto, que era en realidad pavor de lo
|
|
desconocido; y apoyando la frente en una enorme piedra que próxima
|
|
tenía, se durmió como un ángel. Desde el primer instante, la visión de
|
|
las Alarconas se le presentó clara, palpable, como un ser vivo, sentado
|
|
frente á él, sin que pudiese decir dónde. El fantástico cuadro no tenía
|
|
fondo ni lontananza. Lo constituía la excelsa figura sola. Era el mismo
|
|
personaje de luenga y blanca barba, vestido de indefinibles ropas, la
|
|
mano izquierda escondida entre los pliegues del manto, la derecha fuera,
|
|
mano de persona que se dispone á hablar. Pero lo más sorprendente fué
|
|
que antes de pronunciar la primer palabra, el Señor alargó hacia él la
|
|
diestra, y entonces se fijó en ella Cadalsito y vió que tenía los dedos
|
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cuajados de aquellas mismas sortijas que formaban la rica colección de
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_Posturas_. Sólo que en los dedos soberanos, que habían fabricado el
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mundo en siete días, los anillos relumbraban cual si fueran de oro y
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piedras preciosas. Cadalsito estaba absorto, y el Padre le dijo: «Mira,
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Luis, lo que os quitó el maestro. Ve aquí los bonitos anillos. Los
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recogí del suelo, y los compuse al instante sin ningún trabajo. El
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maestro es un bruto, y ya le enseñaré yo á no daros coscorrones tan
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fuertes. Y por lo que hace á _Posturitas_, te diré que es un pillo,
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aunque sin mala intención. Está mal educado. Los niños decentes no ponen
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motes. Tuviste razón en enfadarte, y te portaste bien. Veo que eres un
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valiente y que sabes volver por tu honor».
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Luis quedó muy satisfecho de oirse llamar valiente por persona de tanta
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autoridad. El respeto que sentía no le permitió dar las gracias; pero
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algo iba á decir, cuando el Señor, moviendo con insinuación de castigo
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la mano aquella cuajada de sortijas, le dijo severamente: «Pero, hijo
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mío, si por ese lado estoy contento de ti, por otro me veo en el caso de
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reprenderte. Hoy no te has sabido la lección. Ni por casualidad
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acertaste una sola vez. Bien claro se vió que no habías abierto un libro
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en todo el santo día... (Luisín, acongojadísimo, mueve los labios
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queriendo disculparse.) Ya, ya sé lo que me vas á decir. Estuviste hasta
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muy tarde repartiendo cartas; volviste á casa de noche. Pero luego
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pudiste leer algo; no me vengas con enredos. Y esta mañana, ¿por qué no
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echaste un vistazo á la lección de Geografía? ¡Cuidado con los desatinos
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que has dicho hoy! ¿De dónde sacas tú que Francia está limitada al Norte
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por el Danubio y que el Po pasa por Pau? ¡Vaya unas barbaridades! ¿Te
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parece á ti que he hecho yo el mundo para que tú y otros mocosos como tú
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me lo estéis deshaciendo á cada paso?»
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Enmudeció la augusta persona, quedándose con los ojos fijos en Cadalso,
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al cual un color se le iba y otro se le venía, y estaba silencioso,
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agobiado, sin poder mirar ni dejar de mirar á su interlocutor.
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«Es preciso que te hagas cargo de las cosas--añadió por fin el Padre,
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accionando con la mano cuajada de sortijas.--¿Cómo quieres que yo
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coloque á tu abuelo si tú no estudias? Ya ves cuán abatido está el pobre
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señor, esperando como pan bendito su credencial. Se le puede ahogar con
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un cabello. Pues tú tienes la culpa, porque si estudiaras...»
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Al oir esto, la congoja de Cadalsito fué tan grande, que creyó le
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apretaban la garganta con una soga y le estaban dando garrote. Quiso
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exhalar un suspiro y no pudo.
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«Tú no eres tonto y comprenderás esto--agregó Dios.--Ponte tú en mi
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lugar; ponte tú en mi lugar, y verás que tengo razón».
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Luis meditó sobre aquéllo. Su razón hubo de admitir el argumento
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creyéndolo de una lógica irrebatible. Era claro como el agua: mientras
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él no estudiase, ¡contro! ¿cómo habían de colocar á su abuelo? Parecióle
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esto la verdad misma, y las lágrimas se le saltaron. Intentó hablar,
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quizás prometer solemnemente que estudiaría, que trabajaría como una
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fiera, cuando se sintió cogido por el pescuezo.
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--Hijo mío--le dijo Paca sacudiéndole,--no te duermas aquí, que te vas á
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enfriar.
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Luis la miró aturdido, y en su retina se confundieron un momento las
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líneas de la visión con las del mundo real. Pronto se aclararon las
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imágenes, aunque no las ideas; vió el cuartel del Conde-Duque, y oyó el
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_uno, dos, tres, cuatro_, como si saliese de debajo de tierra. La
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visión, no obstante, permanecía estampada en su alma de una manera
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indeleble. No podía dudar de ella, recordando la mano ensortijada, la
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voz inefable del Padre y Autor de todas las cosas. Paca le hizo
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levantar y le llevó consigo. Después, quitándole del bolsillo los
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cacahuets que antes le diera, díjole: «No comas mucho de esto, que se te
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ensucia el estómago. Yo te los guardaré. Vámonos ya, que principia á
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caer relente...» Pero él tenía ganas de seguir durmiendo; su cerebro
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estaba embotado, como si acabase de pasar por un acceso de embriaguez;
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le temblaban las piernas, y sentía frío intensísimo en la espalda.
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Andando hacia su casa, le entraron dudas respecto á la autenticidad y
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naturaleza divina de la aparición. «¿Será Dios ó no será
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Dios?--pensaba.--Parece que es, porque lo sabe todito... Parece que no
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es, porque no tiene ángeles».
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De vuelta del paseo, hizo compañía á sus buenos amigos. Mendizábal,
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concluída su tarea, y después de recoger los papeles y de limpiar las
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diligentes plumas, se dispuso á alumbrar la escalera. Paca limpió los
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cristales del farol, encendiendo dentro de él la lamparilla de petróleo.
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El _secretario del público_ lo cogió entonces, y con ademán tan solemne
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como si alumbrara al Viático, fué á colgarlo en su sitio, entre el
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primero y segundo piso. En esto subía Villaamil, y se detuvo, como de
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costumbre, para echar un párrafo con el memorialista.
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--Sea enhorabuena, D. Ramón--le dijo éste.
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--Calle usted, hombre...--replicó Villaamil, afectando el humor que
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suele acompañar á un terrible dolor de muelas.--Si todavía no hay nada,
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ni lo habrá...
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--¡Ah! pues yo creí.. Es que son muy perros, D. Ramón. ¡Vaya unos
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birrias de Ministros! Lo que yo le digo á usted: mientras no venga la
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escoba grande...
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--¡Oh! amigo mío--exclamó Villaamil con cierto aire de templanza
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gubernamental,--ya sabe usted que no me gustan exageraciones. Sus ideas
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son distintas de las mías... ¿Qué es lo que usted quiere? ¿Más religión?
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Pues venga religión, venga; pero no osbcurantismo... Desengañémonos.
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Aquí lo que hace falta es administración, moralidad...
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--Ahí duele, ahí duele (con expresión de triunfo). Precisamente lo que
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no habrá mientras no haya fe. Lo primero es la fe, ¿sí ó no?
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--Corriente; pero... No, amigo Mendizábal; no exageremos.
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--Y las sociedades que la pierden (en tono triunfal), corren derechitas,
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como quien dice, al abismo...
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--Todo eso está muy bien; pero... Haya moralidad, moralidad; que el que
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la hace la pague, y allá los curas se entiendan con las conciencias. No
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me cambalache los poderes, amigo Mendizábal.
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--No, si yo no cambalacho nada... En fin, usted lo verá (bajando un
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escalón mientras Villaamil subía otro). Ínterin domine el libre
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pensamiento, espere usted sentado. Como que no hay justicia ni nadie se
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acuerda del mérito. Buenas noches.
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Desapareció por la escalera abajo aquel hombre feísimo, de semblante
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extraño, por tener los ojos tan poco separados que parecían juntarse y
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ser uno solo cuando fijamente miraban. La nariz le salía de la frente, y
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después bajaba chafada y recta, esparranclando sus dos ventanillas en el
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nacimiento del labio superior, dilatado, tirante y tan extenso en todas
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direcciones que ocupaba casi la mitad del rostro. La boca era larga,
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terminada en dos arrugas que dividían la barba en tres compartimientos
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flácidos, de pelambre ralo y gris; la frente estrecha, las manos enormes
|
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y velludas, el cogote recio, el cuerpo corto, inclinado hacia adelante,
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como resabio de una raza que hasta hace poco ha andado á cuatro pies. Al
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descender la escalera, parecía que la bajaba con las manos, agarrándose
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al barandal. Con esta filiación de _gorilla_, Mendizábal era un buen
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hombre, sin más tacha que su furiosa inquina contra el libre
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pensamiento. Había sido traficante en piedras de chispa durante la
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primera guerra civil, espía faccioso y cocinero del padre Cirilo.
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«¡Ah!--mil veces lo decía él,--¡si yo escribiera mi historia!» Último
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detalle biográfico: le compuso una rueda á la célebre tartana de San
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Carlos de la Rápita.
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X
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Poco después de anochecido, al subir á su casa, Cadalsito sintió pasos
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detrás de sí; pero no volvió la cara. Mas cuando faltaban pocos
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escalones para llegar al piso segando, manos desconocidas le cogieron la
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cabeza y se la apretaron, no dejándole mirar hacia atrás. Tuvo miedo,
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creyéndose en poder de algún ladrón barbudo y feo, que iba á robar la
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casa y empezaba por asegurarle á él. Pero antes que tuviera tiempo de
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chillar, el intruso le levantó en peso y le besó. Luis pudo verle
|
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entonces la cara, y al reconocerle, su intranquilidad no disminuyó.
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Había visto aquella cara por última vez algún tiempo antes, sin poder
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apreciar cuándo, en una noche de escándalo y reyerta, en la cual todos
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chillaban en su casa, Abelarda caía con una pataleta, y la abuelita
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gritaba pidiendo el auxilio de los vecinos. La dramática escena
|
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doméstica había dejado indeleble impresión en Luis, que ignoraba por qué
|
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se habían puesto sus tías y abuela tan furiosas.
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En aquel tiempo estaba el abuelito en Cuba, y no vivía la familia en la
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calle de Quiñones. Recordó también que las iras de las _Miaus_ recaían
|
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sobre una persona que entonces desapareció de la casa, para no volver á
|
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ella hasta la ocasión que ahora se refiere. Aquel hombre era su padre.
|
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No se atrevió Luis á pronunciar el cariñoso nombre; de mal humor dijo:
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«Suéltame». Y el sujeto aquél llamó.
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Cuando doña Pura, al abrir la puerta, vió al que llamaba, acompañado de
|
|
su hijo, quedóse un instante como quien no da crédito á sus ojos. La
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sorpresa y el terror se pintaban en su semblante... después
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contrariedad. Por fin murmuró: «¿Víctor... tú?»
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Entró saludando á su suegra con cierta emoción, de una manera cortés y
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expresiva. Villaamil, que tenía el oído muy fino, se estremeció al
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reconocer desde su despacho la voz aquélla. «¡Víctor aquí... Víctor otra
|
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vez en casa! Este hombre nos trae alguna calamidad». Y cuando su yerno
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entraba á saludarle, el rostro tigresco de D. Ramón se volvió espantoso,
|
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y le temblaba la mandíbula carnicera, indicando como un prurito de
|
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ejercitarla contra la primera res que se le pusiera delante. «¿Pero cómo
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estás aquí? ¿Has venido con licencia?», fué lo único que dijo.
|
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Víctor Cadalso sentóse frente á su suegro. El quinqué les separaba, y su
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luz, iluminando los dos rostros, hacía resaltar el vivo contraste entre
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una y otra persona. Era Víctor acabado tipo de hermosura varonil, un
|
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ejemplar de los que parecen destinados á conservar y transmitir la
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elegancia de formas en la raza humana, desfigurada por los cruzamientos,
|
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y que por los cruzamientos, reflujo incesante, viene de vez en cuando á
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reproducir el gallardo modelo, como para mirarse y recrearse en el
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espejo de sí misma, y convencerse de la permanencia de los arquetipos de
|
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hermosura, á pesar de las infinitas derivaciones de la fealdad. El
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claro-obscuro producido por la luz de la lámpara modelaba las facciones
|
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del guapo mozo. Tenía nariz de contorno puro, ojos negros, de ancha
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pupila, cuya expresión variaba desde el matiz más tierno hasta el más
|
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grave, á voluntad. La frente pálida tenía el corte y el bruñido que en
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escultura sirve para expresar nobleza.--Esta nobleza es el resultado del
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equilibrio de piezas cranianas y de la perfecta armonía de líneas.--El
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cuello robusto, el pelo algo desordenado y de azabache, la barba obscura
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también y corta, completaban la hermosa lámina de aquel busto, más
|
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italiano que español. La talla era mediana, el cuerpo tan bien
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proporcionado y airoso como la cabeza; la edad debía de andar entre los
|
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treinta y tres ó los treinta y cinco. No supo responder terminantemente
|
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á la pregunta de su suegro, y después de titubear un instante, se aplomó
|
|
y dijo:
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--Con licencia no... es decir... he tenido un disgusto con el jefe. Salí
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|
sin dar cuenta á nadie. Ya conoce usted mi carácter. No me gusta que
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nadie juegue conmigo... Ya le contaré. Ahora vamos á otra cosa. Llegué
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esta mañana en el tren de las ocho, y me metí en una casa de huéspedes
|
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de la calle del Fúcar. Allí pensaba quedarme. Pero estoy tan mal, que si
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|
ustedes (doña Pura se hallaba todavía presente) no se incomodan, me
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vendré aquí por unos días, nada más que por unos días.
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Doña Pura se echó á temblar, y corrió á transmitir la fatal nueva á su
|
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hermana y á su hija. «¡Se nos mete aquí! ¡Qué horror de hombre! Nos ha
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caído que hacer».
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--Aquí estamos muy estrechos--objetó Villaamil con cara cada vez más
|
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fiera y tenebrosa.--¿Por qué no te vas á casa de tu hermana Quintina?
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--Ya sabe usted--replicó--que mi cuñado Ildefonso y yo estamos así... un
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poco de punta. Con ustedes me arreglo mejor. Yo les prometo ser pacífico
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y razonable, y olvidar ciertas cosillas.
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--Pero, en resumidas cuentas, ¿sigues ó no en tu destino de Valencia?
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--Le diré á usted... (mascando las primeras palabras, pero discurriendo
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al fin una respuesta que disimulase su perplejidad). Aquel Jefe
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Económico es un trapisonda... Se empeñó en echarme de allí, y ha
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intentado formarme expediente. No conseguirá nada; tengo yo más conchas
|
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que él.
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Villaamil dió un suspiro, tratando de descifrar por la fisonomía de su
|
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yerno el misterio de su intempestiva llegada. Pero sabía por
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experiencia que la cara de Víctor era impenetrable y que, histrión
|
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consumado, expresaba con ella lo que mas convenía a sus fines.
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--¿Y qué te parece tu hijo?--le preguntó al ver entrar á Pura con
|
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Luisín.--Está crecido, y le vamos defendiendo la salud, Delicadillo
|
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siempre, por lo cual no queremos apretarle para que estudie.
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--Tiempo tiene--dijo Cadalso, abrazando y besando al niño.--Cada día se
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parece más á su madre, á mi pobre Luisa. ¿Verdad?
|
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Al anciano se le humedecieron los ojos. Aquella hija malograda en la
|
|
flor de la edad, fué todo su amor. El día de su temprana muerte,
|
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Villaamil envejeció de un golpe diez años. Siempre que alguien la
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nombraba en la casa, el pobre hombre sentía renovada su aflicción
|
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inmensa, y si quien la nombraba era Víctor, al pesar se mezclaba la
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|
repugnancia que inspira el asesino condoliéndose de su víctima después
|
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de inmolada. Á doña Pura también se le abatieron los espíritus al ver y
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oir al que fué esposo de su querida hija. Luis se entristeció, más bien
|
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por rutina, pues había notado que cuando alguien pronunciaba en la casa
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el nombre de su mamá, todos suspiraban y se ponían muy serios.
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Víctor, llevando á su hijo, pasó á saludar á Milagros y á Abelarda.
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Aquélla le aborrecía de todo corazón, y respondió á su saludo con
|
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desdeñosa frialdad. La cuñadita se metió en su cuarto al sentirle;
|
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luego salió, y su color, siempre malo, era como el color de una muerta.
|
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Le temblaba la voz; quiso afectar el mismo desdén de su tía hacia
|
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Víctor; éste la apretaba la mano. «¿Ya estás aquí otra vez, perdido?»,
|
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balbuceó ella, y sin sabor qué hacer se volvió á meter en el aposento.
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Entretanto Villaamil, aprensivo y sobresaltado, se desperezaba en su
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asiento como si quisiera crucificarse, y decía á su mujer:
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--Este hombre traerá hoy la desgracia á nuestra casa como la ha traído
|
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siempre. Y si no, tú lo has de ver. Cuando le sentí la voz, creí que el
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infierno se nos metía por las puertas. Maldita sea la hora (exaltándose
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y dejando caer con ruidosa pesadumbre las palmas de las manos sobre la
|
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mesa) en que este hombre entró en mi casa por vez primera; maldita la
|
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hora en que nuestra querida hija se prendó de él, y maldito el día en
|
|
que les casamos... porque ya no tenía remedio. ¡Ojalá viviera mi hija
|
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deshonrada, ojalá!... ¡Qué estúpido afán de casar á las hijas sin saber
|
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con quién! ¡Ah! Pura, mucho cuidado con ese danzante; no te fíes. Tiene
|
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el arte de adornar su perversidad con palabras que, al pronto, emboban y
|
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seducen. Á mí no me la da, no; á mí me engañó una vez sola. Pero pronto
|
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le calé, y ahora me pongo en guardia, porque es el hombre más malo que
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Dios ha echado al mnundo.
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--¿Pero no ha dicho á qué viene? ¿Le han dejado cesante? De seguro ha
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hecho alguna pillada y viene á que tú se la tapes.
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|
--¡Yo! (espantado y echando los ojos fuera del casco). ¡Como no se la
|
|
tape el moro Muza! Á buena parte viene...
|
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Llegada la hora de comer, Víctor, sentándose á la mesa con la mayor
|
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frescura, hubo de permitirse ciertos alardes de conversación jocosa.
|
|
Todos le miraban con hostilidad, esquivando los temas joviales que
|
|
quería sacar á relucir. Á ratos se ponía ceñudo y receloso; pero á la
|
|
manera de un actor que recobra su papel momentáneamente olvidado, tomaba
|
|
la estudiada actitud bonachona y festiva. Luego reapareció la dificultad
|
|
grave. ¿Dónde le ponían? Y doña Pura, sofocada ante la imposibilidad de
|
|
alojar al intruso, se plantó diciéndole:--No, no puede ser, Víctor; ya
|
|
ves que no hay medio de tenerte en casa.
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|
|
|
--No se apure usted, mamá--replicó él, acentuando con cariño el
|
|
tratamiento.--Me quedaré aquí, en el sofá del comedor. Déme usted una
|
|
manta, y dormiré como un canónigo.
|
|
|
|
Nada pudieron oponer á esta conformidad doña Pura y las otras _Miaus_.
|
|
Cuando empezaron á llegar las personas que iban á la tertulia, Víctor
|
|
dijo á su suegra:--Mire usted, mamá, yo no me presento. No tengo
|
|
malditas ganas de ver gente, al menos en algunos días. Me parece que he
|
|
oído la voz de Pantoja. No le diga usted que estoy aquí.
|
|
|
|
--Pues no sé á qué vienen esos incógnitos--replicóle amoscada su
|
|
suegra.--¿Te vas á estar de plantón en el comedor? Pues sabrás que voy á
|
|
poner en esta mesa los vasos de agua, para que salgan á beber todos los
|
|
que tengan sed. Y te advierto que Pantoja es hombre que me bebe media
|
|
cuba todas las noches.
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|
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|
--Pues me meteré en el cuarto de Luis, si no pone usted el abrevadero en
|
|
otra parte.
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|
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|
--¿Pero dónde?
|
|
|
|
--Nada, nada, mamá; por mi parte no altere usted sus costumbres. Váyase
|
|
usted á la sala, donde ya tiene toda la _crème_ reunida. No olvide
|
|
ponerme aquí la manta. Mañana temprano traeré mi equipaje.
|
|
|
|
Cuando doña Pura transmitió á su marido el recelo de ser visto que en
|
|
Cadalso notara, el buen señor se intranquilizó más, y echó nuevas pestes
|
|
contra el intruso. Puesta sobre la mesa del comedor la bandeja con los
|
|
vasos de agua, único refrigerio que los Villaamil podían ofrecer á sus
|
|
amigos, Cadalso se quedó un rato solo con su hijo, el cual mostraba
|
|
aquella noche aplicación desusada. «¿Estudias mucho?», preguntó su padre
|
|
acariciándole. Y él contestó que sí con la cabeza, cohibido y
|
|
vergonzoso, como si el estudiar fuese delito. Su padre era para él como
|
|
un extraño, y al intentar hablarle, la timidez le ataba la lengua. El
|
|
sentimiento que al pobre niño inspiraba aquel hombre era mezcla
|
|
singularísima de respeto y temor. Lo respetaba por el concepto de padre,
|
|
que en su alma tierna tenía ya el natural valor; lo temía, porque en su
|
|
casa había oído mil veces hablar de él en términos harto desfavorables.
|
|
Era Cadalso el papá malo, como Villaamil era el papá bueno.
|
|
|
|
Al sentir los pasos de algún tertulio sediento que venía al abrevadero,
|
|
Víctor se colaba en el cuarto de Milagros. Conoció por la voz á Ponce,
|
|
que amén de crítico era novio de Abelarda; reconoció también á Pantoja,
|
|
empleado en Contribuciones, amigo de Villaamil y aun del propio Cadalso,
|
|
quien le tenía por la máquina humana más inútil y roñosa que en oficinas
|
|
existiera. No puedo dejar de notar que una de las personas que más sed
|
|
tuvieron aquella noche fué Abelarda. Salió dos ó tres veces á beber, y
|
|
además quiso substituir á su tía Milagros en la obligación de acostar al
|
|
pequeño. Estando en ello, se metió Víctor en la alcoba, huyendo de otro
|
|
tertulio sofocado que iba á refrescarse.
|
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|
|
--Papá está muy inquieto con esta aparición tuya--le dijo Abelarda sin
|
|
mirarle.--Has entrado en casa como Mefistófeles, por escotillón, y todos
|
|
nos alteramos al verte.
|
|
|
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--¿Me como yo la gente?--respondió Víctor sentándose en la misma cama de
|
|
Luis.--Por lo demás, en mi venida no hay misterio; hay algo, sí, que no
|
|
comprenderán tu padre y tu madre; poro tú lo comprenderás cuando te lo
|
|
explique, porque tú eres buena para mí, Abelarda; tú no me aborreces
|
|
como los demás, sabes mis desgracias, conoces mis faltas y me tienes
|
|
compasión.
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|
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|
Insinuó esto con mucha dulzura, contemplando á su hijo, ya medio
|
|
desnudo. Abelarda evitaba el mirarle. No así Luisito, que había clavado
|
|
los ojos en su padre, como queriendo descifrar el sentido de sus
|
|
palabras.
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|
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|
--¡Lástima yo de ti!--repuso al fin la insignificante con voz
|
|
trémula.--¿De dónde sacas eso?... ¿Si pensarás que creo algo de lo que
|
|
dices? Á otras engañarás, pero á la hija de mi madre...!
|
|
|
|
Y como Víctor empezase á replicarle con cierta vehemencia, Abelarda le
|
|
mandó callar con un gesto expresivo. Temía que alguien viniese ó que
|
|
Luis se enterase, y aquel gesto señaló una nueva etapa en el diálogo.
|
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|
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--No quiero saber nada--dijo, determinándose al fin á mirarle cara á
|
|
cara.
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|
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--¿Pues á quién he de confiarme yo si no me confío á ti... la única
|
|
persona que me comprende?
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--Vete á la iglesia, arrodíllate ante el confesonario...
|
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|
--La antorcha de la fe se me apagó hace tiempo. Estoy á
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|
obscuras--declaró Víctor mirando al chiquillo, ya con las manos cruzadas
|
|
para empezar sus oraciones.
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|
Y cuando el niño hubo terminado, Abelarda se volvió hacia el padre,
|
|
diciéndole con emoción:--Eres muy malo, muy malo. Conviértete á Dios,
|
|
encomiéndate á él, y...
|
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--No creo en Dios--replicó Víctor con sequedad;--á á Dios se le ve
|
|
soñando, y yo hace tiempo que desperté.
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|
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Luisito escondió su faz entre las almohadas, sintiendo un frío terrible,
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malestar grande y todos los síntomas precursores de aquel estado en que
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se le presentaba su misterioso amigo.
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XI
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Á las doce; cuando los tertulios desfilaron, Cadalso se acomodó en el
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sofá del comedor, cubriéndose con la manta que Abelarda le diera.
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Ignoraba él que su cuñada se acostaría vestida aquella noche por carecer
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de abrigo. Retiráronse todos, menos Villaamil, que no quiso recogerse
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sin tener una explicación con su yerno. La lámpara del comedor había
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quedado encendida, y el abuelo, al entrar, vió á Víctor incorporado en
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su duro lecho, con la manta liada de medio cuerpo abajo. Comprendió al
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punto el yerno que su padre político quería palique, y se preparó, cosa
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fácil para él, pues era hombre de imaginación pronta, de afluente
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palabra, de salidas ágiles y oportunas, á fuer de meridional de pura
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sangre, nacido en aquella costa granadina que tiene detrás la Alpujarra
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y enfrente á Marruecos. «Este tío--pensó--me quiere embestir. Á buena
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parte viene... Empiece la brega. Le trastearemos con gracia».
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--Ahora que estamos solos--dijo Villaamil con aquella gravedad que
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imponía miedo,--decídete á ser franco conmigo. Tú has hecho algún
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disparate, Víctor. Te lo conozco en la cara, aunque tu cara pocas veces
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dice lo que piensas. Confiésame la verdad, y no trates de marearme con
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tus pases de palabras ni con esas ideas raras de que sacas tanto
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partido.
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--Yo no tengo ideas raras, querido D. Ramón; las ideas raras son las de
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mi señor suegro. Debemos juzgar las ideas de las personas por el pelo
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que éstas echan. ¿Le han colocado á usted ya? Se me figura que no. Y
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usted sigue tan fresco, esperando su remedio de la justicia, que es lo
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mismo que esperarlo de la luna. Mil veces le he dicho á usted que el
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mismo Estado es quien nos enseña el derecho a la vida. Si el Estado no
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muere nunca, el funcionario no debe perecer tampoco administrativamente.
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Y ahora le voy á decir otra cosa: mientras no cambie usted de papeles,
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no le colocarán; se pasará los meses y los años viviendo de ilusiones,
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fiándose de palabras zalameras y de la sonrisa traidora de los que se
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dan importancia con los tontos, haciendo que les protegen.
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--Pero tú, necio--dijo Villaamil enojadísimo,--¿has llegado á figurarte
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que yo tengo esperanzas? ¿De dónde sacas, majadero, que yo me forje ni
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la milésima parte de una condenada ilusión? ¡Colocarme á mí! No se me
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pasa por la imaginación semejante cosa, no espero nada, nada, y digo
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más: hasta me ofende el que me supone pendiente de formulillas y de
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palabras cucas.
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--Como siempre le he conocido á usted así, tan confiado, tan
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optimista...
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--¡Optimista yo! (muy contrariado). Vamos, Víctor, no te burles de estas
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canas. Y sobre todo, no desvíes la cuestión. Ahora no se trata de mí,
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sino de ti. Vuelvo á mi pregunta: ¿Qué has hecho? ¿Por qué estas aquí, y
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por qué te escondes de la gente?
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--Es que las tertulias de esta casa me cargan. Ya sabe usted que soy muy
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extremado en mis antipatías. Yo no me escondo; es que no quiero ver la
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cara de Ponce con sus ojos pitañosos, ni que me hable Pantoja, el cual
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tiene un aliento que da el _quién vive_.
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--No se trata del aliento de Pantoja, sino de que tú no has dejado tu
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destino con la frente alta.
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--Tan alta que si mi jefe dice algo contra mí, tengo medios de mandarle
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á presidio (acalorándose). Sepa usted que he prestado servicios tales,
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que si el Estado fuera agradecido, ya sería yo jefe de Administración.
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Pero el Estado es esencialmente ingrato, bien lo sabe usted, y no sabe
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premiar. Si el funcionario inteligente no se recompensa á sí propio,
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está perdido. Para que usted se entere: cuando fuí á Valencia á
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encargarme de Propiedades é Impuestos, el Negociado estaba por los
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suelos. Mi antecesor era un cómico sin voz, que recibió el empleo como
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jubilación de la escena. El infeliz no sabía por dónde andaba. Llegué
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yo, y _¡arsa!_ á trabajar. ¡Qué lío! Las cédulas personales no se
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cobraban ni á tiros. En Consumos había descubiertos horribles. Llamé á
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los alcaldes, les apremié, les metí el resuello en el cuerpo. Total, que
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saqué una millonada para el Tesoro, millonada que se habría perdido sin
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mí... Entonces reflexioné, y dije: «¿Cuál es la consecuencia natural del
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inmenso servicio que he prestado á la Nación? Pues la consecuencia
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natural, lógica, ineludible de defender al Estado contra el
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contribuyente es la ingratitud del Estado. Abramos, pues, el paraguas
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para resguardarnos de la ingratitud, que nos ha de traer la miseria».
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--No se puede decir más claro que tus manos no están muy limpias.
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--No hay tal, no, señor (incorporándose y accionando con mucha energía);
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porque mediador entre el contribuyente y el Estado, debo impedir que
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ambos se devoren, y no quedarían más que los rabos si yo no los pusiera
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en paz. Yo formo parte de la entidad contribuyente, que es la Nación;
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yo formo parte del Estado, como funcionario. Con esta doble naturaleza,
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yo, mediador, tengo que asegurar mi vida para seguir impidiendo el
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choque mortal entre el contribuyente y el Estado...
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--Ni te entiendo, ni te entenderá nadie (con gesto de ira y desprecio).
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El mismo de siempre. Con esas chuscadas de tu ingenio quieres ocultar
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tus trapisondas. ¿Pues sabes lo que te digo? que en mi casa no puedes
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estar.
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--No se acalore mi querido suegro. Entre paréntesis, no he pretendido
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que me tengan aquí por mi linda cara. Pagaré mi pupilaje... Será por
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pocos días, porque en cuanto me asciendan...
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--¡Ascenderte! ¿qué dices? (como si le hubiera picado un escorpión).
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--¡Ay! ¿pues usted qué se creía? ¡Qué inocente! Siempre el mismo D.
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Ramón, la virginal doncella. Que le traigan tila. Ya... ¿qué creía
|
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usted? ¿que yo no soy de Dios y no debo ascender? ¿Sabe que llevo dos
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años de oficial primero y me corresponde el ascenso á Jefe de Negociado
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de tercera, por la ley de Cánovas? Y usted, que tan optimista es en lo
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propio y tan pesimista en lo ajeno, creerá que me voy á pasar la vida
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escribiendo cartas, espiando la sonrisa de un Director general ó
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quitándole motas á Cucúrbitas! No, señor mío, yo no voy al trapo rojo,
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sino al bulto.
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--Sí, sí, lo que es a descarado no te gana nadie; y digo más... por lo
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mismo que no tienes vergüenza (lívido de ira y tragándose su propia
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amargura), consigues todo lo que quieres... El mundo es tuyo... Vengan
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ascensos, y ole morena.
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--En cambio usted (con cruel sarcasmo), siga meciéndose en esos dulces
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éeextasis, siga creyendo que las mariposillas le traen la credencial, y
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despiértese todos los días diciendo: «hoy, hoy será», y lea _La
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Correspondencia_ por las noches con la esperanza de ver su nombre en
|
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ella.
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--Te repito de una vez para siempre (deseando tener á mano una botella,
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tintero ó palmatoria que tirarle á la cabeza), que yo no espero nada, ni
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pienso que me colocarán jamás. En cambio estoy convencido de que tú, tú,
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que acabas de defraudar al Tesoro, tendrás el premio de tu gracia,
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|
porque así es el mundo, y así está la cochina Administración... ¡Dios
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mío! ¡que viva yo para ver estas cosas! (levantándose y llevándose las
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manos á la cabeza).
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--Lo que tiene usted que hacer (con cierta fatuidad) es aprender de mí.
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--¡Bonito modelo! No quiero oirte, no quiero verte ni en pintura...
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|
Adiós (marchándose y volviendo desde la puerta). Y ten entendido que yo
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no espero ni esto; que estoy conforme, que llevo con paciencia mi
|
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desgracia, y que no se me ocurre que me puedan colocar ahora, ni
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mañana, ni el siglo que viene... aunque buena falta nos hace. Pero...
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--¿Pero qué?... (echándose á reir malignamente). Vamos, ¿á que le coloco
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yo á usted si me atufo?
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--¡Tú... tú! ¡deberte yo á ti...!
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Y fué tal su indignación, que no quiso hablar más, temeroso de hacer un
|
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disparate, y pegando un portazo que estremeció la casa, huyó á su alcoba
|
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y arrojóse en la inquieta superficie de su camastro, como un desesperado
|
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al mar.
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Víctor se arrebujó en la manta, tratando de dormir; poro hallábase
|
|
excitadísimo, más que por el altercado con su suegro, por la memoria de
|
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sucesos recientes, y no podía conciliar el sueño, no siendo tampoco
|
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extraña á esto fenómeno la dureza del banco en que reposaba. La luz
|
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menguó de tal manera después de media noche, que apenas alumbraba con
|
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incierto resplandor la estancia; y en el cerebro insomne y febril de
|
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Víctor, esta penumbra y el olor á comida fiambre que flotaba en la
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|
atmósfera, se confundían en una sola impresión desagradable. Examinó
|
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punto por punto el comedor, las paredes vestidas de papel, á trozos
|
|
desgarrado, á trozos sucio. En algunos sitios, particularmente junto á
|
|
las puertas, la crasitud marcaba el roce de las personas; en otros se
|
|
veían impresas las manos de Luisito y aun los trazos de su artístico
|
|
lápiz. El techo, ahumado en la proyección de la lámpara, tenía dos ó
|
|
tres grietas, dibujando una inmensa M y quizás otras letras menos
|
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claras. En la pared, agujeros de clavos, de los cuales colgaron en otros
|
|
tiempos láminas. Víctor recordaba haber visto allí un reloj, que nunca
|
|
había dicho _esta campana es mía_, y señalaba siempre una hora
|
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inverosímil; también hubo antaño bodegones al cromo con sandías y
|
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melones despanzurrados. Láminas y reloj habían desaparecido, como carga
|
|
que se arroja al mar para que el barco no zozobre. El aparador
|
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subsistía; pero ¡qué viejo y qué aburrido estaba, con sus vivos negros
|
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despintados, un cristal roto, caído el copete! Dentro de él se veían
|
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algunas copas boca abajo, vinagreras con frascos desiguales, un limón
|
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muy arrugado, un molinillo de café, latas mugrientas y algunas piezas de
|
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loza. La puerta que conducía al pasillo de la cocina estaba cubierta por
|
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un pesado portier de abacá, mugriento por el borde en que lo sobaban las
|
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manos, y con una claraboya en medio, que bien pudiera servir de torno.
|
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Cansado de mudar posturas, Víctor se incorporó en su lecho, que parecía
|
|
un potro, y su desasosiego paró en desvarío mental. Le entraron ganas de
|
|
explicarse consigo mismo, de deshacer con recriminaciones el nublado de
|
|
su alma, y en voz no muy alta, pero perceptible, se expresó de este
|
|
modo: «Esto es mío, estúpidos. Ratas de oficina, idos á roer
|
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expedientes. Yo valgo más que vosotros; en un día sé despabilar yo todo
|
|
el trabajo del Negociado, correspondiente á un mes.
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|
Después se echó, asustado de su propio acento. Y al poco rato, los ojos
|
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cerrados, el ceño fruncido, reprodujo en su cerebro, como ciertos
|
|
sonámbulos, el caso cuya reminiscencia no podía echar de sí.
|
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«Los consumos... ¡ah! los consumos. Son la más ingeniosa de las
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|
invenciones. ¡Pícaros pueblos! Por no pagar, son ellos capaces de
|
|
venderse al diablo... ¡Y cómo les sabe á cuerno quemado la cuenta
|
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corriente que se los lleva! Y que á mí no me joraban. Al que me cerdee,
|
|
le abraso vivo. ¡Ah! en la expedición de los apremios está el _quid_. Y
|
|
como nunca falta un roto para un descosido, nada más fácil que ponerse
|
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de acuerdo con el interventor para formar la relación de apremios.
|
|
¡Feliz el pueblo que se escabulle de la relación, aunque tenga dos
|
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semestres en descubierto!... Señor Alcalde, entendámonos. ¿Ustedes
|
|
quieren respirar? Pues yo también necesito oxígeno. Todos somos hijos de
|
|
Dios... Y tú, Hacienda, ¿por qué te amontonas? ¿No te salvé yo más de
|
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seis millones que mi antecesor dió por perdidos? Pues entonces, ¿á qué
|
|
ese lloriqueo de mujer arratrada? Quien presta tan grandes servicios,
|
|
¿no merece premio? ¿No hemos de ponernos á cubierto de la ingratitud del
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Estado, agradeciéndonos nosotros mismos nuestros leales servicios? La
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|
recompensa es el principio de la moralidad, es la aplicación de la
|
|
justicia, del derecho, del _Jus_ á la Administración. Un Estado ingrato,
|
|
indiferente al mérito, es un Estado salvaje... Lo que yo digo:
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dondequiera que hay el _haber_ de un servicio, hay el _debe_ de una
|
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comisión. Partida por partida, esto es elemental. Yo doy al Estado con
|
|
una mano seis millones que andaban trasconejados, y alargo la otra para
|
|
que me suelte mi comisión... ¡Ah! perro Estado, ladrón, indecente; ¿qué
|
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querías tú? ¿mamarte los millones y después dejarme asperges? ¡Ah!
|
|
infame, eso habrías hecho si yo me descuido. Pues te juro que por listo
|
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que tú seas, más lo soy yo. Vamos de pillo á pillo. Y tú, contribuyente,
|
|
¿por qué me pones hocico? ¿No ves que te defiendo? Pero para que tú
|
|
respires es preciso que respire yo también. Si yo me ahogo, vendrá otro
|
|
que te sacará el redaño.
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|
»¡Y ese estúpido Jefe, ese animal, ese bandido que en Pontevedra se
|
|
merendó la suscripción para los náufragos y en Cáceres dejó en cueros á
|
|
las viudas de los mineros muertos; ese que sería capaz de tragarse la
|
|
Necrópolis con todos sus difuntos, quiere formarme expediente! Pero la
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|
comprobación es muy difícil, tunante, y si me pinchas, te denunciaré, te
|
|
sacaré los trapitos á la calle, con datos, con fechas, con números. Yo
|
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tengo buenos amigos, y manos blancas que me defiendan... Eso es lo que
|
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tú no me perdonas... Te come la envidia. Y por eso te revuelves contra
|
|
mí ahora, tomador, que no sirviendo para afanar relojes, te metiste á
|
|
empleado».
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Y al cabo de un cuarto de hora, cuando parecía que había encontrado el
|
|
sueño, soltó de improviso la risa, diciendo: «No me pueden probar nada.
|
|
Pero aunque me lo probaran...» Por fin se durmió, y tuvo una pesadilla,
|
|
semejante á otras que en los casos de agitación moral turbaban su
|
|
descanso. Soñó que iba por una galería muy larga, inacabable, con
|
|
paredes de espejos, que hasta lo infinito repetían su gallarda persona.
|
|
Iba por aquel inmenso callejón persiguiendo á una mujer, á una dama
|
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elegante, la cual corría agitando con el rápido mover de sus pies la
|
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falda de crujiente seda. Cadalso le veía los tacones de las botas, que
|
|
eran... ¡cascarones de huevo! Quién podía ser la dama, lo ignoraba; era
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la misma con quien soñara otra noche, y al seguirla, se decía que todo
|
|
aquello era sueño, asombrándose de correr tras un fantasma, pero
|
|
corriendo siempre. Por fin ponía la mano en olla, la dama se paraba y se
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volvía, diciéndole con voz muy ronca: «¿Por qué te empeñas en quitarme
|
|
esta cómoda que llevo aquí?» En efecto, la dama llevaba en la mano una
|
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cómoda ¡de tamaño natural!, y la llevaba tan desahogadamente como si
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fuera un portamonedas. Entonces Víctor despertaba sintiendo sobre sí un
|
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peso tal que no podía moverse, y un terror supersticioso que no sabía
|
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relacionar ni con la cómoda, ni con la dama, ni con los espejos. Todo
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ello era estúpido y sin ningún sentido.
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Despierto, tenían más miga los sueños de Cadalso, porque toda la vida se
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la llevaba pensando en riquezas que no tenía, en honores y poder que
|
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deseaba, en mujeres hermosas, cuyas seducciones no le eran desconocidas,
|
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en damas elegantes y de alta alcurnia que con ardentísima curiosidad
|
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anhelaba tratar y poseer, y esta aspiración á los supremos goces de la
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vida le traía siempre intranquilo, vigilante y en acecho. Devorado por
|
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el ansia de introducirse en las clases superiores de la sociedad, creía
|
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tener ya en las manos un cabo y el primer nudo de la cuerda por donde
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otros menos audaces habían logrado subir. ¿Cuál era este nudo? Ved aquí
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un secreto que por nada del mundo revelaría Cadalso á sus vulgarísimos y
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apocados parientes los de Villaamil.
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XII
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Apareciósele muy temprano _la figura arrancada á un cuadro de Fra
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Angélico_, por otro nombre doña Pura, quien le acometió con el arma
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cortante de su displicencia, agravada por la mala noche que un
|
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dolorcillo de muelas le hizo pasar. «Ea, despejarme el comedor. Ve á
|
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lavarte á mi cuarto, que tenemos precisión de barrer aquí. Lárgate
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pronto si no quieres que te llenemos de polvo». Apoyaba esta admonición,
|
|
de una manera más persuasiva, la segunda _Miau_, que se presentó escoba
|
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en mano.
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|
--No se enfade usted, mamá. (Á doña Pura le cargaba mucho que su yerno
|
|
la llamase _mamá_.) Desde que está usted hecha una potentada, no se la
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puede aguantar. ¡Qué manera de tratar á este infeliz!
|
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|
--Eso es, búrlate... Es lo que te faltaba para acabar de conquistarnos.
|
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¡Y que tienes el don de la oportunidad! Siempre te descuelgas por aquí
|
|
cuando estamos con el agua al cuello.
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--¿Y si dijera que precisamente he venido creyendo ser muy oportuno? Á
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|
ver... ¿qué respondería usted á esto? Porque no conviene despreciar á
|
|
nadie, querida mamá, y se dan casos de que el huésped molesto nos
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|
resulte Providencia de la noche á la mañana.
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--Buena Providencia nos dé Dios (siguiéndole hacia el cuarto donde
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|
Víctor pensaba lavarse). ¿Qué quieres decir? ¿que vas á apretar la
|
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cuerda que nos ahorca?
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--Tanto como está usted chillando ahí (con zalamería), y todavía soy
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|
hombre para convidarla á usted á palcos por asiento.
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--Ninguna falta nos hacen tus palcos... ¡Ni qué has de convidar tú, si
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siempre te he conocido más arrancado que el Gobierno!
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|
--Mamá, mamá, por Dios, no rebaje usted tanto mi dignidad. Y sobre todo,
|
|
el que yo sea pobre no es motivo para que se dude de mi buen corazón.
|
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|
--Déjame en paz. Ahí te quedas. Despacha pronto.
|
|
|
|
--Prefiero ver delante de mí el puñal del asesino á ver malas caras.
|
|
(Deteniéndola por un brazo.) Un momento. ¿Quiere usted que pague mi
|
|
hospedaje?
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Sacó su cartera en el mismo instante, y á doña Pura se le encandilaron
|
|
los ojos viendo que abultaba y que el bulto lo hacía un grueso manojo de
|
|
billetes de Banco.
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--No quiero ser gravoso (dándole un billete de 100 pesetas). Tome usted,
|
|
querida mamá, y no juzgue mis intenciones por la insuficiencia de mis
|
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medios.
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--Pues no creas... (echando la zarpa al billete como si éste fuera un
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ratón), no creas que voy á llevar mi delicadeza hasta lo increíble,
|
|
rechazando con indignación tu dinero, á estilo de teatro. No estamos
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|
ahora para escrúpulos ni para indignaciones cursis. Lo tomo, sí, lo
|
|
tomo, y voy á pagar con él una deuda sagrada, y además, nos viene bien
|
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para...
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--¿Para qué?
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|
--Déjame á mí. ¿Quién no tiene sus secretillos?
|
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|
--Y un hijo, un hijo cariñoso, ¿no merece ser depositario de esos
|
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secretos? Gracias por la confianza que merezco. Yo creí que me
|
|
apreciaban más. Querida mamá, aunque usted no me considere de la
|
|
familia, yo no puedo desprenderme de ella. Mándeme usted que no los
|
|
quiera, y no obedeceré... En otra parte puedo entrar con indiferencia,
|
|
poro en esta casa no; y cuando en ella noto síntomas de estrechez,
|
|
aunque usted me lo prohiba, me tengo que afligir... (poniéndole
|
|
cariñosamente la mano en el hombro). Simpática suegra, no me gusta que
|
|
papá ande sin capa.
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--¡Pobrecito!... y ¡qué le hemos de hacer!... Su situación viene siendo
|
|
muy triste hace tiempo. La cesantía va estirando más de lo que creíamos.
|
|
Sólo Dios y nosotras sabemos las amarguras que en esta casa se pasan.
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|
--Menos mal si el remedio viene, aunque sea de la persona á quien no se
|
|
estima (dándole otro billete de igual cantidad, que doña Pura se
|
|
apresura á recoger).
|
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|
--Gracias... No es que no te estimemos; es que tú...
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|
|
|
--He sido malo, lo confieso (patéticamente); reconocerlo es señal de que
|
|
ya no lo soy tanto. Tengo mis defectos como cada _quisque_; pero no soy
|
|
empedernido, no está mi corazón cerrado á la sensibilidad, ni mi
|
|
entendimiento á la experiencia. Yo seré todo lo malo que usted quiera;
|
|
pero, en medio de mi perversidad, tengo una manía, vea usted... no
|
|
tolero que esta familia, á quien tanto debo, pase necesidades. Me da por
|
|
ahí... llámelo usted debilidad ó como quiera (dándole un tercer billete
|
|
con gallardía generosa, sin mirar la mano que lo daba). Mientras yo gane
|
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un real, no consiento que el padre de mi pobre Luisa vista
|
|
indecorosamente, ni que mi hijo ande desabrigado.
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|
|
--Gracias, Víctor, gracias (entre conmovida y recelosa).
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--No tiene usted por qué darme las gracias. No hay mérito ninguno en
|
|
cumplir un deber sagrado. Se me ocurre que podría usted tomar hasta dos
|
|
mil reales, porque no serán una ni dos las cosas que se han ido á
|
|
Peñaranda.
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--Rico estás... (con escama de si serían falsos los billetes).
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|
--Rico, no... Ahorrillos. En Valencia se gasta poco. Se encuentra uno
|
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con economías sin notarlo. Y repito que si usted me habla de
|
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agradecimiento, me incomodo. Yo soy así. ¡He variado tanto! Nadie sabe
|
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la pena que siento al recordar los malos ratos que he dado á ustedes, y
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|
sobre todo á mi pobre Luisa (con emoción falsa ó verdadera, pero tan
|
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bien expresada, que á doña Pura se le humedecieron los ojos). ¡Pobre
|
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alma mía! ¡Que no pueda yo reparar los agravios que aquella santa
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recibió de mí! ¡Que no pueda yo resucitarla para que vea mi corazón
|
|
mudado, aunque luego nos muriéramos los dos! (Dando un gran suspiro.)
|
|
Cuando la muerte se interpone entro la culpa y el arrepentimiento, no
|
|
tiene uno ni el amargo consuelo de pedir perdón á quien ha ofendido.
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|
--¡Cómo ha de ser! No pienses ahora en cosas tristes. ¿Quieres otra
|
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toalla? Aguarda. Y si necesitas agua caliente, te la traeré volando.
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|
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|
--No; nada de molestarse por mí. Pronto despacho, y en seguida iré á
|
|
traer mi equipaje.
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--Pues si se te ocurre algo, llamas... La campanilla no hay quien la
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haga sonar. Te asomas á la puerta y me das una voz.
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Aquel hombre, que sabía desplegar tan variados recursos de palabra y de
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ingenio cuando se proponía mortificar á alguien, ya con feroz sarcasmo,
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ya hiriendo con delicada crueldad las fibras más irritables del corazón,
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entendía maravillosamente el arte de agradar, cuando entraba en sus
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miras. Á doña Pura no la cogían de nuevas las demostraciones insinuantes
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de su yerno; pero esta vez, sea porque fuesen acompañadas de la donación
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en metálico, sea porque Víctor extremara sus zalamerías, la pobre señora
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le tuvo por moralmente reformado ó en camino de ello siquiera. Corridas
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algunas horas, no pudo la _Miau_ ocultar á su cónyuge que tenía dinero,
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pues el disimular las riquezas era cosa enteramente incompatible con el
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carácter y los hábitos de doña Pura. Interrogóla Villaamil sobre la
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procedencia de aquellos que modestamente llamaba _recursos_, y ella
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confesó que se los había dado Víctor, por lo cual se puso D. Ramón muy
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sobresaltado, y empezó á mover la mandíbula con saña, soltando de su
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feroz boca algunos vocablos que asustarían á quien no le conociera.
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--¡Pero qué simple eres!... Si no me ha dado más que una miseria. ¿Pues
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qué querías tú, que le mantenga yo el pico? Bonitos estamos para eso. Le
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he acusado las cuarenta... clarito, clarito. Si se empeña en estar aquí,
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que contribuya á los gastos de la casa. ¡Bah! ¡qué cosas dices! Que ha
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defraudado al Tesoro. Falta probarlo... serán cavilaciones tuyas. ¡Vaya
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usted á saber! Y en último caso, ¿es eso motivo para que viva á costa
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nuestra?
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Villaamil calló. Tiempo hacía que estaba resignado á que su señora
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llevase los pantalones. Era ya achaque antiguo que cuando Pura alzaba el
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gallo, bajase él la cabeza fiando al silencio la armonía matrimonial.
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Recomendáronle, cuando se casó, este sistema, que cuadraba
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admirablemente á su condición bondadosa y pacífica. Por la tarde volvió
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doña Pura á la carga, diciéndole: «Con este poco de barro hemos de tapar
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algunos agujeros. Ve pensando en hacerte ropa. Es imposible que consiga
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nada el que se presenta en los Ministerios hecho un mendigo, los tacones
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torcidos, el sombrero del año del hambre, y el gabán con grasa y flecos.
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Desengáñate: á los que van así nadie les hace caso, y lo más á que
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pueden aspirar es á una plaza en San Bernardino. Y como ahora te han de
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colocar, también necesitas ropa para presentarte en la oficina.
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--Mujer, no me marees... No sabes el daño que me haces con esa confianza
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de que no participo; al contrario, yo nada espero.
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--Pues sea lo que sea; si te colocan, porque sí, y si no, porque no,
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necesitas ropa. El traje es casi casi la persona, y si no te presentas
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como Dios manda, te mirarán con desprecio, y eres hombre perdido. Hoy
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mismo llamo al sastre para que te haga un gabán. Y el gabán nuevo pide
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sombrero, y el sombrero botas.
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Villaamil se asustó de tanto lujo; pero cuando Pura adoptaba el énfasis
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gubernamental, no había medio de contradecirla. Ni se le ocultaba lo
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bien fundado de aquellas razones, y el valor social y político de las
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prendas de vestir; y harto sabía que los pretendientes bien trajeados
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llevan ya ganada la mitad de la partida. Vino, pues, el sastre llamado
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con urgencia, y Villaamil se dejó tomar las medidas, taciturno y fosco,
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como si más que de gabán fuesen medidas de mortaja.
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Con la entrada del sastre, tuvieron Paca y su marido comidilla para todo
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el resto del día y parte de la noche.--¿No sabes, Mendizábal? Ha entrado
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también un sombrero nuevo. Desde que estamos en esta casa, y va para
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quince años, no he visto entrar más chisteras nuevas que la de hoy y la
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que estrenó D. Basilio Andrés de la Caña, el que vivió en el tercero, á
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los pocos días de venir Alfonso. ¿Será que va á haber revolución?
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--No me extrañaría--dijo Mendizábal,--porque ese Cánovas ha perdido los
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papeles. El periódico dice que hay crisis.
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--Debe de haberla, y será que van á subir los de D. Ramón. Tú, ¿quiénes
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son los del señor Villaamil?
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--Los del Sr. Villaamil son las ánimas benditas... (echándose á reir).
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¿Conque cobertera nueva y ropa maja? Pues mira, mujer, en vista de ese
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lujo... asiático, voy á subir ahorita mismo con los recibos atrasados,
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por si pagan todo ó parte de lo que deben. Á esta gente es menester
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acecharla, para cogerla en el momento económico, ¿me entiendes?, en el
|
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ínterin, como quien dice, de tener dinero, que es ni visto ni oído.
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Miraba el memorialista á su perro, el cual parecía decirle con su
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expresiva geta: «Arriba, mi amo, y no se descuide, que ahora tienen
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guita. Vengo de allí y están como unas pascuas. Por más señas, que han
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traído un salchichón italiano, gordo como mi cabeza, y que huele á
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gloria divina».
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Subió, pues, Mendizábal, precedido del can. Casi siempre, cuando el
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portero se aparecía con aquellos fatídicos papeles en la mano, Villaamil
|
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temblaba sintiendo herida su dignidad en lo más vivo, y á doña Pura se
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le ponía la boca amarga, los labios descoloridos y el corazón rebosando
|
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congoja y despecho. Ambos, cada cual en la forma propia de su
|
|
temperamento, alegaban razones mil para convencer á Mendizábal de lo
|
|
bueno que sería esperar al mes siguiente. Por dicha suya, el hombre
|
|
_gorilla_, aquel monstruo cuyas enormes manos tocarían el suelo á poco
|
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que la cintura se doblase; aquel tipo de transición zoológica en cuyo
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cráneo parecían verse demostradas las audaces hipótesis de Darwin, no
|
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ejercía con malos modos los poderes conferidos por el casero. Era, en
|
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suma, Mendizábal, con su fealdad digna de la vitrina de cualquier museo
|
|
antropológico, hombre benévolo, indulgente, compasivo, que se hacía
|
|
cargo de las cosas. Sentía lástima de la familia y verdadero afecto
|
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hacia Villaamil. No apremiaba sino en términos comedidos y amistosos, y
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|
al rendir cuentas al casero echaba por aquella boca horrenda, rascándose
|
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la oreja corta y chata, frases de intercesión misericordiosa en pro del
|
|
inquilino atrasado _por mor_ de la cesantía. Y gracias á esto, el
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propietario, que no era de los más déspotas, aguardaba con triste y
|
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filosófica resignación.
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|
Cuando Villaamil y doña Pura no estaban en disposición de pagar, añadían
|
|
á sus excusas algún oficioso párrafo con el memorialista, lisonjeándole
|
|
y cayéndose del lado de sus aficiones. Decíale Villaamil: «¡Pero cuánto
|
|
ha visto usted en este mundo, amigo Mendizábal, y qué de cosas habrá
|
|
presenciado tan trágicas, tan interesantes, tan...!» Y el _gorilla_,
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abarquillando los recibos, contestaba: «La historia de España no se ha
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escrito todavía, amigo D. Ramón. Si yo plumeara mis memorias, vería
|
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usted...» Doña Pura extremaba aún más la adulación: «El mundo anda
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perdido. Mendizábal está en lo cierto: mientras haya libertad de cultos
|
|
y eso que llaman el racionalismo...!» Total, que el portero se guardaba
|
|
los recibos, y á la señora se le alegraban las pajarillas. Ya teníamos
|
|
otro mes de respiro.
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Pero aquel día en que, por merced de la Providencia, les era dado pagar
|
|
dos meses de los tres vencidos, ambos esposos rectificaron con cierta
|
|
arrogancia aquel criterio de asentimiento. Villaamil habló con discreta
|
|
autoridad de los ideales modernos, y doña Para, al verle embolsar los
|
|
billetes, dijo: «Pero venga acá, Mendizábal, ¿para que tiene esas ideas?
|
|
¿Y usted cree de buena fe que va á venir aquí D. Carlos con la
|
|
Inquisición y todas esas barbaridades? Vamos, que es preciso estar
|
|
(apuntando á la sien) de la jícara para creer eso...»
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|
Mendizábal les contestó con frases truncadas, mal aprendidas del
|
|
periódico que solía leer, y se alejó refunfuñando. Contraste increíble:
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se iba de mal humor siempre que llevaba dinero.
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|
XIII
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Antes de proseguir, evoquemos la doliente imagen de Luisa Villaamil,
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muerta aunque no olvidada, en los días de esta humana crónica. Pero
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retrocediendo algunos años, la cogeremos viva. Vámonos, pues, al 68, que
|
|
marca el mayor trastorno político de España en el siglo presente, y
|
|
señaló además graves sucesos en los azarosos anales de la familia
|
|
Villaamil.
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Contaba Luisa cuatro años más que su hermana Abelarda, y era algo menos
|
|
insignificante que ella. Ninguna de las dos se podía llamar bonita; pero
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|
la mayor tenía en su mirada algo de _ángel_, un poco más de gracia, la
|
|
boca más fresca, el cuello y hombros más llenos, y por fin, la
|
|
aventajaba ligeramente en la voz, acento y manera de expresarse. Las
|
|
escasas seducciones de entrambas no las realzaba una selecta educación.
|
|
Se habían instruído en tres ó cuatro provincias distintas, cambiando de
|
|
colegio á cada triquitraque, y sus conocimientos, aun en lo elemental,
|
|
eran imperfectísimos. Luisa llegó á saber un francés macarrónico que
|
|
apenas le consentía interpretar, sobando mucho el Diccionario, la primer
|
|
página del _Telémaco_, y Abelarda llegó a farfullar dos ó tres polcas,
|
|
martirizando las teclas del piano. De cuatro niñas y un varón, frutos
|
|
del vientre de doña Pura, sólo se lograron aquellas dos; las demás crías
|
|
perecieron á poco de nacer. Á principios de 1868, desempeñaba Villaamil
|
|
el cargo de Jefe Económico en una capital de provincia de tercera clase,
|
|
ciudad arqueológica, de corto y no muy brillante vecindario, famosa por
|
|
su catedral, y por la abundante cosecha de desportillados pucheros é
|
|
informes pedruscos romanos que al primer azadonazo salían del terruño.
|
|
En aquel _pueblo de pesca_ pasó la familia de Villaamil la temporada
|
|
triunfal de su vida, porque allí doña Pura y su hermana daban el tono á
|
|
las costumbres elegantes y hacían lucidísimo papel, figurando en primera
|
|
línea en el escalafón social. Cayó entonces en la oficina de Villaamil
|
|
un empleadillo joven y guapo, de la clase de aspirantes con cinco mil
|
|
reales, engendro reciente del caciquismo. Cómo fué á parar allí Víctor
|
|
Cadalso, es cosa que no nos importa saber. Era andaluz, había estudiado
|
|
parte de la carrera en Granada, se vino á Madrid sin blanca, y aquí,
|
|
después de mil alternativas, encontró un padrinazgo de momio, que lo
|
|
lanzó de un manotazo á la vida burocrática, como se puede lanzar una
|
|
pelota. Á poco de entrar en las oficinas de aquella provincia, hízose
|
|
muy de notar, y como tenía atractivos personales, lenguaje vivo y
|
|
gracioso, buenas trazas para vestirse y desenvueltos modales, no tardó
|
|
en obtener la simpatía y agasajo de la familia del jefe, en cuya sala
|
|
(no hay manera de decir _salones_), bastante concurrida los domingos y
|
|
fiestas de guardar, fué desde la primera noche astro refulgente. Nadie
|
|
le igualaba en el donaire, generalmente equívoco, de la conversación, en
|
|
improvisar pasatiempos ingeniosos, en dar sesiones de magnetismo,
|
|
prestidigitación ó nigromancia casera. Recitaba versos imitando á los
|
|
actores más célebres, bailaba bien, contaba todos los cuentos de
|
|
Manolito Gázquez, y sabía, como nadie, entretener á las señoras y
|
|
embobar á las niñas. Era el _lión_ de la ciudad, el número uno de los
|
|
chicos elegantes, espejo de todos en finura, garbo y ropa. La alta
|
|
sociedad se reunía alternativamente en la casa de Villaamil, en la del
|
|
Brigadier gobernador militar, cuya esposa era una jamona de muchas
|
|
campanillas, en la de cierto personaje, que era el cacique, agente
|
|
electoral y déspota de la comarca; pero la casa en que había más
|
|
refinamientos sociales era la de Villaamil, y las señoras de Villaamil
|
|
las más encumbradas y vanagloriosas. La esposa del cacique tenía hijas
|
|
casaderas, la Brigadiera no las tenía de ninguna edad, el Gobernador era
|
|
célibe; de modo que las del Jefe Económico, las _cacicas_, la
|
|
Gobernadora militar y la Alcaldesa, boticaria por añadidura, componían
|
|
todo el mujerío distinguido de la localidad. Eran las dueñas del cotarro
|
|
elegante, las que recibían incienso de aquella espiritada juventud
|
|
masculina, con _chaquet_ y hongo, las que asombraban al pueblo
|
|
presentándose en los Toros (dos veces al año) con mantilla blanca, las
|
|
que pedían para los pobres en la catedral el Jueves Santo, las que
|
|
visitaban al Obispo, las que daban el tono y recibían constantemente el
|
|
homenaje tácito de la imitación. En aquellos tiempos le quedaban aún á
|
|
Milagros algunos vestigios de su hermosa voz, mucha afinación y todo el
|
|
compás. Todavía, haciéndose muy de rogar, casi casi á la fuerza, se
|
|
acercaba al piano, y soltando las rebañaduras de su arte, les largaba
|
|
allí un par de cavatinas que hacían furor. Los palmoteos se oían desde
|
|
la cercana plaza de la Constitución, y las alabanzas duraban toda la
|
|
noche, amenizando el baile y los juegos de prendas.
|
|
|
|
Ornamento de esta sociedad fué, desde que en ella se introdujo, Víctor
|
|
Cadalso, artista social digno de teatro mejor, y no con las facultades
|
|
marchitas como las de Milagros, sino en la plenitud de su poder y
|
|
lozanía. Por esto sucedió lo que debía suceder, que Luisa se prendó del
|
|
aspirante repentina y locamente, desde la primera noche que se vieron,
|
|
con ese amor explosivo en que los corazones parece que están llenos de
|
|
pólvora cuando los traspasa la inflamada flecha. Esto suele ocurrir en
|
|
las clases populares y en las sociedades primitivas, y pasa también
|
|
alguna vez en el seno del vulgo infatuado y sin malicia, cuando cae en
|
|
él, como rayo enviado del cielo, un ser revestido de apariencias de
|
|
superioridad. La pasión súbita de Luisa Villaamil fué tan semejante á la
|
|
de Julieta, que al día siguiente de hablarle por primera vez, no habría
|
|
vacilado en huir con Víctor de la casa paterna, si él se lo hubiera
|
|
propuesto. Siguieron al flechazo unos amoríos furibundos. Luisa perdió
|
|
el sueño y el apetito. Había carteo dos ó tres veces al día y telégrafos
|
|
á todas horas. Por la noche espiaban la coyuntura de verse á solas,
|
|
aunque fuese breves momentos. La enamorada chica contaba sus tristezas y
|
|
sus alegrones á la luna, á las estrellas, al gato, al jilguero, á Dios y
|
|
á la Virgen. Hallábase dispuesta, si la ley de su amor se lo exigía, á
|
|
cualquier género de heroicidad, al martirio. Doña Pura no tardó en
|
|
contrariar aquellos amores, porque soñaba con el ayudante del Brigadier
|
|
para yerno; y Villaamil, que empezó á columbrar en el carácter de Víctor
|
|
algo que no le agradaba, hubo de gestionar con el cacique para que le
|
|
trasladasen á otra provincia. Los amantes, guiados por la perspicacia
|
|
defensiva que el amor, como todo gran sentimiento, lleva en sí,
|
|
olfatearon el peligro, y ante el enemigo se juraron fidelidad eterna,
|
|
resolviendo ser dos en uno, y antes morir que separarse, con todo lo
|
|
demás que en estos apretados lances se acostumbra. El delirio les
|
|
extraviaba, y la oposición les precipitó á estrechar de tal modo sus
|
|
lazos, que nadie fuera poderoso á desatarlos. En resolución, que el amor
|
|
se salió con la suya, como suele. Trinaron los señores de Villaamil;
|
|
pero, pensándolo bien, ¿qué remedio quedaba más que arreglar aquel
|
|
desavío como se pudiese?
|
|
|
|
Luisa era toda sensibilidad, afecto y mimo; un ser desequilibrado,
|
|
incapaz de apreciar con sentido real las cosas de la vida. Vibraban en
|
|
ella el dolor y la alegría con morbosa intensidad. Tenía á Víctor por el
|
|
más cabal de los hombres, se extasiaba en su guapeza y era completamente
|
|
ciega para ver las jorobas de su carácter. Los seres y las acciones eran
|
|
como hechuras de su propia imaginación, y de aquí su fama de escaso
|
|
mundo y discernimiento. Fue padrino del bodorrio el cacique, y su regalo
|
|
sacarle á Víctor una credencial de ocho mil, lo que agradecieron mucho
|
|
D. Ramón y su mujer, pues una vez incorporado Cadalso á la familia, no
|
|
había más remedio que empujarle y hacer de él un hombre. Á poco estalló
|
|
la Revolución, y Villaamil, por deber aquel destino á un íntimo de
|
|
González Brabo, quedó cesante. Víctor tuvo aldabas y atrapó un ascenso
|
|
en Madrid. Toda la familia se vino por acá, y entonces empezaron de
|
|
nuevo las escaseces, porque Pura había tenido siempre el arte de no
|
|
ahorrar un céntimo, y una gracia especial para que la paga de primero de
|
|
mes hallase la bolsa más limpia que una patena.
|
|
|
|
Volviendo á Luisa, sépase que, comido el pan de la boda, seguía
|
|
embelesada con su marido, y que éste no era un modelo. La infeliz niña
|
|
vivía en ascuas, agrandando cavilosamente los motivos de su pena; le
|
|
vigilaba sin descanso, temerosa de que él partiese en dos su cariño ó se
|
|
lo llevase todo entero fuera de casa. Entonces empezaron las
|
|
desavenencias entre suegros y yerno, enconadas por enojosas cuestiones
|
|
de interés. Luisa pasaba las horas devorada por ansias y sobresaltos sin
|
|
fin, espiando á su marido, siguiéndole y contándole los pasos de noche.
|
|
Y el truhán, con aquella labia que Dios le dió, sabía desarmarla con una
|
|
palabrita de miel. Bastaba una sonrisa suya para que la esposa se
|
|
creyese feliz, y un monosílabo adusto para que se tuviera por
|
|
inconsolable. En Marzo del 69 vino al mundo Luisito, quedando la madre
|
|
tan desmejorada y endeble, que desde entonces pudieron, los que
|
|
constantemente la veían, augurar su cercano fin. El niño nació
|
|
raquítico, expresión viva de las ansias y aniquilamiento de su madre.
|
|
Pusiéronle ama, sin ninguna esperanza de que viviera, y estuvo todo el
|
|
primer año si se va ó no se va. Y por cierto que trajo suerte á la
|
|
familia, pues á los seis días de nacido, dieron al abuelo un destino con
|
|
ascenso, en Madrid, y de este modo pudo doña Pura bandearse en aquel
|
|
golfo de trampas, imprevisión y despilfarro. Víctor se enmendó algo.
|
|
Cuando ya su mujer no tenía remedio, mostróse con ella cariñoso y
|
|
solícito. Padecía la infeliz accesos de angustiosa tristeza ó de alegría
|
|
febril, cuyo término era siempre un ataque de hemoptisis. En el último
|
|
período de su enfermedad, el cariño á su marido se le recrudeció en
|
|
términos que parecía haber perdido la razón, y cuando él no estaba
|
|
presente, llamábale á gritos. Por una de esas perversiones del
|
|
sentimiento que no se explican sin un desorden cerebral, su hijo llegó á
|
|
serle indiferente; trataba á sus padres y á su hermana con esquiva
|
|
sequedad. Toda la atención de su alma era para el ingrato, para él todos
|
|
sus acentos de amor, y sus ojos habían eliminado cuantas hermosuras
|
|
existen en el mundo moral y físico, quedándose tan sólo con las que su
|
|
exaltada pasión fantaseaba en él.
|
|
|
|
Villaamil, que conocía la incorrecta vida de su yerno fuera de casa,
|
|
empezó á tomarle aborrecimiento; Pura, más conciliadora, dejábase
|
|
engatusar por las traidoras palabras de Cadalso, y á condición de que
|
|
éste tratara con piedad y buenos modos á la pobre enferma, se daba por
|
|
satisfecha y perdonaba lo demás. Por fin, la demencia, que no otro
|
|
nombre merece, de la infortunada Luisa tuvo fatal término en una noche
|
|
de San Juan. Murió llorando de gratitud porque su marido la besaba
|
|
ardientemente y le decía palabras amorosas. Aquella mañana había sufrido
|
|
un ataque de perturbación mental más fuerte que los anteriores, y se
|
|
arrojó del lecho pidiendo un cuchillo para matar á Luis. Juraba que no
|
|
era hijo suyo, y que Víctor le había traído á la casa en una cesta,
|
|
debajo de la capa. Fué aquel día de acerbo dolor para toda la familia,
|
|
singularmente para el buen Villaamil que, sin ruidoso duelo exterior,
|
|
mudo y con los ojos casi secos, se desquició y desplomó interiormente,
|
|
quedándose como ruina lamentable, sin esperanza, sin ilusión ninguna de
|
|
la vida; y desde entonces se le secó el cuerpo hasta momificarse, y fué
|
|
tomando su cara aquel aspecto de ferocidad famélica que le asemejaba á
|
|
un tigre anciano é inútil.
|
|
|
|
La necesidad de un sueldo que permitiese economías, le lanzó á colocarse
|
|
en Ultramar. Fué con un regular destino, de los que proporcionan buenas
|
|
obvenciones, y regresó á los dos años con algunos ahorros, que se
|
|
deshicieron pronto como granos de sal en la mar sin fondo de la
|
|
administración de doña Pura. Emprendió segundo viaje con mejor empleo;
|
|
pero tuvo no sé qué cuestiones con el Intendente, y volvió para acá en
|
|
los aciagos días de los cantonales. El Gobierno presidido por Serrano
|
|
después del 3 de Enero del 74 le mandó á Filipinas, donde se las
|
|
prometía muy felices; pero una cruel disentería le obligó á embarcarse
|
|
para España sin ahorros, y con el propósito firme de desempeñar la
|
|
portería de un Ministerio antes que pasar otra vez el charco. No le fué
|
|
difícil volver á Hacienda, y vivió tres años tranquilo, con poco sueldo,
|
|
siendo respetado por la Restauración, hasta que en hora fatídica le
|
|
atizaron un _cese_ como una casa. Y el tremendo anatema cayó sobre él
|
|
cuando sólo le faltaban dos meses para jubilarse con los cuatro quintos
|
|
del sueldo regulador, que era el de Jefe de Administración de tercera.
|
|
Acudió al Ministro, llamó á distintas puertas; todas las intercesiones
|
|
fueron solicitadas sin éxito. Poco á poco sucedió á la molesta escasez
|
|
la indigencia descarnada y aterradora; los recursos se concluían, y se
|
|
agotaron también los medios extraordinarios y arbitristas de sostener á
|
|
la familia.
|
|
|
|
Llegó por último la etapa dolorosísima para un hombre delicado como
|
|
Villaamil, de tener que llamar á la puerta de la amistad implorando
|
|
socorro ó anticipo. Había él prestado en mejor tiempo servicios de tal
|
|
naturaleza á algunos que se los agradecieron y á otros que no. ¿Por qué
|
|
no había de apelar al mismo sistema? Sobre todo, no podía discutirse si
|
|
estas postulaciones eran ó no decorosas. El que se quema no se pone á
|
|
considerar si es conveniente ó no sacudir los dedos. El decoro era ya
|
|
nombre vano, como la inscripción impresa en la etiqueta de una botella
|
|
vacía. Poco á poco se gasta la vergüenza, como se gasta el diente de una
|
|
lima, y las mejillas pierden la costumbre de colorearse. El desgraciado
|
|
cesante llegó á adquirir maestría terrible en el arte de escribir cartas
|
|
invocando á la amistad. Las redactaba con amplificaciones patéticas, y
|
|
en un estilo que parecía oficial, algo parecido á los preámbulos de las
|
|
leyes en que se anuncia al país aumento de contribución, verbigracia:
|
|
«Es muy sensible para el Gobierno tener que pedir nuevos sacrificios al
|
|
contribuyente...» Tal era el patrón, aunque el texto fuera otro.
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
XIV
|
|
|
|
|
|
Para completar las noticias biográficas de Víctor, importa añadir que
|
|
tenía una hermana llamada Quintina, esposa de un tal Ildefonso Cabrera,
|
|
empleado en el ferrocarril del Norte, buenas personas ambos, aunque algo
|
|
extravagantes. Faltándoles hijos, Quintina deseaba que su hermano le
|
|
encomendase la crianza de Luis, y quizás lo habría conseguido sin las
|
|
desavenencias graves que surgieron entre Víctor y su hermano político,
|
|
por cuestiones relacionadas con la mezquina herencia de los hermanos
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Cadalso. Tratábase de una casa ruinosa y sin techo en el peor arrabal de
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Vélez-Málaga, y sobre si el tal edificio correspondía á Quintina ó á
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Víctor, hubo ruidosísimas querellas. La cosa era clara, según Cabrera,
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y para probar su diafanidad, no inferior á la del agua, puso el asunto
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en manos de la curia, la cual, en poco tiempo, formó sobre él un mediano
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monte de papel sellado. Todo para demostrar que Víctor era un pillo, que
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se había adjudicado indebidamente la valiosa finca, vendiéndola y
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guardándose su importe. El otro lo echaba á broma, diciendo que el
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producto de su fraude no le había alcanzado para un par de botas. Á lo
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que respondía Ildefonso que no era por el huevo, sino por el fuero; que
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no le incomodaba la pérdida material, sino la frescura de su cuñado; y
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por esta y otras razones le llegó á cobrar odio tan profundo, que
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Quintina temblaba por Víctor cuando éste iba á la casa. Cabrera tenía el
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genio tan atropellado, que un día por poco descarga sobre Víctor los
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seis tiros de su revólver. La hermana de Cadalso deseaba que el pleito
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se transigiera y concluyesen aquellas enojosas cuestiones; y cuando su
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hermano fué á verla, á los pocos días de llegar de Valencia
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(aprovechando la ocasión en que la fiera de Ildefonso recorría el trozo
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de línea de que era inspector), le propuso esto: «Mira, si me das á tu
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Luis, yo te prometo desarmar á mi marido, que desea tanto como yo tener
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al niño en casa». Trato inaceptable para Víctor, que aunque hombre de
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entrañas duras, no osaba arrancar al chiquillo del poder y amparo de sus
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abuelos. Quintina, firme en su pretensión, argumentaba: «¿Pero no ves
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que esa gente te lo va á criar muy mal? Lo de menos serían los resabios
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que ha de adquirir; pero es que le hacen pasar hambres al ángel de Dios.
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Ellas no saben cuidar criaturas ni en su vida las han visto más gordas.
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No saben más que suponer y pintar la mona; ni se ocupan más que de si
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tal artista cantó ó no cantó como Dios manda, y su casa parece un
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herradero».
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Aunque se trataban las _Miaus_ y Quintina, no se podían ver ni en
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pintura, porque la de Cadalso, que era una buena mujer (con lo cual
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dicho se está que no se parecía á su hermano), tenía el defecto de ser
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excesivamente curiosa, refistolera, entrometida, olfateadora. Al visitar
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á las Villaamil, no entraba en la sala, sino que se iba de rondón al
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comedor, y más de una vez hubo de colarse en la cocina y destapar los
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pucheros para ver lo que en ellos se guisaba. Á Milagros, con esto, se
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la llevaban los demonios. Todo lo preguntaba Quintina, todo lo quería
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averiguar y en todo meter sus ávidas narices. Daba consejos que no le
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pedían, inspeccionaba la costura de Abelarda, hacía preguntas capciosas,
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y en medio de su cháchara impertinente, se dejaba caer con alguna
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reticencia burlona, como quien no dice nada.
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Á Cadalsito le quería con pasión. Nunca se iba de casa sin verle, y
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siempre le llevaba algún regalillo, juguete ó prenda de vestir. Á
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veces, se plantaba en la escuela y mareaba al maestro preguntándole por
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los adelantos del rapaz, á quien solía decir: «No estudies, corazón, que
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lo que quieren es secarte los sesitos. No hagas caso; tiempo tienes de
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echar talento. Ahora come, come mucho, engorda y juega, corre y
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diviértete todo lo que te pida el cuerpo». En cierta ocasión, observando
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á las _Miaus_ bastante tronadas, les propuso que le dieran el chico;
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pero doña Pura se indignó tanto de la propuesta, que Quintina no hubo de
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plantearla más sino en broma. Al bajar de la visita, echaba siempre una
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parrafada con los memorialistas á fin de sonsacarles mil menudencias
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sobre los del cuarto segundo; si pagaban ó no la casa, si debían mucho
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en la tienda (aunque este conocimiento lo solía beber en más limpias
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fuentes), si volvían tarde del teatro, si la _sosa_ se casaba al fin con
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el _gilí_ de Ponce, si había entrado el zapatero con calzado nuevo... En
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fin, que era una moscona insufrible, un fiscal pegajoso y un espía
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siempre alerta.
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Eran sus costumbres absolutamente distintas de las de sus víctimas. No
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frecuentaba el teatro, vivía con orden admirable, y su casa de la calle
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de los Reyes era lo que se dice una tacita de plata. Físicamente, valía
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Quintina menos que su hermano, que se llevó toda la guapeza de la
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familia; era graciosa, mas no bella; bizcaba de un ojo, y la boca pecaba
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de grande y deslucida, aunque la adornase perfecta dentadura. Vivía el
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matrimonio Cabrera pacíficamente y con desahogo, pues además del sueldo
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de inspector, disfrutaba Ildefonso las ganancias de un tráfico hasta
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cierto punto clandestino, que consistía en traer de Francia objetos para
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el culto y venderlos en Madrid á los curas de los pueblos vecinos y aun
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al clero de la Corte. Todo ello era género barato, de cargazón, producto
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de la industria moderna que no pierde ripio, y sabe explotar la penuria
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de la Iglesia en los difíciles tiempos actuales. Cabrera tenía sus
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socios en Hendaya y entendíase con ellos, llevándoles telas,
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cornucopias, plata de ley, algún cuadro y otras antiguallas substraídas
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á las fábricas de los templos de Castilla, un día opulentos y hoy
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pobrísimos. El toque de este comercio estaba, según indicaciones
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maliciosas, en que al ir y venir pasaban las mercancías la frontera
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francas de derechos; pero esto no se ha comprobado. De ordinario, la
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quincalla eclesiástica que Cabrera introducía (objetos de latón dorado,
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todo falso, frágil, pobre y de mal gusto) era tan barata en los centros
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de producción y se vendía tan bien aquí, que soportaba sin dificultad el
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sobreprecio arancelario. En otras épocas, cuando empezaba este negocio,
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solía Quintina introducirse en la sacristía de cualquier parroquia con
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un bulto bajo el mantón, como quien va á pasar matute, y susurrar al
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oído del ecónomo: «¿Quieren ustedes ver un cáliz que da la hora? Y se
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pasmarán los señores del precio. La mitad que el género Meneses...» Pero
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en breve la señora renunció al papel de chalana, y recibió en su casa á
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los clérigos de Madrid y pueblos inmediatos. Últimamente importaba
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Cabrera enormes partidas de estampitas para premios ó primera comunión,
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grandes cromos de los dos Sagrados Corazones, y por fin, agrandando y
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extendiendo el negocio, trajo surtidos de imágenes vulgarísimas, los San
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Josés por gruesas, los niños Jesús y las Dolorosas á granel y en
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variados tamaños, todo al estilo devoto francés, muy relamido y
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charolado, doraditas las telas á la bizantina, y las caras con chapas de
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rosicler, como si en el cielo se usara ponerse colorete. No sé si
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consistía en el trato familiar con las cosas santas ó en una disposición
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de carácter el que Quintina fuera radicalmente escéptica. Lo cierto es
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que cumplía yendo á misa de Pascuas á Ramos y rezando un poco, por añeja
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rutina, al acostarse. Y nada de hociqueos con sacerdotes, como no fuera
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para encajarles el _artículo_ ó sonsacarles alguna casulla vieja de
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brocado, hecha un puro jirón.
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Cadalsito iba de tiempo en tiempo á casa de la de Cabrera y se
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embelesaba contemplando las estampas. Cierto día vió un Padre Eterno, de
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luenga y blanca barba, en la mano un mundo azul, imagen que le
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impresionó mucho. ¿Se derivaba de esto el fenómeno extrañísimo de sus
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visiones? Nadie lo sabe; nadie quizás lo sabrá nunca. Pero, á lo mejor,
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prohibióle su abuela volver á la casa aquella repleta de santos,
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diciéndole: «Quintina es una picarona que te nos quiere robar para
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venderte á los franceses». Cadalsito cogió miedo, y no volvió á parecer
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por la calle de los Reyes.
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Tampoco Villaamil tragaba á Ildefonso, que era atrozmente sincero en la
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emisión de sus opiniones, desconsiderado y á veces groserote. En otro
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tiempo iban á la misma tertulia de café; pero desde que Cabrera dijo que
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el planteamiento del _income tax_ en España era un desatino, y que tal
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cosa no se le ocurría á nadie que tuviera sesos, Villaamil le tomó
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ojeriza. Se encontraban... saludo al canto, y hasta otra. Doña Pura
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reservaba para Cabrera motivos de odio más graves que aquel criterio
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despiadado sobre el _income tax_. En jamás de los jamases les había
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obsequiado aquel _tío_ con billetes á mitad de precio para una
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excursioncita veraniega. Víctor hablaba perrerías de su cuñado,
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vengándose de los malos ratos que el otro le hacía pasar con exhortos,
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notificaciones y comparecencias. Para Víctor era de rúbrica que Cabrera
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burlaba el rigor de la Aduana en sus traídas de material eclesiástico y
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exportaciones de guiñapos artísticos. Y no sólo robaba al Estado, sino á
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la empresa, porque en los comienzos del negocio confiaba sus paquetes á
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los conductores, y después, cuando aquéllos se trocaron en voluminosas
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cajas y no quiso exponerse á un réspice de los jefes, facturaba, sí,
|
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pero aplicando á sus mercancías de lujo la tarifa de _envases de
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retorno_ ó maderas de construcción. En sus declaraciones de Aduanas
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había cosas muy chuscas. «¿Cómo creen ustedes que declaró una caja llena
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de San Josés?--decía Víctor.--Pues la declaró _piedras de chispa_». Como
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él hacía favores á los vistas, éstos le pasaban aquellos manifiestos
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incongruentes; y los incensarios de bronce, ¿qué eran?... _ferretería
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ordinaria_; ¿y los ternos de tela barata?... _paraguas sin armar y
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corsés en bruto_.
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XV
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En los días subsiguientes, Pura saldó algunas cuentas de las que más la
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agobiaban; trajo á casa diversas prendas de ropa de las más
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indispensables, y en la mesa restableció el trato de los días felices.
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La _pudorosa Ofelia_ se pasaba las horas muertas en la cocina, pues
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insensiblemente iba tomando afición al arte de Vatel, tan distinto
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¡María Santísima! del de Rossini, y sentía verdadero goce espiritual en
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perfeccionarse en él, lanzándose á inventar ó componer algún plato.
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Cuando había provisiones, ó, si se quiere, asunto artístico, la
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inspiración se encendía en ella, y trabajaba con ahinco, entonando á
|
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media voz por añeja costumbre y con afinación perfecta, algún tiernísimo
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fragmento, como el _moriamo insieme, ah! sí, moriamo_...
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Todas las noches que las _Miaus_ no iban á la ópera, la sala llenábase
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de gente. _Aliquando_, la espléndida doña Pura obsequiaba á los actores
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con dulces y pastas, lo que hacía creer á la tertulia que Villaamil
|
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estaba ya colocado ó al menos con un pie dentro de la oficina. La
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|
combinación, sin embargo, no acababa de salir, porque el Ministro, harto
|
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de recomendaciones y compromisos, no se resolvía á darle la última mano.
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Crecía, pues, en la familia la incertidumbre y Villaamil hundíase más y
|
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más en su estudiado pesimismo, llegando al extremo de decir: «Antes
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veremos salir el sol por Occidente que á mí entrar en la oficina».
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Desde el segundo día de su llegada, Víctor no se recataba de nadie.
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Entraba y salía con libertad; pasaba á la sala á las horas de tertulia,
|
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pero sin echar raíces en ella, porque tal sociedad le era atrozmente
|
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antipática. Desarmada Pura por la generosidad de su hijo político, se
|
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compadeció de verle dormir en el duro sofá del comedor, y por fin
|
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convinieron las tres _Miaus_ en ponerle en la habitación de Abelarda,
|
|
previa la traslación de ésta á la de su tía Milagros, que era la de
|
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Luisito. La _pudorosa Ofelia_ se fué á dormir á la alcoba de su hermana,
|
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en angostísimo catre. Á D. Ramón no le supieron bien estos arreglos,
|
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porque lo que él desearía era ver salir á su yerno á cajas destempladas.
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En la Dirección de Contribuciones, su amigo Pantoja le había dicho que
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Víctor pretendía el ascenso, y que tenía un expediente cuya resolución
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podía serlo funesta si algún padrino no arrimaba el hombro. Era cosa de
|
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la Administración de Consumos, ó irregularidades descubiertas en la
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cuenta corriente que Cadalso llevaba con los pueblos de la provincia.
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Parecía que en la relación de apremios no figuraban algunos pueblos de
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los más alcanzados, y se creía que Cadalso obraba en connivencia con los
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alcaldes morosos. También dijeron á Villaamil que el reparto de
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consumos, propuesto en el último semestre por Víctor, estaba hecho de
|
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tal modo que _saltaba á la vista_ el chanchullo y que el jefe no había
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querido aprobarlo.
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De estas cosas no habló Villaamil ni una palabra con su yerno. En la
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mesa, el primero estaba siempre taciturno y Cadalso muy decidor, sin
|
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conseguir interesar vivamente en lo que decía á ninguno de la familia.
|
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Con Abelarda echaba largos parlamentos, si por acaso se encontraban
|
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solos ó en el acto interesante de acostar á Luis. Gustaba el padre de
|
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observar el desarrollo del niño y vigilar su endeble salud, y una de las
|
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cosas en que principalmente ponía cuidado era en que le abrigaran bien
|
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por las noches y en vestirle con decencia. Mandó que se le hiciera
|
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ropa, lo compró una capita muy mona y traje completo azul con medias del
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mismo color. Cadalsito, que era algo presumido, no podía menos de
|
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agradecer á su papá que le pusiera tan majo. Pero en lo tocante a ropa
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nueva, nada es comparable al lujo que desplegó en su persona el mismo
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Víctor al poco tiempo de llegar á Madrid. Cada día traíale el sastre una
|
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prenda flamante, y no era ciertamente su sastre como el de Villaamil, un
|
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_artista_ de poco más ó menos, casi de portal, sino de los más afamados
|
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de Madrid. ¡Y que no lucía poco la gallarda figura de Víctor con aquel
|
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vestir correcto y airoso, no exento de severidad, que es el punto y filo
|
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de la verdadera elegancia, sin cortes ni colores llamativos! Abelarda le
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observaba con disimulo, solapadamente, admirando y reconociendo en él al
|
|
mismo hombre excepcional que algunos años antes le sorbió el seso á su
|
|
desgraciada hermana, y sentía en su alma depósito inmenso de indulgencia
|
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hacia el joven tan vivamente denigrado por toda la familia. Aquel
|
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depósito parecía pequeño mientras no se veía de él sino la mal explorada
|
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superficie; pero luego, cavando, cavando, se veía que era inagotable,
|
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quizás infinito, como grande y riquísima cantera. ¡Y qué vetas purpúreas
|
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se encontraban en la masa; qué ráfagas brillantes; algo como venas
|
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henchidas de sangre ó como el material de las piedras preciosas
|
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derretido y consolidado por los siglos en el seno de la tierra! La
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indulgencia se le subía del corazón al pensamiento en esta forma: «No,
|
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no puede ser tan malo como dicen. Es que no le comprenden, no le
|
|
comprenden».
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La idea de no ser comprendido la había expresado Víctor muchas veces, no
|
|
sólo en aquella temporada, sino en otra más antigua, dos años antes,
|
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cuando pasó algunos meses con la familia. ¿Cómo habían de comprender las
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|
pobres cursis á un ser de esfera ó casta superior á la de ellas por la
|
|
figura, los modales, las ideas, las aspiraciones y hasta por los
|
|
defectos? Abelarda retrocedía con la imaginación á los tiempos pasados,
|
|
y estudiando sus sentimientos con respecto á Víctor, se reconocía
|
|
poseedora de ellos aun en vida de la pobre Luisa. Cuando todos en la
|
|
casa hablaban pestes de él, Abelarda consolaba á su hermana con
|
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especiosas defensas del pérfido ó volviendo por pasiva sus faltas. «No
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tiene Víctor la culpa de que todas las mujeres le quieran», solía decir.
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Muerta su hermana, Abelarda siguió admirando en silencio al viudo.
|
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Cierto que había dado disgustos y jaquecas sin fin á la difunta; pero
|
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ello consistía en la fatalidad de su buena figura. Sin saber cómo, á
|
|
veces por delicadeza, se veía cogido en lazos amorosos ó en trampas que
|
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le tendían las picaras mujeres. Pero tenía buen fondo; con la edad
|
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sentaría un poco la cabeza, y sólo necesitaba una mujer de corazón y de
|
|
temple que le sujetase, combinando el cariño con la severidad. La
|
|
desdichada Luisa no servía para el caso. ¿Cómo había de practicar este
|
|
difícil régimen una mujer que por cualquier motivo fútil se echaba á
|
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llorar; una mujer que en cierta ocasión cayó con un síncope porque su
|
|
marido, al entrar en casa, traía el lazo de la corbata hecho de manera
|
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muy distinta de como ella se lo hiciera al salir?
|
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En los días de este relato, costábale á la insignificante gran esfuerzo
|
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el disimular la turbación que su cuñado producía en ella al dirigirle la
|
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palabra. Á veces un gozo íntimo y bullicioso, con inflexiones de
|
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travesura, le retozaba en el corazón, como insectillo parásito que
|
|
anidase en él y tuviera crías; á veces era una pena gravativa que la
|
|
agobiaba. En toda ocasión sus respuestas eran vacilantes, desentonadas,
|
|
sin gracia ninguna.
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--¿Pero es de veras que te casas con ese pájaro frito de Ponce?--le dijo
|
|
él una noche, cuando apostaba al pequeño.--Buena boda, hija. ¡Qué
|
|
envidia te tendrán tus amigas! No á todas les cae esa breva.
|
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|
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--Déjame á mí... tonto, mala persona.
|
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|
|
Otra noche, demostrando vivo interés por la familia, Víctor le indicó:
|
|
«Mira, Abelarda, no esperes que coloquen á tu papá. La combinación está
|
|
hecha, pero no se publica todavía. No va en ella. Me lo han dicho
|
|
reservadamente. Ya comprenderás cuánto lo deploro. ¡El pobre señor tan
|
|
lleno de ilusiones!... porque, aunque él diga que no espera nada, no
|
|
hace otra cosa el infeliz. Cuando se desengañe recibirá un golpe
|
|
tremendo. Pero no tengas cuidado; mi ascenso es seguro, tengo mejor
|
|
arrimo que tu padre, y como he de quedarme en Madrid, no os abandonaré;
|
|
ten por cierto que no. Os he dado muchos disgustos, y mi conciencia
|
|
necesita descargarse. Por mucho que haga en beneficio vuestro, no
|
|
acabaré de quitarme este peso.
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|
--No, no es malo--pensaba Abelarda reconcentrándose en sus
|
|
cavilaciones.--Y todo eso que dice de que no cree en Dios es música,
|
|
guasa, por divertirse conmigo y hacerme rabiar. Porque eso sí; echa por
|
|
aquella boca cosas muy extrañas, que no se le ocurren á nadie. No es
|
|
malo, no; es travieso, y tiene mucho talento, pero mucho. Sólo que no le
|
|
sabemos entender.
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|
En lo de no ser entendido insistía Víctor siempre que venía á pelo.
|
|
«Mira tú, Abelarda, esto que te digo no debiera parecerte á ti una
|
|
barbaridad, porque tú me comprendes algo; tú no eres vulgo, ó al menos
|
|
no lo eres del todo, ó vas dejando de serlo».
|
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|
|
Á solas se descorazonaba la pobre joven, achicándose con implacable
|
|
modestia. «Sí, por más que él diga que no, vulgo soy, y ¡qué vulgo Dios
|
|
mío! De cara... psh; soy insignificante; de cuerpo no digamos; y aunque
|
|
algo valiera, ¿cómo había de lucir mal vestida, con pingos aprovechados,
|
|
compuestos y vueltos del revés? Luego soy ignorantísima; no sé nada, no
|
|
hablo más que tonterías y vaciedades, no tengo salero ninguno. Soy una
|
|
calabaza con boca, ojos y manos. ¡Qué pánfila soy, Dios mío, y qué
|
|
sosaina! ¿Para qué nací así?»
|
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|
|
XVI
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|
Siempre que Víctor entraba en la casa, mirábale Abelarda cual si llegase
|
|
de regiones sociales muy superiores. En su andar lo mismo que en sus
|
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modales, en su ropa lo mismo que en su cabellera, traía Víctor algo que
|
|
se despegaba de la pobre vivienda de las _Miaus_, algo que reñía con
|
|
aquel hogar destartalado y pedestre. Y las entradas y salidas de Cadalso
|
|
eran muy irregulares. Á menudo comía de fonda con sus amigos; iba al
|
|
teatro un día sí y otro también; y hasta se dió el caso de pasarse toda
|
|
la noche fuera. No siempre estaba de buen talante; tenía rachas de
|
|
tristeza, durante las cuales no se le sacaba palabra en todo el día.
|
|
Pero otros estaba muy parlanchín, y como sus suegros no le hacían
|
|
maldito caso, despachábase con su hermana política. Los ratos de plática
|
|
á solas, no eran muchos; pero él sabía aprovecharlos, conociendo el
|
|
dinamismo de su persona y de su conversación sobre el turbado espíritu
|
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de la insignificante.
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Luisito andaba malucho, llegando su desazón al punto de guardar cama:
|
|
doña Pura y Milagros fueron aquella noche al Real, Villaamil al café, en
|
|
busca de noticias de la combinación, y Abelarda se quedó cuidando al
|
|
chiquillo. Cuando menos lo pensaba, llaman á la puerta. Era Víctor, que
|
|
entró muy gozoso, tarareando un tango zarzuelero. Enteróse de la
|
|
enfermedad de su hijo, que ya estaba durmiendo, le oyó respirar,
|
|
reconoció que la fiebre, caso de haberla, era levísima, y después se
|
|
puso á escribir cartas en la mesa del comedor. Su cuñada le vigilaba con
|
|
disimulo; dos ó tres veces pasó por detrás de él fingiendo tener que
|
|
trastear algo en el aparador, y echando furtiva ojeada sobre lo que
|
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escribía. Carta de amores era sin duda por lo larga, por lo metido de la
|
|
letra y por la febril facilidad con que Víctor plumeaba. Pero no pudo
|
|
sorprender ni una frase ni una sílaba. Concluida la misiva, Cadalso
|
|
trabó conversación con la joven, que salió á coser al comedor.
|
|
|
|
--Oye una cosa--le dijo, apoyando el codo en la mesa y la cara en la
|
|
palma de la mano.--Hoy he visto á tu Ponce. ¿Sabes que he variado de
|
|
opinión? Te conviene; es buen muchacho, y será rico cuando se muera su
|
|
tío el notario, de quien dicen va á ser único heredero... Porque no
|
|
hemos de atendernos al criterio del amigo Ruiz según el cual no hay
|
|
felicidad como estar á la cuarta pregunta... Si Federico tuviera razón,
|
|
y yo me dejara llevar de mis sentimientos, te diría que Ponce no te
|
|
conviene, que te convendría más otro; yo, por ejemplo...
|
|
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Abelarda se puso pálida, desconcertándose de tal modo, que sus esfuerzos
|
|
por reir no le dieron resultado alguno.
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|
|
--¡Qué tonterías dices!... ¡Jesús, siempre has de estar de broma!
|
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|
--Bien sabes tú que esto no lo es (poniéndose muy serio). Hace dos años,
|
|
una noche, cuando vivíais en Chamberí, te dije: «Abelardilla, me gustas.
|
|
Siento que el alma se me desmigaja cuando te veo...» ¿Á que no te
|
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acuerdas? Tú me contestaste que... No sé cómo fué la contestación; pero
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venía á significar que si yo te quería, tú... también.
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|
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--¡Ay, qué embustero!... ¡Quita allá! Yo no dije tal cosa.
|
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--Entonces, ¿lo soñé yo?... Como quiera que sea, después te enamoraste
|
|
locamente de esa preciosidad de Ponce.
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|
--Yo... enamorarme... Tú estás malo.. Pues sí, pongamos que me enamoré.
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|
¿Y á ti qué te importa?
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|
--Me importa, porque en cuanto yo me enteré de que tenía un rival, volví
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|
mi corazón hacia otra parte. Para que veas lo que es el destino de las
|
|
personas: hace dos años estuvimos casi á punto de entendernos; hoy la
|
|
desviación es un hecho. Yo me fuí, tú te fuiste, nosotros nos fuimos. Y
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al encontrarnos otra vez, ¿qué pasa? Yo estoy en una situación muy rara
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con respecto á ti. El corazón me dice: «enamórala», y en el mismo
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momento sale, no sé de dónde, otra voz que me grita: «mírala y no la
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toques».
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--¿Qué me importa á mí nada de eso (ahogándose), si yo no te quiero á ti
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ni pizca ni te puedo querer?
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--Lo sé, lo sé... No necesitas jurármelo. Hemos convenido en que no
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tiene el diablo por dónde desecharme. Me aborreces, como es lógico y
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natural. Pues mira tú lo que son las cosas. Cuando una persona me
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aborrece, á mí me dan ganas de quererla, y á ti te quiero, porque me da
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la gana, ya lo sabes, ea... y ole morena, como dice tu papá.
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--¡Qué cosas tienes!... ¡Ay, qué tonto! (proponiéndose estar seria, y
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echándose á reir).
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--No, si yo no te engaño ni te engañaré nunca. Créasla ó no la creas,
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allá va la verdad. Te quiero y no debo quererte, porque eres demasiado
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angelical para mí. No puedes ser mía sino por el matrimonio, y el
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matrimonio, esa máquina absurda que sólo funciona bien para las personas
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vulgares, no nos sirve en estos momentos. Bueno ó malo, como tú quieras
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suponerme, tengo, aunque parezca inmodestia, una misión que cumplir:
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aspiro á algo peligroso y difícil, para lo cual necesito ante todo
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libertad; corro desalado hacia un fin, al cual no llegaría si no fuera
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solo. Acompañado me quedaré á la mitad del camino. Adelante, adelante
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siempre (con afectación teatral). ¿Qué impulso me arrastra? La
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fatalidad, fuerza superior á mis deseos. Vale más estrellarse que
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retroceder. No puedo volver atrás ni llevarte conmigo. Temo envilecerte.
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Y si tuvieras la inmensa desgracia de ser mujer de este miserable...
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(cerrando los ojos y extendiendo la mano como para apartar una sombra).
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No, rechacemos con energía semejante idea... Te quiero lo bastante para
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no traerte jamás á mi lado. Si algún día... (con sonsonete
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declamatorio), si algún día me alucino y cometo la torpeza insigne de
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decirte que te amo, de pedirte tu amor, despréciame; no te dejes llevar
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de tu inmensa bondad; arrójame de ti como á un animal dañino, porque más
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te valiera morir que ser mía.
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--Pero di, ¿te has propuesto marearme? (trémula y disimulando su
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turbación con la tentativa frustrada de enhebrar una aguja). ¿Qué
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disparates son esos que me dices? Si yo no he de... hacerte caso... ¿Á
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qué viene eso de que me mate ó que me muera ó que me lleven los
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demonios?
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--Ya sé que no me quieres. Lo único que te pido, y te lo pido como un
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favor muy grande, es que no me aborrezcas, que me tengas compasión.
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Déjame á mí, que yo me entiendo solo, guardando con avaricia estas
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ideas para consolarme con ellas. En medio de mis desgracias, que tú no
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conoces, tengo un alivio, y es saber vivir en lo ideal y fortificar mi
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alma con ello. Tu destino es muy diferente al mío, Abelarda. Sigue tu
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senda, que yo voy por la mía, llevado de mi fiebre y de la rapidez
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adquirida. No contrariemos la fatalidad que todo lo rige. Quizás no
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volvamos á encontrarnos. Antes de que nos separemos, te voy á dar un
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consejo: si Ponce no te es desagradable, cásate con él. Basta con que no
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te sea desagradable. Si no te gusta, si no encuentras otro que tenga los
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ojos menos húmedos, renuncia al matrimonio... Es el consejo de quien te
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quiere más de lo que tú piensas... Renuncia al mundo, entra en un
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convento, conságrate á un ideal y á la vida contemplativa. Yo no tengo
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la virtud de la resignación, y si no consigo llegar á donde pienso, si
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mi sueño se convierte en humo, me pegaré un tiro.
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Lo dijo con tanta energía y tal acento de verdad, que Abelarda se lo
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creyó, más impresionada por aquel disparate que por los otros que
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acababa de oir.
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--No harás tal. ¡Matarte! Eso sí que no me haría gracia... (cazando al
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vuelo una idea). Pero ¡quiá! todo eso de la desesperación y el tirito es
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porque tienes por ahí algún amor desgraciado. Alguien habrá que te
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atormenta. Bien merecido lo tienes, y yo me alegro.
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--Pues mira, hija (variando de registro), lo has dicho en broma, y
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quizás, quizás aciertes...
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--¿Tienes novia? (fingiendo indiferencia).
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--Novia, lo que se dice novia... no.
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--Vamos, algún amor.
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--Llámalo fatalidad, martirio...
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--Dale con la dichosa fatalidad... Di que estás enamorado.
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|
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--No sé qué responderte (afectando una confusión bonita y muy del caso).
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|
Si te digo que sí, miento; y si te digo que no, miento también. Y
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|
habiéndote asegurado que te quiero á ti, ¿en qué juicio cabe la
|
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posibilidad de interesarme por otra? Todo ello se explicará
|
|
distinguiendo entre un amor y otro amor. Hay un cariño santo, puro y
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|
tranquilo, que nace del corazón, que se apodera del alma y llega á ser
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el alma misma. No confundamos este sentimiento con las ebulliciones
|
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enfermizas de la imaginación, culto pagano de la belleza, anhelo de los
|
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sentidos, en el cual entra también por mucho la vanidad, fundada en la
|
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jerarquía de quien nos ama. ¿Qué tiene que ver esta desazón, accidente y
|
|
pasatiempo de la vida, con aquella ternura inefable que inspira al alma
|
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deseo de fundirse con otra alma, y á la voluntad el ansia del
|
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sacrificio...?
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No siguió, porque con sutil instinto comprendía que la excesiva sutileza
|
|
le llevaba á la ridiculez. Para la pobre Abelarda, estos conceptos
|
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ardorosos, pronunciados con cierta mímica elegante por aquel hombre
|
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guapísimo que, al decirlos, ponía en sus ojos negros expresión tan dulce
|
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y patética, eran lo más elocuente que había oído en su vida, y el alma
|
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se le desgarraba al escucharlos. Comprendiendo el efecto, Víctor buscaba
|
|
en su mente discursiva nuevos arbitrios para seguir sorbiendo el seso á
|
|
la cuitada joven. Allí le soltó algunas frases más, paradójicas y
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|
acaloradas, en contradicción con las anteriores; pero Abelarda no se
|
|
fijaba en lo contradictorio. La honda impresión de los últimos conceptos
|
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borraba en su mente la de los primeros, y se dejaba arrastrar por aquel
|
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torbellino, entre un hervidero de sentimientos encontrados, curiosidad,
|
|
amor, celos, gozo y rabia. Víctor doraba sus mentiras con metáforas y
|
|
antítesis de un romanticismo pesimista que está ya mandado recoger. Mas
|
|
para la señorita Villaamil, la quincalla deslucida y sin valor era oro
|
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de ley, pues su escasa instrucción no le permitía quilatar los textos
|
|
olvidados de que Víctor tomaba aquella monserga de la fatalidad. El
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|
volvió á la carga, diciéndole en tono un tanto lúgubre:
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--No puedo seguir hablando de esto. Lo que no debe ser, no es. Comprendo
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que convendría más entregarme á ti... quizás me salvarías. Pero no, no
|
|
me quiero salvar. Debo perderme, y llevarme conmigo este sentimiento que
|
|
no merecí, este rayo celestial que guardo con susto como si lo hubiera
|
|
robado.. En mí tienes un trasunto del Prometeo de la fábula. He
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|
arrebatado el fuego celeste, y en castigo de esto, un buitre me roe las
|
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entrañas.
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Abelarda, que no sabía nada de Prometeo, se asustó con aquello del
|
|
buitre; y el otro, satisfecho de su triunfo, prosiguió así:
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--Soy un condenado, un réprobo... No puedo pedirte que me salves, porque
|
|
la fatalidad lo impediría. Por tanto, si ves que me llego á ti y te digo
|
|
que te quiero, no me creas... es mentira, es un lazo infame que te
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|
tiendo; despréciame, arrójame de tu lado; no merezco tu cariño, ni tu
|
|
compasión siquiera...
|
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La insignificante, con inmensa pena y desaprobación de sí misma, pensó:
|
|
«Soy tan pava y tan vulgar, que no se me ocurre nada qué responder á
|
|
estas cosas tan remontadas y tan sentidas que me está diciendo». Dió un
|
|
gran suspiro y le miró, con vivos deseos de echarle los brazos al cuello
|
|
exclamando: «Te quiero yo á ti más de lo que tú puedes suponer. Pero no
|
|
hagas casos de mí, no merezco nada, ni valgo lo que tú. Quiero gozarme
|
|
en la amargura de quererte sin esperanza».
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Víctor, sosteniéndose la cabeza con ambas manos, espaciaba sus
|
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distraídos ojos por el hule de la mesa, ceñudo y suspirón, haciéndose el
|
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romántico, el no comprendido, algo de ese tipo de Manfredo, adaptado á
|
|
la personalidad de mancebos de botica y oficiales de la clase de
|
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quintos. Después la miró con extraordinaria dulzura, y tocándole el
|
|
brazo, le dijo: «¡Ah! ¡cuánto te hago sufrir con estas horribles
|
|
misantropías que no pueden interesarte! Perdóname; te ruego que me
|
|
perdones. No estoy tranquilo si no dices que sí. Eres un ángel, no soy
|
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digno de ti, lo reconozco. Ni siquiera aspiro á merecerte; sería
|
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insensato atrevimiento. Sólo pretendo por ahora que me comprendas... ¿Me
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comprenderás?»
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Abelarda llegaba ya al límite de sus esfuerzos por disimular el ansia y
|
|
la turbación. Pero su dignidad podía mucho. No quería entregar el
|
|
secreto de su alma, sin defenderlo hasta morir; y al cabo, con supremo
|
|
heroísmo, soltó una risa que más bien parecía la hilaridad espasmódica
|
|
que precede á un ataque de nervios, diciendo á Cadalso:
|
|
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|
--Vaya si te comprendo... Te haces el pillo, te haces el malo... sin
|
|
serlo, para engañarme. Pero á mí no me la pegas... Tonto de capirote...
|
|
yo sé más que tú. Te he calado. ¿Qué manía de que te aborrezcan, si no
|
|
lo has de conseguir?...
|
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|
XVII
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Luisito empeoró. Tratábase de un catarro gástrico, achaque propio de la
|
|
infancia, y que no tendría consecuencias, atendido á tiempo. Víctor,
|
|
intranquilo, trajo al médico, y aunque su vigilancia no era necesaria
|
|
porque las tres _Miaus_ cuidaban con mucho cariño al enfermito, y hasta
|
|
se privaron durante varias noches de ir á la ópera, no cesaba de
|
|
recomendar la esmerada asistencia, observando á todas horas á su hijo,
|
|
arropándole para que no se enfriara y tomándole el pulso. Á fin de
|
|
entretenerle y alegrar su ánimo, cosa muy necesaria en las enfermedades
|
|
de los niños, le llevó algunos juguetes, y su tía Quintina también
|
|
acudió con las manos llenas de cromos y estampas de santos, el
|
|
entretenimiento favorito de Luis. Debajo de las almohadas llegó á reunir
|
|
un sinnúmero de baratijas y embelecos, que sacaba á ciertas horas para
|
|
pasarles revista. En aquellas noches de fiebre y de mal dormir,
|
|
Cadalsito se había imaginado estar en el pórtico de las Alarconas ó en
|
|
el sillar de la explanada del Conde-Duque; pero no veía á Dios, ó, mejor
|
|
dicho, sólo le veía á medias. Presentábasele el cuerpo, el ropaje
|
|
flotante y de incomparable blancura; á veces distinguía confusamente las
|
|
manos, pero la cara no. ¿Por qué no se dejaba ver la cara? Cadalsito
|
|
llegó á sentir gran aflicción, sospechando que el Señor estaba enfadado
|
|
con él. ¿Y por qué causa?... En una de las estampitas que su padre le
|
|
había traído, estaba Dios representado en el acto de fabricar el mundo.
|
|
¡Cosa más fácil!... Levantaba un dedo, y salían el cielo, el mar, las
|
|
montañas... Volvía á levantar el dedo, y salían los leones, los
|
|
cocodrilos, las culebras enroscadas y el ligero ratón... Pero la lámina
|
|
aquélla no satisfacía al chicuelo. Cierto que el Señor estaba muy bien
|
|
pintado; pero no era, no, tan guapo y respetuoso como su amigo.
|
|
|
|
Una mañana, hallándose ya Luis limpio de calentura, entró su abuelo á
|
|
visitarle. Parecióle al chico que Villaamil sufría en silencio una gran
|
|
pena. Ya, antes de llegar el viejo, había oído Luis un run-run entre las
|
|
_Miaus_, que le pareció de mal agüero. Se susurraba que no había sitio
|
|
en la combinación. ¿Cómo se sabía? Cadalsito recordaba que por la mañana
|
|
temprano, en el momento de despertar, había oído á doña Pura diciendo á
|
|
su hermana: «Nada por ahora... Valiente mico nos han dado. Y no hay duda
|
|
ya; me lo ha dicho Víctor, que lo averiguó anoche en el Ministerio».
|
|
|
|
Estas palabras, impresas en la mente del chiquillo, las relacionó luego
|
|
con la cara de ajusticiado del abuelo cuando entró á verle. Luis, como
|
|
niño, asociaba las ideas imperfectamente, pero las asociaba, poniendo
|
|
siempre entre ellas afinidades extrañas sugeridas por su inocencia. Si
|
|
no hubiera conocido á su abuelo como le conocía, le habría tenido miedo
|
|
en aquella ocasión, porque en verdad su cara era cual la de los ogros
|
|
que se zampan á las criaturas... «No le colocan», pensó Luisito, y al
|
|
decirlo juntaba otras dos ideas en su mente aún turbada por la mal
|
|
extinguida calentura. La dialéctica infantil es á voces de una precisión
|
|
aterradora, y lo prueba esto razonamiento de Cadalsito: «Pues si no le
|
|
quiere colocar, no sé por qué se enfada Dios conmigo y no me enseña la
|
|
cara. Más bien debiera yo estar enfadado con él».
|
|
|
|
Villaamil se puso á dar paseos por la habitación, con las manos en los
|
|
bolsillos. Nadie se atrevía á hablarle. Luis sintió entonces congojosa
|
|
pena que le abatía el ánimo: «No le colocan--pensaba,--porque yo no
|
|
estudio, ¡contro! porque no me sé las condenadas lecciones». Pero al
|
|
punto la dialéctica infantil resurgió para acudir á la defensa del amor
|
|
propio: «¿Pero cómo he de estudiar si estoy malo?... Que me ponga bueno
|
|
él, y verá si estudio»»
|
|
|
|
Entró Víctor, que venía de la calle, y lo primero que hizo fué darle un
|
|
abrazo á Villaamil, cortando sus pasos de fiera enjaulada. Doña Pura y
|
|
Abelarda hallábanse presentes.
|
|
|
|
--No hay que abatirse ante la desgracia--dijo Víctor al hacer la
|
|
demostración afectuosa, que Villaamil, por más señas, recibió de
|
|
malísimo temple.--Los hombres de corazón, los hombres de fibra, tienen
|
|
en sí mismos la fuerza necesaria para hacer frente á la adversidad... El
|
|
Ministro ha faltado una vez más á su palabra, y han faltado también
|
|
cuantos prometieron apoyarle á usted. Que Dios les perdone, y que sus
|
|
conciencias negras les acusen con martirio horrible del mal que han
|
|
hecho.
|
|
|
|
--Déjame, déjame--replicó Villaamil, que estaba como si le fueran á dar
|
|
garrote.
|
|
|
|
--Bien sé que el varón fuerte no necesita consuelos de un hombre vulgar
|
|
como yo. ¿Qué ha sucedido aquí? Lo natural, lo lógico en estas
|
|
sociedades corrompidas por el favoritismo. ¿Qué ha pasado? Que al padre
|
|
de familia, al hombre probo, al funcionario de mérito, envejecido en la
|
|
Administración, al servidor leal del Estado que podría enseñar al
|
|
Ministro la manera de salvar la Hacienda, se le posterga, se le
|
|
desatiende y se le barre de las oficinas como si fuera polvo. Otra cosa
|
|
me sorprendería; esto no. Pero hay más. Mientras se comete tal
|
|
injusticia, los osados, los ineptos, los que no tienen conciencia ni
|
|
título alguno, apandan la plaza en premio de su inutilidad. Contra esto
|
|
no queda más recurso que retirarse al santuario de la conciencia y
|
|
decir: «Bien. Me basta mi propia aprobación».
|
|
|
|
Víctor, al expresarse con tanta filosofía, miraba á doña Pura y á
|
|
Abelarda, que estaban muy conmovidas y á dos dedos de llorar. Villaamil
|
|
no decía palabra, y con la cara lívida y la mandíbula temblorosa había
|
|
vuelto á sus paseos.
|
|
|
|
--Nada me sorprende--añadió Víctor, desbordándose en sacrosanta
|
|
indignación.--Esto está tan podrido, que va á resultar la cosa más
|
|
chocante del mundo: mientras á este hombre, que debiera ser Director
|
|
general, lo menos, se le desatiende y se le manda á paseo, yo, que ni
|
|
valgo nado, ni soy nada y tengo tan cortos servicios, yo... créanlo
|
|
ustedes, yo, cuando esté más descuidado, me encontraré con el ascenso
|
|
que he pedido. Así es el mundo, así es España y así nos vamos educando
|
|
todos en el desprecio del Estado, y atizando en nuestra alma el rescoldo
|
|
de las revoluciones. Al que merece, desengaños; al que no, confites.
|
|
Esta es la lógica española. Todo al revés; _el país de los
|
|
viceversas_... Y yo, que estoy tranquilo, que no me apuro, que no tengo
|
|
tampoco necesidades, que desprecio la credencial y á quien me la ofrece,
|
|
seré colocado, mientras el padre de familia, cargado de obligaciones, el
|
|
que por su respetabilidad, por sus servicios, se hacía tan fundadamente
|
|
la ilusión de que...
|
|
|
|
--Yo no me hacía ilusiones, ni ese es el camino--dijo bruscamente y con
|
|
arrebato de ira don Ramón, elevando las manos hasta muy cerca del
|
|
techo.--Yo no tuve nunca esperanzas... yo no creí que me colocasen, ni
|
|
lo volveré á creer jamás. ¡Vaya, que es tema el de esta gente! Si yo no
|
|
esperé nada... ¿Cómo se ha de decir? De veras parece que entre todos os
|
|
proponéis freirme la sangre.
|
|
|
|
--Hijo, cualquiera diría que es crimen tener esperanzas--observó doña
|
|
Pura.--Pues las tengo, y ahora más que nunca. Habrá otra combinación. Te
|
|
lo han prometido, y á la fuerza te lo han de cumplir.
|
|
|
|
--¡Claro!--dijo Víctor, contemplando á Villaamil con filial interés.--Y,
|
|
sobre todo, no conviene apurarse. Venga lo que viniere, puesto que todo
|
|
es injusticia y sinrazón, si á mí me ascienden, como espero, mi suerte
|
|
compensará la desgracia de la familia. Yo soy deudor á la familia de
|
|
grandes favores. Por mucho que haga, no los podré pagar. He sido malo;
|
|
pero ahora me da, no diré que por ser bueno, pues lo veo difícil, pero
|
|
sí porque se vayan olvidando mis errores... La familia no carecerá de
|
|
nada mientras yo tenga un pedazo de pan.
|
|
|
|
Agobiado por sentimientos de humillación, que caían sobre su alma como
|
|
un techo que se desploma, Villaamil dió un resoplido y salió del cuarto.
|
|
Siguióle su mujer, y Abelarda, dominada por impresiones muy distintas de
|
|
las de su padre, se volvió hacia la cama de Luis, fingiendo arroparle,
|
|
para esconder su emoción, mientras discurría: «No, lo que es de malo no
|
|
tiene nada. No lo creeré, dígalo quien lo diga».
|
|
|
|
--Abelarda--insinuó él melosamente, después de un rato de estar solos
|
|
con el pequeño.--Yo bien sé que á ti no necesito repetirte lo que he
|
|
manifestado á tus padres. Tú me conoces algo, me comprendes algo; tú
|
|
sabes que míentras yo tenga un mendrugo de pan, vosotros no habéis de
|
|
carecer de sustento; poro á tus padres he de decírselo y aun probárselo
|
|
para que lo crean. Tienen muy triste idea de mí. Verdad que no se pierde
|
|
en dos días una mala reputación. ¿Y cómo no había de brindar á ustedes
|
|
ayuda, á no ser un monstruo? Si no lo hiciera por los mayores, tendría
|
|
que hacerlo por mi hijo, criado en esta casa, por este ángel, que más os
|
|
quiere á vosotros que á mí... y con muchísima razón.
|
|
|
|
Abelarda acariciaba á Luis, tratando de ocultar las lágrimas que se le
|
|
agolpaban á los ojos, y el pequeñuelo, viéndose tan besuqueado y oyendo
|
|
aquellas cosas que papá decía y que le sonaban á sermón ó parrafada de
|
|
libro religioso, se enterneció tanto, que rompió á llorar como una
|
|
Magdalena. Ambos se esforzaron en distraer su espíritu, riendo,
|
|
diciéndole chuscadas festivas ó inventando cuentos.
|
|
|
|
Por la tarde, el muchacho pidió sus libros, lo que admiró á todos, pues
|
|
no comprendían que quien tan poco estudiaba estando bueno, quisiese
|
|
hacerlo hallándose encamado. Tanto se impacientó él, que le dieron la
|
|
Gramática y la Aritmética, y las hojeaba, cavilando así: «Ahora no,
|
|
porque se me va la vista; pero en cuanto yo pueda, ¡contro! me lo
|
|
aprendo enterito... y veremos entonces... ¡veremos!»
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
XVIII
|
|
|
|
|
|
La mísera Abelarda andaba tan desmejoradilla, que su madre y su tía la
|
|
creyeron enferma y hablaron de llamar al médico. No obstante, continuaba
|
|
haciendo la vida ordinaria, trabajando, durante muchas horas del día, en
|
|
transformaciones y arreglos de vestidos. Usaba un maniquí de mimbres,
|
|
trashumante del gabinete al comedor, y que al anochecer parecía una
|
|
persona, la cuarta _Miau_, ó el espectro de alguno de la familia que
|
|
venía del otro mundo á visitar á su progenie. Sobre aquel molde probaba
|
|
la insignificante sus cortes y hechuras, que eran bastante graciosas. Á
|
|
la sazón traía entre manos un vestido con retazos de cachemir que
|
|
prestaron ya dos servicios y había sido vuelto del revés y lo de arriba
|
|
abajo. Se les añadía, para combinar, una telucha de á peseta. Semejantes
|
|
componendas eran familiares á Pura, y si una tela no podía lavarse ni
|
|
volverse, la mandaba al tinte, y... como acabada de estrenar. Con tal
|
|
sistema, hubo vestido que salió por veinticuatro reales. Pero en lo que
|
|
Abelarda lucía sorprendentes facultades era en la metamorfosis de
|
|
sombreros. La capota de doña Pura había pasado por una serie de vidas
|
|
diferentes, que al modo de encarnaciones la hacían siempre nueva y
|
|
siempre vieja. Para invierno, forrábanla de terciopelo, y para verano la
|
|
cubrían con el encaje de una _visita_ desechada: las flores ó prendidos
|
|
eran regalo de las vecinas del principal. La martirizada armadura del
|
|
sombrero de Abelarda había tomado ya, durante la época de la cesantía,
|
|
formas y estilos diferentes, según las pragmáticas de la moda, y con
|
|
este exquisito arte de disimular la indigencia, salían las Villaamil á
|
|
la calle hechas unos brazos de mar.
|
|
|
|
Las noches que no iban las _Miaus_ á rendir culto á Euterpe, tenía que
|
|
aguantar Abelarda, por dos ó tres horas, la jaqueca de Ponce, ó bien
|
|
ensayaba su papel en la pieza. Mucho disgustaba á doña Pura tener que
|
|
dar función dramática habiendo fracasado las esperanzas de próxima
|
|
colocación; pero como estaba anunciada á son de trompeta, distribuídos
|
|
los papeles y tan adelantados los ensayos, no había más remedio que
|
|
sacrificarse en aras de la tiránica sociedad. De propósito había
|
|
escogido Abelarda un papel incoloro, el de criada, que al alzarse el
|
|
telón salía plumero en mano, lamentándose de que sus amos no le pagaban
|
|
el salario, y revelando al público que la casa en que servía era la más
|
|
tronada de Madrid. La pieza pertenecía al género predilecto de los
|
|
ingenios de esta Corte, y se reducía á presentar una familia cursi, con
|
|
menos dinero que vanidad; una señora hombruna que trataba á zapatazos á
|
|
su marido, un noviazgo, un enredo fundado en equivocaciones de nombres,
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con gran mareo de entradas y salidas, hasta que, cuando aquello parecía
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una casa de Orates, salía el padre memo diciendo: _Ahora lo comprendo
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todo_, y se acababa el entremés con boda y una décima pidiendo al
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público aplausos. Ponce hacía el papel de padre tonto; y el de un pollo
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calavera y achulado, que era autor del lío y la sal y pimienta de la
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pieza, tocó á un tal Cuevas, hijo del vecino del principal, D. Isidoro
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Cuevas, viudo con mucha familia, empleado en la Alcaidía de la vecina
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Cárcel de Mujeres, y comúnmente llamado en la vecindad _el señor de la
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Galera_. El Cuevas hijo era chistoso, de buena sombra; contaba cuentos
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de borrachos con tal gracia, que era morirse de risa; imitaba el
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lenguaje chulo, se cantaba flamenco por todo lo alto, amén de otras
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muchas habilidades, por las cuales se lo rifaban en las tertulias del
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jaez de la de Villaamil. El papel de señorita de la casa corría á cargo
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de la chica de Pantoja (D. Buenaventura Pantoja, empleado en el
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Ministerio de Hacienda, amigo íntimo de Villaamil); y el de mamá
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impertinente, ordinaria, lenguaraz, sargentona, papel del tipo Valverde,
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correspondió á una de las chicas de Cuevas (eran cuatro y se ayudaban
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con la modistería de sombreros, por cierto muy bien). Otros papeles, un
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lacayo, un viejo prestamista, un marqués tronado y de filfa, que
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resultaba ser _lipendi_ de marca mayor, fueron repartidos entre
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diferentes chicos de la tertulia. El cojo Guillén se avino á ser
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apuntador. Federico Ruiz oficiaba de director de escena, y habría
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deseado que tal función tuviera carteles en las esquinas, para poner en
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ellos con letras muy gordas: _bajo la dirección del reputado
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publicista_, etc., etc.
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Poseía Abelarda memoria felicísima, y se aprendió el papel muy pronto.
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Asistía á los ensayos como un autómata, prestándose dócilmente á la vida
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de aquel mundo, para ella secundario y artificial; como si su casa, su
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familia, su tertulia, Ponce, fuesen la verdadera comedia, de fáciles y
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rutinarios papeles... y permaneciese libre el espíritu, empapado en su
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vida interior, verdadera y real, en el drama exclusivamente suyo,
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palpitante de interés, que no tenía más que un actor, ella, y un solo
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espectador, Dios.
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Monólogo desordenado y sin fin. Una mañana, mientras la joven se
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peinaba, el espectador habría podido oir lo siguiente: «¡Qué fea soy,
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Dios mío; qué poco valgo! Más que fea, sosa, insignificante; no tengo ni
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un grano de sal. ¡Si al menos tuviera talento!; pero ni eso... ¿Cómo me
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ha de querer á mí, habiendo en el mundo tanta mujer hermosa y siendo él
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un hombre de mérito superior, de porvenir, elegante, guapo y con
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muchísimo entendimiento, digan lo que quieran?... (Pausa.) Anoche me
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contó Bibiana Cuevas que en el paraíso del Real nos han puesto un mote;
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nos llaman las de _Miau_ ó las _Miaus_, porque dicen que parecemos tres
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gatitos, sí, gatitos de porcelana, de esos con que se adornan ahora las
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rinconeras. Y Bibiana creía que yo me iba á incomodar por el apodo. ¡Qué
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tonta es! Ya no me incomodo por nada. ¿Parecemos gatos? ¿Sí? Mejor.
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¿Somos la risa de la gente? Mejor que mejor. ¿Qué me importa á mí? Somos
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unas pobres cursis. Las cursis nacen, y no hay fuerza humana que les
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quite el sello. Nací de esta manera y así moriré. Seré mujer de otro
|
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cursi y tendré hijos cursis, á quienes el mundo llamará los
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_michitos_... (Pausa.) ¿Y cuándo colocarán á papá? Si lo miro bien, no
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me importa; lo mismo da. Con destino y sin destino, siempre estamos
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igual. Poco más ó menos, mi casa ha estado toda la vida como está ahora.
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Mamá no tiene gobierno; ni lo tiene mi tía, ni lo tengo yo. Si colocan á
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papá, me alegraré por él, para que tenga en qué ocuparse y se distraiga;
|
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pero por la cuestión de bienestar, me figuro que nunca saldremos de
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ahogos, farsas y pingajos... ¡Pobres _Miaus_! Es gracioso el nombre.
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Mamá se pondrá furiosa si lo sabe; yo no; ya no tengo amor propio. Se
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acabó todo, como el dinero de la familia... si es que la familia ha
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|
tenido dinero alguna vez. Le voy á decir á Ponce esto de las _Miaus_, á
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ver si lo toma á risa ó por la tremenda. Quiero que se encrespe un día
|
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para encresparme yo también. Francamente, me gustaría pegarle ó algo
|
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así... (Pausa.) ¡Vaya que soy desaborida y sin gracia! Mi hermana Luisa
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valía más; aunque, la verdad, tampoco era cosa del otro jueves. Mis ojos
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no expresan nada; cuando más, expresan que estoy triste, pero sin decir
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por qué. Parece mentira que detrás de estas pupilas haya... lo que hay.
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Parece mentira que este entrecejo y esta frente angosta oculten lo que
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ocultan. ¡Qué difícil para mí figurarme cómo es el cielo; no acierto, no
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veo nada! ¡Y qué fácil imaginarme el infierno! Me lo represento como si
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hubiera estado en él... Y tienen razón; el parecido con la cara de un
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gato salta a la vista... La boca es lo peor; esta boca de esquina que
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tenemos las tres... Sí; pero la de mamá es la más característica. La
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mía, tal cual; y cuando me río, no resulta maleja. Una idea se me
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ocurre: si yo me pintara, ¿valdría un poco más? ¡Ah! no; Víctor se
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|
reiría de mí. Él podrá desdeñarme; pero no me considera mujer ridícula y
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antipática. ¡Jesús! ¿Seré antipática? Esta idea sí que no la puedo
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sufrir. Antipática, no, Dios mío. Si me convenciera de que soy
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antipática, me mataría... (Pausa.) Anoche entró y se metió en su cuarto
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sin decir oxte ni moxte. Más vale así. Cuando me habla me estruja el
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corazón. Porque me quisiera, sería yo capaz de cometer un crimen. ¿Qué
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crimen? Cualquiera... todos. Pero no me querrá nunca, y me quedaré con
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mi crimen en proyecto y desgraciada para siempre».
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--Hija--indicó doña Pura, sacándola impensadamente de su
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abstracción.--Cuando venga Ponce, le dices que le matamos si no nos trae
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los billetes para el beneficio de la Pellegrini. Si no los tiene, que
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los busque. Ella ha de dar billetes á los periódicos y á toda la
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dignísima alabarda. Créelo; si Ponce va á pedírselos, ella es muy fina y
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no se los negará. Nos enojaremos de veras si no los trae.
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--Los traerá--dijo Abelarda, que había acabado de edificar su
|
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moño.--Como no los traiga, no le vuelvo á dirigir la palabra.
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Ponce entraba allí como Pedro por su casa, dirigiéndose al comedor,
|
|
donde comúnmente encontraba á su novia. Llegó aquella tarde á eso de las
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cuatro, y pasó, atusándose el pelo, después de haber colgado la capa y
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hongo en la percha del recibimiento. Era un joven raquítico y linfático,
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de esos que tienen novia como podrían tener un paraguas, con ribetes de
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escritor, crítico gratuito, siempre atareado, quejoso de que no le leía
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nadie (aquí no se lee), abogadillo, buen muchacho, orejas grandes,
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lentes sin cordón, bizcando un poco los ojos, mucha rodillera en los
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pantalones, poca sal en la mollera, y en el bolsillo obra de seis
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reales, cuando más. Gozaba un destinillo en el Gobierno de provincia, de
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seis mil, y estaba hipando por los ocho que le habían prometido desde el
|
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año anterior... que hoy, que mañana. Cuando los tuviera, boda al canto.
|
|
Estas esperanzas no habrían bastado á que los Villaamil aceptasen su
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candidatura á yerno; pero tenía un tío rico, notario, sin hijos, enfermo
|
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de cáncer, y como se había de morir antes de un año, quizás de un mes, y
|
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Ponce era su heredero, la familia _Miau_ vió en el aspirante una
|
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chiripa. El desgraciado tío, según los cálculos de Pantoja, que era su
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amigo y testamentario, dejaría dos casas, algunos miles y la notaría...
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|
Lo mismo fué entrar Ponce en el comedor, que soltarle Abelarda esta
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indirecta:
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--Si no trae usted las entradas para el beneficio de la Pellegrini, no
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vuelve usted á poner los pies aquí.
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--Calma, hija, calma; déjame sentar, tornar aliento... He venido á
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escape. Me pasan cosas muy gordas, pero muy gordas.
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--¿Qué lo pasa á usted, hombre de Dios?--preguntó doña Pura, que
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acostumbraba reprenderle como á un hijo.--Siempre viene con apuros, y
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total, nada.
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--Óigame usted, doña Pura, y tú, Abelarda, óyeme también. Mi tío está
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muy malo, pero muy malo.
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--¡Ave María Purísima!--exclamó doña Pura, sintiendo que le daba un
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vuelco el corazón.
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Y brincando como un cervatillo, fué á la cocina á dar la noticia á su
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hermana.
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--Está expirando...
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--¿Quién?
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--El tío, mujer, el tío... ¿no te enteras?... Pero dígame usted, Ponce
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(volviendo al comedor con rapidez gatuna), ¿va de veras?... Estará usted
|
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muy contento, muy... triste quiero decir.
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--Se harán ustedes cargo de que no puedo ir al teatro, ni visitar á la
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Pellegrini... Como ustedes conocen... Muy malo, muy malito... Dicen los
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médicos que no dura dos días...
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--¡Pobre señor!... ¿Y qué hace usted que no se planta en casa del
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difunto... digo, del enfermo?
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--De allí vengo... Esta noche, á las siete, le llevaremos el Viático.
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Corrió doña Pura al despacho, donde estaba Villaamil.
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--El Viático... ¿no te enteras?
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--¿Qué?... ¿quién?
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--El tío, hombre, el tío de Ponce, que está dando las boqueadas...
|
|
(Deslizándose otra vez hacia el comedor). Amigo Ponce, ¿quiere usted
|
|
tomar una copita de vino con bizcochos? Estará usted muy afectado... Y
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no hay que pensar en teatros... No faltaba más. Nosotras tampoco iremos.
|
|
Ya ve usted, el luto... guardaremos luto riguroso... ¿De veras no quiere
|
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usted una copita de vino con bizcochos?... ¡Ah! ¡qué cabeza!... ¡si se
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|
ha acabado el vino!... Pero lo traeremos... Con formalidad: ¿no quiere
|
|
usted?
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--Gracias; ya sabe usted que el vino se me sube á la cabeza.
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|
Abelarda y Ponce pegaron la hebra, sin más testigo que Luis, que andaba
|
|
enredando en el comedor, y á veces se paraba ante los novios, mirándoles
|
|
con estupor infantil. Hablaban á media voz... ¿Qué dirían? Las
|
|
trivialidades de siempre. Abelarda hacía su papel con aquella indolente
|
|
pasividad que demostraba en los lances comunes de la vida. Era ya rutina
|
|
en ella charlotear con aquel tonto, decirle que le quería, anticipar
|
|
alguna idea sobre la boda. Había contraído hábito de responder
|
|
afirmativamente á las preguntas de Ponce, siempre comedidas y correctas.
|
|
El albedrío no tomaba parte alguna en semejantes confidencias; la mujer
|
|
exterior y visible realizaba una serie de actos inconscientes, á manera
|
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de sonámbula, quedando desligada la mujer interna para obrar conforme á
|
|
sentimientos más humanos. Antes de la aparición súbita de Víctor en la
|
|
casa, Abelarda consideraba á Ponce como un recurso y apoyo probable en
|
|
las vicisitudes de la suerte. Se casaría con él por colocarse, por tener
|
|
posición y nombre y salir de aquella estrechez insoportable de su hogar.
|
|
Desde que vino _el otro_, dejábase llevar de estas mismas ideas, pero
|
|
como el patinador, que una vez lanzado, sigue y sigue girando y
|
|
resbalando sin caer sobre el hielo. No se le ocurría á la joven
|
|
desdecirse ni renegar del matrimonio con Ponce; porque tener aquel
|
|
marido equivalía á tener un abanico, un imperdible ú otro objeto
|
|
cualquiera de los más usuales á la vez que indiferentes. El pegajoso
|
|
crítico se creyó obligado á mostrarse aquel día más tierno que los
|
|
demás, atreviéndose á fijar el de las bendiciones y á proponer,
|
|
desmintiendo su timidez, algunos particulares de su futura existencia
|
|
matrimonial. Oíale la insignificante como quien oye llover, y en virtud
|
|
de la velocidad adquirida, se mostraba conforme con semejantes proyectos
|
|
y los apoyaba con palabras glaciales y descoloridas, á la manera de
|
|
quien repite paternóster y avemarías de un rosario rezado á bostezos sin
|
|
devoción alguna.
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Sonó la campanilla y Abelarda se sobresaltó por dentro, sin perder su
|
|
continente frío. Le conocía en el modo de llamar, conocía su taconeo al
|
|
subir la escalera, y si desde la puerta de la casa hasta el comedor
|
|
pronunciaba alguna frase, hablando con doña Pura ó con Villaamil,
|
|
discernía por la inflexión lejana del acento si llegaba bien ó mal
|
|
humorado. Doña Pura, al abrir á Víctor, le embocó la noticia de la
|
|
inminente muerte del tío de Ponce. Incapaz de contenerse la buena
|
|
señora, se espontaneó hasta con el _maestro de baile_ (vulgo aguador).
|
|
Víctor entró sonriendo, y, por inadvertencia ó malicia, hubo de dar la
|
|
enhorabuena á Ponce, el cual se quedó turulato.
|
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XIX
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--¡Ah! no... dispense usted. Me confundí... Es que á mi señora suegra lo
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bailaban los ojos cuando me lo dijo. Efectos del cariño que le tiene á
|
|
usted, ínclito Ponce. El cariño ciega á las personas... Usted es ya de
|
|
casa; le queremos mucho, y como no tenemos el gusto de conocer, ni aun
|
|
de vista, á su señor tío...
|
|
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Acarició á Luis sobándole la cara y repujándole los carrillos para
|
|
besárselos, y después le mostró el regalo que le traía. Era un álbum
|
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para sellos, prometido el día que el niño tomó la purga, y además del
|
|
álbum una porción de sellos de diferentes colores, algunos extranjeros,
|
|
españoles los más, para que se entretuviera pegándolos en las hojas
|
|
correspondientes. Lo que agradeció Cadalsito este obsequio, no puede
|
|
ponderarse. Estaba en la edad en que empieza á desarrollarse el sentido
|
|
de la clasificación y en que relacionamos los juguetes con los
|
|
conocimientos serios de la vida. Víctor le explicó la distribución de
|
|
las hojas del álbum, enseñándole á reconocer la nacionalidad de los
|
|
sellos. «Mira, esta tía frescachona es la República francesa. Esta
|
|
señora con corona y _bandós_ es la Reina de Inglaterra, y esta águila
|
|
con dos cabezas, Alemania. Los vas poniendo en su sitio, y ahora lo que
|
|
has de hacer es reunir muchos para llenar los huecos todos». El
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|
pequeñuelo estaba encantado; sólo sentía que la cantidad de sellos no
|
|
fuera suficiente á inundar la mesa. Pronto se enteró del procedimiento,
|
|
y en su interior hizo voto de conservar el álbum y de cuidarlo mientras
|
|
le durase la vida.
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Víctor, entretanto, metió cucharada en la conversación hocicante que se
|
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traían Abelarda y Ponce. Casi estaban morro con morro, tejiendo un
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secreto, una conspiración de soserías, para él amorosas y para ella
|
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indiferentes y cansadas. Víctor encajó la cuchara entre boca y boca,
|
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diciéndoles:
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--Amiguitos, los gorros á quien los tolere; yo protesto. ¿Y no podrían
|
|
aguardar á la luna de miel para hacer los tortolitos? Francamente, eso
|
|
es insultar á la desgracia. La felicidad debe disimularse ante los
|
|
desdichados, como la riqueza ante el pobre. La caridad lo manda así.
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--¿Pero á ti qué te importa que nosotros nos queramos ó dejemos de
|
|
querernos--dijo Abelarda,--ni que nos casemos ó dejemos de casarnos?
|
|
Seremos felices ó no, según nos dé la gana. Eso, acá nosotros. Tú nada
|
|
tienes que ver.
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--Don Víctor--indicó Ponce con su habitual insipidez,--si está usted
|
|
envidioso, con su pan se lo coma.
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--¿Envidioso? No negaré que lo estoy. Mentiría si otra cosa dijese.
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|
--Pues rabia, pues rabia.
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--Papá, papá--chilló Luisito, empeñado en que Víctor volviera la cabeza
|
|
hacia donde él estaba, y poniéndole la mano en la cara para obligarlo á
|
|
que lo mirase.--¿De qué parte es este que tiene un señor con bigotes muy
|
|
largos?
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|
--¿Pero no lo vos, hijo? Es de Italia... Pues sí que estoy envidioso.
|
|
Ésta me dice que rabie, y no tongo inconveniente en rabiar y aun en
|
|
morder. Porque cuando veo dos que se quieren bien, dos que resuelven el
|
|
problema del amor y allanan todas las dificultades, y caminito, caminito
|
|
de la dicha, llegan hasta el matrimonio, me muero de envidia. Para mí,
|
|
créanlo ó no lo crean, ustedes han resuelto el problema. Yo miro en esta
|
|
parejita lo que nunca podré alcanzar. Ustedes no tienen ambición,
|
|
ustedes se contentan con una vida pacífica y modesta, estimándose y
|
|
queriéndose sin fiebre ni locuras de esas... Ustedes no tendrán mucho
|
|
_parné_, pero no carecerán del puchero; ustedes, sin ser santos, reúnen
|
|
bastante virtud para recrearse el uno en el otro... ¿Qué más se puede
|
|
desear?... ¡Ah! ínclito Ponce, usted la ha sabido entender; ha sabido
|
|
elegir... y ella también, esta pícara, que parece que no rompe un plato,
|
|
ha metido la mano en el cesto y ha sacado la fruta mejor. Yo me
|
|
felicito, ¿pues no me he de felicitar? Pero eso no quita que tenga mi
|
|
_pelusa_, como cualquier hijo de vecino, porque me contemplo en
|
|
situación tan distinta, ay! tan distinta... Daría todo cuanto tengo,
|
|
cuanto espero, por una cosa. ¿Á que no lo adivinan?
|
|
|
|
Con repentina intuición, Abelarda le vió venir y temblaba.
|
|
|
|
--Pues yo daría todo por ser el ínclito Ponce. Créanlo ustedes ó no lo
|
|
crean, esta es la verdad. ¿Quiere usted cambiarse, Ponce amigo?
|
|
|
|
--Francamente, si en el cambio me quedo con la dama, no hay
|
|
inconveniente ninguno.
|
|
|
|
--¡Oh! eso no, porque cabalmente ahí está la tostada. Yo daría sangre de
|
|
las venas por echar mi anzuelo en el mar de la vida con el cebo de una
|
|
declaración amorosa y pescar una Abelarda. Es una ambición que me
|
|
curaría de las demás.
|
|
|
|
--Papá, papá (tirándole de la nariz para que volviera la cara hacia él).
|
|
¿Y esto que tiene una cotorra?
|
|
|
|
--Guatemala... Déjame, hijo... No aspiro á más. Una Abelardita que me
|
|
mime, y con tal compañía lo arrostro todo. Con una como ésta me casaría
|
|
yo por puertas, es decir, sin una mota. No faltaría el garbanzo.
|
|
Prefiero con ella un pedazo de pan solo, á todas las riquezas del mundo.
|
|
Porque ¿dónde se encuentra un carácter tan dulce, un corazón tan tierno,
|
|
una mujer tan hacendosita, tan...
|
|
|
|
--Don Víctor, que se corre usted mucho (con tentativas de humorismo,
|
|
enteramente frustradas). Que es mi novia, y tantos piropos me van á dar
|
|
celos...
|
|
|
|
--Aquí no se traía de celos... Á buena parte viene usted... ¿Ésta,
|
|
ésta?... Ésta es segura, amigo; lo quiere á usted con el alma y con la
|
|
vida. Ya podían acudir todos los reyes y príncipes del orbe á
|
|
disputársela á su Ponce adorado. ¿Pues se figura usted que si no lo
|
|
creyera yo así no lo habría puesto los puntos? La caridad bien ordenada
|
|
empieza por uno mismo. Si yo llego á concebir tanto así de esperanzas,
|
|
¿piensa que no me alzo con el santo y la limosna? Pero, ¡quiá!, á otra
|
|
puerta... Mírela usted: al que le hablo de cambiar á su Poncecito por
|
|
otro, le tira los trastos á la cabeza... Véala usted con esa cara que
|
|
parece un enigma, con esa sonrisita que parece postiza; cualquiera se
|
|
atreve á decirle algo.
|
|
|
|
--Vamos, D. Víctor--objetó Ponce con mucha saliva en la boca,--que
|
|
cuando usted habla así, es porque ha tenido sus pretensiones... y ha
|
|
sacado lo que el negro del sermón.
|
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|
|
--No hagas caso, tontín--dijo Abelarda muy inquieta, sonriendo
|
|
violentamente, y con más gana de llanto que de broma.--¿No ves que se
|
|
está quedando contigo?
|
|
|
|
--Que se quede. Lo que hay es que Abelarda es formal, y una vez dada su
|
|
palabra, no hay quien la apee. Nosotros nos comprendimos en cuanto nos
|
|
tratamos; nuestros caracteres ajustan perfectamente, y si yo estoy
|
|
cortado para ella, ella está cortadita para mí.
|
|
|
|
--Poco á poco, caballero Ponce (poniéndose muy serio, como siempre que
|
|
elevaba al grado heroico sus crueles bromas), usted estará cortado para
|
|
quien guste, no me meto en eso. Pero lo que es Abelarda, lo que es
|
|
Abelarda...
|
|
|
|
Ponce le miró serio también, esperando el final de la frase, y la
|
|
insignificante bajó la vista hacia su labor de costura.
|
|
|
|
--Digo que lo que es ella no está, cortada para usted. Y lo sostendré
|
|
contra todo el que opine lo contrario. La verdad por delante. Ella le
|
|
quiere á usted, lo reconozco; pero en cuanto al corte... Es mucho corte
|
|
el suyo; hablo del corte moral y también del físico, sí, señor, también
|
|
del físico. ¿Quiere usted que lo diga claro? Pues para quien está
|
|
cortada Abelarda es para mí... Para mí; y no hay que tomarlo á ofensa.
|
|
Para mí, aunque á usted le parezca un disparate. ¡Si usted no puede
|
|
juzgarla como yo, que la conocí siendo una muñeca todavía!... Y, además,
|
|
usted no me ha tratado á mí lo bastante para saber si congeniamos ó
|
|
no... Ya sé que estoy hablando de una cosa imposible; ya sé que tengo la
|
|
culpa de haber llegado tarde; ya sé que usted me cogió la delantera, y
|
|
no hemos de reñir... Pero en cuanto á conocer el mérito de quien lo
|
|
tiene; en cuanto á deplorar que tantas dotes no sean para mí, lo que es
|
|
en eso (marcando la frase con la mayor formalidad y en tono oratorio),
|
|
¡ah! lo que es en eso, no cedo ni puedo ceder.
|
|
|
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--No le hagas caso, déjale--indicó Abelarda á su novio, que empezaba á
|
|
enfurruñarse.
|
|
|
|
--Amigo D. Víctor, todo eso podrá ser verdad, poro no viene muy al caso.
|
|
|
|
--Parece que se amostaza usted, ínclito Ponce. Sépase que yo soy muy
|
|
leal. Reconozco que se ha ganado usted lo que á mi parecer debió ser
|
|
mío. (Patéticamente.) Bien ganado está. Ha sido en buena lid. Lo que he
|
|
perdido, lo he perdido por mi culpa. No me quejo. Seremos amigos,
|
|
siempre amigos. Vengan esos cinco.
|
|
|
|
--¡Ah, este D. Víctor, qué cosas tiene! (dejándose apretar la mano).
|
|
|
|
Con otro que no fuera Ponce, bien se libraría Cadalso de emplear
|
|
lenguaje tan impertinente; pero ya sabía él con quién trataba. El novio
|
|
estaba amoscadillo, y Abelarda no sabía qué pensar. Para burla, le
|
|
parecía demasiado cruel; para verdad, harto expresiva. Mucho le pesó á
|
|
Ponce tener que marcharse: presumía que Víctor continuaría hablando á la
|
|
chica en el mismo tono, y, francamente, Abelarda era su novia, su
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prometida, y aquel cuñadito hospedado bajo el propio techo principiaba á
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inquietarle. El pillete de Cadalso, conociendo la turbación del crítico,
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en el momento de despedirse le sacudió mucho la diestra, repitiendo:
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--Leal, soy muy leal... Nada hay que temer de mí.
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Y cuando volvió al lado de la joven, que lo miraba consternada:
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--Perdóname, hija; se me escapó aquella idea, que yo quería esconder a
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todos... Espontaneidades que uno tiene cuando menos piensa, y que el más
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ducho en disimular no puede contener á veces. Yo no quería hablar de
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esto; pero no sé qué me entró. ¡Me dió tal envidia de veros como dos
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tórtolos!... ¡me asusté tanto de la soledad en que me encontraba, nada
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más que por llegar tarde, sí, por llegar tarde!... Dispénsame, no te
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diré una palabra más. Sé que este capítulo te aburre y te molesta. Seré
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discreto.
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Abelarda no podía reprimirse. Levantóse, sintiendo pavor, deseo de huir
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y de esconderse, para ocultar algo que impetuosamente al demudado rostro
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le salía.
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--Víctor--exclamó descompuesta y temblando,--ó eres el hombre más malo
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que hay en el mundo, ó no sé lo que eres.
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Corrió á su habitación y rompió á llorar, desplomándose de cara sobre
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las almohadas de su lecho. Víctor se quedó en el comedor, y Luis, que en
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su inocencia comprendía que pasaba algo extraño, no se atrevió durante
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un rato á molestar á papá con aquel teje-maneje de los sellos. El padre
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fué quien afectó entonces interesarse en el juego inteligente, y se puso
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á explicar á su hijo los símbolos de nacionalidades que éste no
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comprendía: «Este rey barbudo es Bélgica, y esta cruz la República
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helvética, es decir, Suiza».
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Doña Pura entró de la calle, y como no viese á su hija en el comedor ni
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en la cocina, buscóla en el dormitorio. Abelarda salía ya, con los ojos
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muy colorados, sin dar á su madre explicación satisfactoria de aquellos
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signos de dolor. Víctor, interrogado por doña Pura sobre el particular,
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lo dijo con socarronería:
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--Parece usted tonta, mamá. Llora por el tío de Ponce.
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XX
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Acostaron temprano á Luis, que metió consigo en la cama el álbum de
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sellos y se durmió teniéndole muy abrazadito. No sufrió aquella noche el
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acceso espasmódico que precedía á la singular visión del anciano
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celestial. Pero soñó que lo sufría, y, por consiguiente, que deseaba y
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esperaba la fantástica visita. El misterioso personaje hizo novillos, y
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así lo expresaba con desconsuelo Cadalsito, deseando enseñarle su álbum.
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Esperó, esperó mucho tiempo, sin poder determinar el sitio donde estaba,
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pues lo mismo podía ser la escuela que el comedor de su casa ó el
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escritorio del memorialista. Y al hilo del sueño, donde todo era
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sinrazón y desvarío, descargó el rapaz un golpe de lógica admirable:
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«¡Pero qué tonto soy!--pensó.--¿Cómo ha de venir, si le han llevado
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esta noche á casa del tío de Ponce?»
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El día siguiente le dieron de alta; pero se determinó que no fuese á la
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escuela en lo que restaba de semana, lo que él agradeció mucho,
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determinando estudiar algo por las noches, nada más que una miaja, y
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reservando los grandes esfuerzos de aplicación para cuando volviera á
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sus tareas escolares. Le permitieron bajar á la portería, y cargó con el
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álbum para enseñárselo á Paca y á _Canelo_. Bien quisiera llevarlo á
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casa de su tía Quintina; mas para esto no hubo permiso. En la portería
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se estuvo hasta el anochecer, hora en que le llamaron, temiendo que se
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pasmase con el aire del portal. Al subir llevaba una idea que en sus
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conversaciones con Mendizábal y Paca había adquirido; una idea que le
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pareció al principio algo rara, pero que luego tuvo por la más natural
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del mundo. Hallábase solo con Abelarda, pues su abuela y Milagros
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zascandileaban por la cocina, cuando se determinó Cadalsito á comunicar
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á su tía la famosa idea. Esta le acariciaba con extremada vehemencia, le
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daba besos, le prometía regalarle un álbum mayor, y de repente Luis,
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respondiendo á tantos cariños con otros no menos tiernos, le dijo:
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--Tía, ¿por qué no te casas tú con mi papá?
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Quedóse la chica como lela, fluctuando entre la risa y el enojo.
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--¿De dónde has sacado tú eso, Luis?--le dijo, asustándole con la
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fiereza de su semblante.--Tú no lo has inventado. Alguien te lo ha
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dicho.
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--Me lo dijo Paca--afirmó Luis, no queriendo cargar con
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responsabilidades ajenas.--Dice que Ponce es más tonto que quiere y que
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no te conviene; que mi papá es listo y guapo y que va á hacer una
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carrera muy grande, muy grande.
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--Dile á Paca que no se meta en lo que no le importa... ¿Y qué más, qué
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más te dijo?
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--Pues... (escarbando en su memoria). ¡Ah! que mi papá os un caballero
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muy decente... como que le da pesetas á la Paca siempre que le lleva
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algún recado... Y que tú debías casarte con mi papá, para que todo
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quedase en casa.
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--¿Le lleva recados?... ¿Cartas? ¿Y á quién? ¿No sabes?
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--Debe ser al Ministro... Es que son muy amigos.
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--Pues todo eso que te ha contado Paca del pobre Ponce, es un
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disparate--afirmó Abelarda sonriendo.--¿Á ti no te gusta Ponce? Dime la
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verdad, dime lo que pienses.
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Luis vaciló un rato en dar contestación. Habían extinguido la prevención
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medrosa que su padre le inspiraba, no sólo los regalos recibidos de él,
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sino la observación de que Víctor se llevaba muy bien con toda la
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familia. En cuanto á Ponce, bueno será decir que Cadalsito no había
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formado opinión ninguna acerca de este sujeto, por lo cual aceptó, sin
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discutirla, la de Paca.
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--Ponce no sirve para nada, desengáñate. Va por la calle que parece que
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se le caen los calzones. Y lo que es talento... Mira, más talento tiene
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Cuevas. ¿No te parece á ti?
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Abelarda se reía con tales ocurrencias. Aun hubiera seguido charlando
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con Luis de aquel asunto; pero la llamó su padre para que le pegara
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algunos botones al chaleco, y en esto se entretuvo hasta la hora de
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comer. Doña Pura dijo que Víctor no comía en casa, sino en la de un
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amigo suyo, diputado y jefe de un grupito parlamentario. Sobre esto hizo
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Villaamil algunos comentarios acres, que Abelarda oyó en silencio, con
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grandísima pena. Discutióse si irían ó no al teatro aquella noche,
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resolviéndose en afirmativa, porque Luis estaba ya bien. Abelarda
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solicitó quedarse, y su madre le dió una arremetida á solas, asestándole
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varias preguntas:
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--¿Por qué no comes? ¿Qué tienes? ¿Qué cara es esa de carnero á medio
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morir? ¿Por qué no quieres venir al Real? No me tientes la paciencia.
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Vístete, que nos vamos en seguida.
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Y fueron las tres _Miaus_, dejando á Villaamil con su nieto y sus
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fúnebres soledades. Después de acostar al niño se puso á leer _La
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Correspondencia_, que hablaba de una nueva combinación.
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Cuando las _Miaus_ regresaron, ya Víctor estaba allí, escribiendo cartas
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en la mesa del comedor. Don Ramón seguía royendo el periódico, y suegro
|
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y yerno no se decían media palabra. Retiráronse todos, monos Abelarda,
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que tenía que mojar ropa para planchar al día siguiente, y al verla
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metida en esta faena, Víctor, sin soltar la pluma, le dijo:
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--He pensado en ti todo el día. Temí que te enojaras por lo de ayer. Yo
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había hecho el propósito de no revelarte nunca mis sentimientos. Aun no
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te he dicho toda la verdad, ni te la diré, Dios mediante. Cuando uno
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llega tarde, debe resignarse y callar. ¿Y tú no me respondes nada? ¿No
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hablas ni siquiera para reñirme?
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La insignificante tenía los ojos fijos en la mesa, y sus labios se
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agitaban como si la palabra retozara en ellos. Por fin no chistó.
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--Te hablaré como hermano (con aquella gravedad bondadosa que tan bien
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sabía fingir), ya que de otra manera no me es lícito. Soy muy
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desgraciado... no lo sabes tú bien. Aquí me tienes arrastrado por un
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vértigo de pasiones insanas; aquí me tienes bajo el peso de relaciones
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que solicité con aturdimiento, que mantuve por rutina y por pereza, y
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que ahora deseo romper. Contaba yo para este fin con el auxilio de un
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ser angelical a quien pensaba encomendarme primero y entregarme por fin
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en cuerpo y alma. Pero ya no puede ser. ¿Qué hago yo en este trance?
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Seguir y seguir encenagado, perderme más y más en el laberinto sin
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salida. Ya no hay salvación para mí. La fatalidad me arrastra... Tú no
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comprendes esto, Abelarda; pero ¡quién sabe!... quizás lo comprendas,
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porque tienes mucha penetración. ¡Oh! ¡pues si yo te hubiera encontrado
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libre...! Mil veces me he propuesto no decirte nada. Sólo que las
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palabras se me salen de la boca... Basta, basta; no me hagas caso. Esto
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te lo vengo diciendo desde un principio. No hagas caso de este infeliz;
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despréciame. Yo no te merezco. Estoy expiando los enormes disparates que
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cometí desde que me faltó mi pobre Luisa, aquel ángel... ángel del
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cielo, pero inferior á ti, tan inferior, que no hay punto de comparación
|
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entre ambas. Yo, francamente (levantándose con exaltación), cuando veo
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qué tesoro tan grande va á ser para un Ponce; cuando pienso que tal
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conjunto de cualidades cae en manos de...
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Abelarda estaba tan sofocada, que si no desahoga, si no abre al menos
|
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una valvulita, revienta de seguro.
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--¿Y si yo te dijera... vamos á ver (palideciendo), si yo te dijera que
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no quiero á Ponce?...
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--¿Tú?... ¿y es verdad?...
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--¿Si yo te dijera que ni le quise jamás, ni le querré nunca?... á ver.
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Víctor no contaba con esta salida, y se desorientó.
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--Ahí tienes tú una cosa... vamos... (balbuciendo) una cosa que me
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produce el efecto de un porrazo en la cabeza... ¿Pero es verdad? Cuando
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lo dices, verdad debe de ser. Abelarda, Abelarda, no juegues conmigo;
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no juegues con fuego... Estas bromas, si bromas son, suelen traer
|
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catástrofes. Porque cuando se aborrece á un hombre, como me aborreces tú
|
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á mí... (confuso y sin saber á qué santo encomendarse) no se le dice
|
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nada que pueda extraviarlo respecto á... quiero decir, respecto á los
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sentimientos de la persona que le aborrece, porque podría suceder que el
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aborrecido... No, no atino á explicarte lo que siento. Si no quieres á
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Ponce, es que quieres á otro, y esto es lo que no debes decirme á mí...
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¿Para qué? ¿Para que me confunda más de lo que estoy? (Columbrando un
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postigo y aguzando su ingenio para escurrirse por él.) Y no quiero
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interrogarte sobre este particular, porque me volvería loco. Guárdate tu
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secreto y respeta mi situación. Si yo no te inspiro más que odio, si no
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llegas á la repugnancia, te ruego que me dejes solo, que te retires y no
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añadas una palabra más. No te ofrezco mis consejos, porque no los
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aceptarías; pero si te encontraras en alguna situación difícil, y mis
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|
consejos te pudieran servir de algo, ya sabes que soy para ti lo que tú
|
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quieras que sea; hermano, si como hermano me tratas...
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--¿Y si los necesitara, si necesitara tus consejos?--insinuó Abelarda,
|
|
que buscaba no una salida, sino la entrada, sin poder descubrirla.
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--Pues dispón de mí (otra vez desconcertado). Si quieres á un hombre y
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|
temes la oposición de tus padres; si la ruptura con Ponce te parece
|
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difícil y necesitas auxilio, aquí estoy dispuesto á prestártelo, por
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penoso que el caso sea para mí (acercándose más á ella). Dímelo, dímelo,
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no tengas miedo. ¿Quieres á un hombre que no es tu novio?
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--Es mucho pedir que confiese yo... así... de tenazón (recurriendo á la
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coquetería para salir del paso). ¿Y á ti quién te da vela en este
|
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entierro?...
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--Soy de la familia... soy tu amigo. Podría ser algo más si tú
|
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quisieras. Pero he llegado tarde; no hay que hablar de mi persona. Estoy
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fuera de juego. Si no quieres confiarme tu secreto, mejor para mí. Así
|
|
no padeceré tanto. Respóndeme á una pregunta: el hombre á quien tú
|
|
quieres, ¿te quiere á ti también?
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--Yo no he dicho que quiera á nadie... me parece que no lo he dicho...
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Pero pongamos que lo dijese. Eso no es cuenta tuya. Eres muy
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entrometido... Claro que yo no iba á querer á nadie que no me
|
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correspondiese. ¡Pues lucida estaba!
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--De modo que hay reciprocidad (con fingida cólera). ¡Y estas cosas me
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las dices en mi propia cara!
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--¡Yo!... si yo no he chistado.
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--Pero lo das á entender... No quiero ser tu confidente, vamos... ¿De
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modo que el otro te ama?...
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--No lo sé... (dejándose llevar de su espontaneidad, ya irresistible).
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Es lo que no he podido averiguar todavía.
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--Y vienes sin duda á que yo te lo averigüe (con sarcasmo). Abelarda,
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esa clase de papeles no los hago yo. No, no me digas quién es; no
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necesito saberlo. ¿Es quizás persona que yo conozco? Pues cállate el
|
|
nombre, cállatelo si no quieres que perdamos las amistades. Esto te lo
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dice un hombre que siente hacia ti un afecto... pero un afecto que ahora
|
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no quiero definir; un hombre que vive bajo el peso de su destino fatal
|
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(estas filosofías y otras semejantes las tomaba Cadalso de ciertas
|
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novelas que había leído), un hombre á quien está vedado referirte sus
|
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padecimientos; y pues yo no debo quererte ni puedo ser tuyo ni tú mía,
|
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no debo atormentarme ni dejar que me atormentes tú. Guárdate tu secreto,
|
|
y yo reservaré la parte de él que he adivinado. Si la fatalidad no se
|
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hubiera interpuesto entre nosotros dos, yo intentaría aún tu remedio,
|
|
procurando arrancarte ese amor, reemplazándolo con el mío. Pero no soy
|
|
dueño de mi voluntad. El sentimiento éste (golpeándose el pecho) jamás
|
|
pasará del corazón á la realidad de la vida. ¿Por qué me incitas á
|
|
descubrirlo? Déjalo en mí, mudo, sepultado, pero siempre vivo. No me
|
|
tientes, no me irrites. ¿Quieres á otro? Pues que yo no lo sepa. ¿Á qué
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|
enconar una herida incurable?... Y para impedir mayores conflictos,
|
|
mañana mismo me voy de esta casa, y no vuelvo á entrar aquí.
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Abelarda sintió tan viva aflicción al oir esto, que no pudo encubrirla.
|
|
No tenía ella en su pobre caletre armas de razonamiento para combatir
|
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con aquel monstruo de infinitos recursos ó ingenio inagotable, avezado á
|
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jugar con los sentimientos serios y profundos. Aturdida y atontada, iba
|
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á entregar su secreto, ofreciéndose indefensa y cubierta de ridiculez al
|
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brutal sarcasmo de Víctor; pero pudo serenarse un poco, recobrar algún
|
|
equilibrio, y con afectada calma le dijo:
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--No, no, no hay motivo para que te vayas. ¿Es que hiciste las paces con
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Quintina?
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--¿Yo? ¡Qué disparate! Ayer Cabrera por poco me pega un tiro. Es un
|
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animal. Me iré á vivir á cualquier rincón.
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--No, eso no. Puedes seguir aquí.
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--Pues prométeme no hablar de esto una palabra más.
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--Si yo no he hablado. Eres tú el que se lo dice todo. Que me quieres,
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que no me puedes querer. ¿Cómo se entiende?
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--Y la última prueba de que te quiero y no te debo querer (con agudeza),
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|
te la voy á dar ahora con este consejo: vuelve los ojos á Ponce...
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--Gracias.
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--Vuelve los ojos al ínclito Ponce. Cásate con él. Ten espíritu
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práctico, ¿Que no le quieres? No importa.
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--Tú estás loco (aturrulladísima). ¿Acaso he dicho yo que no le quería?
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--Lo has dicho, sí.
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--Pues me vuelvo atrás. ¡Qué disparate! Si lo dije, fué broma, por oírte
|
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y darte tela.
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--Eres mala, muy mala. Yo pensaba otra cosa de ti.
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--¿Pues sabes lo que digo? (levantándose con violento arrebato de ira y
|
|
despecho). Que estás de lo más cargante y de lo más inaguantable con
|
|
tus... con tus enigmas; y que no te puedo ver, no te puedo ver. La culpa
|
|
la tengo yo, que oigo tus necedades. Abur... Voy á dormir... Y dormiré
|
|
tan ricamente, ¿qué te crees?
|
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--El odio muy vivo, como el amor, quita el sueño.
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|
|
--Á mí no... perverso... tonto...
|
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--Tú á dormir, y yo á velar pensando en ti... Adiós, Abelarda... Hasta
|
|
mañana.
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|
Y cuando se retiró el impío, un minuto después de la desaparición de la
|
|
víctima (que se metió en su cuarto y atrancó la puerta como quien huye
|
|
de un asesino), llevaba en los labios risilla diabólica y este monólogo
|
|
amargo y cruel: «Si me descuido, me espeta la declaración con toda
|
|
desvergüenza. ¡Y cuidado que es antipática y levantadita de cascos la
|
|
niña!... Y cursi hasta dejárselo de sobra, y sosita... Todo se le
|
|
podría perdonar si fuera guapa... ¡Ah! Ponce, ¡qué ganga te ha
|
|
caído!... Es una plepa que no hay por dónde cogerla para echarla á la
|
|
basura.
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|
|
XXI
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|
Aunque las esperanzas de los Villaamil, apenas segadas en flor, volvían
|
|
á retoñar con nueva lozanía, el atribulado cesante las daba siempre por
|
|
definitivamente muertas, fiel al sistema de esperar desesperando. Sólo
|
|
que su pesimismo se avenía mal con el furor de escribir cartas y de
|
|
mover cuantas teclas pudiesen comunicar vibración á la desmayada
|
|
voluntad del Ministro. «Todo eso de esperar vacante, es
|
|
música--decía.--Yo sé que cuando quieren hacer las cosas, las hacen
|
|
saltando por cima de las vacantes y hasta por cima de las leyes. Ni que
|
|
fuéramos tontos. He visto mil veces el caso de entrar un prohombre en el
|
|
Ministerio, navaja en mano, pedir una credencial de las gordas; el
|
|
Ministro ¡zas! llama al Jefe del personal... «No hay vacante...» «Pues
|
|
hacerla». ¡Pataplún! allá te va, caiga el que caiga... ¿Pero dónde está
|
|
mi prohombre? ¿Qué personaje de campanillas entrará en el despacho del
|
|
Ministro con cara _feroce_ diciendo: «De aquí no me muevo hasta que me
|
|
den... eso?» ¡Ay, Dios mío, qué desgraciado soy y cómo me voy quedando
|
|
fuera de juego!... Con esta Restauración maldita, epílogo de una
|
|
condenada Revolución, ha salido tanta gente nueva, que ya se vuelve uno
|
|
á todos lados sin ver una cara conocida. Cuando un D. Claudio Moyano, un
|
|
D. Antonio Benavides ó un Marqués de Novaliches le dicen á uno: «Amigo
|
|
Villaamil, ya estamos mandados recoger», es que el mundo se acaba. Bien
|
|
dice Mendizábal, que la política ha caído en manos de mequetrefes».
|
|
|
|
Para distraer su pena y olfatear nombramientos ajenos, ya que en el suyo
|
|
afectaba no creer, ó realmente no creía, iba por las tardes al
|
|
Ministerio de Hacienda, en cuyas oficinas tenía muchos amigos de
|
|
categorías diversas. Allí se pasaba largas horas, charlando, enterándose
|
|
del expedienteo, fumando algún cigarrillo, y sirviendo de asesor á los
|
|
empleados noveles ó inexpertos que le consultaban sobre cualquier punto
|
|
obscuro de la enrevesada Administración.
|
|
|
|
Profesaba Villaamil entrañable cariño á la mole colosal del Ministerio;
|
|
la amaba como el criado fiel ama la casa y familia cuyo pan ha comido
|
|
durante luengos años; y en aquella época funesta de su cesantía,
|
|
visitábala él con respeto y tristeza, como sirviente despedido que ronda
|
|
la morada de donde le expulsaron, soñando en volver á ella, Atravesaba
|
|
el pórtico, la inmensa crujía que separa los dos patios, y subía
|
|
despacio la monumental escalera, encajonada entre gruesos muros, que
|
|
tiene algo de feudal y de carcelario á la vez. Casi siempre encontraba
|
|
por aquellos tramos á algún empleado amigote que subía ó bajaba. «Hola,
|
|
Villaamil, ¿qué tal?»--«Vamos tirando». Al llegar al principal titubeaba
|
|
antes de decidir si entraría en Aduanas ó en el Tesoro, pues en ambas
|
|
Direcciones le sobraban conocidos; pero en el segundo prefería siempre
|
|
Contribuciones á Propiedades. Los porteros le saludaban; y como
|
|
Villaamil era tan afable, siempre echaba un párrafo con ellos. Si era
|
|
tarde, les encontraba con la paletada de brasas, resto de las chimeneas,
|
|
cuyo último fuego sirve para alimentar los braseros de las porterías; si
|
|
temprano, llevando papeles de una oficina á otra ó transportando
|
|
bandejas con vasos de agua y azucarillos. «Hola, Bermejo, ¿cómo
|
|
va?»--«Tal cual, D. Ramón, y sintiendo mucho no verle á usted todos los
|
|
días por aquí».--«Dígame, ¿y Ceferino?»--«Ha pasado á Impuestos. El
|
|
pobre Cruz fué el que _cascó_».--«¿Qué me cuenta usted? Hombre, ¡si le
|
|
vi el otro día tan bueno y tan sano!... ¡Qué mundo éste! Vamos quedando
|
|
pocos de aquella fecha. Cuando yo entré aquí en tiempos de D. Juan Bravo
|
|
Murillo, ya estaba Cruz _en la casa_... Mire usted si ha llovido...
|
|
Pobre Cruz, lo siento».
|
|
|
|
El mejor amigo entre los muchos buenos que Villaamil tenía en aquella
|
|
casa era D. Buenaventura Pantoja, de quien algo sabemos ya, padre de
|
|
Virginia Pantoja, una de las actrices del coliseo doméstico de las
|
|
_Miaus_. Visitaba con preferencia D. Ramón la oficina de tan excelente y
|
|
antiguo compañero (Contribuciones), del cual había sido jefe: tomaba
|
|
asiento en la silla más próxima á la mesa; le revolvía los papeles si no
|
|
estaba allí, y si estaba, trabábase entre los dos sabroso coloquio de
|
|
chismografía burocrática.
|
|
|
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«--¿Sabes...?--decía Pantoja.--Hoy salieron calentitos dos oficiales
|
|
primeros y un jefe de Administración. Ayer estuvo ese fantoche (aquí el
|
|
nombre de cualquier célebre político), y claro, á rajatabla. Lo que yo
|
|
te digo: cuando quieren hacer las cosas, saltan por cima de todo.
|
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|
|
--Sea por amor de Dios--respondía Villaamil, dando un doliente suspiro
|
|
que ponía trémulas las hojas de papel más cercanas».
|
|
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Aquel día tardó mucho el buen hombre en fondear ante la mesa de Pantoja.
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Á cada paso saltaban conocidos. Uno salía por aquí, aferrando legajos
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atados con balduque; otro entraba presuroso por allá, retrasado y
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temiendo un regaño del jefe. «¿Cuánto bueno?... ¿Qué tal,
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Villaamil?»--«Hijo, defendiéndonos». La oficina de Pantoja formaba parte
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de un vastísimo salón, dividido por tabiques como de dos metros de alto.
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El techo era común á los distintos departamentos, y en la vasta
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capacidad se veían los tubos de las estufas, largos y negros, quebrados
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en ángulo recto para tomar la horizontal, horadando las paredes. Llenaba
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aquel recinto el estridor sonoro de los timbres, voz lejana de los
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jefes, llamando sin cesar á sus subalternos. Como era la hora en que
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entran los rezagados, en que los madrugadores almuerzan, en que otros
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toman café, que mandan traer de la calle, no reinaba allí el silencio
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propicio al trabajo mental; antes, todo se volvía cierres de puertas,
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risas, traqueteo de loza y cafeteras, gritos y voces impacientes.
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Villaamil entró en la sección, saludando á diestro y siniestro. Allí
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estaba de oficial tercero el cojo Guillén, muy amigo de la familia
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Villaamil, tertuliano asiduo, apuntador en la pieza que se iba á
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representar. Era, por más señas, tío del famoso _Posturitas_, amigo y
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émulo de Luisito Cadalso, y vivía con sus hermanas, dueñas de la casa de
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_empréstamos_. Tenía fama Guillén de mordaz y maleante, capaz de tomarle
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el pelo al lucero del alba. En la oficina escribía juguetes cómicos
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groseros y verdes, algún dramón espeluznante, que nunca llegaría á
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arrostrar las candilejas; dibujaba caricaturas y rimaba sátiras contra
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la mucha gente ridícula de la casa. También había por allí un
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aspirantillo, hijo del Director del Tesoro, que apenas frisaba en los
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diez y seis y cobraba sus cinco mil reales, listo como una pólvora, apto
|
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para traer y llevar recados de oficina en oficina. Oficial segundo era
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un tal Espinosa, señorito elegante, de carrera improvisada y raya en el
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polo, con mucho requilorio en el vestir y bastantes gazapos en la
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ortografía; buen muchacho, que no se formalizaba nunca por las cargantes
|
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bromas de Guillén. Pero el más característico de todos era un tal
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Argüelles y Mora, oficial segundo, perfecta parodia de un caballero del
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tiempo de Felipe IV: pequeño, genuino _gato_ de Madrid, rostro enjuto y
|
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color de cera, bigote y perilla teñidos de negro, melenas largas y bien
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atusadas. Para que el tipo resultase más cabal, usaba cierta capita
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corta y negra, que parecía un desecho del guardarropa de Quevedo. El
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sombrero era hongo chato, achambergado, con un dedo de grasa. Lástima
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que no llevara golilla; mas aun sin ella, era un acabado tipo de
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alguacil. En sus tiempos tuvo pretensiones de guapeza, originalidad y
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elegancia; pero ya sus espaldas tiraban á corcovarse, y su rostro, con
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los pelos pintados, tenía un sello de vigilia forzoso que daba
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compasión. Tocaba la trompa en un teatro. Llamábanle sus compañeros el
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_padre de familia_, porque en todas las conversaciones burocráticas
|
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traía á colación la multitud de bocas que tenía que mantener con el
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mezquino y descontado sueldo de doce mil reales. Había tres ó cuatro
|
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empleados más, algunos taciturnos y atentos á su obligación, repartidos
|
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en varias mesas, á distancia respetuosa de la del jefe, próxima á la
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ventana que daba al patio.
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Cerca de las mesas veíanse las perchas donde los funcionarios colgaban
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capas y sombreros. Guillén tenía las muletas junto á sí. Entre mesa y
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mesa, estantes y papeleras, trastos de forma y aspecto que sólo se ven
|
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en las oficinas, viejos los unos, con no sé qué olor y color de _Paja y
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Utensilios_, de donde tal vez procedían; los otros nuevos, pero no
|
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semejantes á ningún mueble usado fuera de las regiones burocráticas.
|
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Sobre todos los pupitres abundaban legajos atados con cintas rojas, los
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unos amarillentos y polvorosos, papel que tiene algo de cinerario y
|
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encierra las esperanzas de varias generaciones; los otros de hojas
|
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flamantes y reciente escritura, con notas marginales y firmas
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ininteligibles. Eran las piezas más modernas del pleito inmenso entre el
|
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pueblo y el fisco.
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Pantoja no estaba: le había llamado el Director.
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--Tome usted asiento, D. Ramón. ¿Quiere un cigarrito?
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--¿Y tú qué te traes entre manos? (acercándose á la mesa del cojo y
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apoderándose de un papel). ¿Á ver, á ver...? _Drama original y en
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verso._ ¿Título? _La hijastra de su hermanastra._ Muy bien, zánganos;
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así perdéis las horas.
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--Don Ramón, D. Ramón--dijo el elegante, que acababa de paladear su
|
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café.--¿No sabe? Á Cañizares, ¿se acuerda usted, el que estaba en
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Propiedades, aquel á quien llamábamos don Simplicio?, le han dado los
|
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doce mil. ¿Ha visto usted _polacada_ mayor?
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--Lo tuve yo en mi oficina con cinco mil hace catorce años--dijo el
|
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_padre de familia_, esgrimiendo su puño cerrado y revelando toda la
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aflicción del mundo en su cara alguacilesca.--Era tan asno, que le
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|
ocupábamos en traer leña para la estufa. Ni para eso servía. ¡Cáscaras,
|
|
qué hombre más animal! Yo cobraba entonces doce mil, lo mismo que ahora.
|
|
Vean ustedes si esto es justicia ó qué. ¿Tengo ó no tengo razón cuando
|
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digo que vale más recoger boñiga en las calles que servir al gran
|
|
pindongo del Estado? Convengamos en que se acabó la vergüenza.
|
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--Amigo Argüelles--suspiró Villaamil con tristeza estoica,--no hay más
|
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remedio que tragar bilis. Dígamelo usted á mí, que he tenido á mis
|
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órdenes, en provincias, con seis mil, al propio Director del ramo...
|
|
Estaba la criatura en Estancadas... y no valía ni para pegar precintos
|
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en las cajas de cigarros.
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--Dame, paloma mía, de lo que comes... ¡Cuando me acuerdo, ¡cascarones!,
|
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de que mi padre quería colocarme de hortera en una tienda, y yo me
|
|
remonté creyendo que esto no era cosa fina!... ¡Vamos, cuando me acuerdo
|
|
de esto, me dan ganas de arrancarme á puñados estos condenados mechones
|
|
que á uno le quedan!... Era allá por el 51. Pues no sólo no quise oir
|
|
hablar de mostrador, sino que me metí á empleado por aquello de ser
|
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caballero; y para acabar de ensuciarla, me casé. ¡Si sería yo pillín!...
|
|
Después, _pian pianino_, nueve de familia, suegra y dos sobrinos
|
|
huérfanos. Y defienda usted el garbanzo de tanta gente... Y gracias que
|
|
la trompa ayuda, señores. El 64 llegué á los doce mil reales, y allí me
|
|
planté. ¿Saben ustedes quién me sacó los doce mil? Julián Romea. No me
|
|
veré en otra. Catorce años llevo en esta plaza. Ya ni siquiera pido el
|
|
ascenso. ¿Para qué? Como no lo pida á tiros...
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|
Las lamentaciones del trompista _padre de familia_ eran oídas siempre
|
|
con deleite. Entró en aquel punto Pantoja, y _conticuere omnes_. Cubría
|
|
la cabeza del jefe de la sección un gorrete encarnado, con unas al modo
|
|
de alcachofas bordadas de oro, y borla deshilachada que caía con gracia.
|
|
Vestía gabán pardo y muy traído, pantalón con rodilleras, rabicorto,
|
|
dejando ver la caña de las botas recién estrenadas, sin lustre aún.
|
|
Después de saludar al amigo, ocupó su asiento. Arrimóse Villaamil, y
|
|
charlaron. Pantoja no olvidaba por el palique los deberes, y á cada
|
|
instante daba órdenes á su tropa. «Oiga usted, Argüelles, haga el favor
|
|
de ponerme una orden á la Administración Económica de la Provincia
|
|
pidiendo tal cosa... Usted, Espinosa, sáqueme en seguida el estado de
|
|
débitos por Industrial». Y deshacía con mano experta el lazo de
|
|
balduque para destripar un legajo y sacarle el mondongo. En atarlos
|
|
también mostraba singular destreza, y parecía que los acariciaba al
|
|
mudarlos de sitio en la mesa ó al ponerlos en el estante.
|
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El tipo fisiognómico de este hombre consistía en cierta inercia
|
|
espiritual que en sus facciones se pintaba. Su frente era ancha, lisa, y
|
|
tan sin sentido como el lomo de uno de esos libros rayados para cuentas,
|
|
donde no se lee rótulo alguno. La nariz era gruesa en el arranque,
|
|
resultando tan separados los ojos, que parecían estar reñidos y mirar
|
|
cada uno por su cuenta y riesgo, sin hacer caso del otro. Su gran boca
|
|
no se sabía dónde acababa. Las orejas lo sabrían. Sus labios fruncidos
|
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parecía que se violentaban al desplegarse para hablar, cual si fuesen
|
|
expresamente creados para la discreción.
|
|
|
|
Moralmente, era Pantoja el prototipo del integrismo administrativo. Lo
|
|
de _probo funcionario_ iba tan adscrito á su persona como el nombre de
|
|
pila. Se le citaba de tenazón y por muletilla, y decir _Pantoja_ era
|
|
como evocar la propia imagen de la moralidad. Hombre de pocas
|
|
necesidades, vivía obscuramente y sin ambición, contentándose con su
|
|
ascenso cada seis ó siete años, ni ávido de ventajas, ni temeroso de
|
|
cesantía, pues era de esos pocos á quienes, por su conocimiento
|
|
práctico, cominero y minucioso de los asuntos oficinescos, no se les
|
|
limpia nunca el comedero. Había llegado á considerar su inmanencia
|
|
burocrática como tributo pagado á su honradez, y esta idea se
|
|
transformaba en sentimiento exaltado ó superstición. Era un alma
|
|
ingenuamente honrada, una conciencia tan angosta, que se asustaba si oía
|
|
hablar de millones que no fuesen los de la Hacienda. Las cifras muy
|
|
altas, no siendo las del presupuesto del Estado, le producían un
|
|
estremecimiento convulsivo; y si en el Ministerio se preparaba algún
|
|
proyecto relacionado con fuertes empresas industriales ó bancarias, se
|
|
le subía á la boca, sin poderlo remediar, la palabra _chanchullo_. Nunca
|
|
iba á la Tesorería Central sin experimentar sensación de espanto, como
|
|
en presencia de un abismo ó sima pavorosa donde anidan el peligro y la
|
|
muerte; y cuando veía entrar en la Dirección del Tesoro ó en la
|
|
Secretaría á los altos personajes de la Banca, temblaba por la riqueza
|
|
del Erario, de quien se creía perro de presa. Según Pantoja, no debía
|
|
ser verdaderamente rico nadie más que el Estado. Todos los demás
|
|
caudales eran producto del fraude y del cohecho. Siempre había servido
|
|
en Contribuciones, y durante su larga y laboriosa carrera fué cultivando
|
|
en su alma el insano goce de perseguir al contribuyente moroso ó
|
|
maligno, placer que tiene algo del cruel entusiasmo de la caza: para él
|
|
era deleite inefable ver á la grande y á la pequeña propiedad
|
|
defenderse, pataleando, de la persecución del Fisco, y sucumbir siempre
|
|
ante la superioridad del cazador. En todos los conflictos entre la
|
|
Hacienda y el contribuyente, la Hacienda tenía siempre razón, según el
|
|
dictamen inflexible de Pantoja, y este criterio se mostraba en sus
|
|
notas, que jamás reconocieron el derecho de ningún particular contra el
|
|
Estado. Para él la Propiedad, la Industria, el consumo mismo, eran
|
|
organismos ó instrumentos de defraudación, algo de disolvente y
|
|
revolucionario, que tenía por objeto disputar sus inmortales derechos á
|
|
la única entidad dueña y propietaria de todo: la Nación. Pantoja no
|
|
poseyó nunca más que su ropa y sus muebles; era hijo de un portero de la
|
|
Sala de _Mil y Quinientas_; se había criado en un desván de los
|
|
Consejos, sin salir nunca de Madrid; no conocía más mundo que las
|
|
oficinas, y para él la vida era una sucesión no interrumpida de menudos
|
|
servicios al Estado, recibiendo de éste, en recompensa, el garbanzo y la
|
|
santa rosca de cada día.
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|
XXII
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|
¡Ah! ¡Cielos! ¿Qué sería del mundo sin cocido? ¿Y qué de la mísera
|
|
humanidad sin pagas? La paga era la única forma de bienes terrestres en
|
|
conformidad con los principios morales, pues para todas las demás
|
|
clases de bienestar archivaba Pantoja en el fondo de su alma un altivo
|
|
desprecio. Difícilmente concedía que en la clase de ricos hubiera alguno
|
|
que fuese propiamente honrado, y á las grandes empresas y á los audaces
|
|
contratistas les miraba con religioso horror. Labrar en pocos años
|
|
pingüe fortuna, pasar de la pobreza á la opulencia... era imposible por
|
|
medios lícitos. Para que tal cosa suceda, es indispensable _ensuciarse_,
|
|
quitándole lo suyo á la víctima eterna, al propietario elemental, al
|
|
Estado. Al millonario que había heredado su fortuna y no hacía más que
|
|
gastarla, le perdonaba el buen Pantoja; pero aun así no le tenía en olor
|
|
de santidad, diciendo que si él no robaba, lo habían hecho sus padres, y
|
|
la responsabilidad, como el dinero, se transmitía de generación en
|
|
generación.
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|
|
|
Cuando veía entrar en el Ministerio y pasar al despacho del Ministro al
|
|
representante de Rothschild ó de otra opulenta casa española ó
|
|
extranjera, pensaba cuan útil sería ahorcar á todos aquellos señores que
|
|
no iban allí sino á tramar algún enjuague. Estas ideas y otras
|
|
semejantes las vertía Pantoja en el círculo del café adonde concurría,
|
|
siendo objeto de punzantes burlas por su estrechez de miras; pero él no
|
|
se daba á partido. ¿Hablábase de Hacienda? Pues en el acto tremolaba
|
|
Pantoja su banderín con este sencillo y convincente lema: _Mucha
|
|
administración y poca ó ninguna política_. Guerra á los grandes
|
|
negocios, guerra al agio y guerra también á los extranjeros, que no
|
|
vienen aquí más que á explotarnos y á llevarse el _cumquibus_,
|
|
dejándonos más pobres que las ratas. Tampoco ocultaba Pantoja sus
|
|
simpatías por el rigor arancelario, pues el libre cambio es la
|
|
protección á la industria de extranjis.
|
|
|
|
Al propio tiempo sostenía que los propietarios se quejan de vicio, que
|
|
en ninguna parte se pagan menos contribuciones que en España, que el
|
|
país es esencialmente defraudador, y la política el arte de cohonestar
|
|
las defraudaciones y el turno pacífico ó violento en el saqueo de la
|
|
Hacienda. En suma, las ideas de Pantoja eran tres ó cuatro, pero
|
|
profundamente incrustadas en su _intellectus_, como si se las hubieran
|
|
metido á mazo y escoplo. Su conversación en el círculo de amigos
|
|
languidecía, porque nunca hablaba mal de sus jefes, ni censuraba los
|
|
planes del Ministro; no se metía en honduras, ni revelaba ningún secreto
|
|
de entre bastidores. En el fondo de su cerebro dormía cierto comunismo
|
|
de que él no se daba cuenta. De este tipo de funcionario, que la
|
|
política vertiginosa de los últimos tiempos se ha encargado de
|
|
extinguir, quedan aún, aunque escasos, algunos ejemplares.
|
|
|
|
En su trabajo era Pantoja puntualísimo, celoso, incorruptible y enemigo
|
|
implacable de lo que él llamaba _el particular_. Jamás emitió dictamen
|
|
contrario á la Hacienda; la Hacienda le pagaba, era su ama, y no estaba
|
|
él allí para servir á los enemigos _de la casa_. En cuanto á los asuntos
|
|
obscuros, de una antigüedad telarañosa y de resolución difícil, su
|
|
sistema era que no debían resolverse nunca; y cuando llegaba
|
|
forzosamente el último trámite impuesto por las leyes, buscaba en la ley
|
|
misma la triquiñuela necesaria para enredarlos de nuevo. Escribir la
|
|
última palabra de uno de estos pleitos equivalía á una fragilidad de la
|
|
Administración, á declararse vencida y casi deshonrada. En cuanto á su
|
|
probidad, no hay que decir sino que recibía á cajas destempladas á los
|
|
agentes que iban á ofrecerle recompensa por despachar bien y pronto tal
|
|
ó cual negocio. Conocíanle ya, y no se atrevían con aquel puerco-espín,
|
|
que erizaba sus púas todas al sentir la aproximación del _particular_, ó
|
|
sea del contribuyente.
|
|
|
|
En su vida privada, era Pantoja el modelo de los modelos. No había casa
|
|
más metódica que la suya, ni hormiga comparable á su mujer. Eran el
|
|
reverso de la medalla de los Villaamil, que se gastaban la paga entera
|
|
en los tiempos bonancibles, y luego quedaban pereciendo. La señora de
|
|
Pantoja no tenía, como doña Pura, aquel ruinoso prurito de suponer,
|
|
aquellos humos de persona superior á sus medios y posición social. La
|
|
señora de Pantoja había sido criada de servir (creo que de D. Claudio
|
|
Antón de Luzuriaga, al cual debió Pantoja su credencial primera), y lo
|
|
humilde de su origen la inclinaba á la obscuridad y al vivir modesto y
|
|
esquivo. Nunca gastaron más que los dos tercios de la paga, y sus hijos
|
|
iban adoctrinados en el amor de Dios y en el supersticioso miedo al
|
|
fausto y pompas mundanales. Á pesar de la amistad íntima que entre
|
|
Villaamil y Pantoja reinaba, nunca se atrevió el primero á recurrir al
|
|
segundo en sus frecuentes ahogos; le conocía como si le hubiese parido;
|
|
sabía perfectamente que el _honrado_ ni pedía ni daba, que la
|
|
postulación y la munificencia eran igualmente incompatibles con su
|
|
carácter, arcas cuyas puertas jamás se abrían ni para dentro ni para
|
|
fuera.
|
|
|
|
Sentados los dos, el uno ante un pupitre, el otro en la silla más
|
|
próxima, Pantoja se ladeó el gorro, que resbalaba sobre su cabeza
|
|
lustrosa al menor impulso de la mano, y dijo á su amigo:
|
|
|
|
--Me alegro que hayas venido hoy. Ha llegado el expediente contra tu
|
|
yerno. No le he podido echar un vistazo. Parece que no es nada limpio.
|
|
Dejó de incluir dos ó tres pueblos en la nota de apremios, y en los
|
|
repartos del último semestre hay sapos y culebras.
|
|
|
|
--Ventura, mi yerno es un pillo; demasiado lo sabes. Habrá hecho
|
|
cualquier barrabasada.
|
|
|
|
--Y me enteró ayer el Director de que anda por ahí dándose la gran vida,
|
|
convidando á los amigachos y gastando un lujo estrepitoso, con un
|
|
surtidito de sombreros y corbatas que es un asco, y hecho un figurín el
|
|
muy puerco. Dime una cosa: ¿vive contigo?
|
|
|
|
--Sí--respondió secamente Villaamil, que sentía la ola de la vergüenza
|
|
en las mejillas, al considerar que también su ropa, por flaqueza de
|
|
Pura, procedía de los dineros de Cadalso.--Pero estoy deseando que se
|
|
largue de mi casa. De su mano, ni la hostia.
|
|
|
|
--Porque... verás, me alegro de tener esta ocasión de decírtelo: eso te
|
|
perjudica, y basta que sea yerno tuyo y que viva bajo tu techo, para que
|
|
algunos crean que vas á la parte con él.
|
|
|
|
--¡Yo... con él! (horrorizado). Ventura, no me digas tal cosa...
|
|
|
|
--No; si yo no soy quien lo dice, ni me pasa por el magín. Pero la gente
|
|
de esta casa... Ya ves, ¡hay tanto pillo! Y cuando tocan á pensar mal,
|
|
los más pillos son los que descueran al inocente.
|
|
|
|
--Pues aunque Víctor es mi yerno, tan ajeno soy á sus trapacerías, que
|
|
si en mi mano estuviera el impedirle ir á presidio, no lo impediría...
|
|
Figúrate.
|
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|
--¡Ah! No irá, no irá; no te dé cuidado. No irá por lo mismo que lo
|
|
merece. Tiene pararrayos y paracaídas. Se están poniendo los tiempos tan
|
|
corruptos, que estos granujas como tu yerno son los que cobran el
|
|
barato. Verás cómo le echan tierra al expediente, aprueban su conducta y
|
|
le dan el jeringado ascenso. Por cierto que es de lo más atrevido que
|
|
conozco. Ayer estuvo aquí; luego bajó á ver al Subsecretario, y como
|
|
tiene aquella labia y aquel buen ver, el Subsecretario... (me lo ha
|
|
dicho quien estaba presente) le recibió con palmas, y allí estuvieron
|
|
los dos de cháchara más de media hora.
|
|
|
|
--¿Y el señor Ministro le ha visto? (con grandísimo desconsuelo).
|
|
|
|
--No te lo puedo decir; pero me consta que ha venido á recomendárselo un
|
|
diputado de la provincia en que servía la alhajita de tu yerno. Es de
|
|
estos que mientras más le dan más quieren. No sale de aquí nunca el tal
|
|
sin apandar dos ó tres credenciales gordas, pero gordas, y eso que es
|
|
disidente; pero por lo mismo, por la disidencia, le atienden más.
|
|
|
|
--¿Crees tú que le darán el ascenso á Víctor? (con ansiedad profunda).
|
|
|
|
--Yo no puedo asegurarte nada.
|
|
|
|
--Y de lo mío, ¿qué sabes? (con ansiedad mayor aún).
|
|
|
|
--El Jefe del Personal no suelta prenda. Cuando le hablo de ti, me echa
|
|
un _veremos_, y un _yo haré lo que pueda_, que es tanto como no decir
|
|
nada. ¡Ah! entre paréntesis: ayer, después de hablar con el
|
|
Subsecretario, se coló Víctor en el Personal. Vino á contármelo el
|
|
hermano de Espinosa. El Jefe le enseñó las vacantes de provincias, y tu
|
|
yernito se dejó decir con arrogancia que á provincias no iba ni atado.
|
|
|
|
--Amigo Ventura--indicó Villaamil con dolorosa consternación,--acuérdate
|
|
de lo que te anuncio. Tú lo has de ver, y si lo dudas, apostemos algo...
|
|
¿Á que ascienden á Víctor y á mí no me colocan? Otra cosa sería justicia
|
|
y razón, y la razón y la justicia andan ahora de paseo por las nubes.
|
|
|
|
Pantoja volvió á ladear el gorro. Era una manera especial suya de
|
|
rascarse la cabeza. Dando un gran suspiro, que salió muy oprimido de la
|
|
boca, porque ésta no se abría sino con cierta solemnidad, trató de
|
|
consolar á su amigo en la forma siguiente:
|
|
|
|
--No sabemos si podrán arreglar lo del expediente de Víctor, á pesar de
|
|
las ganas que parece tienen de ello sus protectores. Y por lo que hace á
|
|
ti, yo que tú, sin dejar de machacar en el Director, el Subsecretario y
|
|
el Ministro, me buscaría un buen faldón entre la gente que manda.
|
|
|
|
--Pero si me cojo y tiro, y... como si no.
|
|
|
|
--Pues sigue tirando, hombre, hasta que te quedes con el faldón en la
|
|
mano. Arrímate á los pájaros gordos, sean ó no ministeriales; dirígete á
|
|
Sagasta, á Cánovas, á D. Venancio, á Castelar, á los Silvelas; no
|
|
repares si son blancos, negros ó amarillos, pues al paso que vas, tal
|
|
como se han puesto las cosas, no conseguirás nada. Ni Pez ni Cucúrbitas
|
|
te servirán: están abrumados de compromisos, y no colocan más que á su
|
|
pandilla, á sus paniaguados, á sus ayudas de cámara, y hasta á los
|
|
barberos que les afeitan. Esa gente que sirvió á la Gloriosa primero y
|
|
después á la Restauración, está con el agua al cuello, porque tiene que
|
|
atender á los de ahora, sin desamparar á los de antes, que andan
|
|
ladrando de hambre. Pez ha metido aquí á alguien que estuvo en la
|
|
facción y á otros que retozaron con la cantonal. ¿Cómo puede olvidar Pez
|
|
que los del gorro colorado le sostuvieron en la Dirección de Rentas, y
|
|
que los amadeístas casi casi le hacen Ministro, y que los moderados del
|
|
tiempo de Sor Patrocinio le dieron la gran cruz?
|
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|
Villaamil oía estos sabios consejos, los ojos bajos, la expresión
|
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lúgubre, y sin desconocer cuán razonables eran. Mientras que los dos
|
|
amigos departían de este modo, totalmente abstraídos de lo que en la
|
|
oficina pasaba, el maldito cojo Salvador Guillén trazaba en una
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cuartilla de papel, con humorísticos rasgos de pluma, la caricatura de
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Villaamil, y una vez terminada, y habiendo visto que era buena, puso por
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debajo: _El señor de Miau, meditando sus planes de Hacienda_. Pasaba el
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papel á sus compañeros para que se riesen, y el monigote iba de pupitre
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en pupitre, consolando de su aburrimiento á los infelices condenados á
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la esclavitud perpetua de las oficinas.
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Cuando Pantoja y Villaamil hablaban de generalidades tocantes al ramo,
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no sonaban con armonioso acuerdo sus dos voces. Es que discrepaban
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atrozmente en ideas, porque el criterio del honrado era estrecho y
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exclusivo, mientras Villaamil tenía concepciones amplias, un plan
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sistemático, resultado de sus estudios y experiencia. Lo que sacaba de
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quicio á Pantoja era que su amigo preconizara el _income tax_, haciendo
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tabla rasa de la Territorial, la Industrial y Consumos. El impuesto
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sobre la renta, basado en la declaración, teniendo por auxiliares el
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amor propio y la buena fe, resultaba un disparate aquí donde casi casi
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es preciso poner al contribuyente delante de una horca para que pague.
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La simplificación, en general, era contraria al espíritu del _probo
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funcionario_, que gustaba de mucho personal, mucho lío y muchísimo mete
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y saca de papeles. Y por último, algo había de recelo personal en
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Pantoja, pues aquella manía de suprimir las contribuciones era como si
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quisiesen suprimirle á él. Sobre esto discutían acaloradamente hasta que
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á los dos se les agotaba la saliva. Y cuando Pantoja tenía que salir
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porque le llamaba el Director, y se quedaba Villaamil solo con los
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subalternos, éstos se distraían y solazaban un rato á cuenta de él,
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distinguiéndose el cojo Guillén por su intención maligna.
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--Dígame, D. Ramón, ¿por qué no publica usted su plan para que lo
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conozca el país?
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--Déjame á mí de publicar planes (paseándose agitadamente por la
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oficina). ¡Sí; buen caso me haría ese puerco de país! El Ministro los ha
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leído y les ha dado un vistazo el Director de Contribuciones. Como si
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no... Y no es la dificultad de enterarse pronto, porque en las Memorias
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que he escrito he atendido: primero, á la sencillez; segundo, á la
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claridad; tercero, á la brevedad.
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--Yo creí que eran muy largas, pero muy largas--dijo Espinosa con
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gravedad.--Como abrazan tantos puntos...
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--¿Quién le ha dicho á usted semejante cosa? (enfadándose). Si cada una
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no abraza más que un punto, y son cuatro. Y basta y sobra. ¡Ojalá no me
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hubiera ocupado de escribirlas! Bienaventurados los brutos...
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--Porque de ellos es la nómina de los cielos... Bien dicho, señor don
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Ramón--observó Argüelles, mirando con ojeriza á Guillén, á quien
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detestaba.--Á mí también se me ocurrió un plan; pero no quise darlo á
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luz. Más cuenta me tenía componer el solo de trompa.
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--Eso, toque usted la trompa, y déjese de arreglar la Hacienda, que al
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paso que va, pronto, ni los rabos. Mire usted, amigo Argüelles
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(parándose ante la mesa del caballero de Felipe IV, la capa terciada, la
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mano derecha muy expresiva). Yo he consagrado á esto mi experiencia de
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tantos años. Podré acertar ó no; pero que aquí hay algo, que aquí hay
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una idea, no puede dudarse. (Todos le oían con gran atención.) Mi
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trabajo consta de cuatro Memorias ó tratados, que llevan su título para
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más fácil inteligencia. Primer punto: _Moralidad_.
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--Muy bien. Rompe plaza la moralidad, que es lo primero.
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--Es el fundamento del orden administrativo. Moralidad arriba, moralidad
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abajo, á izquierda y a derecha. Segundo punto: _Income tax_.
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--Que es la madre del cordero.
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--Fuera Territorial, Subsidio y Consumos. Lo substituyo con el impuesto
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sobre la renta, con su recarguito municipal, todo muy sencillo, muy
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práctico, muy claro; y expongo mis ideas sobre el método de cobranza,
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apremios, investigación, multas, etc... Tercer punto: _Aduanas_. Porque,
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fíjense ustedes, las Aduanas no son sólo un arbitrio, son un método de
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protección al trabajo nacional. Establezco un arancel bien remontadito,
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para que prosperen las fábricas y nos vistamos todos con telas
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españolas.
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--_Superior de Holanda_... Don Ramón, Bravo Murillo era un niño de
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teta... Siga usted...
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--Cuarto punto: _Unificación de la Deuda_. Recojo todo el papel que anda
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por ahí con diferentes nombres: _Tres_ consolidado, Diferido, Bonos,
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Banco y Tesoro, Billetes hipotecarios, y lo canjeo por un 4 por 100,
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emitido al tipo que convenga... Se acabaron los quebraderos de
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cabeza...
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--Sabe usted más, D. Ramón, que el muy marrano que inventó la Hacienda.
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(Coro de plácemes. El único que callaba era Argüelles, que no gustaba de
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reírle mucho las gracias á Guillén.)
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--No es que sepa mucho (con modestia), es que miro las cosas _de la
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casa_ como mías propias, y quisiera ver á este país entrar de lleno por
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la senda del orden. Esto no es ciencia, es buen deseo, aplicación,
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trabajo. Ahora bien: ¿ustedes me hicieron caso? Pues ellos tampoco. Allá
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se las hayan. Llegará día en que los españoles tengan que andar
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descalzos y los más ricos pedir para ayuda de un panecillo... digo, no
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pedirán limosna, porque no habrá quien la dé. Á eso vamos. Yo les
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pregunto á ustedes: ¿tendría algo de particular que me restituyesen á mi
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plaza de Jefe de Administración? Nada, ¿verdad? Pues ustedes verán todo
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lo que quieran, pero eso no lo han de ver. Vaya, con Dios.
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Salía encorvado, como si no pudiera soportar el peso de la cabeza. Todos
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le tenían lástima; pero el despiadado Guillén siempre inventaba algún
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sambenito que colgarle á la espalda después que se iba.
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--Aquí he copiado los cuatro puntos conforme los decía: señores, oro
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molido. Vengan acá. ¡Qué risa, Dios! Vean, vean los cuatro títulos,
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escritos uno bajo el otro.
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_Moralidad_.
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_Income tax_.
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_Aduanas_.
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_Unificación de la Deuda_.
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Juntadas las cuatro iniciales, resulta la palabra _M I A U»_.
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Una explosión de carcajadas retumbó en la oficina, poniéndola tan alegre
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como si fuera un teatro.
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XXIII
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Desconcertada para muchos días quedó Abelarda después del largo diálogo
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aquel con Víctor; pero ponía la infeliz tal arte en evitar que su madre
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y su tía comprendieran el estado de su ánimo, que lo lograba al fin.
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Desde el día posterior á las incomprensibles declaraciones de Víctor,
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notó á éste taciturno. Evitaba encontrarse solo con su cuñada; apenas la
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miraba, y ni por incidencia le dirigía palabra alguna. Creyérase que un
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delicado asunto personal le traía caviloso. Transcurrido poco tiempo,
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observó Abelarda que estaba de mejor temple y que le echaba miradas
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amorosas y lánguidas, á las que ella, sin poderlo remediar, respondía
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con otras inflamadas aunque rapidísimas. Delante de la familia le
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hablaba Víctor; pero á solas ni jota. Estaban, pues, como los que se
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aman y no se atreven á decírselo: mas ella esperaba ese estallido
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impensado y súbito de la ocasión que no falta nunca, como si las leyes
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del tiempo y del espacio tuvieran marcado el necesario instante en que
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se junten las órbitas de los seres compelidos á ello por la voluntad. En
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aquella temporada le dió á la insignificante por ir á la iglesia
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bastante á menudo. Las prácticas religiosas de los Villaamil se
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concretaban á la misa dominguera en las Comendadoras, y esto no con
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rigurosa puntualidad. Don Ramón faltaba rara vez; pero doña Pura y su
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hermana, por aquello de no estar vestidas, por quehaceres ó por otra
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causa, quebrantaban algunos domingos el precepto. Abelarda se sentía
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ansiosa de corroborar su espíritu en la religión y meditar en la
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iglesia; se consolaba mirando los altares, el sagrario donde el propio
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Dios está guardado, oyendo devotamente la misa, contemplando los santos
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y vírgenes con sus ahuecadas vestiduras. Estos inocentes consuelos le
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sugirieron pronto la idea de otro más dulce y eficaz, el confesarse;
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porque sentía la necesidad imperiosa y punzante de confiar á alguien un
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secreto que no le cabía en el corazón. Temía que si no lo confiaba, _se
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le escaparía_ á lo mejor con espontaneidad indiscreta delante de sus
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padres, y esto le aterraba, porque sus padres se habrían de enfadar
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cuando tal supieran. ¿Á quién confiarlo? ¿Á Luis? Era muy niño. Hasta se
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le pasaba por las mientes el disparate increíble de revelar su secreto
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al buenazo de Ponce. Por último, el mismo sentimiento religioso que se
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amparaba de su alma le inspiró la solución, y á la mañana siguiente de
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pensarla acercóse al confesonario y le contó al cura lo que le pasaba,
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añadiendo pormenores que al sacerdote no le importaba saber. Después de
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la confesión se quedó la insignificante muy aliviada y con el espíritu
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bien dispuesto para lo que pudiera sobrevenir.
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Como era tiempo de Cuaresma, había ejercicios todas las tardes en las
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Comendadoras y los viernes en Monserrat y en las Salesas Nuevas. Algo
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chocaba á la familia la asiduidad con que Abelarda iba á la iglesia, y á
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doña Pura no se le pudrió en el cuerpo esta observación impertinente:
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«¡Vaya, hija, á buenas horas mangas verdes!»
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La circunstancia de que Ponce estaba complacidísimo y un si es no es
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entusiasmado con las devociones de su novia, por ser él uno de los
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chicos más católicos de la generación presente (aunque más de pico que
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de obras, como suele suceder), acalló las susceptibilidades de doña
|
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Pura. El ínclito joven acompañaba á su novia algunas tardes á la
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iglesia, á pesar de las reiteradas instancias de ella para que la dejara
|
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sola. Comúnmente la esperaba al salir, y juntos iban hasta la casa,
|
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hablando del predicador, como la noche antes, en la tertulia, hablaban
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de los cantantes del Real. Si Abelarda iba temprano á la iglesia, la
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acompañaba Luis, que á poco de probar estas excursiones tomó grandísima
|
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afición á ellas. El buen Cadalsito pasaba un rato con devoción y
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compostura; pero luego se cansaba y se ponía á dar vueltas por la
|
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iglesia, mirando los estandartes de la Orden de Santiago que hay en las
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Comendadoras, acercándose á la reja grande para atisbar á las monjas,
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inspeccionando los altares recargados de ex-votos de cera. En Monserrat,
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iglesia perteneciente al antiguo convento que es hoy Cárcel de Mujeres,
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no se encontraba Luis tan á gusto como en las Comendadoras, que es uno
|
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de los templos más despejados y más bonitos de Madrid. Á Monserrat
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encontrábalo frío y desnudo; los santos estaban mal trajeados; el culto
|
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le parecía pobre, y, además de esto, había en la capilla de la derecha,
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conforme entramos, un Cristo grande, moreno, lleno de manchurrones de
|
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sangre, con enaguas y una melena natural tan larga como el pelo de una
|
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mujer, la cual efigie le causaba tanto miedo, que nunca se atrevía á
|
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mirarla sino á distancia, y ni que le dieran lo que le dieran entraba en
|
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su capilla.
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Sucedió más de una vez que Cadalsito, en su inquieta vagancia dentro de
|
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la iglesia, se sentaba en algún banco solitario, sintiéndose acometido
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del mal precursor de la extraña visión. Más de una vez se dijo que en
|
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tal sitio, á poco que se adormilase, había de ver al _Señor de la barba
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blanca_, por ser aquélla una de sus casas. Pero cerraba los ojos,
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haciendo como una mental evocación de la extraordinaria visita, y ésta
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no se presentaba. En alguna ocasión, no obstante, creyó ver al augusto
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anciano saliendo por una puerta de la sacristía y perdiéndose en el
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altar, como si se introdujera por invisible hueco. También le pareció
|
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que el mismo Señor salía revestido de la sacerdotal túnica y casulla
|
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bordada, á decir misa, _á decirse á sí mismo la misa_, cosa que á
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Cadalsito le pareció por demás extraña. Pero no estaba muy seguro de que
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esto fuera así, y bien podía ser que se engañase; al menos, grandes
|
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dudas tenía sobre el particular. Una tarde, oyendo en Monserrat el
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rosario que rezaba el cura, al cual contestaban en la iglesia unas dos
|
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docenas de mujeres y en el coro las presas, que debían ser más de ciento
|
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por el murmullo intensísimo que sus voces hacían, Luisito se sintió con
|
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los síntomas de somnolencia. En la iglesia había muy poca luz, y todo en
|
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ella era misterio, sombras que la cadencia tétrica del rezo hacía más
|
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cerradas y tenebrosas. Desde donde Cadalsito estaba, veía un brazo del
|
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Cristo aquel, y la lamparilla que junto al brazo colgaba del techo. Le
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entró tal pánico, que se habría marchado á la calle si hubiera podido;
|
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pero no se pudo levantar. Hizo propósito de vencer el sopor, y se
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pellizcó los brazos diciendo: «¡Ay! ¡contro! Si me duermo y se me pone
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al lado el Cristo de las melenas, del miedo me caigo muerto». Y el
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miedo y los esfuerzos por despabilarse vencían al fin su insano sopor.
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En cambio de estos malos ratos, Monserrat se los proporcionaba buenos,
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cuando se aparecía por allí su amigo y condiscípulo Silvestre Murillo,
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hijo del sacristán. Silvestre inició á Luis en algunos misterios
|
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eclesiásticos, explicándole mil cosas que éste no comprendía; por
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ejemplo: qué era la Reserva del Santísimo, qué diferencia hay entre el
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Evangelio y la Epístola, por qué tiene San Roque un perro y San Pedro
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llaves, metiéndose en unas erudiciones litúrgicas que tenían que oir.
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«La hostia, verbigracia, lleva dentro á Dios, y por eso los curas, antes
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de cogerla, se lavan las manos para no ensuciarla; y _dominus vobisco_
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es lo mismo que decir: _cuidado, que seáis buenos_». Metidos los dos en
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la sacristía, Silvestre le enseñaba las vestiduras, las hostias sin
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consagrar, que Cadalso miraba con respeto supersticioso, las piezas del
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monumento que pronto se armaría, el palio y la manga-cruz, revelando en
|
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el desenfado con que lo enseñaba y en sus explicaciones un cierto
|
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escepticismo del cual no participaba el otro. Pero no pudo Murillito
|
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hacerle entrar en la capilla del Cristo de las melenas, ni aun
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asegurándole que él las había tenido en la mano cuando su madre se las
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peinaba, y que aquel Señor era muy bueno y hacía la mar de milagros.
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Como la mente de los chicos se impresiona con todo, y á esta impresión
|
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se amolda con energía y prontitud su naciente voluntad, aquellas visitas
|
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á la iglesia despertaron en Cadalsito el deseo y propósito de ser cura,
|
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y así lo manifestaba á sus abuelos una y otra vez. Todos se reían de
|
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esta precoz vocación, y al mismo Víctor le hizo mucha gracia. Sí,
|
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Luisito aseguraba que ó no sería nada ó cantaría misa, pues le
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entusiasmaban todas las funciones sacerdotales, incluso el predicar,
|
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incluso el meterse en el confesonario para _oir los pecados de las
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mujeres_. Díjolo con ingenuidad tan graciosa, que todos se partieron de
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risa, y de ello tomó pie Víctor para romper á hablar á solas con la
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insignificante por primera vez después de la conferencia de marras. No
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estaba presente ninguna persona mayor, y el único que podía oir era
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Luis, y estaba engolfado en su álbum filatélico.
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--Yo no diré, como mi hijo, que quiero ordenarme; ¡pero ello es que de
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algún tiempo á esta parte siento en mí una necesidad tan viva de
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creer!... Este sentimiento, júzgalo como quieras, me viene de ti,
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Abelarda (aquí una mirada amplia, sostenida, tiernísima), de ti, y de la
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|
influencia que tu alma tiene sobre la mía.
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--Pues cree, ¿quién te lo impide?--repuso la joven, que se sentía
|
|
aquella tarde con facilidades para hablar, y esperaba mayor claridad en
|
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él.
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--Me lo impiden las rutinas de mi pensamiento, las falsas ideas
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adquiridas en el trato social, que forman una broza difícil de extirpar.
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Me convendría un maestro angélico, un ser que me amase y que se
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interesara por mi salvación. ¿Pero dónde está ese ángel? Si existe, no
|
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es para mí. Soy muy desgraciado. Veo el bien muy próximo, y no me puedo
|
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acercar á él. Dichosa tú si no comprendes esto.
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Encontrábase la señorita de Villaamil con fuerzas para tratar aquel
|
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asunto, porque la religión se las diera hasta para confesar su secreto á
|
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quien no debía oírlo de sus labios.
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--Yo quise creer, y creí--dijo.--Yo busqué un alivio en Dios, y lo
|
|
encontré. ¿Quieres que te cuente cómo?
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Víctor, que, sentado junto á la mesa, se oprimía la cabeza entre las
|
|
manos, levantóse de pronto, diciendo con el tono y gesto de un consumado
|
|
histrión:
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--No hables: me atormentarías sin consolarme. Soy un réprobo, un
|
|
condenado...
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|
Estas frases de relumbrón, espigadas sin criterio en diferentes libros,
|
|
las traía muy preparaditas para espetarlas en la primera ocasión. Apenas
|
|
dichas, acordóse de que había quedado en juntarse en el café con varios
|
|
amigos, y buscó la fórmula para cortar la hebra que su cuñada había
|
|
empezado á tender entre boca y boca.
|
|
|
|
--Abelarda, necesito alejarme, porque si estoy aquí un minuto más... yo
|
|
me conozco: te diré lo que no debo decirte... al menos todavía... Dame
|
|
tu permiso para retirarme. Voy á dar vueltas por las calles, sin
|
|
dirección fija, errante, calenturiento, pensando en lo que no puede ser
|
|
para mí... al menos todavía...
|
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|
Dió un suspiro, y hasta otra... Dejó á la insignificante confusa y con
|
|
un palmo de morros, procurando desentrañar el significado de aquel _al
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menos todavía_, frase de risueños horizontes.
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Por la noche, antes de comer, Víctor entró muy gozoso y dió un abrazo á
|
|
su suegro, al cual no le hicieron gracia tales confianzas, y estuvo por
|
|
decirle: «¿En qué pícaro bodegón hemos comido juntos?» No tardó el otro
|
|
en explicar los móviles de su enhorabuena. Había estado en el Ministerio
|
|
aquella tarde, y el Jefe del Personal le dijo que Villaamil iba en la
|
|
primera hornada.
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--¡Otra vez el mismo cuento!--exclamó don Ramón furioso.--¿De cuándo acá
|
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es permitido que te burles de mí?
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|
--No es burla, hombre--manifestó doña Pura, alentada por dulces
|
|
esperanzas.--Cuando él te lo dice es porque lo sabe.
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|
--Créalo usted ó no lo crea, es verdad.
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--Pues yo lo niego, yo lo niego--declaró Villaamil, rayando el aire con
|
|
el dedo índice de la mano derecha.--Y de mí no se ríe nadie, ¿estamos?
|
|
¿Cuándo y por dónde te has ocupado tú de mí en el Ministerio? Tú vas
|
|
allá por tus asuntos propios, por trabajar tu ascenso, que te darán...
|
|
¡Ah! Yo estoy cierto de que te lo dan... Bueno fuera que no.
|
|
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--Pues yo lo digo á usted (con gran energía) que podré haber ido otras
|
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veces con ese objeto; pero hoy por hoy fuí, y por cierto en compañía de
|
|
dos diputados de muchísima influencia, exclusivamente á interceder por
|
|
usted, á hablarle gordo al Jefe del Personal, después de teclear al
|
|
Ministro. Si no se lo digo á usted porque me lo agradezca; si esto no
|
|
tiene mérito ninguno... Y tan cierto como es luz esa que nos alumbra
|
|
(con solemne acento), lo es que yo dije á los amigos que me apoyan:
|
|
«Señores, antes que mi ascenso, pídase la colocación de mi suegro».
|
|
Repito que no lo digo para que me lo agradezca nadie. Vaya un puñado de
|
|
anís...
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Doña Pura estaba radiante, y Villaamil, desconcertado en su pesimismo,
|
|
parecía un combatiente á quien le destruyen de improviso las defensas
|
|
que le amparan, dejándole inerme y desnudo ante las balas enemigas.
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|
Esforzábase en recobrar su aplomo pesimista... «Historias... Bueno, y
|
|
aunque fuese verdad que Juan, Pedro y Diego me recomendaran, ¿de eso se
|
|
sigue que me coloquen? Déjame en paz, y pide para ti, pues sin abrir la
|
|
boca te lo han de dar, mientras que yo, aunque vuelva loco al género
|
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humano, nada alcanzaré».
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Abelarda, aunque no desplegó los labios, sentía su pecho inundado de
|
|
gratitud hacia Víctor y se congratulaba de amarle, declarándose que
|
|
ninguna duda podía existir de la bondad de sus sentimientos. Imposible
|
|
que aquel acento noble y hermoso no fuera el acento de la verdad.
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|
Mientras comían, se discutió lo mismo: Villaamil opinando tercamente que
|
|
jamás habría piedad para él en las esferas ministeriales, y la familia
|
|
entera sosteniendo con denuedo lo contrario. Entonces soltó Luisito
|
|
aquella frase que fué célebre en la familia durante una semana y se
|
|
comentó y repitió hasta la saciedad, celebrándola como gracia
|
|
inapreciable, ó como uno de esos rasgos de sabiduría que de la mente
|
|
divina pueden descender á la de los seres cuyo estado de gracia les
|
|
comunica directamente con aquélla. Lo dijo Cadalsito con ingenuidad
|
|
encantadora y cierto aplomo petulante que aumentaba el hechizo de sus
|
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palabras. «Pero abuelito, parece que eres tonto. ¿Por qué estás pidiendo
|
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y pidiendo á esos tíos de los Ministerios, que son unos cualisquieras y
|
|
no te hacen caso? Pídeselo á Dios, ve á la iglesia, reza mucho, y verás
|
|
cómo Dios te da el destino».
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Todos se echaron á reir; pero en el ánimo de Villaamil hizo efecto muy
|
|
distinto la salida del inspirado niño. Por poco se le saltan al buen
|
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viejo las lágrimas, y dando un golpe en la mesa con el cabo del tenedor,
|
|
decía: «Ese demonches de chiquillo sabe más que todos nosotros y que el
|
|
mundo entero».
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|
XXIV
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Marchóse Víctor, apenas tomado el postre, que era, por más señas, miel
|
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de la Alcarria, y de sobremesa, doña Pura echó en cara á su marido la
|
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incredulidad y desabrimiento con que éste había oído lo expresado por el
|
|
yerno.
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--¿Por qué no ha de ser cierto que se interesa por ti? No debemos
|
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ponernos siempre en la mala. Es más: Víctor, si no lo ha hecho, estaba
|
|
en la obligación de hacerlo.
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--Pues es claro...--observó Abelarda, dispuesta á hacer panegírico
|
|
ardiente de su cuñado, á quien no entendía en la cuestión de amores,
|
|
pero cuya cacareada maldad estimaba calumniosa.
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|
|
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--¿Pero vosotras--dijo Villaamil sulfurándose--sois tan cándidas que
|
|
creéis lo que dice ese embustero trapalón?... Apuesto lo que queráis á
|
|
que, en vez de recomendarme, lo que ha hecho es llevarle al Jefe del
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Personal algún cuento para que se le quiten las pocas ganas que tiene de
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servirme...
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--¡Jesús, Ramón!
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--¡Papá, por Dios!... también usted tiene unas cosas...
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--Parece mentira que en tantos años no hayáis aprendido á conocer á ese
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hombre (exaltándose), el más malo y más traicionero que hay bajo la capa
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del sol. Para hacerle más temible, Dios, que ha hecho tan hermosos á
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algunos animales dañinos, le dió á éste el mirar dulce, el sonreir
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tierno y aquella parla con que engaña á los que no le conocen, para
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atontarles, fascinarles y comérseles después... Es el monstruo más...
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Detúvose Villaamil al reparar que estaba presente Luisito, quien no
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debía oir semejante apología. Al fin era su padre. Y por cierto que el
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pobre niño clavaba en el abuelo sus ojos con expresión de terror.
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Abelarda, como si le arrancaran el corazón á tenazazos, sentía impulsos
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de echarse á llorar, seguidos de un brutal anhelo de contradecir á su
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padre, de taparle la boca, de disparar algún denuesto contra su cabeza
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venerable. Levantóse y se fué á su cuarto, aparentando que entraba á
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buscar algo, y desde allí oyó aún el murmullo de la conversación... Doña
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Pura denegaba tímidamente lo dicho por su esposo, y éste, después que se
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retiró Luisito, llamado por Milagros para lavarle en la cocina boca y
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manos, reiteró su bárbaro, implacable y sangriento anatema contra
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Víctor, añadiendo que con él no iba ni á recoger monedas de cinco duros.
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Era tan hondo el acento del buen Villaamil, y tan lleno de sinceridad y
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convicción, que Abelarda creyó volverse loca en aquel mismo instante,
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soñando como único alivio á su desatada pena salir de la casa, correr
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hacia el Viaducto de la calle de Segovia y tirarse por él. Figurábase el
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momento breve de desplomarse al abismo, con las enaguas sobre la cabeza,
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la frente disparada hacia los adoquines. ¡Qué gusto! Después la
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sensación de convertirse en tortilla, y nada más. Se acabaron todas las
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fatigas.
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Á poco de esto, empezó á llegar la escogida sociedad que frecuentaba en
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determinadas noches aquella elegante mansión. Milagros, terminada su
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faena en la cocina, preparó la luz de petróleo para iluminar la sala. Se
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arregló, dejando en la cocina á la vieja que iba á fregar, pues la
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_pudorosa Ofelia_, si se adaptaba con gusto a todos los ramos de la
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culinaria, no entraba con aquel rudo trajín del fregado, y á poco
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penetró en _sus salones_ tan bien apañadita que daba gusto verla.
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Abelarda tardó más en presentarse, y apareció al fin con tan fuerte mano
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de polvos en la cara, que parecía una molinera. Y aun no bastaba tanto
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afeite á disimular el tono cadavérico de su faz ni el cerco violado de
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sus ojos. Virginia Pantoja, su madre y otras señoras la observaron y
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callaban, guardando sus comentarios para postdata de la tertulia.
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Ninguna de las amigas dejó de decir para sí: «¡Ajadilla está!» Fue
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también aquella noche Salvador Guillén, el cual presentó á su compañero
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de oficina, el elegante Espinosa. Villaamil, desde que empezaba á
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entrar gente, se iba á la calle, renegando de la tal tertulia, y se
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pasaba en el café un par de horitas oyendo hablar de crisis ó probando,
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como dos y tres son cinco, que debía haberla. Solía Pantoja acompañarle,
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volviendo después con él para recoger á la familia, y por el camino
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seguían glosando el tema eterno, sin agotarlo nunca ni encontrar jamás
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la última variación. Conocedor sagaz de la vida burocrática y de las
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misteriosas energías psicológicas que determinan la elevación y caída de
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funcionarios, Pantoja trazaba á su amigo un nuevo plan de campaña.
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Primero, sin perjuicio de buscarse entre la gente política de influencia
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algún padrinazgo de empuje, convenía no dejar vivir al Ministro, ni al
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Jefe del Personal; convertirse en su sombra, espiarles las entradas y
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salidas, acometerles cuando más descuidados estuvieran, ponerles en el
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terrible dilema de _la credencial_ ó _la vida_, imponerse por el terror.
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De esta manera se sacaba siempre tajada, pues al fin, Ministros,
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Subsecretarios y Jefes del Personal eran hombres, y para poder respirar
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y vivir daban al moscón lo que pedía, por quitárselo de encima de su
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alma y perderlo de vista. Reconociendo el profundo sentido humano y
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político de estos consejos, Villaamil deploraba sinceramente haber
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llegado al extremo de ser él lo que tantas veces había censurado en
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otros; acosador importuno y pordiosero inaguantable.
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Víctor no solía concurrir a las tertulias; pero aquella noche entró más
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temprano que de costumbre y pasó á la sala, produciendo la admiración de
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Virginia Pantoja y de las chicas de Cuevas. ¡Era tan superior por todos
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conceptos á los tipos que allí se veían! Guillén le tenía ojeriza, y
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como Víctor le pagaba en la misma moneda, se tirotearon con frases de
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doble sentido, haciendo reir á la concurrencia.
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Al día siguiente, antes de almorzar, hallándose en el comedor Víctor, su
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suegra, Abelarda y Luisito, que acababa de llegar de la escuela, dijo
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Cadalso á doña Pura:
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--¿Pero cómo reciben ustedes en su casa á ese cojo inmundo? ¿No
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comprenden que viene por divertirse observando y contar luego en la
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oficina lo que ve?
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--¿Pero acaso tenemos monos pintados en la cara--dijo Pura con
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desenfado,--para que ese cojitranco venga aquí nada más que á reirse?
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--Es un sapo venenoso que en cuanto ve algo que no es sucio como él, se
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irrita y suelta toda la baba. Cuando papá va á la oficina de Pantoja,
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¿en qué creen ustedes que se ocupa Guillén? En hacerle la caricatura.
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Tiene ya una colección que anda de mano en mano entre aquellos gandules.
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Ayer, sin ir más lejos, vi una con un letrero al pie que dice: _El señor
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de Miau, meditando su plan de Hacienda_. Había ido corriendo de oficina
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en oficina, hasta que Urbanito Cucúrbitas la llevó al Personal, donde
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el majadero de Espinosa, hermano de ese cursilón que estuvo aquí anoche,
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la pegó en la pared con cuatro obleas para que sirviera de chacota á
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todo el que entraba. Cuando vi aquello me sulfuré, y por poco se arma
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allí la de San Quintín.
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Doña Pura se indignó tanto, que el coraje le cortaba la respiración y la
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palabra.
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--Pues yo le diré á ese galápago que no vuelva á poner los pies en mi
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casa... ¿Y cómo dices que llaman á mi marido? ¿Habrá desvergüenza?...
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--Es que le quieren aplicar ahora el mote que le pusieron á la familia
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en el Real--dijo Víctor dulcificando su crueldad con una sonrisa;--mote
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que no tiene maldita gracia.
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--¡Á nosotras, á nosotras!--exclamaron á un tiempo, rojas de ira, las
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dos hermanas.
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--Tomémoslo á risa, pues no merece otra cosa. Es público y notorio que
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cuando toman ustedes posesión de su sitio en el Paraíso, todo el mundo
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dice: «Ya están ahí las _Miaus_...» ¡qué tontería!
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--¡Y el muy mamarracho se ríe de la gracia!--exclamó doña Pura cogiendo
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lo primero que encontró á mano, que fué un pan, y apuntando con él á la
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cabeza de su yerno.
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--No, no la emprenda usted conmigo, señora, que no soy yo autor del
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apodo... Pues si yo las acompañara á ustedes alguna vez y un cursi de
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aquéllos se atreviera á mayar delante de mí, de la primera boletada
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todas sus muelas salían á tomar el aire.
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--No estás tú mal fantasmón (devorando su ira). Pico, y nada más que
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pico. ¡Si no tuviéramos nosotras más defensa que tú!...
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La ira de las dos hermanas era nada en comparación de la que agitaba el
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ánimo de Luisito Cadalso, al oir que el cojo Guillén motejaba á su
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abuelo y le ponía en solfa; y para sí decía: «De todo esto tiene la
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culpa _Posturitas_, y le he de dar pa el pelo, porque la ordinariota de
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su mamá, que es hermana de Guillén, fué la que puso el mote, ¡contro!, y
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luego se lo dijo al cojo, que es un sapo venenoso, y el muy canalla se
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lo ha dicho á los de la oficina».
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Tan rabioso se puso, que al ir á la escuela cerraba los puños y apretaba
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los dientes. De seguro que si encuentra á _Posturitas_ en la calle la
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emprende con él dándole una morrada buena en _mitá la cara_. Tocóle
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después estar á su lado en la clase y le pegó con el codo, diciéndole:
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«No _quio na_ contigo, sinvergüenza. Tú no eres caballero, ni tu familia
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tampoco son caballeros». El otro no le contestó, y dejando caer la
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cabeza sobre el brazo, cerró los ojos como vencido de un profundo sueño.
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Hubo de notar entonces Cadalso que su amigo tenía la cara muy encendida,
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los párpados hinchados, la boca abierta, respirando por ella, y á ratos
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soplando fuertemente por la nariz, como si quisiera desobstruirla.
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Nuevos y más fuertes codazos de Luisito no le hicieron salir de aquel
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pesado sopor. «¿Qué tienes, recontro?... ¿estás malo?» La cara de
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_Posturitas_ echaba fuego. El maestro llegó por allí, y viéndole en tal
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estado y que no había medio de enderezarle, le observó, le pulsó, le
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puso la mano en la cara. «Chiquillo, tú estás malo; vete corriendo á tu
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casa y que te acuesten y te abriguen bien para que sudes». Levantóse
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entonces el rapaz tambaleándose, y con cara y gesto de malísimo humor,
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atravesó la sala de la escuela. Algunos compañeros le miraron con
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envidia porque se iba á su casa antes que los demás. Otros, Cadalsito
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entre ellos, creían que la enfermedad era farsa, pura comedia para irse
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de pingo y estarse brincando toda la tarde en el Retiro con los peores
|
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gateras de Madrid. Porque era muy pillo, muy embustero, y en poniéndose
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á inventar y á hacer pamemas, no había quien le ganara.
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Al día siguiente, Murillito trajo la noticia de que Paco Ramos estaba
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enfermo de tabardillo, y que le había entrado tan fuerte, pero tan
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fuerte, que si no bajaba la calentura aquella noche, se moriría. Hubo
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discusión á la salida sobre ir ó no á verle. «Que eso se pega,
|
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_hombre_».--«Que no se pega... ¡bah, tú!»--«Morral».--«Morral él». Por
|
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fin, Murillito, otro que llamaban Pando y Cadalso con ellos, fueron á
|
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verle. Era á dos pasos de la escuela, en la casa que tiene farol y
|
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muestra de prestamista. Subieron los tres muy ternes, discutiendo
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todavía si se pegaba ó no se pegaba la _tifusidea_, y Murillito, el más
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farfantón de la partida, les animaba escupiendo por el colmillo. «No
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seáis gallinas. ¡Si creeréis que por entrar vus vais á morir!...»
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|
Llamaron, y les abrió una mujer, quien al ver la talla y fuste de los
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visitantes, no les hizo maldito caso y les dejó plantados, sin dignarse
|
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responder á la pregunta que hizo Murillito. Otra mujer pasó por el
|
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recibimiento y dijo: «¿Qué buscan aquí estos monos? ¡Ah! ¿Venís á saber
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de Paquito? Más animado está esta tarde...» «Que pasen, que pasen--gritó
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dentro otra voz femenil,--á ver si mi niño les conoce». Vieron, al
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entrar, el despacho de los préstamos, donde estaba un señor de gorro y
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espejuelos que _parecía un ministro_ (según pensó Cadalso), y
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atravesaron luego un cuarto grande donde había ropa, golfos de ropa, la
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mar de ropa, y por fin, en una habitación toda llena de capas dobladas,
|
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cada una con su cartón numerado, yacía el enfermo y á su lado dos
|
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enfermeras, la una sentada en el suelo, la otra junto al lecho.
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|
_Posturitas_ había delirado atrozmente toda la noche y parte de la
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mañana. En aquel momento estaba más tranquilo, sin que el recargo se
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iniciara aún. «Rico--le dijo la mujer ó señora instalada á la cabecera,
|
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y que debía de ser la mamá,--aquí están tus amiguitos, que vienen á
|
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preguntar por ti. ¿Quieres verles?» El pobre niño exhaló una queja,
|
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como si quisiera romper á llorar, lenguaje con que indican las criaturas
|
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enfermas lo que les desagrada y molesta, que suele ser todo lo
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imaginable. «Mírales, mírales. Te quieren mucho». Paquito dió una vuelta
|
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en la cama, é incorporándose sobre un codo, echó á sus amigos una mirada
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atónita y vidriosa. Tenía los ojos, aunque inflamados, mortecinos, los
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labios tan cárdenos que parecían negros, y en los pómulos manchas de
|
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color de vino. Cadalso sentía lástima y también terror instintivo que le
|
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mantuvo desviado de la cama. La mirada fija y sin luz de su compañero de
|
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escuela le hacía temblar. Paco Ramos sin duda no conoció de los tres más
|
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que á Luisito, porque sólo dijo _Miau, Miau_, después de lo cual su
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cabeza se derrumbó sobre la almohada. La madre hizo una seña á los
|
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chicos para que despejaran, y ellos obedecieron como unos santos. En la
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habitación próxima tropezaron con dos hermanillos de _Posturitas_, más
|
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chicos que él, carisucios y culirrotos, los zapatos agujereados y los
|
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mandiles hechos una sentina. El uno arrastraba un muñeco de trapo
|
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amarrado por el pescuezo, y el otro un caballo sin patas, gritando como
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un desesperado _¡arre!_ Al ver gente menuda, se fueron detrás, deseando
|
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hacer migas con ella; pero Murillo, echándoselas de persona, les
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reprendió por la bulla que armaban, estando el hermanito malo. Ellos se
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miraron estupefactos. No comprendían jota. El más pequeño sacó del
|
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bolsillo del delantal un pedazo de pan ya muy lamido, todo lleno de
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babas, y le metió el diente con fe. Al pasar por la sala, el señor aquel
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que parecía un ministro estaba examinando dos mantones de Manila que lo
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presentaba una mujer. Los tres amigos lo saludaron con exquisita
|
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cortesía, pero él no les contestó.
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XXV
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Muy pensativo se fué Cadalsito á su casa aquella tarde. El sentimiento
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de piedad hacia su compañero no era tan vivo como debiera, porque el
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mameluco de Ramos le había insultado, arrojándole á la cara el infamante
|
|
apodo, delante de gente. La infancia es implacable en sus
|
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resentimientos, y la amistad no tiene raíces en ella. Con todo, y aunque
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no perdonaba á su mal educado compañero, pensó pedir por él en esta
|
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forma: «Ponga usted bueno á _Posturitas_. Á bien que poco le cuesta. Con
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decir _levántate, Posturas_, ya está». Acordándose después de que la
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|
mamá de su amigo, aquella misma señora que estaba junto al lecho tan
|
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afligida, era la inventora del ridículo bromazo, renovóse en él la
|
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inquina que le tenía. «Pero no es _señora_--pensó.--No es más que
|
|
_mujer_, y ahora Dios la castiga de firme por poner motes».
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Aquella noche estuvo muy intranquilo; dormía mal, se despertaba á cada
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instante, y su cerebro luchaba angustiosamente con un fenómeno muy
|
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singular. Habíase acostado con el deseo de ver á su benévolo amigo el de
|
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la barba blanca; los síntomas precursores se habían presentado, pero la
|
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aparición no. Lo doloroso para Cadalsito era que soñaba que la veía, lo
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que no era lo mismo que verla. Al menos no estaba satisfecho, y su mente
|
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forcejeaba en un razonar penoso y absurdo, diciendo: «No es éste, no es
|
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éste... porque yo no le veo, sino sueño que le veo, y no me habla, sino
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sueño que me habla». De aquella febril cavilación pasaba á estotra: «Y
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no podrá decir ya que no estudio, porque hoy sí que me supe la lección,
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|
¡contro! El maestro me dijo: «Bien, bien, Cadalso». Y la clase toda
|
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estaba turulata. Largué de corrido lo del adverbio, y no me comí más que
|
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una palabra. Y cuando dije lo de que caía el maná en el desierto,
|
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también _me lo supe_, y sólo me trabuqué después en aquello de los
|
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Mandamientos, por decir que los trajo encima de un tablero, en vez de
|
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una tabla». Luis exageraba el éxito de su lección de aquel día. La dijo
|
|
mejor que otras veces, pero no había motivo fundado para tanto bombo.
|
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Mala noche fué aquélla para los dos habitantes del estrecho cuarto, pues
|
|
Abelarda no hacía más que dar vueltas en su catre, rebelde al sueño,
|
|
conciliándolo breves minutos, sintiéndose acometida por bruscos
|
|
estremecimientos, que la hacían pronunciar algunas palabras, de cuyo
|
|
sonido se asombraba ella propia. Una vez dijo: «Huiré con él». Y al
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punto le respondió un acento suspirón: «Con el que tenía los anillos de
|
|
puros». Al oir esto, dió un salto aterrada. ¿Quién le respondía? Todo
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era silencio en la alcoba; pero al poco rato la voz volvió á sonar,
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diciendo: «Le castiga usted por malo, por poner motes». Al fin, la mente
|
|
de Abelarda se esclarecía, pudiendo apreciar la realidad y reconocer la
|
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vocecilla de su sobrino. Volvióse del otro lado y se durmió. Luis
|
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murmuraba gimiendo, como si quisiera llorar y no pudiese. «Que sí me
|
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supe la lección... que sí». Y al cabo de un rato: «No me mojes el sello
|
|
con tu boca negra... ¿Ves? Eso te pasa por malo. Tu mamá no es señora,
|
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sino mujer...» Á lo que contestó Abelarda: «Esa elegantona que te
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|
escribe cartas no es dama, sino una tía _feróstica_... Tonto, y me
|
|
desprecias á mí por ella, á mí, que me dejaría matar por...! Mamá, mamá,
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|
yo quiero ser monja». «No...--decía Luis,--ya sé que no le dió usted al
|
|
Sr. de Moisés los Mandamientos en un tablero, sino en una tabla...
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|
Bueno, en dos tablas... _Posturas_ se va á morir. Su padre le envolverá
|
|
en aquel mantón de Manila... Usted no es Dios, porque no tiene
|
|
ángeles... ¿En dónde están los ángeles?»
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Y Abelarda: «Ya pesqué la llave de la puerta. Quiero escapar. ¡Con el
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frío que hace, esperándome en la calle!... ¡Vaya un llover!»
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|
Luis: «Es un ratón lo que _Posturas_ echa por la boca, un ratón negro y
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|
con el rabo mu largo. Me escondo debajo de la mesa. ¡Papá!»
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Abelarda en voz alta: «Qué... ¿qué es eso, Luis? ¿qué tienes?
|
|
Pobrecito... esas pesadillas que le dan. Despierta, hijo, que estás
|
|
diciendo disparates. ¿Por qué llamas á tu papá?»
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|
Despierto también Luis, aunque no con el sentido muy claro: «Tiíta, no
|
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duermo. Es que... un ratón. Pero mi papá lo ha cogido. ¿No ves á mi
|
|
papá?
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--Tu papá no está aquí, tontín; duérmete.
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--Sí que está... Mírale, mírale... Estoy despierto, tiíta. ¿Y tú?
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--Despéjate, hijo... ¿Quieres que encienda luz?
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|
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|
--No... Tengo sueño. Es que todo es muy grande, todas las cosas grandes,
|
|
y mi papá estaba acostado contigo, y cuando yo le llamé vino á cogerme.
|
|
|
|
--Prenda, acuéstate de ladito y no tendrás malos sueños. ¿De qué lado
|
|
estás acostado?
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|
|
--Del lado de la mano izquierda... ¿Por qué es todo grandísimo, del
|
|
tamaño de las cosas mayores?
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|
--Acuéstate del lado derecho, alma mía.
|
|
|
|
--Estoy del lado de la mano izquierda y del pie derecho... ¿Ves? éste es
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el pie derecho, ¡tan grande! Por eso la mamá de Posturas no es señora.
|
|
Tiíta...
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--¿Qué?
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--¿Estás dormida?... Yo me duermo ahora. ¿Verdad que no se muere
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_Posturas_?
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--¡Qué se ha de morir, hombre! No pienses en eso.
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|
--Díme otra cosa. ¿Y mi papá se va á casar contigo?
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En la excitación cerebral que producen la obscuridad y el insomnio,
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Abelarda no pudo responder lo que habría respondido á la luz del día con
|
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la cabeza serena; por cuya razón se dejó decir: «No sé todavía...
|
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verdaderamente no sé nada... Puede...»
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|
Poco después murmuró Luis «bueno» en tono de conformidad, y se quedó
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dormido. Abelarda no pegó los ojos en el resto de la noche, y al día
|
|
siguiente se levantó muy temprano, la cabeza pesadísima, los párpados
|
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encendidos y el humor destemplado, deseando hacer algo extraordinario y
|
|
nuevo, reñir con alguien, así fuese el mismísimo cura cuya misa pensaba
|
|
oir pronto, ó el monago que había de ayudarla. Se fué á la iglesia, y en
|
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ella tuvo muy malos pensamientos, tales como escabullirse de la casa sin
|
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saber para qué, casarse con Ponce y pegársela después, meterse monja y
|
|
amotinar el convento, hacerle una declaración burlesca de amor al cojo
|
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Guillén, empezar la representación de la comedia y retirarse á la
|
|
mitad, dejándoles á todos plantados; envenenar á Federico Ruiz, tirarse
|
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del paraíso del Real á las butacas en lo mejor de la ópera... y otros
|
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disparates por el estilo. Pero la permanencia en el templo, silencioso y
|
|
plácido, las tres misas que oyó, sosegaron poco á poco sus nervios,
|
|
estableciendo en su cerebro la normalidad de las ideas. Al salir se
|
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asustaba y aun se reía de aquellas extravagancias sin sentido. Pasara lo
|
|
de tirarse del paraíso á las butacas en un momento de desesperación;
|
|
pero envenenar al pobre Federico Ruiz, ¿á qué santo?
|
|
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|
Al llegar á su casa, lo primero que hizo, según costumbre, fué enterarse
|
|
de si Víctor había salido ó no. Resultó que sí, y doña Pura dijo con
|
|
alegría no disimulada que su yerno almorzaba fuera. Los recursos se le
|
|
habían ido agotando á la señora con la rapidez solutiva de esa sal
|
|
puesta en agua que se llama dinero. ¡Cosa más rara! Lo mismo era cambiar
|
|
un duro que desleírsele pieza á pieza. Y ya veía próximo el aterrador
|
|
lindero que separa la escasez de la carencia absoluta. Detrás de aquel
|
|
lindero se alzaban los espectros familiares mirando á doña Pura y
|
|
haciéndole muecas. Eran sus terribles compañeros de toda la vida, el
|
|
deber, el pedir y el empeñar, resueltos á acompañarla hasta la tumba. Ya
|
|
estaba la señora tirando sus líneas á ver si Víctor le daba medios de
|
|
zafarse de aquellos socios insufribles. Pero Víctor, á las primeras
|
|
indirectas, se había hecho el mal entendedor, señal de que no encerraba
|
|
ya su cartera los tesoros de mejores días. Además, pudo observar doña
|
|
Pura que por dos ó tres veces habían venido á cobrarle á su yerno
|
|
cuentas de zapateros ó sastres, y que Víctor no había pagado, diciendo
|
|
que volvieran ó que él pasaría por allá. Este olor á chamusquina puso á
|
|
la señora sobre ascuas.
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|
|
Fueron aquella tarde doña Pura y su hermana á visitar unas amigas.
|
|
Milagros encargó á Abelarda que diese una vuelta por la cocina; pero la
|
|
exaltada joven, al quedarse sola, pues Villaamil había ido al Ministerio
|
|
y Luis á la escuela, echó al olvido cacerolas y sartenes, y metióse en
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el cuarto de Víctor, con el fin de revolver, de escudriñar, de ponerse
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en íntimo contacto con su ropa y los objetos de su uso. Sentía la
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insignificante, en esta inspección vedada, los estímulos de la
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curiosidad mezclados con un goce espiritual de los más profundos. El
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examen de la indumentaria, la exploración de todos los bolsillos, aunque
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en ellos no encontrara cosa de verdadero interés, era un gusto que no
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cambiaría ella por otros más positivos é indiscutibles. Porque
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manoseando las camisas se suponía por momentos en una intimidad á la
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cual su viva imaginación daba apariencias reales. Soñaba actos de los
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más nobles, como el cuidar la ropa de su hombre, fuera marido ó no,
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deseando algo que arreglar en ella, botón suelto ó forro descosido; y
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en tanto reconocía en el olor la persona, por más señas limpia y
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elegante, gozando en olfatearla á menor distancia que en familia y ante
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el mundo. Las pocas veces que Abelarda podía darse estos atracones de
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idealidad y sensaciones rebuscadas, sus registros de bolsillos no
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arrojaban ninguna luz sobre el misterio que á su parecer envolvía la
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existencia de Cadalso. Á veces, encontraba en el bolsillo del pantalón
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perros grandes ó chicos, billetes de tranvía y butacas de teatro; en los
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de la americana ó levita, alguna nota del Ministerio, alguna carta
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indiferente. Al concluir, cuidaba de volver todo á su sitio para que no
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fuera notado el escrutinio, y se sentaba sobre el baúl á meditar. No
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había sido posible poner en el cuarto de Víctor cómoda ni armario
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ropero, de modo que tenía su equipo en la misma maleta de viaje, como si
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estuviera por pocos días en una fonda. Lo que desesperaba á la
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insignificante, era encontrar el baúl siempre cerrado. Allí sí que
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habría querido ella meter manos y ojos. ¡Qué de secretos guardaría
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aquella cavidad misteriosa! Varias veces había probado á abrirla con
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llaves diferentes, pero en vano.
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Pues señor, aquel día, al sentarse en el baúl, ¡tlin!, un rumorcillo
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metálico. Miró, y... ¡las llaves estaban puestas! Víctor se había
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olvidado de quitarlas, faltando á sus hábitos cautelosos y previsores.
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Ver las llaves, abrir y levantar la tapa casi fueron actos simultáneos.
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Gran desorden en la parte superior del contenido. Había allí un
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sombrero chafado, de los que llaman _livianillos_, cuellos y puños
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sueltos, cigarros, una caja de papel y sobres, ropa blanca y de punto,
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periódicos doblados, corbatas ajadas y otras nuevecitas. Abelarda
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observó todo un buen rato sin tocar, enterándose bien, como es uso de
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curiosos y ladrones, de la colocación de los objetos para volver á
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ponerlos lo mismo. Luego deslizó la mano por un lado, explorando la
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segunda capa. No sabía por dónde empezar. Al propio tiempo, la
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presunción de que Víctor andaba en líos con alguna señora de mucho
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lustre y empinadísimo copete, se imponía y destacaba sobre las ideas
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restantes. Pronto se descubriría todo; allí se encontraban de fijo las
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pruebas irrecusables. De tal modo dominaba este prejuicio la mente de
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Abelarda, que antes de descubrir el cuerpo del delito ya creía
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olfatearlo, porque el olfato era quizás su sentido más despierto en
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aquellas pesquisas. «¡Ah! ¿no lo dije? ¿Qué es esto? Un ramito de
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violetas». En efecto, al levantar con cuidado una pieza de ropa,
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encontró el ramo ajado y oloroso. Siguió explorando. Su instinto, su
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intuición ó corazonada, que tenía la fuerza de una luz precursora ó de
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indicador misterioso, la guiaba por aquellas revueltas honduras. Sacó
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varias cosas cuidadosamente, las puso en el suelo, y adelante; busca de
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aquí, busca de allí, su mano convulsa dió con un paquete de cartas. ¡Ah!
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por fin había parecido la clave del secreto. ¡Si no podía ser de otro
|
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modo! Cogió el paquete, y al sentirlo entre sus dedos infundióle terror
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su propio hallazgo.
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Sin quitar la goma leyó algo ya, pues las cartas no tenían envoltura que
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las cubriese. Lo primero que se echó á la cara fué una coronita
|
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estampada en el membrete de la carta superior; y como no era fuerte en
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heráldica, no supo si la corona era de marquesa ó de condesa... Pensó
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entonces la insignificante en su mucho acierto y sagacidad. No, no podía
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ella equivocarse al suponer que la misteriosa persona con quien _él_
|
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estaba en relaciones era de alta categoría. Había nacido Víctor para las
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esferas superiores de la vida, como el águila para remontarse á las
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alturas. Pensar que hombre de tales condiciones descendiese á las
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esferas de cursilería y pobreza en que ella vivía... ¡absurdo! y
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raciocinando así, persuadíase también de que lo incomprensible y
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tenebroso de la conducta y del lenguaje de Víctor no era falta de él,
|
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sino de ella, por no alcanzar con sus cortas luces y su apreciación
|
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vulgar de la vida á la superioridad de semejante hombre.
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Á leer tocan. No sabía la joven por dónde empezar. Hubiera querido
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echarse al coleto en un santiamén todas las cartas de cruz á fecha. El
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tiempo apremiaba; su madre y su tía no tardarían en entrar. Leyó
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rápidamente una, y cada frase fué una cuchillada para la lectora. Allí
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se trataba de negativa de rompimiento, se daban descargos como
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respondiendo á una acusación celosa: allí se prodigaban los términos
|
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azucarados que Abelarda no había leído nunca más que en las novelas;
|
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allí todo era finezas y protestas de amor eterno, planes de ventura,
|
|
anuncios de entrevistas venideras, y recuerdos dulces de las pasadas,
|
|
refinamientos de precaución para evitar sospechas, y al fin derrames de
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ternezas en forma más ó menos velada. Pero el nombre, el nombre de la
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sinvergüenzona aquélla, por más que la lectora lo buscaba con ansia, no
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parecía en ninguna parte. La firma no rompía el anónimo; á veces una
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expresión convencional, _tu chacha, tu nenita_; á veces un simple
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garabato... Pero lo que es nombre, ni rastros de él. Leyendo todo, todo
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cuidadosamente, se habría podido sacar en limpio, por referencias, quién
|
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era la _chacha_; pero Abelarda no podía detenerse; ya era tarde,
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llamaban á la puerta... Había que colocar todo en su sitio de modo que
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no se conociese la mano revoltijera. Hízolo rápidamente, y fué á abrir.
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Ya no se borró más de su mente, en aquel día ni en los que le siguieron,
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la fingida imagen de la odiada señora. ¿Quién sería? La insignificante
|
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se la figuraba hermosota, muy _chic_, mujer caprichosa y desenfadada,
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como á su parecer lo eran todas las de las altas clases. «¡Qué guapa
|
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debe de ser!... ¡qué perfumes tan finos usará!--se decía á todas horas
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con palabras de fuego que del cerebro le salían para estampársele en el
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corazón.--¡Y cuántos vestidos tendrá, cuántos sombreros, cuántos
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coches!...»
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|
XXVI
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Allá va otra vez el amigo D. Ramón á la oficina de Pantoja. Él no quiere
|
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hablar de su pleito, de su cuita inmensa y desgarradora, pero sin
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quererlo habla; y cuanto dice va á parar insensiblemente al eterno tema.
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|
Le pasa lo que á los amantes muy exaltados, que cuanto hablan ó escriben
|
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se convierte en substancia de amor. Aquel día encontró en la oficina de
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su amigo á cierto sujeto que discutía ardorosamente. Era un señor de
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|
provincia, uno de aquellos enemigos de la Administración á quienes _el
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honrado_ designaba con el desdeñoso nombre de _particulares_;
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comerciante de vinos al por mayor, con establecimiento abierto, y la
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|
Hacienda le había cogido por banda, haciéndole pagar contribución por
|
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dos conceptos. Protestó él alegando que renunciaba á detallar,
|
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quedándose sólo con el almacén. El asunto pasó á informe de Pantoja.
|
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Quejábase el _particular_ de que se le hiciera pagar por dos conceptos,
|
|
y va Pantoja ¿y qué hace? Pues informar que pagara por tres. De suerte
|
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que mi hombre, hecho un basilisco, dijo allí tales picardías de la
|
|
Administración, que por poco le echan á la calle. Villaamil comprendía
|
|
que tenía razón. Nunca había sido él verdugo del _particular_, como su
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amigo Pantoja; pero no se atrevió á intervenir por no malquistarse con
|
|
_el honrado_. Su flaqueza le llevó hasta apoyar la providencia del
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|
Dracón administrativo, diciendo:
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--Claro, por tres conceptos: por el de detallista, por el de almacenista
|
|
y por el de fabricante de vinos.
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|
En fin, que el desgraciado _particular_ se largó trinando como ruiseñor
|
|
en la época del celo, y cuando se quedaron solos Villaamil y Pantoja, al
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primero le faltó tiempo para decir:
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--¿Ha vuelto Víctor por aquí? ¿Cómo va su expediente?
|
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Pantoja tardó en responder; tenía la boca lo mismo que si se la hubieran
|
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cosido. Se ocupaba en abrir pliegos, dentro de los cuales, al ser
|
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abiertos, sonaba la arenilla pegada á la tinta seca, y _el honrado_
|
|
cuidaba de que los tales polvos no se cayeran ¡lástima de desperdicio! y
|
|
prolijamente los vertía en la salbadera. Era en él costumbre antigua
|
|
este aprovechamiento de los polvos empleados ya en otra oficina, y lo
|
|
hacía con nimio celo, cual si mirase por los intereses de su ama, la
|
|
señora Hacienda.
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--Créeme á mí--replicó al fin, dando permiso á la boca y poniendo la
|
|
mano por pantalla á fin de que sus oficiales no oyeran.--No le harán
|
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nada á tu yerno. El expediente es música. Créeme á mí que conozco el
|
|
paño.
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--Ventura, las influencias lo pueden todo--observó Villaamil con inmensa
|
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pena;--absolver á los delincuentes, y aun premiarlos, mientras los
|
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leales perecen.
|
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--Y las influencias que vuelven el mundo patas arriba y hacen escarnio
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|
de la justicia, no son las políticas... quiero decir que estas
|
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influencias no revuelven el cotarro tanto como otras.
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|
--¿Cuáles?--preguntó Villaamil.
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|
--Las faldas--replicó Pantoja tan á media voz, que Villaamil no lo oyó,
|
|
y tuvo que hacerse repetir el concepto.
|
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|
--¡Ah!... Noticia fresca... Pero dime. ¿Crees tú que Víctor, por ese
|
|
lado...?
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--Me ha dado en la nariz (con malicia, llevándose el dedo á la punta de
|
|
aquella facción). No aseguro nada; es que yo, con mi experiencia de esta
|
|
casa, lo huelo, lo huelo, Ramón... no sé... puede que me equivoque. Al
|
|
tiempo. Anoche en el café, Ildefonso Cabrera, el cuñado de tu yerno,
|
|
contó de éste ciertos lances...
|
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|
--¡Dios, qué cosas ve uno!--dijo Villaamil llevándose las manos á la
|
|
cabeza. Y en medio de su catoniana indignación, pensando en aquella
|
|
ignominia de las faldas corruptoras, se preguntaba por qué no habría
|
|
también faldas benéficas que, favoreciendo á los buenos, como él,
|
|
sirvieran á la Administración y al país.
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|
--Eso tuno sabe por dónde anda. Acuérdate de lo que te digo: le echarán
|
|
tierra al expediente...
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|
--Y venga el ascenso... y ole morena.
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|
Sonó el timbre, y Pantoja fué al despacho del Director, que le llamaba.
|
|
En cuanto salió, los subalternos la emprendieron con el cesante.
|
|
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|
--Amigo Villaamil, ni usted ni yo echaremos buen pelo hasta que no suban
|
|
los nuestros; y los nuestros son los del petróleo.
|
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|
--Así subieran mañana--dijo D. Ramón agitando las quijadas y poniendo en
|
|
sus ojos toda la ferocidad de su expresión carnívora.
|
|
|
|
--No lo diga usted de broma, que esto está muy malo. Hay crisis.
|
|
|
|
--¿Qué broma? ¡Sí, para bromitas está el tiempo! Así saltara esta noche
|
|
el cantón de Madrid y la _Commune_ inclusive, y tocaran á pegar fuego...
|
|
Les digo á ustedes que el amigo Job era un niño mimado y se quejaba de
|
|
vicio... Que venga el santo petróleo, que venga. Más de lo que nos han
|
|
quitado no nos han de quitar... Peor que esta gente no lo han de hacer.
|
|
|
|
--¿Sabe usted la que corre hoy? Que van á ceder las Islas Baleares á
|
|
Alemania... Y que quieren arrendar las Aduanas á no sé qué empresa
|
|
belga, recibiendo el primer plazo en unos puentes viejos para
|
|
ferrocarriles.
|
|
|
|
--Como si lo viera, hombre, como si lo viera... Todo lo que sea un
|
|
disparate tiene aquí su fundamento. Francamente, el D. Antonio tendrá
|
|
mucho pesquis, pero no se le conoce... Digo, cualquiera que estuviese en
|
|
su puesto, me parece á mí que lo había de hacer mejor.
|
|
|
|
--¡Pues claro!--dijo el _caballero de Felipe IV_ atusándose el bigotillo
|
|
embetunado.--Y si no, figúrese usted que los que estamos aquí formamos
|
|
un Ministerio. Villaamil, Presidencia; Espinosa, por la buena lámina,
|
|
iría á Estado á poner varas á las diplomáticas.
|
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|
--Y que las hay de _buten_. Á Guillén le encajamos en Guerra.
|
|
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--¡Madre de Dios! ¡Un cojo en Guerra! Mejor es en Marina.
|
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|
--Sí, para que reme con las muletas.
|
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|
--Ó por lo que tiene de tortuga--dijo Argüelles, que no perdonaba
|
|
ocasión de tirar una china al cojo.--Y para mí, venga la carterita de
|
|
Gobernación.
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|
--Clavado. Para que pueda colocar de temporeros á su cáfila de hijos,
|
|
los de teta inclusive.
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|
--Y para que expida una Real orden mandando que se toque la trompa en
|
|
todos los entierros. ¿Y Hacienda, señores?
|
|
|
|
--Hacienda, Villaamil, con la Presidencia.
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|
|
--¿Y qué le damos al _insine_ Pantoja?
|
|
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|
--Hacienda, Ventura, ¿qué duda tiene?--apuntó Villaamil, que no tomaba
|
|
aquello en serio, pero dejaba correr la broma para prestar un poco de
|
|
esparcimiento á su angustiado espíritu.
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|
--Sí, ¡buena se iba á armar!... ¿Y el _income tax_?
|
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|
--Lo que es eso...--observó Villaamil sonriendo triste y
|
|
descorazonado--no me lo pasaba.
|
|
|
|
--No; fuera Pantoja, que es capaz de imponer una contribución sobre las
|
|
pulgas que lleva cada _quisque_. Viva el _income tax_, dogma del nuevo
|
|
Gabinete, y la unificación de la Deuda.
|
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|
|
--Eso... (con seriedad, bostezando) es fácil que me lo admitiera
|
|
Ventura... Vaya, caballeros (como quien vuelve en sí, levantándose con
|
|
ademán diligente), ustedes tienen que hacer, y yo _ídem_. Á trabajar se
|
|
ha dicho.
|
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|
|
Y pasó á Propiedades (el mismo piso á la derecha), donde era segundo
|
|
Jefe D. Francisco Cucúrbitas, y de allí bajó para caer como una bomba en
|
|
el Personal, donde tenía varios conocidos, entre ellos un tal Sevillano,
|
|
que á veces le informaba de las vacantes efectivas ó presuntas. Después
|
|
bajaba á Tesorería, dando una vuelta por el Giro Mutuo, previo el
|
|
consabido palique de los porteros al entrar en cada oficina. En algunas
|
|
partes le recibían con cordialidad un tanto helada; en otras, la
|
|
constancia de sus visitas empezaba á ser molesta. No sabían ya qué
|
|
decirle para darle esperanzas, y los que le habían aconsejado que
|
|
machacase sin tregua, se arrepentían ya, viendo que sobre ellos se ponía
|
|
en práctica el socorrido consejo. En el Personal era donde Villaamil se
|
|
mostraba más tenaz y jaquecoso. El Jefe de aquel departamento, sobrino
|
|
de Pez y sujeto de mucha escama, le conocía, aunque no lo bastante para
|
|
apreciar y distinguir las excelentes prendas del hombre, bajo las
|
|
importunidades del pretendiente. Así, cuando las visitas arreciaron, el
|
|
Jefe no ocultaba su desabrimiento ni sus pocas ganas de conversación.
|
|
Villaamil era delicado, y sufría lo indecible con tales desaires; pero
|
|
la imperiosa necesidad le obligaba á sacar fuerzas de flaqueza y á
|
|
forrar de vaqueta su cara. Con todo, á veces se retiraba consternado,
|
|
diciendo para su capote: «¡No puedo, Señor, no puedo! El papel de
|
|
mendigo porfiado no es para mí». Y la consecuencia de este abatimiento
|
|
era no parecer unos días por el Personal. Luego volvía la ley tiránica
|
|
de la necesidad á imponerse brutalmente; el amor propio se sublevaba
|
|
contra el olvido, y á la manera del lobo en ayunas, que sin reparar en
|
|
el peligro de muerte se echa al campo y se aproxima impávido al caserío
|
|
en busca de una res ó de un hombre, así D. Ramón se lanzaba otra vez,
|
|
hambriento de justicia, á la oficina del Personal, arrostrando desaires,
|
|
malas caras y peores respuestas. Quien mejor le recibía y más le
|
|
alentaba, ofreciéndole cordialmente su ayuda, era D. Basilio Andrés de
|
|
la Caña (Impuestos). Terminada la excursión, Villaamil volvía á su rasa
|
|
rendido de cuerpo y espíritu. Su mujer le interrogaba con arte; pero él,
|
|
firme en su dignidad estudiada, sostenía no haber ido al Ministerio más
|
|
que á fumar un cigarro con los amigos: que no esperando nada, no
|
|
formulaba pretensiones, y que la familia no debía edificar castillos en
|
|
el aire, sino irse preparando para un viaje de recreo á San Bernardino.
|
|
Replicaba á esto Pura que si él no hacía por colocarse, entraría ella á
|
|
funcionar, apelando á la intercesión de la señora de Pez, Carolina de
|
|
Lantigua, pues hasta los gatos saben que donde acaba la eficacia de las
|
|
recomendaciones políticas, empieza la de las _faldas_.
|
|
|
|
--¡Ah! No es esa _faldamenta_ la que hace y deshace la
|
|
fortuna--respondía Villaamil con profundo escepticismo, hijo de su
|
|
conocimiento del mundo burocrático.--Carolina Pez es una señora honrada,
|
|
es decir, para el caso, la carabina de Ambrosio. Además... hazte cargo:
|
|
los _Peces_ no privan ahora; se defienden, y nada más. Ya hay quien
|
|
habla de dejarles en seco. Figúrate una gente que ha mamado en todas las
|
|
ubres y que ha sabido empalmar la Gloriosa con Alfonsito... Pues el
|
|
turrón que ellos comen es el que corresponde á tantos leales como
|
|
estamos mirando á la luna. Ya principia á levantarse un runrún contra
|
|
ellos. Y digo más: la Administración necesita de servidores fieles,
|
|
identificados, fíjate bien, identificados con la política monárquica; es
|
|
preciso que no se vinculen los destinos; es menester que hay a turno. Si
|
|
no, ¿adónde vamos á parar? Y ahí tienes al Jefe del Personal, sobrino de
|
|
Pez, vendiendo protección á los que, por no servir á la jeringada
|
|
República, sacrificaron sus destinos. Esto es escandaloso y no se ha
|
|
visto nunca. De esta manera no se puede evitar que haya trifulcas, y que
|
|
á España se la lleve Pateta. ¿Conque te vas enterando? Por el lado de
|
|
Pez, ya se trate de Peces con faldas ó con pantalones, no esperes tanto
|
|
así. Por supuesto (volviendo á su tema, del cual se había olvidado en el
|
|
calor del discurso), con Peces y sin Peces, para mí no habrá nada. La
|
|
Caña es el único que se interesa ahora por mí. Algo haría si pudiera.
|
|
Pero tengo enemigos ocultos, que en la sombra trabajan por hundirme.
|
|
Alguien me ha jurado guerra á muerte. Quién podrá ser, no lo sé; pero el
|
|
traidor existe, no lo dudes.
|
|
|
|
Por aquellos días, que eran ya primeros de Marzo, volvió la infortunada
|
|
familia á notar los pródromos de la _sindineritis_. Hubo una semana de
|
|
horrible penuria, mal disimulada ante los íntimos, sobrellevada por
|
|
Villaamil con estoica entereza y por doña Pura con aquella ecuanimidad
|
|
valerosa que la salvaba de la desesperación. Pero el remedio vino
|
|
inopinadamente y por el mismo conducto que en otra ocasión no menos
|
|
aflictiva. Víctor volvió a estar boyante. Su suegra fué sorprendida
|
|
cuando menos lo pensaba por nuevos ofrecimientos de metálico, que no
|
|
vaciló en aceptar, sin meterse en la filosofía de inquirir la
|
|
procedencia. Ni creyó discreto contarle á su marido que había visto la
|
|
cartera de Víctor reventando de billetes. ¡Como que se le habían
|
|
encandilado los ojos! Embolsó los cuartos recibidos y las
|
|
consideraciones que el caso le sugería. Si aun no le habían colocado,
|
|
¿de dónde sacaba tanto dinero? Y aunque le hubieran colocado... Por
|
|
fuerza había mano oculta... En fin, ¿á qué escarbar en el temido enigma?
|
|
No gustaba ella de averiguar vidas ajenas.
|
|
|
|
Víctor andaba otra vez muy fachendoso. Se había encargado más ropa,
|
|
tenía butaca una y otra noche en diferentes teatros, y en el mismo Real;
|
|
hacía frecuentes regalitos á toda la familia, y su esplendidez llegó
|
|
hasta convidar á las tres _Miaus_ á la ópera, á butaca nada menos.
|
|
|
|
Lo que produjo en Villaamil verdadera indignación, pues era un escarnio
|
|
de su pobreza y un insulto á la moral pública. Pura y su hermana se
|
|
rieron del ofrecimiento, pues aunque rabiaban por ir, carecían de los
|
|
perendengues necesarios á semejante exhibición. Abelarda se negó
|
|
resueltamente. Armóse gran disputa sobre esto, y la mamá sugirió algunas
|
|
ideas para obviar las grandes dificultades con que el pensamiento de su
|
|
yerno tropezaba en la práctica. Véase lo que discurrió el cacumen
|
|
arbitrista de la _figura de Fra Angélico_. Sus amigas y vecinas las de
|
|
Cuevas se ayudaban, como se ha dicho antes, con la confección de
|
|
sombreros. En cierta ocasión que las _Miaus_ pescaron tres butacas de
|
|
periódico para el Español, Abelarda, doña Pura y Bibiana Cuevas se
|
|
encasquetaron los mejores modelos que aquellas amigas tenían en su
|
|
taller, después de arreglarlos cada cual á su gusto. ¿Por qué no hacer
|
|
lo mismo en la ocasión que se discutía? Bibiana no se había de oponer. Y
|
|
por cierto que tenía en aquel entonces tres ó cuatro _prendas_, una de
|
|
la marquesa A, otra de la condesa B, á cual más bonitas y elegantes. Se
|
|
las disfrazaba, pues para eso había en el taller cantidad de alfileres,
|
|
hebillas, cintas y plumas, y aunque sus dueñas estuvieran en el teatro,
|
|
no habían de conocer las mascaritas. En cuanto á los vestidos, ellas lo
|
|
arreglarían, con ayuda de las amigas, procurándose además algún abrigo,
|
|
traído de la tienda para probarlo, y como Víctor se había brindado á
|
|
regalarles también los guantes, no era un arco de iglesia el ir á
|
|
butacas, ¡Cuántos no irían disimulando con menos gracia la _tronitis_!
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
XXVII
|
|
|
|
|
|
Abelarda se resistió á esta trapisonda, asegurando que ni en pedazos la
|
|
llevarían á butacas de aquella manera, y así quedó la cuestión. Todo se
|
|
redujo á ir á delantera de paraíso una noche que dieron _La Africana_, y
|
|
al punto de sentarse las tres cundió por la concurrencia de aquellas
|
|
alturas el comentario propio de tan desusado acontecimiento. «¡Las
|
|
_Miaus_ en delantera!» En diez años no se había visto un caso igual. La
|
|
vasta gradería del centro y las laterales estaban llenas de bote en
|
|
bote. Las _Miaus_ eran conocidas de todo aquel público como puntos fijos
|
|
del paraíso, siempre en la última fila lateral de la derecha junto á la
|
|
salida. La noche que faltaban notábase un vacío, como si desaparecieran
|
|
los frescos de la techumbre. No eran ellas las únicas _abonadas á
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paraíso_, pues innumerables personas y aun familias se eternizan en
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aquellos bancos, sucediéndose de generación en generación. Estos
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beneméritos y tenaces _dilettanti_ constituyen la masa del entendido
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público que otorga y niega el éxito musical, y es archivo crítico de las
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óperas cantadas desde hace treinta años y de los artistas que en las
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gloriosas tablas se suceden. Hay allí círculos, grupos, peñas y
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tertulias más ó menos íntimas; allí se traban y conciertan relaciones;
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de allí han salido infinitas bodas, y los tortoleos y los telégrafos
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tienen, entre romanza y dúo, atmósfera y ocasión muy propicias. Desde su
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delantera, las _Miaus_ saludaron con sonrisas á los amigos que en la
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banda de la derecha y en el centro tenían, y de una y otra parte las
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saetaron con miradas y frasecitas del tenor siguiente: «Mira qué sílfide
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está doña Pura. Se ha traído toda la caja de polvos». «Pues ¿y la
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hermana con su cinta de terciopelo al cuello? Si las tres traen cinta
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negra, no les faltará el cascabelito para estar en carácter». «Mira,
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mira con los gemelos á la _Miau_ chica; tiene que ver. Aquel traje café
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y leche es el que llevaba el año pasado la mamá. Le ha puesto unas
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cintas coloradas, que parecen de caja de cigarros». «Sí, sí, son de
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mazos de cigarros». «Pues la otra, la cantante averiada, trae el vestido
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que debió de sacar en el Liceo Jover cuando hizo la parte de Adalgisa».
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«Sí, mira, mira; es una túnica romana con grecas y todo. ¡Qué clásica
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está!»
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--Diga usted, Guillén--murmuraban en otro círculo, donde hacía el gasto
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el maldecido cojo.
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--¿Han colocado á ese pobre _Miau_, el padre de sus amigas de usted?
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Porque ese lujo asiático de delantera significa que _han subido los
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nuestros_.
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--Como no le coloquen en Leganés... Viven ahora del _sable_. El buen
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señor da unas estocadas... de maestro.
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Abelarda, más que en la ópera, que había visto cien veces, fijó su
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atención en la concurrencia, recorriendo con ansiosa mirada palcos y
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butacas, reparando en todas las señoras que entraban por la calle del
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centro con lujosos abrigos, arrastrando la cola é introduciéndose
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después con todo aquel falderío por las filas ya ocupadas. Poco á poco
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se iba poblando el patio. Los palcos no aparecían poblados hasta el fin
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del primer acto, cuando Vasco, incomodado con aquellos fantasmones del
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Consejo tan retrógrados, les canta cuatro frescas. En el palco regio
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apareció la reina Mercedes, detrás D. Alfonso. Las señoras inevitables,
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conocidas del público, aparecieron en el segundo acto, conservando el
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abrigo hasta el tercero, y aplaudían maquinalmente siempre que había por
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qué. Las _Miaus_, conocedoras de toda la sociedad elegante, _abonada_
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también, la comentaba como ellas fueron comentadas al ocupar sus
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asientos. Viéndola una y otra noche, habían llegado á tomarse tanta
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confianza, que se creería que trataban íntimamente á damas y caballeros.
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«Ahí está ya la Duquesa. Pero Rosario no ha venido todavía... María
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Buschental no puede tardar. Ya empiezan á llegar al _tranvía_ sus
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amigos... Mira, mira, ahora viene María Heredia... ¡Pero qué pálida está
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Mercedes; pero qué pálida!... Ahí tienes á D. Antonio en el palco de los
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Ministros, y á ese Cos-Gayón... así le fusilaran».
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Después de mucho rebuscar, descubrió la insignificante á su cuñadito en
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la segunda fila de butacas. Estaba de frac, tan elegante como el
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primero. ¡Qué cosas hay en la vida! ¿Quién había de decir que aquel
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hombre parecido á un duque, aquel apuesto joven que charlaba
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desenfadadamente con su vecino de butaca, el Ministro de Italia, era un
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empleado obscuro y cesante, alojado en la casa de la pobreza, en
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cuartucho humilde, guardando su ropa en un baúl! «¿No es aquél
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Víctor?--dijo Pura, echándole los gemelos.--¡Buen charol se está
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dando!... ¡Si le conocieran!... ¡Parece un potentado! ¡Cuánto hay de
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esto en Madrid! Yo no sé cómo se las compone. Él buena ropa, él butacas
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en todos los teatros, él cigarros magníficos. Mira, mira con qué
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desparpajo habla. ¡Pobre señor, qué papas le estará encajando! Y esos
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extranjeros son tan inocentes, que todo se lo creerá».
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Abelarda no le quitaba los ojos, y cuando le veía mirar para algún
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palco, seguía la dirección de sus miradas, creyendo que ellas venderían
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el amoroso secreto. «¿Cuál de éstas que aquí están será?--pensaba la
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insignificante.--Porque alguna de éstas tiene que ser. ¿Será aquella
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vestida de blanco? ¡Ah! Puede. Parece que le mira. Pero no; él mira á
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otro lado. ¿Será alguna cantante? ¡Quiá!, no, cantante no. Es de éstas,
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de estas elegantonas de los palcos, y yo la he de descubrir». Fijábase
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en alguna, sin saber por qué, por mera indicación de su avizor
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instinto; pero luego, desechando la hipótesis, se fijaba en otra, y en
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otra, y en otra más, concluyendo por asegurar que no era ninguna de las
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presentes. Víctor no manifestaba preferencias en sus ojeadas á butacas y
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palcos. Podría ser que hubieran concertado no mirarse de una manera
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descarada y delatora. También echó el joven una visual hacia la
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delantera de paraíso, é hizo un saludito á la familia. Doña Pura estuvo
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un cuarto de hora dando cabezadas, en respuesta á la salutación que del
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noble fondo del teatro subía hasta las pobres _Miaus_.
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En los entreactos, algunos amigos, _abonados_ como ellas á paraíso
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limpio, se acercaron á saludarlas, abriéndose paso por entre la apretada
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muchedumbre. Federico Ruiz era uno de ellos, y él y todos querían oir la
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opinión crítica de Milagros sobre la soprano que se estrenaba aquella
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noche en el papel de Selika. Cuando ésta espichó bajo el manzanillo,
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retiráronse las _Miaus_, que nunca perdonaban nota, y no se marchaban
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sino después de la última llamada á la escena. Durante el penoso
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descenso por las anchas escaleras invadidas del público, se les
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aproximaron varios íntimos, entre ellos el cojo Guillén, y algunas
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amigas de las que tan acerbamente pusieron en solfa su aparición en
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delantera.
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Al regresar á su casa, encontraron á Villaamil en vela; Víctor no había
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entrado aún ni lo hizo hasta muy tarde, cuando todos dormían menos
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Abelarda, que sintió el ruido del llavín, y echándose de la cama y
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mirando por un resquicio de la puerta, le vió entrar en el comedor y
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meterse en su alcoba, después de beber un vaso de agua. Venía de buen
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humor, tarareando, el cuello del gabán alzado, pañuelo de seda al
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cuello, anudado con negligencia, y la felpa del sombrero ajadísima y con
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chafaduras. Era la viva imagen del perfecto perdis de buen tono.
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Al día siguiente molestó bastante á la familia solicitando pequeños
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servicios de aguja, ya pegadura de botón, ya un delicado zurcido, ó bien
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algo referente á las camisas. Pero Abelarda supo atender á todo con gran
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diligencia. Á la hora de almorzar, entró doña Pura diciendo que se había
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muerto el chico de la casa de préstamos, noticia que confirmó Luis con
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más acento de novelería que de pena, condición propia de la dichosa edad
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sin entrañas. Villaamil entonó al difuntito la oración fúnebre de
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gloria, declarando que es una dicha morirse en la infancia para librarse
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de los sufrimientos de esta perra vida. Los dignos de compasión son los
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padres, que se quedan aquí pasando la tremenda crujía, mientras el niño
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vuela al cielo á formar en el glorioso batallón de los ángeles. Todos
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apoyaron estas ideas, menos Víctor, que las acogía con sonrisa burlona,
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y cuando su suegro se retiró y Milagros se fué á su cocina y doña Pura
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empezó á entrar y salir, encaróse con Abelarda, que continuaba de
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sobremesa, y le dijo:
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--¡Felices los que creen! No sé qué daría por ser como tú, que te vas á
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la iglesia y te estás allí horas y horas, ilusionada con el aparato
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escénico que encubre la mentira eterna. La religión, entiendo yo, es el
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ropaje magnífico con que visten la nada para que no nos horrorice... ¿No
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crees tú lo mismo?
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--¿Cómo he de creer eso?--clamó Abelarda, ofendida de la tenacidad
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artera con que el otro hería sus sentimientos religiosos siempre que
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encontraba coyuntura favorable.--Si lo creyera no iría á la iglesia, ó
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sería una farsante hipócrita. Á mí no tienes que salirme por ese
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registro. Si no crees, buen provecho te haga.
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--Es que yo no me alegro de ser incrédulo, fíjate bien; yo lo deploro, y
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me harías un favor si me convencieras de que estoy equivocado.
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--¿Yo? No soy catedrática ni predicadora. El creer nace de dentro. ¿Á ti
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no se te pasa por la cabeza alguna vez que puede haber Dios?
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--Antes sí; hace mucho tiempo que semejante idea voló.
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--Pues entonces... ¿qué quieres que yo te diga? (Tomándolo en serio.) ¿Y
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piensas tú que cuando nos morimos no nos piden cuenta de nuestras
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acciones?
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--¿Y quién nos la va á pedir? ¿Los gusanitos? Cuando llega la de
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_vámonos_, nos recibe en sus brazos la señora _Materia_, persona muy
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decente, pero que no tiene cara, ni pensamiento, ni intención, ni
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conciencia, ni nada. En ella desaparecemos, en ella nos diluímos
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totalmente. Yo no admito términos medios. Si creyese lo que tú crees, es
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decir, que existe allá por los aires, no sé dónde, un Magistrado de
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barba blanca que perdona ó condena y extiende pasaportes para la Gloria
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ó el Infierno, me metería en un convento y me pasaría todo el resto de
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mi vida rezando.
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--Y es lo mejor que podías hacer, tonto. (Quitándole la servilleta á
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Luis, que tenía fijos en su padre los atónitos ojuelos.)
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--¿Por qué no lo haces tú?
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--¿Y qué sabes si lo haré hoy ó mañana? Estáte con cuidado. Dios te va á
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castigar por no creer en él; te va á sentar la mano, y una mano muy
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dura; verás.
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En este momento, Luisito, muy incomodado con los dicharachos de su
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padre, no se pudo contener, y con infantil determinación agarró un
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pedazo de pan y se lo arrojó á la cara al autor de sus días, gritando:
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«¡Bruto!»
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Todos se echaron á reir de aquella salida, y doña Pura dió muchos besos
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á su nieto, azuzándole de este modo: «Dale, hijo, dale, que es un pillo.
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Dice que no cree para hacernos rabiar. ¿Pero veis qué chico? Si vale más
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que pesa. Si sabe más que cien doctores. ¿Verdad que mi niño va á ser
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eclesiástico, para subir al púlpito y echar sus sermoncitos y decir sus
|
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misitas? Entonces estaremos todos hechos unos carcamales, y el día que
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Luisín cante misa, nos pondremos allí de rodillas para que el cleriguito
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nuevo nos eche la bendición. Y el que estará más humilde y cayéndosele
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la baba será este zángano, ¿verdad? Y tú le dirás: «Papá, ya ves como al
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|
fin has llegado á creer».
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--¡Qué guapo es este hijo y qué talento tiene!--dijo Víctor,
|
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levantándose gozoso y besando al pequeño, que escondía la cara para
|
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rehuir el halago.--¡Si le quiero yo más!... Te voy á comprar un
|
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velocípedo para que pasees en la plazuela de enfrente. Verás qué envidia
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te van á tener tus compañeros.
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La promesa del velocípedo trastornó por un momento las ideas del
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pequeño, quien calculó con rudo egoísmo que sus deseos de ser cura y de
|
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servir á Dios y aun de llegar á santo no estaban reñidos con tener un
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velocípedo precioso, montarse en él y pasárselo por los hocicos á sus
|
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compañeros, muertos de dentera.
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XXVIII
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Á la mañana siguiente, Villaamil celebró con su mujer, cuando ésta
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volvió de la compra, una conferencia interesante. Estaba él en su
|
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despacho escribiendo cartas, y al sentir entrar á su costilla, siseó
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con misterio, y encerrándose con ella, le dijo: «De esto, ni una palabra
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á Víctor, que es muy perro y me puede parar el golpe. Aunque yo nada
|
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espero, he dado ayer algunos pasos. Me apoya un diputado de mucho
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empuje... Hablamos anoche largamente. Te diré, para que lo sepas todo,
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que me presentó á él mi amigo La Caña. Le relaté mis antecedentes, y se
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admiró de que me tuvieran cesante. Así como quien no quiere la cosa, le
|
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expuse mis ideas sobre Hacienda, y mira tú qué casualidad: son las
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mismas que tiene él. Piensa igualito que yo. Que deben ensayarse nuevas
|
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maneras de tributación, tirando á simplificar, apoyándose en la buena fe
|
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del contribuyente y tendiendo á la baratura de la cobranza. Pues
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prometió apoyarme á rajatabla. Es hombre que vale mucho y parece que no
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le niegan nada.
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--¿Es de oposición?
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--No; ministerialísimo, pero disidente, ahí está el chiste, y cada día
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le da una desazón al Gobierno. Vale, vale. Y es de estos que no se
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ocupan más que del bien del país. Cuando se levanta á hablar, el banco
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azul tiembla. Como que les prueba, _ce_ por _be_, que el país corre á la
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perdición si siguen las cosas como van, y que la agricultura está
|
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arruinada, la industria muerta y la nación toda en la más espantosa
|
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miseria. Esto salta á los ojos. Pues el Gobierno, que ve en él su
|
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acusador, le tiene un miedo, hija, un canguelo tal, que cosa que él pida
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es otorgada. Saca las credenciales á espuertas... Bueno; hemos quedado
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en que yo le avisaría si se hace hoy una vacante que me indicaron
|
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Sevillano y Pantoja. Voy al Ministerio en cuanto almuerce, me entero de
|
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si hay ó no la vacante, y como la haya, le escribo á su casa ó al
|
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Congreso, según la hora. Me ha dado palabra de hablar esta tarde al
|
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Ministro, el cual le está agradecidísimo, por haber renunciado á
|
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explanar una interpelación sobre cierta contrata en que hay sapos y
|
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culebras. Ya se ve, el Ministro le daría hoy el arpa de David si se la
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pidiera. ¿Te vas enterando?
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--Sí, hombre, sí (radiante de satisfacción); y me parece que lo que es
|
|
ahora, no hay quien nos quite el bollo.
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--¡Oh! lo que es confianza, lo que se llama confianza, yo no la tengo.
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Ya sabes que me pongo siempre en lo peor. Pero vamos á hacer nuestro
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plan: Yo al Ministerio. Que Luis no vaya á la escuela esta tarde, y que
|
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espere aquí, porque con él le tengo que mandar la carta. No le veré yo
|
|
mismo, porque Víctor se ha empeñado en que visitemos juntos esta tarde
|
|
al Jefe del Personal. Quiero ir con él para despistarle. ¿Entiendes?
|
|
Cuidado como le dejas entender á ese pillo de dónde sopla ahora el
|
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viento.
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Levantándose excitadísimo, se puso á dar paseos por el angosto aposento.
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Su mujer, gozosa, le dejó solo, y á pesar de la reserva que se impuso,
|
|
su hija y hermana le conocieron en la cara las buenas nuevas. Era de
|
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esas personas que atesoran en sí mismas un arsenal de armas espirituales
|
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contra las penas de la vida y poseen el arte de transformar los hechos,
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reduciéndolos y asimilándoselos en virtud de la facultad dulcificante
|
|
que en sus entrañas llevan, como la abeja, que cuanto chupa lo convierte
|
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en miel.
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Para Cadalsito fué aquel día de huelga, pues por la mañana, según
|
|
disposición del maestro, debían ir todos al sepelio del malogrado
|
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_Posturitas_. Y uno de los designados para llevar las cintas del féretro
|
|
era Luis, á causa de ser tal vez el que mejor ropa tenía, gracias á su
|
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papá Víctor. Su abuela le puso los trapitos de cristianar, con guantes y
|
|
todo, y salió muy compuesto y emperejilado, gozoso de verse tan guapo,
|
|
sin que atenuara su contento el triste fin de tales composturas. La
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mujer del memorialista le hizo mil caricias encareciendo lo majo que
|
|
estaba, y el niño se dirigió hacia la casa de préstamos, seguido de
|
|
_Canelillo_, que también quiso meter su hocico en el entierro, aunque no
|
|
era fácil le dieran vela en él. Al entrar en la calle del Acuerdo, se
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encontró Cadalso á su tía Quintina, que le llenó de besos, ensalzó mucho
|
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su elegancia, le estiró el cuerpo de la chaqueta y las mangas, y le
|
|
arregló el cuello para que resultara más guapo todavía. «Esto me lo
|
|
debes á mí, pues le dije á tu padre que te comprara ropita. Á él no se
|
|
le hubiera ocurrido nunca tal cosa; anda muy distraído. Por cierto,
|
|
corazón, que estoy bregando ahora más que nunca con tu papá para que te
|
|
lleve á vivir conmigo. ¿Qué es eso? ¿qué cara me pones? Estarás conmigo
|
|
mucho mejor que con esas remilgadas _Miaus_... ¡Si vieras qué cosas tan
|
|
bonitas tengo en casa! ¡Ay, si las vieras!... Unos niños Jesús que se
|
|
parecen á ti, con el mundito en la mano; unos nacimientos tan preciosos,
|
|
pero tan preciosos... tienes que verlos. Y ahora estamos esperando
|
|
cálices chiquititos, custodias que son una una monada, casullas así...
|
|
para que los niños buenos jueguen á las misas; santos de este tamaño,
|
|
así, mira, como los soldados de plomo, y la mar de candeleritos y
|
|
arañitas que se encienden en los altares de juguete. Todo lo tienes que
|
|
ver, y si vas á casa, puedes hacer con ello lo que quieras, pues es para
|
|
tu diversión. ¿Irás, rico mío?»
|
|
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|
Cadalsito, abriendo cada ojo con aquellas descripciones de juguetes
|
|
sacros, decía que sí con la cabeza, aunque afligido por la dificultad de
|
|
ver y gozar tales cosas, pues abuelita no le dejaba poner los pies allá.
|
|
En esto llegaron á la puerta de la casa mortuoria, donde Quintina,
|
|
después de besuquearle otra vez refregándole la cara, le dejó en
|
|
compañía de los demás chicos, que ya estaban allí, alborotando más de lo
|
|
que permitían las tristes circunstancias. Unos por envidia, otros
|
|
porque eran en toda ocasión muy guasones, empezaron á tomarle el pelo al
|
|
amigo Cadalso por la ropa flamante que llevaba, por las medias azules y
|
|
más aún por los guantes del mismo color, que, dicho sea entre
|
|
paréntesis, le entorpecían las manos. No dejaba él que le tocasen,
|
|
resuelto á defender contra todo ataque de envidiosos y granujas la
|
|
limpieza de sus mangas. Tratóse luego de si subían ó no á ver á Paco
|
|
Ramos muerto, y entre los que votaron por la afirmativa, se coló también
|
|
Luis, movido de la curiosidad. Nunca tal hiciera.
|
|
|
|
Porque le impresionó tan vivamente la vista del chiquillo difunto, que á
|
|
poco se cae al suelo. Le entró una pena en la boca del estómago, como si
|
|
le arrancasen algo. El pobre _Posturistas_ parecía más largo de lo que
|
|
era. Estaba vestido con sus mejores ropas; tenía las manos cruzadas, con
|
|
un ramo en ellas: la cara muy amarilla, con manchas moradas, la boca
|
|
entreabierta y de un tono casi negro, viéndose los dos dientes de en
|
|
medio, blancos y grandes, mayores que cuando estaba vivo... Tuvo que
|
|
apartarse Luisín de aquel espectáculo aterrador. ¡Pobre _Posturas_!...
|
|
¡Tan quieto el que era la misma viveza, tan callado el que no cesaba de
|
|
alborotar un punto, riendo y hablando á la vez! ¡Tan grave el que era la
|
|
misma travesura y á toda la clase la traía siempre al retortero! En
|
|
medio de aquel inmenso trastorno de su alma, que Luis no podía definir,
|
|
ignorando si ora pena ó temor, hizo el chico una observación que se
|
|
abría paso por entre sus sentimientos, como voz del egoísmo, más
|
|
categórico en la infancia que la piedad. «Ahora--pensó--no me llamará
|
|
_Miau_». Y al deducir esto, parecía quitársele un peso de encima, como
|
|
quien resuelve un arduo problema ó ve conjurado un peligro. Al descender
|
|
la escalera, procuraba consolarse de aquel malestar que sentía,
|
|
afirmando mentalmente: «Ya no me dirá _Miau_... Que me diga ahora
|
|
_Miau_».
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|
Poco tardó en bajar la caja azul para ser puesta en el carro. En todos
|
|
los balcones de la casa, sin exceptuar los del establecimiento de
|
|
préstamos, se asomaron no pocas mujeres para ver salir el entierro. El
|
|
cojo Guillén apareció con los ojos encendidos de llorar y la cara tan
|
|
seria, que no se parecía á sí mismo. Él fué quien dispuso todo y
|
|
distribuyó las cintas, confiándole una á Cadalso. Después se metió en el
|
|
coche, donde iba también el maestro, con su bastón roten y su chistera
|
|
lacia; el tendero vecino, con limpia camisa de cuello corto sin corbata,
|
|
y un señor viejo á quien no conocía Cadalso. En marcha, pues, Luis pensó
|
|
que su ropa daba golpe, y no fué insensible á las satisfacciones del
|
|
amor propio. Iba muy consentido en su papel de portador de cinta,
|
|
pensando que si él no la llevase, el entierro no sería, ni con mucho,
|
|
tan lucido. Buscó á _Canelo_ con la mirada; pero el sabio perro de
|
|
Mendizábal, en cuanto entendió que se trataba de enterrar, cosa poco
|
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divertida y que sugiere ideas misantrópicas, dió media vuelta y tomó
|
|
otra dirección, pensando que le tenía más cuenta ver si se parecía
|
|
alguna perra elegante y sensible por aquellos barrios.
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|
|
En el cementerio, la curiosidad, más poderosa que el miedo, impulsó á
|
|
Cadalso á ver todo... Bajaron del carro el cadáver, le entraron entre
|
|
dos, abrieron la caja... No comprendía Luis para qué, después de taparle
|
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la cara con un pañuelo, le echaban cal encima aquellos brutos... Pero un
|
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amigo se lo explicó. Cadalsito sentía, al ver tales operaciones, como si
|
|
le apretasen la garganta. Metía su cabeza por entre las piernas de las
|
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personas mayores, para ver, para ver más. Lo particular era que
|
|
_Posturitas_ se estuviese tan callado y tan quieto mientras le hacían
|
|
aquella herejía de llenarle la cara de cal. Luego cerraron la tapa...
|
|
¡Qué horror quedarse dentro! Le daban la llave al cojo, y después metían
|
|
la caja en un agujero, allá, en el fondo, allá... Un albañil empezó á
|
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tapar el hueco con yeso y ladrillos. Cadalso no apartaba los ojos de
|
|
aquella faena... Cuando la vió concluida, soltó un suspiro muy grande,
|
|
explosión del respirar contenido largo tiempo. ¡Pobre _Posturitas_!
|
|
«Pues señor, á mí me dirán _Miau_ todos los que quieran; pero lo que es
|
|
éste no me lo vuelve á decir».
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Cuando salieron, los amigos le embromaron a vez por su esmerado atavío.
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Alguno dejó entrever la intención malévola de hacerle caer en una zanja,
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|
de la cual habría salido hecho una compasión. Varias manos muy puercas
|
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le tocaron con propósitos que es fácil suponer, y ya Cadalso no sabía
|
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qué hacerse de las suyas, aprisionadas en los guantes, entumecidas é
|
|
incapaces de movimiento. Por fin se libró de aquella apretura,
|
|
quitándose los guantes y guardándolos en el bolsillo. Antes de llegar á
|
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la calle Ancha, los chicos se dispersaron y Luisito siguió con el
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maestro, que le dejó á la puerta de su casa. Ya estaba allí _Canelo_ de
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vuelta de sus depravadas excursiones, y subieron juntos á almorzar, pues
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el can no ignoraba que había repuesto fresco de víveres arriba.
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--¿Y los guantes?--preguntó doña Pura á su nieto cuando le vió entrar
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con las manos desnudas.
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--Aquí están... No los he perdido.
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Villaamil, á eso de las tres, entró de la calle, afanadísimo, y
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metiéndose en su despacho, escribió una carta delante de su esposa, que
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veía con gusto en él la excitación saludable, síntoma de que la cosa iba
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de veras.
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--Bueno. Que Luis lleve esta carta y espere la contestación. Me ha dicho
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Sevillano que tenemos vacante, y quiero saber si el diputado la pide
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para mí ó no. De la oportunidad depende el éxito. Yo estoy citado con
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Víctor, y para desorientarle no quiero faltar... Es labor fina la que
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traigo entre manos, y hay que andar con muchísimo tiento. Dame mi
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sombrero... mi bastón, que ya estoy otra vez en la calle. Dios nos
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favorezca. Á Luis que no se venga sin la respuesta. Que dé la carta á un
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portero y se aguarde en el cuarto aquél, á la derecha conforme se entra.
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Yo no espero nada; pero es preciso, es preciso echar todos los
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registros, todos...
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Salió Cadalsito á eso de las cuatro con la epístola y sin guantes,
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seguido de _Canelo_ y conservando la ropita del entierro, pues su abuela
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pensó que ninguna ocasión más propicia para lucirla. No fué preciso
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indicarle hacia dónde caía el Congreso, pues había ido ya otra vez con
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comisión semejante. En veinte minutos se plantó allá. La calle de
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Florida-Blanca estaba invadida de coches que, después de soltar en la
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puerta á sus dueños, se iban situando en fila. Los cocheros de chistera
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galonada y esclavina charlaban de pescante á pescante, y la hilera
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llegaba hasta el teatro de Jovellanos. Junto á las puertas del edificio,
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por la calle del Sordo, había filas de personas formando cola, que los
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de Orden público vigilaban, cuidando de que no se enroscase mucho.
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Examinado todo esto, el observador Cadalsito se metió por aquella puerta
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coronada de un techo de cristales. Un portero con casaca le apartó
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suavemente para que entrasen unos señorones con gabán de pieles, ante
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los cuales abría la mampara roja. Cadalsito se encaró después con el
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sujeto aquel de la casaca, y quitándose la gorra (pues él, siempre
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cortés en viendo galones, no distinguía de jerarquías), le dió la carta,
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diciendo con timidez: «Aguardo contestación». El portero, leyendo el
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sobre: «No sé si ha venido. Se pasará». Y poniendo la carta en una
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taquilla, dijo á Luis que entrase en la estancia á mano derecha.
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Había allí bastante gente, la mayor parte en pie junto á la puerta,
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hombres de distintas cataduras, algunos muy mal de ropa, la bufanda
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enroscada al cuello, con trazas de pedigüeños; mujeres de velo por la
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cara, y en la mano enrollado papelito que á instancia trascendía.
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Algunos acechaban con airado rostro á los señores entrantes, dispuestos
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á darles el alto. Otros, de mejor pelo, no pedían más que papeletas para
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las tribunas, y se iban sin ellas por haberse acabado. Cadalsito se
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dedicó también á mirar á los caballeros que entraban en grupos de dos ó
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de tres, hablando acaloradamente. «Muy grande debe de ser esta
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casona--pensó Luis,--cuando cabe tanto señorío». Y cansado al fin de
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estar en pie, se metió para dentro y se sentó en un banco de los que
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guarnecen la sala de espera. Allí vió una mesa donde algunos escribían
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tarjetas ó volantes, que luego confiaban á los porteros, y aguardaban
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sin disimular su impaciencia. Había hombre que llevaba tres horas, y
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aun tenía para otras tres. Las mujeres suspiraban inmóviles en el
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asiento, soñando una respuesta que no venía. De tiempo en tiempo abríase
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la mampara que comunicaba con otra pieza; un portero llamaba: «El señor
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Tal», y el señor Tal se erguía muy contento.
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Transcurrió una hora, y el niño bostezaba aburridísimo en aquel duro
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banco. Para distraerse, levantábase á ratos y se ponía en la puerta á
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ver entrar personajes, no sin discurrir sobre el intríngulis de aquella
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casa y lo que irían á guisar en ella tantos y tantos caballerotes.
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El Congreso (bien lo sabía él) era un sitio donde se hablaba. ¡Cuántas
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veces había oído á su abuelo y á su padre: «Hoy habló Fulano ó Mengano,
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y dijeron esto, lo otro y lo de más allá. ¿Y cómo sería la casa por
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dentro? Gran curiosidad. ¿Cómo sería? ¿Dónde hablaban? Ello debía de ser
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una casa grandona como la iglesia, con la mar de bancos, donde se
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sentaban para charlar todos á un tiempo. ¿Y á qué era tanta habladuría?
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Pues también entraban allí los Ministros. ¿Y quiénes eran los Ministros?
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Los que gobernaban y daban los destinos. Igualmente recordó haber oído á
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su abuelo, en frecuentes ratos de mal humor, que las Cortes eran una
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farsa y que allí no se hacía más que perder el tiempo. Pero otras veces
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se entusiasmaba el buen viejo, elogiando un discurso de alboroto.
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Total, que Luisín no podía formar juicio exacto, y su mente era toda
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confusión.
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Volvió al banco, y desde él vió entrar á uno que se le figuró su padre.
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«¡Mi papá también aquí!» Y le franquearon la mampara como á los demás.
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Por poco sale tras él gritando: «Papá, papá», pero no hubo tiempo, y
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donde estaba se quedó. «¿Y será mi papá de los que hablan? Quien debía
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venir aquí á explicarse es Mendizábal, que sabe tanto, y dice unas cosas
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tan buenas...» En esto sintió que se le nublaba la vista, y le entraba
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el intenso frío al espinazo. Fué tan brusca y violenta la acometida del
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mal, que sólo tuvo tiempo de decirse: _que me da, que me da_; y dejando
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caer la cabeza sobre el hombro, y reclinando el cuerpo en la esquina
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próxima, se quedó profundamente dormido.
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XXIX
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Por un instante, Cadalsito no vió ante sí cosa alguna. Todo tinieblas,
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vacío, silencio. Al poco rato aparecióse enfrente el Señor, sentado,
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¿pero dónde? Tras de él había algo como nubes, una masa blanca,
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luminosa, que oscilaba con ondulaciones semejantes á las del humo. El
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Señor estaba serio. Miró á Luis, y Luis á él en espera de que le dijese
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algo. Había pasado mucho tiempo desde que le vió por última vez, y el
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respeto era mayor que nunca.
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--El caballero para quien trajiste la carta--dijo el Padre,--no te ha
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contestado todavía. La leyó y se la guardó en el bolsillo. Luego te
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contestará. Le he dicho que te dé un _sí_ como una casa. Pero no sé si
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se acordará. Ahora está hablando por los codos.
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--Hablando--repitió Luis;--¿y qué dice?
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--Muchas cosas, hombre, muchas que tú no entiendes--replicó el Señor,
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sonriendo con bondad.--¿Te gustaría á ti oir todo eso?
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--Sí que me gustaría.
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--Hoy están muy enfurruñados. Acabarán por armar un gran rebumbio.
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--Y usted--preguntó Cadalso tímidamente, no decidiéndose nunca á llamar
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á Dios de _tú_,--¿usted no habla?
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--¿Dónde, aquí? Hombre... yo... te diré... alguna vez puede que diga
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algo... Pero casi siempre lo que yo hago es escuchar.
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--¿Y no se cansa?
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--Un poquitín; ¡pero qué remedio!...
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--¿El caballero de la carta contestará que sí? ¿Colocarán á mi abuelo?
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--No te lo puedo asegurar. Yo le he mandado que lo haga. Se lo he
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mandado la friolera de tres veces.
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--Pues lo que es ahora (con desembarazo), bien que estudio.
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--No te remontes mucho. Algo más aplicado estás. Aquí, entre nosotros,
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no vale exagerar las cosas. Si no te distrajeras tanto con el álbum de
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sellos, más aprovecharías.
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--Ayer me supe la lección.
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--Para lo que tú acostumbras, no estuvo mal. Pero no basta, hijo, no
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basta. Sobre todo, si te empeñas en ser cura, hay que apretar. Porque
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figúrate tú, para decirme una misa has de aprender latín, y para
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predicar tienes que estudiar un sin fin de cosas.
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--Cuando sea mayor lo aprenderé todito... Pero mi papá no quiere verme
|
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cura, y dice que él no cree nada de usted, ni aunque lo maten. Dígame,
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¿es malo mi papá?
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--No es muy católico que digamos.
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--Y la Quintina, ¿es buena?
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--La tía Quintina sí. ¡Si vieras qué cosas tan bonitas tiene en su casa!
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Debías ir á verlas.
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--Abuelita no me deja (desconsolado). Es que á la tía Quintina se le ha
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metido en la cabeza que me vaya á vivir con ella, y los de casa... que
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nones.
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--Es natural. Pero tú, ¿qué piensas de esto? ¿Te gustaría seguir donde
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estás y que te dejaran ir á casa de la tía para ver los santos?
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--¡Vaya si me gustaría!... Dígame, ¿y mi papá está aquí dentro?
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--Sí, por ahí anda.
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--¿Y también él hablará?
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--También. ¡Pues no faltaba más!...
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--Usted perdone. El otro día dijo mi papá que las mujeres son muy malas.
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Por eso yo no quiero casarme nunca.
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--Muy bien pensado (conteniendo la risa). Nada de casorios. Tú vas á ser
|
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curita.
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--Y obispo, si usted no manda otra cosa...
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|
En esto vió que el Señor se volvía hacia atrás como para apartar de sí
|
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algo que le molestaba... El chico estiró el cuello para ver qué era, y
|
|
el Padre dijo: «¡Largo!; idos de aquí y dejadme en paz». Entonces vió
|
|
Luisito que por entre los pliegues del manto de su celestial amigo
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|
asomaban varias cabecitas de granujas. El Señor recogió su ropa, y
|
|
quedaron al descubierto tres ó cuatro chiquillos en cueros vivos y con
|
|
alas. Era la primera vez que Cadalso les veía, y ya no pudo dudar que
|
|
aquel era verdaderamente Dios, puesto que tenía ángeles. Empezaron á
|
|
aparecerse por entre aquellas nubes algunos más, y alborotaban y reían,
|
|
haciendo mil cabriolas. El Padre Eterno les ordenó segunda vez que se
|
|
largaran, sacudiéndoles con la punta de su manto, como si fuesen moscas.
|
|
Los más chicos revoloteaban, subiéndose hasta el techo (pues había techo
|
|
allí) y los mayores le tiraban de la túnica al buen abuelo para que se
|
|
fuera con ellos. El anciano se levantó al fin, algo contrariado,
|
|
diciendo: «Bien; ya voy, ya voy... ¡Qué machacones sois! No os puedo
|
|
aguantar». Pero esto lo decía con acento bonachón y tolerante.
|
|
Cadalsito estaba embobado ante tan hermosa escena, y entonces vió que de
|
|
entre los alados granujas se destacaba uno...
|
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¡Contro! era _Posturitas_, el mismo _Posturas_, no tieso y lívido como
|
|
le vió en la caja, sino vivo, alegre y tan guapote. Lo que llenó de
|
|
admiración á Cadalso fué que su condiscípulo se le puso delante y con el
|
|
mayor descaro del mundo le dijo: «_Miau_, fu, fu...» El respeto que
|
|
debía á Dios y á su séquito no impidió á Luis incomodarse con aquella
|
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salida, y aun se aventuró á responder: «¡Pillo, ordinario... eso te lo
|
|
enseñaron la puerca de tu madre y tus tías, que se llaman _las
|
|
arpidas_!» El Señor habló así, sonriendo: «Callar, á callar todos...
|
|
Andando...» Y se alejó pausadamente, llevándoselos por delante, y
|
|
hostigándoles con su mano como á una bandada de pollos. Pero el
|
|
recondenado de _Posturitas_, desde gran distancia, y cuando ya el Padre
|
|
celestial se desvanecía entre celajes, se volvió atrás, y plantándose
|
|
frente al que fué su camarada, con las patas abiertas, el hocico
|
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risueño, le hizo mil garatusas, y le sacó un gran pedazo de lenguaza,
|
|
diciendo otra vez: «_Miau_, _Miau_, fu, fu...» Cadalsito alzó la mano...
|
|
Si llega á tener en ella libro, vaso ó tintero, le descalabra. El otro
|
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se fué dando brincos, y desde lejos, haciendo trompeta con ambas manos,
|
|
soltó un _Miau_ tan fuerte y tan prolongado, que el Congreso entero,
|
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repercutiendo el inmenso mayido, parecía venirse abajo...
|
|
|
|
Un portero con una carta en la mano despertó al chiquillo, que tardaba
|
|
mucho en volver en sí. «Niño, niño, ¿eres tú el que ha traído la carta
|
|
para ese señor? Aquí está la respuesta. Sr. D. Ramón Villaamil».
|
|
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|
--Sí, yo soy... digo, es mi abuelo--contestó al fin Luisito, y
|
|
restregándose los ojos salió. El fresco de la calle despejóle un poco la
|
|
cabeza. Estaba lloviendo, y su primera idea fué para considerar que se
|
|
le iba á poner la ropa perdida. _Canelo_, á todas estas, había matado el
|
|
tiempo en la Carrera de San Jerónimo, calle arriba, calle abajo, viendo
|
|
las _muchachas_ bonitas que pasaban, algunas en coche, con sus collares
|
|
de lujo; y cuando Luis salió del Congreso, ya estaba de vuelta de su
|
|
correría, esperando al amigo. Unióse á éste, esperando que comprase
|
|
bollos; pero el pequeño no tenía cuartos, y aunque los tuviera, no
|
|
estaba él de humor para comistrajos después de las cosas que había visto
|
|
y con el gran trastorno que en todo su cuerpo le quedara.
|
|
|
|
¿Y la carta?... ¿qué decía la carta? Con trémula mano abrióla Villaamil
|
|
(mientras doña Pura se llevaba adentro al chiquillo para mudarle la
|
|
ropa), y al leerla se le cayeron las alas del corazón. Era una de esas
|
|
cartas de estampilla, como las que á centenares se escriben diariamente
|
|
en el Congreso y en los Ministerios. Mucha fórmula de cortesía, mucho
|
|
trasteo de promesas vagas sin afirmar ni negar nada. Cuando su mujer
|
|
acudió á enterarse, Villaamil ofrecía un aspecto trágico, mostrando la
|
|
epístola abierta, arrojada sobre la mesa.
|
|
|
|
--¡Ya!--dijo la _Miau_, después de leerla;--las pamplinas de siempre.
|
|
Pero no te apures, hombre. Vete mañana á verle, y...
|
|
|
|
--Cuando te digo (con atroz desaliento) que entre unos y otros me están
|
|
jorobando...
|
|
|
|
Pasó la noche sumido en negra tristeza, y á la mañana inmediata, cambio
|
|
completo de decoración. En la afanosa vida del pretendiente ocurren
|
|
estos rudos contrastes que les hacen pasar del desconsuelo á la
|
|
esperanza. Recibió Villaamil una esquela del prohombre citándole para su
|
|
casa, de doce á una. Con la prisa y el anhelo que le entró á mi hombre,
|
|
no acertaba á ponerse el gabán. «Me llamará para decirme alguna
|
|
tontería--pensaba, arrimándose siempre á lo peor.--Vamos, vamos allá». Y
|
|
salió, dejando á su mujer excitadísima con la ilusión de un próximo
|
|
triunfo. Por el camino procuraba compenetrarse bien de su fatalismo
|
|
pesimista. Según su teoría, siempre sucede lo contrario de lo que uno
|
|
piensa. Véase por qué no nos sacamos nunca la lotería; bien claro está:
|
|
porque compra uno el billete con el intento firme de que le ha de caer
|
|
el premio gordo. Lo previsto no ocurre jamás, sobre todo en España,
|
|
pues por histórica ley, los españoles viven al día, sorprendidos de los
|
|
sucesos y sin ningún dominio sobre ellos. Conforme á esta teoría del
|
|
fracaso de toda previsión, ¿qué debe hacerse para que suceda una cosa?
|
|
Prever la contraria, compenetrarse bien de la idea opuesta á su
|
|
realización. ¿Y para que una cosa no pase? Figurarse que pasará, llegar
|
|
á convencerse, en virtud de una sostenida obstinación espiritual, de la
|
|
evidencia de aquel supuesto. Villaamil había experimentado siempre con
|
|
éxito este sistema, y recordaba multitud de ejemplos demostrativos. En
|
|
uno de sus viajes á Cuba, corriendo furioso temporal, se compenetró
|
|
absolutamente de la idea de morir, arrancó de su espíritu toda
|
|
esperanza, y el vapor hubo de salvarse. Otra vez, hallándose amenazado
|
|
de una cesantía, se empapó de la persuasión de su desgracia; no pensaba
|
|
más que en el fatídico _cese_; lo veía delante de sí día y noche,
|
|
manifestándose con brutal laconismo. ¿Y qué sucedió? Pues sucedió que me
|
|
le ascendieron.
|
|
|
|
En resumidas cuentas, al ir á casa del padre de la patria, Villaamil se
|
|
impregnó bien en el convencimiento de un desastre, y pensaba así: «Como
|
|
si lo viera; este señor me va á dar ahora la puntilla, diciéndome:
|
|
«Amigo, lo siento mucho; el Ministro y yo no nos entendemos, y me es
|
|
imposible hacer nada por usted».
|
|
|
|
Pero las palabras del aprovechado personaje fueron muy distintas, y
|
|
jamás habría podido barruntar D. Ramón que el otro saliese por este
|
|
registro: «Pues ayer tarde, después de escribir á usted, hablé con su
|
|
yerno, el cual me manifestó que á usted le convendría más servir en
|
|
provincias. Eso ya varía de especie, porque en provincias es mucho más
|
|
fácil. Hoy mismo me ocuparé del asunto».
|
|
|
|
En medio de la sorpresa grata que tan expresivas razones le causaron,
|
|
sintió mi hombre el disgusto de la ingerencia de Víctor en aquel
|
|
negocio. Retiróse á su casa intranquilo; pues le hacía muy poca gracia
|
|
ver mezcladas la persona y recomendaciones de Cadalso con las suyas. No
|
|
participó doña Pura de estos recelos, y el sol de su regocijo brilló sin
|
|
nubes. Cierto que les contrariaba tener que hacer el hatillo; pero no
|
|
estaban en situación de escoger lo mejor, sino de apechugar con lo
|
|
posible, dando gracias á Dios.
|
|
|
|
Desde aquel día, Villaamil frecuentaba la iglesia de un modo
|
|
vergonzante. Al salir de casa, si las Comendadoras estaban abiertas, se
|
|
colaba un rato allí, y oía misa si era hora de ello, y si no, se estaba
|
|
un ratito de rodillas, tratando sin duda de armonizar su fatalismo con
|
|
la idea cristiana. ¿Lo conseguiría? ¡Quién sabe! El cristianismo nos
|
|
dice: _Pedid y se os dará_; nos manda que fiemos en Dios y esperemos de
|
|
su mano el remedio de nuestros males; pero la experiencia de una larga
|
|
vida de ansiedad sugería al buen Villaamil estas ideas: _No esperes y
|
|
tendrás_; _desconfía del éxito para que el éxito llegue_. Allá se las
|
|
compondría en su conciencia. Quizás abdicaba de su diabólica teoría,
|
|
volviendo al dogma consolador; tal vez se entregaba con toda la efusión
|
|
de su espíritu al Dios misericordioso, poniéndose en sus manos para que
|
|
le diera lo que más le convenía, la muerte ó la vida, la credencial ó el
|
|
eterno _cese_, el bienestar modesto ó la miseria horrible, la paz
|
|
dichosa del servidor del Estado ó la desesperación famélica del
|
|
pretendiente. Quizás anticipaba su acalorada gratitud para el primer
|
|
caso ó su resignación para el segundo, y se proponía aguardar con ánimo
|
|
estoico el divino fallo, renunciando á la previsión de los
|
|
acontecimientos, resabio pecador del orgullo del hombre.
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
XXX
|
|
|
|
|
|
Una tarde, ya cerca de anochecido, al volver á su casa, vió á Monserrat
|
|
abierto, y allá se entró. La iglesia estaba muy obscura. Casi á tientas
|
|
pudo llegar á un banco de los de la nave central y se hincó juntó á él,
|
|
mirando hacia el altar, alumbrado por una sola luz. Pisadas de algún
|
|
devoto que entraba ó salía y silabeo tenue de rezos eran los únicos
|
|
rumores que turbaban el silencio, en cuyo seno profundo arrojó el
|
|
cesante su plegaria melancólica, mezcla absurda de piedad y
|
|
burocracia... «Porque por más que revuelvo en mi conciencia no encuentro
|
|
ningún pecado gordo que me haga merecer este cruel castigo... Yo he
|
|
procurado siempre el bien del Estado, y he atendido á defender en todo
|
|
caso la Administración contra sus defraudadores. Jamás hice ni consentí
|
|
un chanchullo, jamás, Señor, jamás. Eso bien lo sabes tú, Señor... Ahí
|
|
están mis libros cuando fuí tenedor de la Intervención... Ni un asiento
|
|
mal hecho, ni una raspadura... ¿Por qué tanta injusticia en estos
|
|
jeringados Gobiernos? Si es verdad que á todos nos das el pan de cada
|
|
día, ¿por qué á mí me lo niegas? Y digo más: si el Estado debe favorecer
|
|
á todos por igual, ¿por qué á mí me abandona?... ¡Á mí, que le he
|
|
servido con tanta lealtad! Señor, que no me engañe ahora... Yo te
|
|
prometo no dudar de tu misericordia como he dudado otras veces; yo te
|
|
prometo no ser pesimista, y esperar, esperar en ti. Ahora, Padre
|
|
Nuestro, tócale en el corazón á ese cansado Ministro, que es una buena
|
|
persona: sólo que me le marean con tantas cartas y recomendaciones».
|
|
|
|
Transcurrido un rato se sentó, porque el estar de rodillas le fatigaba,
|
|
y sus ojos, acostumbrándose á la penumbra, empezaron á distinguir
|
|
vagamente los altares, las imágenes, los confesonarios y las personas,
|
|
dos ó tres viejas que rezongaban acurrucadas en ruedos al pie de los
|
|
confesonarios. No esperaba él el buen encuentro que tuvo á la media hora
|
|
de estar allí. Deslizándose sobre el banco ó andando con las asentaderas
|
|
sobre la tabla, se le apareció su nieto.
|
|
|
|
--Hijo, no te había visto. ¿Con quién vienes?
|
|
|
|
--Con tía Abelarda, que está en aquella capilla... Aquí la estaba
|
|
esperando y me quedé dormido. No le vi entrar á usted.
|
|
|
|
--Pues aquí llegué hace un ratito--le dijo el abuelo, oprimiéndole
|
|
contra sí.--¿Y tú, vienes aquí á dormir la siesta? No me gusta eso; te
|
|
puedes enfriar y coger un catarro. Tienes las manos heladitas. Dámelas
|
|
que te las caliente.
|
|
|
|
--Abuelo--le preguntó Luis cogiéndole la cara y ladeándosela,--¿estaba
|
|
usted rezando para que le coloquen?
|
|
|
|
Tan turbado se encontraba el ánimo del cesante, que al oir á su nieto
|
|
pasó de la risa al lloro en menos de un segundo. Pero Luis no advirtió
|
|
que los ojos del anciano se humedecían, y suspiró con toda su alma al
|
|
oir esta respuesta:
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|
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--Sí, hijo mío. Ya sabes tú que á Dios se le debe pedir todo lo que
|
|
necesitamos.
|
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|
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--Pues yo--replicó el chicuelo saltando por donde menos se podía
|
|
esperar--se lo estoy diciendo todos los días, y nada.
|
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--¿Tú... pero tú también pides?... ¡Qué rico eres! El Señor nos da
|
|
cuanto nos conviene. Pero os preciso que seamos buenos, porque si no, no
|
|
hay caso.
|
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|
|
Luis lanzó otro suspiro hondísimo que quería decir: «Esa es la
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dificultad, ¡contro!, que uno sea bueno». Después de una gran pausa, el
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chiquillo, manoseando otra vez la cara del abuelo para obligarle á mirar
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para él, murmuró:
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--Abuelo, hoy me he sabido la lección.
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--¿Sí? Eso me gusta.
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--¿Y cuándo me ponen en latín? Yo quiero aprenderlo para cantar misa...
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Pero mire usted, lo que es esta iglesia no me hace feliz. ¿Sabe usted
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por qué? Hay en aquella capilla un Señor con pelos largos que me da
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mucho miedo. No entro allí aunque me maten. Cuando yo sea cura, lo que
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es allí no digo misa...
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Don Ramón se echó á reir.
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--Ya se te irá quitando el temor, y verás cómo también al Cristo
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melenudo le dices tus misitas.
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--Y que ya estoy aprendiendo á echarlas. Murillo sabe todo el latinaje
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de la misa, y cuando se toca la campanilla y cuando se le levanta el
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faldón al cura.
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--Mira--le dijo su abuelo sin enterarse,--ve y avisa á la tía que estoy
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aquí. No me habrá visto. Ya es hora de que nos vayamos á casa.
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Fué Luis á llevar el recado, y el taconeo de sus pisadas resonó en el
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suelo de la iglesia como alegre nota en tan lúgubre silencio. Abelarda,
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sentada á la turca en el suelo, miró hacia atrás, después se levantó, y
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vino á situarse junto á su padre.
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--¿Has acabado?--le preguntó éste.
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--Aun me falta un poquito.--Y siguió silabeando, fijos los ojos en el
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altar.
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Confiaba mucho Villaamil en las oraciones de su hija, que creía fuesen
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por él, y así le dijo:
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--No te apresures; reza con calma y cuanto quieras, que hay tiempo
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todavía. ¿Verdad que el corazón parece que se descarga de un gran peso
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cuando le contamos nuestras penas al único que las puede consolar?
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Esto brotó con espontaneidad nacida del fondo del alma. El sitio y la
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ocasión eran propicios al dulcísimo acto de abrir de par en par las
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puertas del espíritu y dar salida á todos los secretos. Abelarda se
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hallaba en estado psicológico semejante; pero sentía con más fuerza que
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su padre la necesidad de desahogo. No era dueña de callar en aquel
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instante, y á poco que se descuidara, le rebosarían de la boca
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confidencias que en otro lugar y momento por nada del mundo dejaría
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asomar á sus labios.
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--¡Ay, papá!--se dejó decir.--Soy muy desgraciada... Usted no lo sabe
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bien.
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Asombróse Villaamil de tal salida, porque para él no había en la
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familia más que una desgracia, la cesantía y angustiosa tardanza de la
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credencial.
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--Es verdad--dijo soturnamente;--pero ahora... ahora debemos confiar...
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Dios no nos abandonará.
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--Lo que es á mí--confirmó Abelarda,--bien abandonada me tiene... Es que
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le pasan á una cosas muy terribles. Dios hace á veces unos disparates...
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--¿Qué dices, hija? (alarmadísimo). ¡Disparates Dios...!
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--Quiero decir que á veces le infunde á una sentimientos que la hacen
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infeliz; porque, ¿á qué viene querer, si no van las cosas por buen
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camino?
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Villaamil no comprendía. La miró por ver si la expresión del rostro
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aclaraba el enigma de la palabra. Pero la menguada luz no permitía al
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anciano descifrar el rostro de su hija. Y Luisito, en pie ante los dos,
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no entendía ni jota del diálogo.
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--Pues si te he de decir verdad--añadió Villaamil buscando luz en
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aquella confusión,--no te entiendo. ¿Qué disgusto tienes? ¿Has reñido
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con Ponce? No lo creo. El pobre chico, anoche en el café, me habló tan
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natural de la prisa que le corre casarse. No quiere esperar á que se
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muera su tío, el cual, entre paréntesis, es hombre acabado.
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--No es eso, no es eso--dijo la _Miau_ con el corazón en prensa.--Ponce
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no me ha dado rabieta ninguna.
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--Pues entonces...
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Callaron ambos, y á poco Abelarda miró á su padre. Le retozaba en el
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alma un sentimiento maligno, un ansia de mortificar al bondadoso viejo
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diciéndole algo muy desagradable. ¿Cómo se explica esto? Únicamente por
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el rechazo de la efusión de piedad en aquel turbado espíritu, que
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buscando en vano el bien, rebotaba en dirección del mal, y en él
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momentáneamente se complacía. Algo hubo en ella de ese estado cerebral
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(relacionado con desórdenes nerviosos, familiares al organismo femenil),
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que sugiere los actos de infanticidio; y en aquel caso, el misterioso
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flúido de ira descargó sobre el mísero padre á quien tanto amaba.
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--¿No sabes una cosa?--le dijo.--Ya han colocado á Víctor. Hoy al
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mediodía... á poco de salir tú, llamaron á la puerta: era la credencial.
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Él estaba en casa. Le han dado el ascenso y le nombran... no sé qué en
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la Administración Económica de Madrid.
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Villaamil se quedó atontadísimo, como si le hubieran descargado un
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fuerte golpe de maza en la cabeza. Le zumbaron los oídos... creyó
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delirar, se hizo repetir la noticia, y Abelarda la repitió con acento en
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que vibraba la saña del parricida.
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--Un gran destino--añadió.--El está muy contento, y dijo que si á ti te
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dejan fuera, puede, por de pronto y para que no estés desocupado, darte
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un destinillo subalterno en su oficina.
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Creyó por un momento el anciano sin ventura que la iglesia se le caía
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encima. Y en verdad, un peso enorme se le sentaba sobre el corazón no
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dejándole respirar. En el mismo instante, Abelarda, volviendo en sí de
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aquella perturbación cerebral que nublara su razón y sus sentimientos
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filiales, se arrepintió de la puñalada que acababa de asestar á su
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padre, y quiso ponerle bálsamo sin pérdida de tiempo.
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--También á ti te colocarán pronto. Yo se lo he pedido á Dios.
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--¡Á mí! ¡colocarme á mí! (con furor pesimista). Dios no protege más que
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á los pillos... ¿Crees que espero algo ni del Ministro ni de Dios? Todos
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son lo mismo... ¡Arriba y abajo farsa, favoritismo, polaquería! Ya ves
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lo que sacamos de tanta humillación y de tanto rezo. Aquí me tienes
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desairado siempre y sin que nadie me haga caso, mientras que ese
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pasmarote, embustero y trapisondista...
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Se dió con la palma de la mano un golpe tan recio en el cráneo, que
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Luisito se asustó, mirando consternado á su abuelo. Entonces volvió á
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sentir Abelarda la malignidad parricida, uniéndola á un cierto instinto
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defensivo de la pasión que llenaba su alma. Los grandes errores de la
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vida, como los sentimientos hondos, aunque sean extraviados, tienden á
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conservarse y no quieren en modo alguno perecer. Abelarda salió á la
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defensa de sí misma defendiendo al otro.
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--No, papá, malo no es (con mucho calor), malo no. ¡En qué error tan
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grande están usted y mamá! Todo consiste en que le juzgan de ligero, en
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que no le comprenden.
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--¿Tú qué sabes, tonta?
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--¿Pues no he de saberlo? Los demás no le comprenden, yo sí.
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--¡Tú, hija...!--y al decirlo, una sospecha terrible cruzó por su mente,
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atontándole más de lo que estaba. Pronto se rehizo, diciéndose: «No
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puede ser; ¡qué absurdo!» Pero como notara la excitación de su hija, el
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extravío de su mirar, volvió á sentirse acometido de la cruel sospecha.
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--¡Tú... dices que le comprendes tú!
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Resistiéndose á penetrar el misterio, éste, al modo de negra sima, más
|
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profunda y temerosa cuanto más mirada, le atraía con vértigo insano.
|
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Comparó rápidamente ciertas actitudes de su hija, antes inexplicables,
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con lo que en aquel momento oía; ató cabos, recordó palabras, gestos,
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incidentes, y concluyó por declararse que estaba en presencia de un
|
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hecho muy grave. Tan grave era y tan contrario á sus sentimientos, que
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le daba terror cerciorarse de él. Más bien quería olvidarlo ó fingirse
|
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que era vana cavilación sin fundamento razonable.
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--Vámonos--murmuró.--Es tarde, y yo tengo que hacer antes de ir á casa.
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Abelarda se arrodilló para decir sus últimas oraciones, y el abuelo,
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|
cogiendo á Luisito de la mano, se dirigió lentamente hacia la puerta,
|
|
sin hacer genuflexión alguna, sin mirar para el altar ni acordarse de
|
|
que estaba en lugar sagrado. Pasaron junto á la capilla del Cristo
|
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melenudo, y como Cadalsito tirase del brazo de su abuelo para alejarle
|
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lo más posible de la efigie que tanto miedo le daba, Villaamil se
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incomodó y le dijo con cruel aspereza:
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--Que te come... Tonto...
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|
Salieron los tres, y en la esquina de la calle de Quiñones se
|
|
encontraron á Pantoja, que detuvo á D. Ramón para hablarle del inaudito
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ascenso de Cadalso. Abelarda siguió hacia la casa. Al subir por la mal
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alumbrada escalera, sintió pasos descendentes. Era él... Su andar con
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ningún otro podía confundirse. Habría deseado esconderse para que no la
|
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viera, impulso de vergüenza y sobresalto que obedecía á misterioso
|
|
presentimiento. El corazón le anunciaba algo inusitado, desarrollo y
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resultante natural de los hechos, y aquel encuentro la hacía temblar.
|
|
Víctor la miró y se detuvo tres ó cuatro escalones más arriba del
|
|
rellano en que la chica de Villaamil se paró, viéndole venir.
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--¿Vuelves de la iglesia?--le dijo.--Yo no como hoy en casa. Estoy de
|
|
convite.
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--Bueno--replicó ella, y no se le ocurrió nada más ingenioso y oportuno.
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De un salto bajó Víctor los cuatro escalones, y sin decir nada, cogió á
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|
la insignificante por el talle y la oprimió contra sí, apoyándose en la
|
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pared. Abelarda dejóse abrazar sin la menor resistencia, y cuando él la
|
|
besó con fingida exaltación en la frente y mejillas, cerró los ojos,
|
|
descansando su cabeza sobre el pecho del guapo monstruo, en actitud de
|
|
quien saborea un descanso muy deseado, después de larga fatiga.
|
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|
--Tenía que ser--dijo Víctor con la emoción que tan bien sabía
|
|
simular.--No hemos hablado con claridad, y al fin nos entendemos. Vida
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|
mía, todo lo sacrifico por ti. ¿Estás dispuesta á hacer lo mismo por
|
|
este desdichado?
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Abelarda respondió que sí con voz que sólo fué un simple despegar de
|
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labios.
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--¿Abandonarías casa, padres, todo, por seguirme?--dijo él en un rapto
|
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de infernal inspiración.
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Volvió la sosa á responder afirmativamente, ya con voz más clara y con
|
|
acentuado movimiento de cabeza.
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|
--¿Por seguirme para no separarnos jamás?
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--Te sigo como una tonta, sin reparar...
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--¿Y pronto?
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--Cuando quieras... Ahora mismo.
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Víctor meditó un rato.
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|
--Alma mía, todo puede hacerse sin escándalo. Separémonos ahora... Me
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|
parece que viene alguien. Es tu padre... Súbete. Hablaremos.
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Al sentir los pasos de su padre, Abelarda despertó de aquel breve sueño.
|
|
Subió azorada, trémula, sin mirar hacia atrás. Víctor siguió bajando
|
|
lentamente, y al cruzarse con su suegro y el niño, ni les dijo nada, ni
|
|
ellos le hablaron tampoco. Cuando Villaamil llegaba al segundo, ya la
|
|
joven había llamado presurosa, deseando entrar antes de que su padre
|
|
pudiera sorprender la turbación de criminal que desencajaba su rostro.
|
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|
XXXI
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Toda aquella noche estuvo la insignificante en un estado próximo á la
|
|
demencia, dividido su espíritu entre la alegría loca y una tristeza
|
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sepulcral. Á ratos sentíase acometida de punzante suspicacia. Había
|
|
entregado su voluntad sin condiciones, sin exigir en cambio la rendición
|
|
del albedrío del otro y el término de aquellos amores con mujer
|
|
desconocida, amores de compromiso sin duda, difíciles de romper. ¿Los
|
|
rompía y liquidaba todas sus atrasadas cuentas de amor? Así tenía que
|
|
ser. Y francamente, no estaba de más haberlo dicho. ¡Pero si no había
|
|
habido tiempo para nada, ni pudieron darse y pedirse las explicaciones
|
|
propias del caso!... Fué como un relámpago aquel trueque y abandono
|
|
mutuo de ambas voluntades. Convenía, pues, en la primera coyuntura,
|
|
despejar la situación, alejando todo temor de duplicidad, y poner para
|
|
siempre á un lado á la señora aquella de las cartas. Hecho esto,
|
|
Abelarda se entregaría sin ningún trámite al hombre que le había
|
|
absorbido el alma; renunciaba á toda libertad, era suya, de él, en la
|
|
forma y condiciones que él quisiese, con escándalo ó sin escándalo, con
|
|
honra ó sin honra.
|
|
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|
Mientras comían, Villaamil observaba á su hija, poniendo en su rostro
|
|
los rasgos más enérgicos de aquella ferocidad tigresca que le
|
|
caracterizaba. Comía sin apetito, y creeríase que devoraba una pieza
|
|
palpitante y medio viva, que gemía y temblaba con dolores horribles,
|
|
clavada en su tenedor. Doña Pura y Milagros no osaron hablarle de la
|
|
colocación de Víctor. Ambas estaban mohínas, lúgubres y con cara de
|
|
responso, y la misma Abelarda concluyó por formar parte de aquel
|
|
silencioso coro de sepulcrales figuras. Aquella noche no había Real. El
|
|
cesante se metió en su despacho, y las tres _Miaus_ fueron á la sala,
|
|
donde se reunieron el ínclito Ponce y las de Cuevas. Abelarda tuvo
|
|
momentos de febril locuacidad, y otros de meditación taciturna.
|
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|
|
Á las doce se acabó la tertulia, y á dormir... La casa en silencio,
|
|
Abelarda en vela, esperando á Víctor para decirse lo que por decir
|
|
estaba, y vaciar de lleno alma en alma, cambiando los vasos su
|
|
contenido. Pero dió la una, la una y media, y el galán no parecía. Entre
|
|
dos y tres, la infeliz muchacha se hallaba en estado febril, que
|
|
encendía en su mente los más peregrinos disparates. Le habían matado...
|
|
También podía ser que el abrazo, el besuqueo y la declaración de la
|
|
escalera fueran una burla infame... Esta idea la rechazaba por ser
|
|
demasiado absurda y no caber, según ella, dentro de los moldes de la
|
|
humana maldad. Luego pensaba (y eran ya las tres y media) que la
|
|
elegantona de las cartas coronadas, al enterarse aquella misma noche de
|
|
que el amante se le iba, ó al oir de su propio labio tristes acentos de
|
|
ruptura, tramaba contra él horrible venganza, le convidaba á cenar y le
|
|
envenenaba, echándole en una copa de Jerez el veneno de los Borgias. Con
|
|
las extrañas cavilaciones mezclaba la sosa mil lances que había visto en
|
|
las óperas, las conjuraciones que arma la mezzo-soprano contra el tenor,
|
|
porque éste la desprecia por la tiple; las perrerías del barítono para
|
|
deshacerse de su aborrecido rival, la constancia sublime del tenor (y
|
|
eran ya las cuatro), que sucumbiendo á las combinadas artimañas del bajo
|
|
y la contralto, revienta en brazos de la tiple, y concluyen ambos
|
|
diciéndose que se amarán en el otro mundo.
|
|
|
|
Las cinco, y Víctor sin parecer. El cerebro de Abelarda era un volcán,
|
|
que desfogaba por los ojos en destellos de calentura, por los labios en
|
|
monosílabos de despecho, de amor, de cólera. Sólo dos veces, en la
|
|
temporada aquélla, había pasado el _hombre superior_ toda la noche fuera
|
|
de casa; y la primera vez que esto sucediera, entró á eso de las diez de
|
|
la mañana en un desorden lamentable, denunciando con su actitud, con sus
|
|
palabras y hasta con su ropa, los excesos de una noche de festín entre
|
|
personas de vida poco regular. ¡Si sucedería lo mismo aquella segunda
|
|
vez!... Pero no; algo había ocurrido. Entre el tiernísimo paso de la
|
|
escalera y aquella ausencia inexplicable, había un enigma, algo
|
|
misterioso, quizás una desgracia ó una monstruosidad que la pobre
|
|
muchacha, en la ofuscación de su inteligencia, no acertaba á comprender.
|
|
Las seis, y nada. Rompió á llorar, y tan pronto reclinaba su cabeza
|
|
sobre la almohada, como se sentaba en un baúl ó iba de una parte á otra
|
|
de la habitación, cual pájaro saltando en su jaula de palito en palito.
|
|
|
|
Llegó el día, y nada. El primero á quien Abelarda sintió levantarse fué
|
|
su padre, que pasó camino de la cocina y después del despacho. Las ocho.
|
|
Doña Pura no tardaría en abandonar las ociosas plumas. Como ya, aunque
|
|
Víctor entrase, no era posible hablar á solas con él, la dolorida se
|
|
acostó, no para dormir ni descansar, sino para que su madre no cayese en
|
|
la cuenta de la noche toledana. Más de las nueve eran ya cuando entró el
|
|
trasnochador con muy mal cariz. Doña Pura le abrió la puerta sin decirle
|
|
una sola palabra. Metióse en su cuarto, y Abelarda, que salía del suyo,
|
|
le sintió revolviéndose en el estrecho recinto, donde apenas cabían la
|
|
cama, una silla y el baúl. «Si vas á la iglesia--díjole Pura, sacando
|
|
unos cuartos del portamonedas,--te traes cuatro huevos... Que te
|
|
acompañe Luis. Yo no salgo. Me duele la cabeza. Tu padre está
|
|
disgustadísimo, y con razón. ¡Mira que colocar á este perdulario y
|
|
dejarle á él en la calle, á él, tan honrado y que sabe más de
|
|
Administración que todo el Ministerio junto! ¡Qué Gobiernos, Señor, qué
|
|
Gobiernos! ¡Y se espantan luego de que haya revolución! Te traes cuatro
|
|
huevos. ¡No sé cómo saldremos del día!... ¡Ah! tráete también el cordón
|
|
negro para mi vestido y los corchetes».
|
|
|
|
Abelarda fué á la iglesia, y al volver con los encargos de su madre,
|
|
halló á ésta, su tía y Víctor en el comedor, enzarzados en furiosa
|
|
disputa. La voz de Cadalso sobresalía, diciendo:
|
|
|
|
--Pero, señoras mías, ¿yo qué culpa tengo de que me hayan colocado á mí
|
|
antes que á papá? ¿Es esto razón bastante para que todos en esta casa me
|
|
pongan cara de cuerno? Pues ganas me dan, como hay Dios, de tirar la
|
|
credencial á la calle. Antes que nada, la paz de la familia. Yo
|
|
desviviéndome porque me quieran, yo tratando de hacer olvidar los
|
|
disgustos que les he causado, y ahora, ¡válgame Dios!, porque al
|
|
Ministro se le antoja colocarme, ya falta poco para que mi suegra y la
|
|
hermana de mi suegra me saquen los ojos! Bueno, señoras; arañen, peguen
|
|
todo lo que gusten; yo no he de quejarme. Mientras más perrerías me
|
|
digan, más he de quererles yo á todos.
|
|
|
|
--¡Como si no supiéramos--objetó doña Pura hecha un áspid--que tú tienes
|
|
vara alta en el Ministerio, y que si hubieras querido, ya Ramón tendría
|
|
plaza...!
|
|
|
|
--¡Por Dios, mamá, por Dios!--replicó Víctor revelando verdadera
|
|
consternación.--Eso es del género inocente... No puedo creer que usted
|
|
lo diga con formalidad. ¡Que yo...! vamos; ¡tengo entre la familia una
|
|
reputacioncita...! ¿Y si yo jurase que he gestionado por papá más que
|
|
por mí? ¿Si yo lo jurase? Claro, no me creerían. Pero, créanlo ó no, lo
|
|
digo y lo sostengo.
|
|
|
|
Abelarda no intervino en la reyerta, pero mentalmente se ponía de parte
|
|
de su hermano político. En esto entró Villaamil, y Víctor se fué
|
|
resueltamente á él: «Usted que es un hombre razonable, dígame si cree,
|
|
como estas señoras, que yo he gestionado ó trabajado ó intrigado porque
|
|
me colocaran á mí y á usted no. Porque aquí me están calentando las
|
|
orejas con esa historia, y francamente, me aflige oirme tratar como un
|
|
Judas sin conciencia. (Con noble acento.) Yo, Sr. D. Ramón, me he
|
|
portado lealmente. Si he tenido la desgracia de ir por delante de otros,
|
|
no es culpa mía. ¿Sabe usted lo que yo haría ahora?... y que me muera si
|
|
no digo verdad. Pues cederle á usted mi plaza.»
|
|
|
|
--Si nadie habla del asunto--replicó Villaamil con serenidad, que
|
|
obtenía violentándose cruelmente.--¡Colocarme á mí! ¿Crees que alguien
|
|
piensa en tal cosa? Ha pasado lo natural y lógico. Tú tienes allá... no
|
|
sé dónde... buenos padrinos ó madrinas... Yo no tengo á nadie... Que te
|
|
aproveche.
|
|
|
|
Cerró la puerta de su despacho, dejando en el pasillo á Víctor, algo
|
|
confuso y con una respuesta entre labio y labio, que no se atrevió á
|
|
soltar. Aun quiso engatusar á doña Pura en el comedor, tratando de
|
|
rendir su ánimo con expresiones servilmente cariñosas. «¡Qué desgracia
|
|
tan grande, Dios mío, no ser comprendido! Me consumo por esta familia,
|
|
me sacrifico por ella, hago mías sus desgracias y suyos mis escasos
|
|
posibles, y como si nada. Soy y seré siempre aquí un huésped molesto y
|
|
un pariente maldito. Paciencia, paciencia».
|
|
|
|
Dijo esto con afectación hábil, en el momento de sacar papel y
|
|
disponerse á escribir sobre la mesa del comedor. Ausentarse vió ante sí
|
|
á su cuñada, de pié y mirándole, sosteniendo la barba entre los dedos
|
|
de la mano derecha, actitud atenta, pensativa y cariñosa semejante,
|
|
salva la belleza, á la de la célebre estatua de Polimnia en el grupo
|
|
antiguo de las Musas. No era preciso ser lince para leer en las pupilas
|
|
y expresión de la insignificante estas ó parecidas reconvenciones:
|
|
«¿Pero qué haces ahí sin atenderme? ¿No sabes que soy la única persona
|
|
que te ha comprendido? Vuélvete hacia mí, y no hagas caso de los
|
|
demás,.. Estoy aguardándote desde anoche, ¡ingrato!, y tú tan distraído.
|
|
¿Qué se hicieron tus planes de escapatoria? Estoy pronta... Me iré con
|
|
lo puesto».
|
|
|
|
Al verla en tal actitud y al leer en sus ojos la reconvención, cayó
|
|
Víctor en la cuenta de que estaba en descubierto con ella. Maldito si
|
|
desde la noche anterior se había vuelto á acordar del paso de la
|
|
escalera, y si lo recordaba era como un hecho baladí, cual humorada
|
|
estudiantil sin consecuencias para la vida. Su primera impresión, al
|
|
despertarse la memoria, fué de disgusto, cual si recordase la precisión
|
|
impertinente de pagar una visita de puro cumplido. Pero al instante
|
|
compuso la fisonomía, que para cada situación tenía una hermosa máscara
|
|
en el variado repertorio de su histrionismo moral; y cerciorándose de
|
|
que no andaba por allí su suegra, puso una cara muy tierna, miró al
|
|
techo, después á su cuñada, y entre ambos se cruzaron estas breves
|
|
cláusulas:
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--Vida mía, tengo que hablarte... ¿dónde y cuándo?
|
|
|
|
--Esta tarde... en las Comendadoras... á las seis.
|
|
|
|
Y nada más. Abelarda se escapó á arreglar la sala, y Víctor se puso á
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escribir, arrojando con desdén la careta y pensando de este modo: «La
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chiflada ésta quiere saber cuándo tocan á perderse... ¡Ah!... pues si tú
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lo cataras... Pero no lo catarás».
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XXXII
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Puntual, como la hora misma, entró Abelarda, á la de la cita, en las
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Comendadoras. La iglesia, callada y obscura, estaba que ni de encargo
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para el misterioso objeto de una cita. Quien hubiera visto entrar á la
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chica de Villaamil, se habría pasmado de notar en ella su mejor ropa,
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los verdaderos trapitos de cristianar. Se los puso sin que lo advirtiera
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su madre, que había salido á las cinco. Sentóse en un banco, rezando
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distraída y febril, y al cuarto de hora entró Víctor, que al pronto no
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veía gota, y dudaba á qué parte de la iglesia encaminarse. Fué ella á
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servirle de guía, y le tocó el brazo. Diéronse las manos y se sentaron
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cerca de la puerta, en un lugar bastante recogido y el más tenebroso de
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la iglesia, á la entrada de la capilla de los Dolores.
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Á pesar de su pericia y del desparpajo con que solía afrontar las
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situaciones más difíciles, Víctor, no sabiendo cómo desflorar el asunto,
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estuvo mascando un rato las primeras palabras. Por fin, resuelto á
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abreviar, encomendándose mentalmente al demonio de su guarda, dijo:
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--Empiezo por pedirte perdón, vida mía; perdón, sí, lo necesito, por mi
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conducta... imprudente... El amor que te tengo es tan hondo, tan
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avasallador, que anoche, sin saber lo que hacía, quise lanzarte por
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las... escabrosidades de mi destino. Estarás enojadísima conmigo, lo
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comprendo, porque á una mujer de tu calidad, proponer yo como
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propuse...! Pero estaba ciego, demente, y no supe lo que me dije. ¡Qué
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idea habrás formado de mí! Merezco tu desprecio. Proponerte que
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abandonaras tus padres, tu casa, por seguirme á mí, á mí, cometa errante
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(recordando frases que había leído en otros tiempos y enjaretándolas con
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la mayor frescura), á mí que corro por los espacios, sin dirección fija,
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sin saber de dónde he recibido el impulso ni adónde me lleva mi carrera
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loca...! Me estrellaré; de fijo me estrellaré. Pero sería un infame,
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Abelarda (tomándole una mano), sería el último de los monstruos si
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permitiera que te estrellaras conmigo... tú, que eres un ángel: tú, que
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eres el encanto de tu familia... ¡Oh! te pido perdón, y me pondría de
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rodillas para alcanzarlo. Cometí gravísimo atentado contra tu dignidad,
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ultrajé tu candor, proponiéndote aquella atrocidad nacida en este
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cerebro calenturiento... en fin, perdóname, y admite mis honradas
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excusas. Te amo, te amo, y te amaré siempre, sin esperanza, porque no
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puedo aspirar á poseer tan... rica joya. Insultaría á Dios si tal
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aspiración tuviese...
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No acortaba la _Miau_ á comprender bien aquella palabrería, de sentido
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tan opuesto á lo que esperaba escuchar. Mirábale á él, y después á la
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imagen más próxima, un San Juan con cordero y banderola, y le preguntaba
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al santo si aquello era verdad ó sueño.
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--Estás, estás perdonado--murmuró respirando muy fuerte.
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--No extrañes, amor mío--prosiguió él, dueño ya de la situación,--que en
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tu presencia me vuelva tímido y no sepa expresarme bien. Me fascinas, me
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anonadas, haciéndome ver mi pequeñez. Perdóname el atrevimiento de
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anoche. Quiero ahora ser digno de ti, quiero imitar esa serenidad
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sublime. Tú me marcas el camino que debo seguir, el camino de la vida
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ideal, de las acciones perfectamente ajustadas á la ley divina. Te
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imitaré; haré por imitarte. Es preciso que nos separemos, mujer
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incomparable. Si nos juntamos, tu vida corre peligro y la mía también.
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Estamos cercados de enemigos que nos acechan, que nos vigilan... ¿Qué
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debemos hacer?... Separarnos en la tierra, unirnos en las esferas
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ideales. Piensa en mí, que yo ni un instante te apartaré de mi
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pensamiento...
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Abelarda, inquietísima, se movía en el banco como si éste se hallara
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erizado de púas.
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--¿Cómo olvidar que cuando toda la familia me despreciaba, tú sola me
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comprendías y me consolabas? ¡Ah! no se olvida eso en mil años. Te
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aseguro que eres sublime. Soy un miserable. Déjame abandonado á mi
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triste suerte. Sé que has de pedir á Dios por mí, y esto me consuela. Si
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yo creyera, si yo pudiera prosternarme ante ese altar ó ante otro
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semejante, si yo rezar pudiese, rezaría por ti... Adiós, amor mío.
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Quiso cogerle una mano, pero Abelarda la retiró, volviendo la cara hacia
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el opuesto lado.
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--Tu esquivez me mata. Bien sé que la merezco... Anoche estuve contigo
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irrespetuoso, grosero, indelicado. Pero ya has dicho que me perdonabas.
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¿Á qué ese gesto? Ya, ya sé... Es que te estorbo, es que te soy
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aborrecible... Lo merezco; sé que lo merezco. Adiós. Estoy expiando mis
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culpas, porque ahora quiero separarme de ti, y ya ves, no puedo...
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¡Clavado en este banco!... (impaciente, y atropellándose por concluir
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pronto). ¿Te acordarás de mí en tu vida futura?... Oye un consejo:
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cásate con Ponce, y si no te casas, entra en un convento, y reza por él
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y por mí, por este pecador... Tú has nacido para la vida espiritual.
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Eres muy grande, y no cabes en la estrechez del matrimonio ni en la...
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prosaica vida de familia... No puedo seguir, mujer, porque pierdo la
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razón... deliro y... Valor... un supremo esfuerzo... Adiós, adiós.
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Y como alma que lleva Satanás, salió de la iglesia, refunfuñando. Tenía
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prisa, y se felicitaba de haber saldado una fastidiosa cuentecilla.
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«¡Qué demonio!--dijo, mirando su reloj y avivando el paso.--Pensé
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despachar en diez minutos y he empleado veinte. ¡Y _aquélla_ esperándome
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desde las seis!... Vamos, que sin poderlo remediar me da lástima de esta
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inefable cursi. Van á tener que ponerte camisa... ó corsé de fuerza».
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Y Abelarda, ¿qué hacía y qué pensaba? Pues si hubiera visto que al
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púlpito de la iglesia subía el Diablo en persona y echaba un sermón
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acusando á los fieles de que no pecaban bastante, y diciéndoles que si
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seguían así no ganarían el infierno; si Abelarda hubiera visto esto, no
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se habría pasmado como se pasmó. La palabra del monstruo y su salida
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fugaz dejáronla yerta, incapaz de movimiento, el cerebro cuajado en las
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ideas y en las impresiones de aquella entrevista, como substancia echada
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en molde frío y que prontamente se endurece. Ni le pasó por la cabeza
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rezar, ¿para qué? Ni marcharse, ¿adónde? Mejor estaba allí, quieta y
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muda, rivalizando en inmovilidad con el San Juan del gallardete y con la
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Dolorosa. Ésta se hallaba al pie de la cruz, rígida en su enjuto vestido
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negro y en sus tocas de viuda, acribillado el pecho de espaditas de
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plata, las manos cruzadas con tanta fuerza, que los dedos se confundían
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formando un haz apretadísimo. El Cristo, mucho mayor que la imagen de su
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madre, extendíase por el muro arriba, tocando al techo del templete con
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su corona de abrojos, y estirando los brazos á increíble distancia.
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Abajo velas, los atributos de la Pasión, exvotos de cera, un cepillo con
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los bordes de la hendidura mugrientos, y el hierro del candado muy
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roñoso; el paño del altar goteado de cera; la repisa pintada imitando
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jaspe. Todo lo miraba la señorita de Villaamil, no viendo el conjunto,
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sino los detalles más ínfimos, clavando sus ojos aquí y allí como aguja
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que picotea sin penetrar, mientras su alma se apretaba contra la esponja
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henchida de amargor, absorbiéndolo todo.
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Vinieron á coincidir en el tiempo dos gravísimos actos, cada uno de los
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cuales pudo decidir por sí solo la vida ulterior de la insignificante y
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trastornada joven. Con diferencia de dos horas y media, se realizaron el
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suceso que acabo de referir y otro no menos importante. Ponce,
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conferenciando con doña Pura en la sala de ésta, sin testigos, se mostró
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enojado porque los padres de su prometida no habían fijado aún el día de
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la boda.
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--Pues por fijado, hijo, por fijado. Ramón y yo no deseamos otra cosa.
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¿Le parece á usted que á principios de Mayo? ¿el día de la Cruz?
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Poco antes doña Pura había explicado la ausencia de su hija en la
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tertulia por el grandísimo enfriamiento que aquella tarde cogiera en las
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Comendadoras. Entró en casa castañeteando los dientes, y con un
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calenturón tan fuerte, que su madre la mandó acostarse al momento. Era
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esto verdad; mas no toda la verdad, y la señora se calló el asombro de
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verla entrar á horas desusadas y con un vestido que no acostumbraba
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ponerse para ir de tarde á la iglesia mas próxima. «Eso es, lo mejorcito
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que tienes; estropéalo donde no lo puedes lucir, y dedícate á refregar
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con ese casimir tan rico de catorce reales los bancos de la iglesia,
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llenos de mugre, de polvo y de cuanta porquería hay». También se calló
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que su hija no contestaba acorde á nada de cuanto le decía. Esto, el
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chasquido de dientes y la repugnancia á comer movieron á doña Pura á
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meterla en la cama. No las tenía la señora todas consigo, y estaba
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cavilosa buscando el sentido de ciertas rarezas que en la niña notaba.
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«Sea lo que quiera--pensó,--cuanto más pronto la casemos, mejor». Sobre
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esto dijo algo á su marido; pero Villaamil no se había dignado contestar
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sílaba; tan tétrico y cabizbajo andaba.
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Abelarda, que se hacía la dormida para que no la molestase nadie, vió á
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Milagros acostando á Luisito, el cual no se durmió pronto aquella
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noche, sino que daba vueltas y más vueltas. Cuando ambos se quedaron
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solos, Abelarda le mandó estarse callado. No tenía ella ganas de jarana;
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era tarde y necesitaba descanso.
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--Tiíta, no puedo dormirme. Cuéntame cuentos.
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--Sí, para cuentos estoy yo. Déjame en paz ó verás...
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Otras veces, al sentir á su sobrino desvelado, la insignificante, que le
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amaba entrañablemente, procuraba calmar su inquietud con afectuosas
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palabras; y si esto no era bastante, se iba á su cama, y arrullándole y
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agasajándole, conseguía que conciliara el sueño. Pero aquella noche,
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excitada y fuera de sí, sentía tremenda inquina contra el pobre
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muchacho; su voz la molestaba y hería, y por primera vez en su vida
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pensó de él lo siguiente: «¿Qué me importa á mí que duermas ó no, ni que
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estés bueno ni que estés malo, ni que te lleven los demonios?»
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Luisito, hecho á ver á su tía muy cariñosa, no se resignaba á callar.
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Quería palique á todo trance, y con voz de mimo, dijo á su compañera de
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habitación:
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--Tía, ¿viste tu por casualidad á Dios alguna vez?
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--¿Qué hablas ahí, tonto?... Si no te callas, me levanto y...
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--No te enfades... pues yo, ¿qué culpa tengo? Yo veo á Dios, lo veo
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cuando me da la gana; para que lo sepas... Pero esta noche no le veo más
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que los pies... los pies con mucha sangre, clavaditos y con un lazo
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blanco, como los del Cristo de las melenas que está en Monserrat... y me
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da mucho miedo. No quiero cerrar los ojos, porque... te diré... yo nunca
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le he visto los pies, sino la cara y las manos... y esto me pasa...
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¿sabes por qué me pasa?... porque hice un pecado grande... porque le
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dije á mi papá una mentira, le dije que quería ir con la tía Quintina á
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su casa. Y fué mentira. Yo no quiero ir más que un ratito para ver los
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santos. Vivir con ella no. Porque irme con ella y dejaros á vosotros es
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pecado, ¿verdad?
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--Cállate, cállate, que no estoy yo para oir tus sandeces... ¿Pues no
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dice que ve á Dios el muy borrico?... Sí, ahí está Dios para que tú le
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veas, bobo...
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Abelarda oyó al poco rato los sollozos de Cadalsito, y en vez de piedad,
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sintió, ¡cosa más rara!, una antipatía tal contra su sobrino, que mejor
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pudiera llamarse odio sañudo. El tal mocoso era un necio, un farsante
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que embaucaba á la familia con aquellas simplezas de ver á Dios
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y de querer hacerse curita; un hipócrita, un embustero, un
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mátalas-callando... y feo, y enclenque, y consentido además...
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Esta hostilidad hacia la pobre criatura era semejante á la que se inició
|
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la víspera en el corazón de Abelarda contra su propio padre, hostilidad
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contraria á la naturaleza, fruto sin duda de una de esas auras
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epileptiformes que subvierten los sentimientos primarios en el alma de
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la mujer. No supo ella darse cuenta de cómo tal monstruosidad germinara
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en su espíritu, y la veía crecer, crecer á cada instante, sintiendo
|
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cierta complacencia insana en apreciar su magnitud. Aborrecía á Luis, le
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aborrecía con todo su corazón. La voz del chiquillo le encalabrinaba los
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nervios, poniéndola frenética.
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Cadalsito, sollozando, insistió: «Le veo las piernas negras con
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manchurrones de sangre, le veo las rodillas con unos cardenales muy
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negros, tiíta... tengo mucho miedo... ¡Ven, ven!»
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La _Miau_ crispó los puños, mordió las sábanas. Aquella voz quejumbrosa
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removía todo su ser, levantando en él una ola rojiza, ola de sangre que
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subía hasta nublarle los ojos. El chiquillo era un cómico, fingido y
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trapalón, bajado al mundo para martirizarla á ella y á toda su casta...
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Pero aun quedaba en Abelarda algo de hábito de ternura que contenía la
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expansión de su furor. Hacía un movimiento para echarse de la cama y
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correr á la de Luis con ánimo de darle azotes, y se reprimía luego. ¡Ah!
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como pusiera las manos en él, no se contentaría con la azotaina... le
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ahogaría, sí. ¡Tal furia le abrasaba el alma y tal sed de destrucción
|
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tenían sus ardientes manos!
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--Tiíta, ahora le veo el faldellín todo lleno de sangre, mucha sangre...
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|
Ven, enciende luz, ó me muero de susto; quítamele, dile que se vaya. El
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otro Dios es el que á mí me gusta, el abuelo guapo, el que no tiene
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sangre, sino un manto muy fino y unas barbas blanquísimas...
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Ya no pudo ella dominarse, y saltó del lecho... Quedóse á su orilla
|
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inmovilizada, no por la piedad, sino por un recuerdo que hirió su mente
|
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con vívida luz. Lo mismo que ella hacía en aquel instante, lo había
|
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hecho su difunta hermana en una noche triste. Sí, Luisa padecía también
|
|
aquellas horribles corazonadas de aborrecer á su progenitura, y cierta
|
|
noche que le oyó quejarse, echóse de la cama y fué contra él, con las
|
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manos amenazantes, trocada de madre en fiera. Gracias que la sujetaron,
|
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pues si no, sabe Dios lo que habría pasado. Y Abelarda repetía las
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mismas palabras de la muerta, diciendo que el pobre niño era un
|
|
monstruo, un aborto del infierno, venido á la tierra para castigo y
|
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condenación de la familia.
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Llevóla este recuerdo á comparar la semejanza de causas con la semejanza
|
|
de efectos, y pensó angustiadísima: «¿Estaré yo loca, como mi
|
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hermana?... ¿Es locura, Dios mío?»
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Volvió á meterse entre sábanas, prestando atención á los sollozos de
|
|
Luis, que parecían atenuarse, como si al fin le venciera el sueño.
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Transcurrió un largo rato, durante el cual la tiíta se aletargó á su
|
|
vez; pero de improviso despertó sintiendo el mismo furor hostil en su
|
|
mayor grado de intensidad. No la detuvo entonces el recuerdo de su
|
|
hermana; no había en su espíritu nada que corrigiese la idea, ó mejor
|
|
dicho, el delirio de que Luis era una mala persona, un engendro
|
|
detestable, un ser infame á quien convenía exterminar. Él tenía la culpa
|
|
de todos los males que la agobiaban, y cuando él desapareciera del
|
|
mundo, el sol brillaría más y la vida sería dichosa. El chiquillo aquél
|
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representaba toda la perfidia humana, la traición, la mentira, la
|
|
deshonra, el perjurio.
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Reinaba profunda obscuridad en la alcoba. Abelarda, en camisa y
|
|
descalza, echándose un mantón sobre los hombros, avanzó palpando...
|
|
Luego retrocedió buscando las cerillas. Habíasele ocurrido en aquel
|
|
momento ir á la cocina en busca de un cuchillo que cortara bien. Para
|
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esto necesitaba luz. La encendió, y observó á Luis que al cabo dormía
|
|
profundamente. «¡Qué buena ocasión!--se dijo;--ahora no chillará, ni
|
|
hará gestos... Farsante, pinturero, monigote, me las pagarás... Sal
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ahora con la pamplina de que ves á Dios... Como si hubiera tal Dios, ni
|
|
tales carneros...» Después de contemplar un rato al sobrinillo, salió
|
|
resuelta. «Cuanto más pronto, mejor». El recuerdo de los sollozos del
|
|
chico, hablando aquellos disparates de los pies que veía, atizaba su
|
|
cólera. Llegó á la cocina y no encontró cuchillo, pero se fijó en el
|
|
hacha de partir leña, tirada en un rincón, y le pareció que este
|
|
instrumento era mejor para el _caso_, más seguro, más ejecutivo, más
|
|
cortante. Cogió el hacha, hizo ademán de blandirla, y satisfecha del
|
|
ensayo, volvió á la alcoba, en una mano la luz, en otra el arma, el
|
|
mantón por la cabeza... Figura tan extraña y temerosa no se había visto
|
|
nunca en aquella casa. Pero en el momento de abrir la puerta de
|
|
cristales de la alcoba, sintió un ruido que la sobrecogió. Era el del
|
|
llavín de Víctor girando en la cerradura. Como ladrón sorprendido,
|
|
Abelarda apagó de un soplo la luz, entró, y se agachó detrás de la
|
|
puerta, recatando el hacha. Aunque rodeada de tinieblas temía que Víctor
|
|
la viese al pasar por el comedor y se hizo un ovillo, porque la furia
|
|
que había determinado su última acción se trocó súbitamente en espanto
|
|
con algo de femenil vergüenza. Él pasó alumbrándose con una cerilla,
|
|
entró en su cuarto y se cerró al instante. Todo volvió á quedar en
|
|
silencio. Hasta la alcoba de Abelarda llegaba débil, atravesando el
|
|
comedor y las dos puertas de cristales, la claridad de la vela que
|
|
encendiera Víctor para acostarse. Cosa de diez minutos duró el reflejo;
|
|
después se extinguió, y todo quedó en sombra. Pero la cuitada no se
|
|
atrevía ya á encender su luz; fué tanteando hasta la cama, escondió el
|
|
hacha bajo la cómoda próxima al lecho, y se deslizó en éste
|
|
reflexionando: «No es ocasión ahora. Gritaría, y el otro... Al otro le
|
|
daría yo el hachazo del siglo; pero no basta un hachazo, ni dos, ni
|
|
ciento... ni mil. Estaría toda la noche dándole golpes y no le acabaría
|
|
de matar».
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|
XXXIII
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Nuestro infortunado Villaamil no vivía desde el momento aciago en que
|
|
supo la colocación de su yerno, y para mayor desdicha el prohombre
|
|
ministerial no le hacía caso. Inmediatamente después de almorzar, se
|
|
echaba á la calle, y se pasaba el día de oficina en oficina, contando su
|
|
malaventura á cuantos encontraba, refiriendo la atroz injusticia, que,
|
|
entre paréntesis, no le cogía de nuevo; porque él, se lo podían creer,
|
|
nunca esperó otra cosa. Cierto que, apretado por la fea necesidad, y
|
|
llegando á sentir como un estorbo en aquel pesimismo que se había
|
|
impuesto, se lo arrancaba á veces como quien se arranca una máscara, y
|
|
decía, implorando con toda el alma desnuda: «Amigo Cucúrbitas, me
|
|
conformo con cualquier cosa. Mi categoría es de Jefe de Administración
|
|
de tercera; pero si me dan un puesto de oficial primero, vamos, de
|
|
oficial segundo, lo tomo, sí señor, lo tomo, aunque sea en provincias.»
|
|
La misma cantinela le entonaba al Jefe del Personal, á todos los amigos
|
|
influyentes que en la casa tenía, y epistolarmente al Ministro y á Pez.
|
|
Á Pantoja, en gran confianza, le dijo: «Aunque sea para mí una
|
|
humillación, hasta oficial tercero aceptaré por salir de estas
|
|
angustias... Después, Dios dirá».
|
|
|
|
Luego iba de estampía contra Sevillano, de quien se hablará después,
|
|
empleado en el Personal, el cual le decía con expresión de lástima: «Sí,
|
|
hombre sí, cálmese usted; tenemos nota preferente... Debe usted procurar
|
|
serenarse». Y le volvía la espalda. Poco á poco fué el santo varón
|
|
desmintiendo su carácter, aprendiendo á importunar á todo el mundo y
|
|
perdiendo el sentido de las conveniencias. Después de verle andar por
|
|
las oficinas, dando la lata á diferentes amigos, sin excluir á los
|
|
porteros, Pantoja le habló en confianza:
|
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|
|
--¿Sabes lo que el bigardo de tu yerno le dijo al Diputado ese? Pues que
|
|
tú estabas loco y que no podías desempeñar ningún destino en la
|
|
Administración. Como lo oyes; y el Diputado lo repitió en el Personal
|
|
delante de Sevillano y del hermano de Espinosa, que me lo vino á contar
|
|
á mí.
|
|
|
|
--¿Eso dijo? (estupefacto). ¡Ah! lo creo. Es capaz de todo...
|
|
|
|
Esto acabó de trastornarle. Ya la insistencia de su incansable porfía y
|
|
la expresión de ansiedad que iban tomando sus ojos asustaba á sus
|
|
amigos. En algunas oficinas, cuidaban de no responderle ó de hablarle
|
|
con brevedad para que se cansara y se fuese con la música á otra parte.
|
|
Pero estaba á prueba de desaires, por habérsele encallecido la epidermis
|
|
del amor propio. En ausencia de Pantoja, Espinosa y Guillén le tomaban
|
|
el pelo de lo lindo:
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|
--¿No sabe usted, amigo Villaamil lo que se corre por ahí? Que el
|
|
Ministro va á presentar á las Cortes una ley estableciendo el _income
|
|
tax_. La Caña la está estudiando.
|
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--Como que me ha robado mis ideas. Mis cuatro Memorias durmieron en su
|
|
poder más de un año. Vean ustedes lo que saca uno de quemarse las cejas
|
|
por estudiar algo que sirva de remedio á esta Hacienda moribunda... País
|
|
de raterías, Administración de nulidades, cuando no se puede afanar una
|
|
peseta, se tima el entendimiento ajeno. Ea, con Dios.
|
|
|
|
Y salía disparado, precipitándose por los escalones abajo, hacia la
|
|
Dirección de Impuestos (patio de la izquierda), ansioso de calentarle
|
|
las orejas al amigo La Caña. Á la media hora se le veía otra vez
|
|
venciendo jadeante la cansada escalera para meterse un rato en el Tesoro
|
|
ó en Aduanas. Algunas veces, antes de entrar, daba la jaqueca á los
|
|
porteros, contándoles toda su historia administrativa. «Yo entré á
|
|
servir en tiempo de la Regencia de Espartero, siendo Ministro el Sr.
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Surrá y Rull, excelente persona, hombre muy mirado. Me parece que fué
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ayer cuando subí por esa escalera. Traía yo unos calzoncitos de
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cuadros, que se usaban entonces, y mi sombrero de copa, que había
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estrenado para tomar posesión. De aquel tiempo no queda ya nadie en _la
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casa_, pues el pobre Cruz, á quien vi en este mismo sitio cuando yo
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entraba, se las lió hace dos meses. ¡Ay, qué vida ésta!... Mi primer
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ascenso me lo dió D. Alejandro Mon... buena persona... y de mucho
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carácter, no se crean ustedes. Aquí se plantificaba á las ocho de la
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mañana, y hacía trabajar á la tropa; por eso hizo lo que hizo. Como
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madrugador, no ha habido otro D. Juan Bravo Murillo, y el número uno de
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los trasnochadores era D. José Salamanca, que nos tenía aquí á los de
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Secretaría hasta las dos ó las tres de la madrugada. Pues digo, ¿hay
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alguno entre ustedes que se acuerde de D. Juan Bruil, que, por más
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señas, me hizo á mí oficial tercero? ¡Ah, qué hombre! Era una pólvora.
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Pues también el amigo Madoz las gastaba buenas. ¡Qué cascarrabias! Yo
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tuve el 57 un director que no hacía un servicio al lucero del alba ni
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despachaba cosa alguna, como no viniera una mujer á pedírsela. Crean
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ustedes que la perdición del país es la faldamenta».
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Los porteros le llevaban el humor mientras podían; pero también llegaron
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á sentir cansancio de él, y pretextaban ocupaciones para zafarse. El
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santo varón, después de explayarse por las porterías, volvía adentro, y
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no faltaba en Aduanas ó en Propiedades un guasón presumido, como
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Urbanito, el hijo de Cucúrbitas, que le convidase á café para tirarle de
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la lengua y divertirse oyendo sus exaltadas quejas. «Miren ustedes; á mí
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me pasa esto por decente, pues si yo hubiera querido desembuchar ciertas
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cosas que sé referentes á pájaros gordos, ¿me entienden ustedes?... digo
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que si yo hubiera sido como otros que van á las redacciones con la
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denuncia del enjuage A, del enredo B..., otro gallo me cantara... ¿Pero
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qué resulta? Que aunque uno no quiera ser decente y delicado, no puedo
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conseguirlo. El pillo nace, el orador se hace. Total, que ni siquiera me
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vale haber escrito cuatro Memorias que constituyen un plan de
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Presupuestos, porque un mal amigo á quien se las enseño, me roba la idea
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y la da por suya. Lo que menos piensan ustedes es que ese dichoso
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_income tax_ que quieren establecer, ¡temprano y con sol!, es idea
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mía... diez años devanándome los sesos... ¿para qué? Para que un grajo
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se adorne con mis plumas ó con la obra de mi pluma. Yo digo que si el
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Ministro sabe esto, si lo sabe el país, ¿qué sucederá? Puede que no
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suceda nada, porque allá se van el país y el Ministro en lo puercos y
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desagradecidos... Yo me lavo las manos; yo me estoy en mi casa, y si
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vienen revoluciones, que vengan; si el país cae en el abismo, que caiga
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con cien mil demonios. Después dirán: «¡Qué lástima no haber planteado
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los cuatro puntos aquellos del buen Villaamil: _Moralidad_, _Income
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tax_, _Aduanas_, _Unificación_!» Pero yo diré: _tarde piache_...
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«Haberlo visto antes». Dirán: «Pues que sea Villaamil Ministro»; y yo
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responderé: «Cuando quise no quisiste, y ahora... á buena hora, mangas
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verdes...» Conque, señores, me voy para que ustedes trabajen. En mis
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tiempos no había estos ocios. Se fumaba un cigarrito, se tomaba café, y
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luego al telar... Pero ahora, empleado hay que viene aquí á inventar
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charadas, á chapucear comedias, revistas de toros y gacetillas. Así está
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la Administración pública, que es una mujer pública, hablando mal y
|
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pronto. Francamente, esto da asco, y yo no sé cómo todos ustedes no
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hacen dimisión, y dejan solos al Ministro y al Jefe del Personal, á ver
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cómo se desenvuelven. No, no lo digo en broma; veo que se ríen ustedes,
|
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y no es cosa de risa. Dimisión total, huelga en un día dado, á una hora
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dada...»
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Por fin, hartos de este charlar incoherente, le echaban con buenos
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modos, diciéndole: «Don Ramón, usted debiera ir á tomar el aire. Un
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paseito por el Retiro le vendría muy bien». Salía rezongando, y en vez
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de seguir el saludable consejo de oxigenarse, bajaba, mal terciada la
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capa, y se metía en el Giro Mutuo, donde estaba Montes, ó en Impuestos,
|
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donde su amigo Cucúrbitas soportaba con increíble paciencia discursos
|
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como éste: «Te digo en confianza, aquí de ti para mí, que me contento
|
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con una plaza de oficial tercero: proponme al Ministro. Mira que siento
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en mi cabeza unas cosas muy raras, como si se me fuera el santo al
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cielo. Me entran ganas de decir disparates, y aun recelo que á veces se
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me salen de la boca. Que me den esos dos meses, ó no sé; creo que pronto
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empezaré á tirar piedras. Ya sabes mi situación; sabes que no tengo
|
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cesantía, porque, si bien soy anterior al 45, mi primer destino no fué
|
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de Real orden; no entré en plantilla hasta el 46, gracias á D. Juan
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Martín Carramolino. Bien te acordarás. Tú estabas por debajo de mí; yo
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te enseñé á poner una minuta en regla. El 54 tú entraste en la Milicia
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Nacional; yo no quise, porque nunca me ha gustado la bullanga. Ahí
|
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tienes el principio de tu buena fortuna y el de mi desdicha. Gracias al
|
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morrión te plantaste de un salto en Jefe de Negociado de segunda,
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mientras yo me estancaba en oficial primero... Parece mentira,
|
|
Francisco, que el sombrero influya tanto. Pues dicen que Pez debe su
|
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carrera nada más que al chisterómetro de alas anchas y abarquilladas que
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le da un aire tan solemne... Bien recuerdo que tú me decías: «Ramón,
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ponte un chaleco de buen ver, que esto ayuda; gasta cuellos altos, muy
|
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altos, muy tiesos, que te obliguen á engallar la cabeza con cierto aire
|
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de importancia». Yo no te hice caso, y así estoy. Á Basilio, desde que
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se encajó la levita inglesa, le empezaron á indicar para el ascenso, y
|
|
á mí se me antoja que las botas chillonas del amigo Montes, dando á su
|
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personalidad un no sé qué de atrevido, insolente y _qué se me da á mi_,
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|
han influído para que avance tanto... Sobre todo el sombrero, el
|
|
sombrero es cosa esencialísima, Francisco, y el tuyo me parece un
|
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perfecto modelo... alto de copa y con hechura de trombón, el ala muy
|
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semejante á la canaleja de un cura. Luego esas corbatas que tú te
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permites... Si me colocan, me pondré una igual... Conque ya sabes:
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oficial tercero: cualquier cosa: el quid está en firmar la nómina, en
|
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ser algo, en que cuando entre yo aquí no me parezca que hasta las
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paredes lloran compadeciéndome... Francisco, hormiga de esta casa, hazlo
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por Dios y por tus hijos, tres de los cuales tienes ya bien colocados de
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aspirantes con cinco mil, sin contar á Urbanito que se calza doce. Si mi
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mujer fuera Pez en vez de ser rana, ¡ay! no estaría yo en seco. Parece
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que lo tenéis en la masa de la sangre, y cuando nacen tus nenes y
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sueltan el primer lloro de la vida, en vez de ponerles la teta en la
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boca, les ponen el _estado Letra A, Sección octava_, del Presupuesto.
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Adiós; interésate por mí, sácame de este pozo en que me he caído... No
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quiero molestarte; tienes que hacer. Yo también estoy atareadísimo.
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|
Abur, abur».
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No se crea que se iba mi hombre á la calle. Atraído de irresistible
|
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querencia, se lanzaba otra vez, jadeante, á la fatigosa ascensión por
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la escalera, y llegaba sin aliento á Secretaría. Allí cierto día se
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|
encontró una novedad. Los porteros, que comúnmente le franqueaban la
|
|
entrada, le detuvieron, disimulando con insinuaciones piadosas la orden
|
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terminante que tenían de no dejarle pasar. «Don Ramón, váyase á su casa,
|
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y descanse y duerma para que se le despeje ese meollo. El Jefe está
|
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encerrado y no recibe á nadie». Irritóse Villaamil con la desusada
|
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consigna y aun quiso forzarla, alegando que no debía regir para él. La
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capa del infeliz cesante barrió el suelo de aquí para allí, y aun
|
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tuvieron los ordenanzas que ponerle el sombrero, desprendido de su
|
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cabeza venerable. «Bien, Pepito Pez, bien--decía el infeliz, respirando
|
|
con dificultad;--así pagas á quien fué tu jefe, y te tapó muchas faltas.
|
|
En donde menos se piensa salta un ingrato. Basta que yo te haya hecho
|
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mil favores, para que me trates como á un negro. Lógica puramente
|
|
humana... Quedamos enterados. Adiós... ¡Ah! (volviéndose desde la
|
|
puerta), dígale usted al Jefe del Personal, al D. Soplado ése, que usted
|
|
y él se pueden ir á escardar cebollinos».
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|
XXXIV
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Pecho á los escalones, y otra vez al piso segundo, á la oficina de
|
|
Pantoja. Cuando entró, Guillén, Espinosa y otros badulaques estaban muy
|
|
divertidos viendo las aleluyas que el primero había compuesto, una serie
|
|
de dibujillos de mala muerte, con sus pareados al pie, ramplones,
|
|
groseros y de mediano chiste, comprendiendo la historia completa de
|
|
Villaamil desde su nacimiento hasta su muerte. Argüelles, que no veía
|
|
con buenos ojos las groseras bromas de Guillén, se apartaba del corrillo
|
|
para atender á su trabajo. Rezaba la aleluya que el Sr. de _Miau_ había
|
|
nacido en Coria, garrafal dislate histórico, pues vió la luz en tierra
|
|
de Burgos; que desde el vientre de su madre pretendía, y que el ombligo
|
|
se lo ataron con balduque. Entre otras particularidades, decía la
|
|
ilustrada crónica, con dudosa gramática: _En vez de faja y pañales,--le
|
|
envuelven en credenciales_; y más adelante: _Pide teta con afán,--y un
|
|
Presupuesto le dan_. Luego, cuando el digno funcionario llega á la mayor
|
|
edad, _Henchido de amor sin tasa,--con Zapaquilda se casa_; y á poco de
|
|
estrenada la vida matrimonial empiezan los apuros. El desmantelado hogar
|
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de Villaamil se caracteriza en este elegante dístico: _Cuando faltan
|
|
patacones,--se dan á cazar ratones_... Pero en lo que el inspirado
|
|
coplero explaya su numen, es en la pintura de los sublimes trabajos
|
|
villaamilescos: _Modelo de asiduidaz,--inventa el_ INCOME TAZ... _Al
|
|
Ministro le presenta--sus planes sobre la renta_... _El Jefe, al ver el_
|
|
INCOMIO,--_me le manda á un manicomio_. Por fin le arroja el poeta estas
|
|
flores: _Su existencia miserable--la sostiene con el sable_; y por aquí
|
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seguía hasta suponer el glorioso tránsito del héroe: _Le dan al fin la
|
|
ración,--y muere del alegrón_... _Los gatos, cuando se mueren,--dicen
|
|
todos: Miserere_...»
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Al ver á Villaamil escondieron el nefando pliego, pero con hilaridad mal
|
|
reprimida denunciaban la broma que traían y su objeto. Ya otras veces el
|
|
infeliz cesante pudo notar que su presencia en la oficina (faltando de
|
|
ella Pantoja) producía un recrudecimiento en la sempiterna chacota de
|
|
aquellos holgazanes. Las reticencias, las frases ilustradas con
|
|
morisquetas al verle entrar, la cómica seriedad de los saludos le
|
|
revelaron aquel día que su persona y quizás su desventura motivaban
|
|
impertinentes chanzas, y esta certidumbre le llegó al alma. El enredijo
|
|
de ideas que se había iniciado en su mente, y la irritación producida en
|
|
su ánimo por tantas tribulaciones, encalabrinaban su amor propio; su
|
|
carácter se agriaba; la ingénita mansedumbre trocábase en displicencia y
|
|
el temple pacífico en susceptibilidad camorrista.
|
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|
|
--Á ver, á ver--gruñó, acercándose al grupo con muy mal gesto.--Me
|
|
parece que se ocupaban ustedes de mí... ¿Qué papelotes son esos que
|
|
guarda Guillén?... Señores, hablemos claro. Si alguno de ustedes tiene
|
|
que decirme algo, dígamelo en mis barbas. Francamente, en toda la casa
|
|
noto que se urde contra mí una conjuración de calumnias; se trata de
|
|
ponerme en ridículo, de indisponerme con los jefes, de presentarme al
|
|
señor Ministro como un hombre grotesco, como un... ¡Y he de saber quién
|
|
es el canalla, quién...! ¡Maldita sea su alma! (terciándose la capa, y
|
|
pegando fuerte puñetazo en la mesa más próxima).
|
|
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|
Quedáronse todos fríos y mudos, porque no esperaban en Villaamil aquel
|
|
rasgo de dignidad. _El caballero de Felipe IV_ fué el primero que se
|
|
explicó aquel súbito cambio de temperamento, por un desequilibrio
|
|
mental. Además de que odiaba profundamente á Guillén, sentía lástima de
|
|
su amigo, y echándole el brazo por encima del hombro, le rogó que se
|
|
tranquilizara, añadiendo que donde él estuviera, nadie osaría zaherir á
|
|
persona tan respetable. Mas no se calmaba Villaamil con estas razones,
|
|
porque vió al maldito Guillén aguantando la risa con la cara pegada al
|
|
pupitre, y en un arrebato de cólera se fué á él, y con ahogada y trémula
|
|
voz le dijo:
|
|
|
|
--Sepa usted, cojitranco de los infiernos, que de mí no se ríe nadie...
|
|
Ya sé, ya sé que ha hecho usted unos estúpidos versos y unos mamarrachos
|
|
ridiculizándome. En Aduanas he oído que si yo propuse ó no propuse al
|
|
Ministro el _income tax_... y si me mandó ó no me mandó á un manicomio.
|
|
|
|
--¿Yo?... D. Ramón... ¡qué cosas tiene!--replicó Guillén cortado y
|
|
cobarde.--Yo no he hecho las aleluyas; las hizo Pez Cortázar, el de
|
|
Propiedades, y Urbano Cucúrbitas es el que las ha enseñado por ahí.
|
|
|
|
--Pues hágalas quien las hiciere, el autor de esa porquería es un
|
|
marrano que debiera estar en un cubil. Me ultrajan porque me ven caído.
|
|
¿Es eso de caballeros? Á ver, respóndanme. ¿Es eso de personas
|
|
regulares?
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|
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|
El santo varón giró sobre sí mismo, y se sentó, quebrantadísimo de aquel
|
|
esfuerzo que acababa de hacer. Siguió murmurando, como si hablara á
|
|
solas: «Es que por todos los medios se proponen acabar conmigo,
|
|
desautorizarme, para que el Ministro me tenga por un ente, por un
|
|
visionario, por un idiota».
|
|
|
|
Exhalando suspiros hondísimos, encajó la quijada en el pecho y así
|
|
estuvo más de un cuarto de hora sin pronunciar palabra. Los demás
|
|
callaban, mirándose de reojo, serios, quizás compadecidos, y durante un
|
|
rato no se oyó en la oficina más que el rasgueo de la pluma de
|
|
Argüelles. De pronto, el chillar de las botas de Pantoja anunció la
|
|
aproximación de este personaje. Todos afectaron atender á la faena, y el
|
|
jefe de la sección entró con las manos cargadas de papeles. Villaamil no
|
|
alzó la cabeza para mirar á su amigo ni parecía enterarse de su
|
|
presencia.
|
|
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|
--Ramón--dijo Pantoja en afectuoso tono, llamándolo desde su
|
|
asiento.--Ramón... pero Ramón... ¿qué es eso?
|
|
|
|
Y por fin el amigo, dando otro suspirazo como quien despierta de un
|
|
sueño, se levantó y fué hacia la mesa con paso claudicante.
|
|
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|
--Pero no te pongas así--le dijo D. Ventura quitando legajos de la silla
|
|
próxima para que el otro se sentara.--Pareces un chiquillo. En todas las
|
|
oficinas hablan de ti, como de una persona que empieza á pasearse por
|
|
los cerros de Úbeda... Es preciso que te moderes, y sobre todo
|
|
(amoscándose un poco), es preciso que cuando se hable de planes de
|
|
Hacienda y de la confección de los nuevos Presupuestos, no salgas con la
|
|
patochada del _income tax_... Eso está muy bueno para artículos de
|
|
periódico (con desprecio), ó para soltarlo en la mesa del café, delante
|
|
de cuatro tontos perdularios, de esos que arreglan con saliva el
|
|
presupuesto de un país y no pagan al sastre ni á la patrona. Tú eres
|
|
hombre serio y no puedes sostener que nuestro sistema tributario, fruto
|
|
de la experiencia...
|
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|
Levantóse Villaamil como si en la silla hubiera surgido agudísimo
|
|
punzón, y este movimiento brusco cortó la frase de Pantoja, que sin dada
|
|
iba á rematarla en estilo administrativo, más propio de la _Gaceta_ que
|
|
de humana boca. Quedóse el buen Jefe de sección archipasmado al ver que
|
|
la faz de su amigo expresaba frenética ira, que la mandíbula le
|
|
temblaba, que los ojos despedían fuego; y subió de punto el pasmo al oir
|
|
estas airadas expresiones:
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--Pues yo te sostengo... sí, por encima de la cabeza de Cristo lo
|
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sostengo... que mantener el actual sistema es de jumentos rutinarios...
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y digo más, de chanchulleros y tramposos... Porque se necesita tener un
|
|
dedo de telarañas en los sesos para no reconocer y proclamar que el
|
|
_income tax_, impuesto sobre la renta ó como quiera llamársele, es lo
|
|
único racional y filosófico en el orden contributivo... y digo más: digo
|
|
que todos los que me oyen son un atajo de ignorantes, empezando por ti,
|
|
y que sois la calamidad, la polilla, la ruina de esta casa y la filoxera
|
|
del país, pues le estáis royendo y devorando la cepa, majaderos mil
|
|
veces. Y esto se lo digo al Ministro si me apura, porque yo no quiero
|
|
credenciales, ni colocación, ni derechos pasivos, ni nada; no quiero más
|
|
que la verdad por delante, la buena administración, y conciliar...
|
|
compaginar... armonizar (golpeando los dos dedos índices uno contra
|
|
otro) los intereses del Estado con los del contribuyente. Y el
|
|
mastuerzo, canalla, que diga que yo quiero destinos, se verá conmigo de
|
|
hombre á hombre, aquí ó en mitad de la calle, junto al Dos de Mayo, ó en
|
|
la pradera del Canal, á media noche, sin testigos... (dando terribles
|
|
gritos, que atrajeron á los empleados de la oficina inmediata). Claro,
|
|
me toman por un mandria porque no me conocen, porque no me han visto
|
|
defendiendo la ley y la justicia contra los infames que en esta casa la
|
|
atropellan. Yo no vengo aquí á mendigar una cochina credencial que
|
|
desprecio; yo me paso por las narices á toda la casa, y á vosotros, y al
|
|
Director, y al Jefe del Personal, y al Ministro; ¡yo no pido más que
|
|
orden, moralidad, economía...!
|
|
|
|
Revolvió los ojos á una parte y otra, y viéndose rodeado de tantas
|
|
caras, alzó los brazos como si exhortara á una muchedumbre sediciosa, y
|
|
lanzó un alarido salvaje gritando: «¡Vivan los presupuestos nivelados!»
|
|
|
|
Salió de la oficina, arrastrando la capa y dando traspiés. El buen
|
|
Pantoja, rascándose con el gorro, le siguió con mirada compasiva,
|
|
mostrando sincera aflicción. «Señores--dijo á los suyos y á los
|
|
extraños, agrupados allí por la curiosidad,--pidamos á Dios por nuestro
|
|
pobre amigo, que ha perdido la razón».
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
XXXV
|
|
|
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|
|
No eran las once de la mañana del día siguiente, día último de mes, por
|
|
más señas, cuando Villaamil subía con trabajo la escalera encajonada del
|
|
Ministerio, parándose á cada tres ó cuatro peldaños para tomar aliento.
|
|
Al llegar á la entrada de la Secretaría, los porteros, que la tarde
|
|
anterior le habían visto salir en aquella actitud lamentable que
|
|
referida está, se maravillaron de verle tan pacífico, en su habitual
|
|
modestia y dulzura, como hombre incapaz de decir una palabra más alta
|
|
que otra. Desconfiaban, no obstante, de esta mansedumbre, y cuando el
|
|
buen hombre se sentó en el banco, duro y ancho como de iglesia, y arrimó
|
|
los pies al brasero próximo, el portero más joven se acercó y le dijo:
|
|
|
|
--Don Ramón, ¿para qué viene por aquí? Estése en su casa y cuídese, que
|
|
tiempo tiene de rodar por estos barrios.
|
|
|
|
--Puede que tengas razón, amigo Ceferino. En mi casa metidito, y acá se
|
|
las arreglen estos señores como quieran. ¿Yo qué tengo que ver? Verdad
|
|
que el país paga los vidrios rotos, y no puede uno ver con indiferencia
|
|
tanto desbarrar. ¿Sabes tú si han llevado ya al Ministro el nuevo
|
|
Presupuesto ultimado? No sabes... Verdad, ¡á ti que más te da! Tú no
|
|
eres contribuyente... Pues desde ahora te digo que el nuevo Presupuesto
|
|
es peor que el vigente, y todo lo que hacen aquí una cáfila de
|
|
barbaridades y despropósitos. Ahí me las den todas. Yo en mi casa tan
|
|
tranquilo, viendo cómo se desmorona este país, que podría estar nadando
|
|
en oro si quisieran.
|
|
|
|
Á poco de soltar esta perorata, el pobre cesante se quedó solo,
|
|
meditando, la barba en la mejilla. Vió pasar algunos empleados conocidos
|
|
suyos; pero como no le dijeron nada, no chistó. Consideraba quizás la
|
|
soledad que se iba formando en torno suyo, y con qué prisa se desviaban
|
|
de él los que fueron sus compañeros y hasta poco antes se llamaban sus
|
|
amigos. «Todo ello--pensó con admirable observación de sí
|
|
mismo--consiste en que mis desgracias me han hecho un poco extravagante,
|
|
y en que alguna vez la misma fuerza del dolor es causa de que se me
|
|
escapen frases y gestos que no son de hombre sesudo, y contradicen mi
|
|
carácter y mi... ¿cómo es la palabreja?... ¡ah! mi idiosincrasia...
|
|
¡Todo sea por Dios!»
|
|
|
|
Distrájole de su meditación un amigo que entraba, y que se fué derecho á
|
|
él en cuanto le vió. Era Argüelles, _el padre de familia_, envuelto en
|
|
su capa negra, ó más bien ferreruelo, el sombrerete ladeado á la
|
|
chamberga, el bigote retorcido, la perilla enhiesta y erizada por el
|
|
roce del embozo. Antes de subir á Contribuciones solía entrar un rato
|
|
en el Personal, para desahogar las penas de su alma con un amigo que le
|
|
daba cuenta de todo, y así alimentaba sus ilusiones de un próximo
|
|
ascenso.
|
|
|
|
--¿Qué hace usted por aquí, amigo Villaamil?--le dijo en el tono que se
|
|
emplea con los enfermos graves.--¿Quiere usted que tomemos café? Pero
|
|
no; quizás el café le sentará mal. Hay que cuidarse, y si vale mi
|
|
consejo, haría usted muy bien en no parecer por esta _posá del Peine_ en
|
|
muchos días.
|
|
|
|
--¿Adónde vamos? (levantándose).
|
|
|
|
--Al Personal. Echaremos un parrafillo con Sevillano, que nos enterará
|
|
de los nombramientos del día. Venga usted.
|
|
|
|
Y se internaron por luengo corredor, no muy claro, que primero doblaba
|
|
hacia la derecha, después á la izquierda. Á lo largo del pasadizo
|
|
accidentado y misterioso, las figuras de Villaamil y de Argüelles
|
|
habrían podido trocarse, por obra y gracia de hábil caricatura, en las
|
|
de Dante y Virgilio buscando por senos recónditos la entrada ó salida de
|
|
los recintos infernales que visitaban. No era difícil hacer de D. Ramón
|
|
un burlesco Dante por lo escueto de la figura y por la amplia capa que
|
|
le envolvía; pero en lo tocante al poeta, había que substituirle con
|
|
Quevedo, parodiador de la _Divina Comedia_, si bien el bueno de
|
|
Argüelles, más semejanza tenía con el _Alguacil alguacilado_ que con el
|
|
gran vate que lo inventó. Ni Dante ni Quevedo soñaron, en sus
|
|
fantásticos viajes, nada parecido al laberinto oficinesco, al campaneo
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discorde de los timbres que llaman desde todos los confines de la vasta
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mansión, al abrir y cerrar de mamparas y puertas, y al taconeo y
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carraspeo de los empleados que van á ocupar sus mesas colgando capa y
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hongo; nada comparable al mete y saca de papeles polvorosos, de vasos de
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agua, de paletadas de carbón, á la atmósfera tabacosa, á las órdenes
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dadas de pupitre á pupitre, y al tráfago y zumbido, en fin, de estas
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colmenas donde se labra el panal amargo de la Administración. Metiéronse
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Villaamil y su guía en un despacho donde había dos mesas y una sola
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persona, que en aquel momento se mudaba el sombrero por un gorro de pana
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morada, y las botas por zapatillas. Era Sevillano, oficial de
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secretaría, buen mozo, aunque algo machucho, bien quisto en la casa, con
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fama de cuquería. Saludó el tal á Villaamil con recelo, mirándole mucho
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á la cara: «Vamos tirando,» contestó el cesante eterno, y ocupó una
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silla junto á la mesa.
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--¿De lo mío nada...?--dijo Argüelles, usando una fórmula interrogativa
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y afirmativa á la vez.
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--Nada--replicó el presumido Sevillano, que al ponerse delante de la
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mesa, parecía movido del deseo de que le vieran las zapatillas bordadas
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y de que admiraran su breve pie,--lo que se llama nada. Ni te han
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propuesto ni ese es el camino.
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--No me coge de nuevo--gruñó el otro soltando capa y sombrero, como si
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quisiera oponer á la publicidad de las zapatillas de Sevillano la
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exhibición de sus encrespadas melenas.--Ese perro de Pantoja me ha
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engañado ya tres veces, y me engañará la cuarta si no le doy la
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morcilla. Yo lo paso todo, con tal que no me eche el pie adelante ese
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gorgojo repulsivo de Guillén. ¡Vamos, si le ascienden á él antes que á
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mí; si un _padre de familia_ cargado de hijos y que lleva todo el peso
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de la oficina, se ve pospuesto á ese aborto inútil que mata el tiempo
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pintando monos...! (Volviéndose á Villaamil en solicitud de su
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aquiescencia.) ¿Tengo razón ó no tengo razón? ¿Le parece á usted que
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después de tantos años en este empleo, todavía les parezca temprano para
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darme el ascenso, y en cambio se lo den á ese coco, mamarracho, mal
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hombre y peor amigo, que además no sabe poner una minuta?
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--Cabalmente, cabalmente por eso, por ser una inutilidad--afirmó
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Villaamil con inmenso pesimismo,--tiene asegurada su carrera.
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--Yo me sublevo--declaró con rabia _el caballero de Felipe IV_ dando una
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patada.--Si ascienden á ése antes que á mí, me voy al Ministro y le
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digo... vamos, le suelto una frescura. Esto es peor que insultarle á uno
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y escupirle la cara. Sí, porque tanto polaquismo requema la sangre, y le
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entran á uno ganas de echarse la moral á la espalda y casarse con Judas.
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Esa garrapata de Guillén, con sus chuscadas y sus versitos y sus
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porquerías, se ha hecho popular aquí. Le ríen las gracias estúpidas...
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Todos tenemos algo de culpa en darle alas, lo reconozco... Yo le aseguro
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á usted, amigo D. Ramón, que no volverá á enseñar delante de mí sus
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monigotes. Ya le diré yo cuántas son cinco, ya le diré...
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Argüelles se detuvo, creyendo ver en el rostro de Villaamil señales de
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excitación; pero, contra lo que temía, el anciano escuchaba sereno, no
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mostrándose lastimado por el recuerdo de las groseras burlas.
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--Dejarle, dejarle--contestó.--Por mi parte, sé sobreponerme á esas
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majaderías. Acuérdese usted; ayer, al enterarme de que se burlaban de
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mí, no dije esta boca es mía; ¿verdad que no? Estas cosas se desprecian,
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y nada más. Después me tropecé en la calle con el chico de Cucúrbitas,
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Urbanito, el cual está en Aduanas, y me contó que allí había ido Guillén
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con las aleluyas, que son una pura sandez. Ni siquiera hay un chiste en
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ellas. Que si, de niño, en vez de envolverme en pañales, me envolvían en
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nóminas... que si le propuse al Ministro el _income tax_... Y á él,
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pregunto yo ahora, á él, el muy asno, ¿qué le va ni le viene con que yo
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proponga el _income tax_? ¿Qué entiende él de esas materias tan
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superiores al entendimiento de un escuerzo sietemesino? Luego dice que
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doy sablazos... calumnia infame, porque si en las horribles trinquetadas
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que paso, la necesidad me impulsa á pedir el auxilio de un amigo, eso no
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quiere decir que sea yo un petardista. Pero estas injurias hay que
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llevarlas con muchísima paciencia, y no dar al infame denostador ni
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siquiera el gusto de nuestras quejas, porque se engreiría del mal que
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hace. Desprecio, indiferencia, y que vomite veneno hasta que se le seque
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el alma. ¡Ah! yo no obsequiaré nunca á esos reptiles con el favor de mis
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miradas. Y á ese tal le he dado yo calor en mi seno, vean ustedes,
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porque él va á mi casa, adula á mi familia, se bebe mi vino, y allí
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parece que nos quiere á todos como hermanos. ¡Valiente bicharraco!... Y
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digo más: digo que Pantoja también tiene algo de culpa, porque le
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permite perder el tiempo en hacer estas porquerías... Todos sus
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mamarrachos los conozco lo mismo que si los hubiera visto, pues Urbanito
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no omitió detalle. Pasa por tonto este chico; pero yo afirmo que tiene
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mucho talento, y lo que es á memoria no hay quien le gane. Díjome
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también que con las iniciales de los títulos de mis cuatro Memorias ha
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compuesto Guillén el mote de Miau, que me aplica en las aleluyas. Yo lo
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acepto. Esa M, esa I, esa A y esa U, son, como el _Inri_, el letrero
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infamante que le pusieron a Cristo en la cruz... Ya que me han
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crucificado entre ladrones, para que todo sea completo, pónganme sobre
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la cabeza esas cuatro letras en que se hace mofa y escarnio de mi gran
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misión.
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XXXVI
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Sevillano y Argüelles, que al principio le habían oído con algo de
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respeto, en cuanto oyeron aquella salida, titubearon entre la compasión
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y la risa, prevaleciendo al fin la primera, que expresó Sevillano en
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esta forma:
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--Hace bien usted en despreciar tales miserias. Nada más repugnante que
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hacer burla de un hombre digno y desgraciado. Aquí me trajeron también
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los muñecos esos; pero no los quise ver... Ahora, si ustedes quieren,
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tomaremos café.
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Entró el mozo con el servicio; Villaamil rehusó cortésmente el obsequio,
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y los otros dos se sentaron para tomar á gusto, en vaso muy colmadito,
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el brebaje aromático que es alegría y consuelo de las oficinas.
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--Pues le he de decir á usted--manifestó el cesante con la serenidad de
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un hombre dueño de sus facultades,--que se vaya usted haciendo á la
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injusticia, que se familiarice con las bofetadas y se acostumbre á la
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idea de ver á ese piojo pasándole por delante. La lógica española no
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puede fallar. El pillo delante del honrado; el ignorante encima del
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entendido; el funcionario probo debajo, siempre debajo. Y agradezca
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usted que en premio de sus servicios no le limpian el comedero... que no
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sé, no sé si sacar también esa consecuencia lógica.
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--Armo un tiberio, créalo usted, lo armo, pero gordo--dijo el _padre de
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familias_ entre sorbo y sorbo.--Como le asciendan antes que á mí, crea
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usted que todo el Colegio de Sordomudos me tendrá que oir.
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--Le oirá y callará, y no habrá más remedio que conformarse. Véase mi
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raciocinio (acercando su silla á las de los bebedores de café). ¿Quién
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le apoya á usted? Nadie; y digo nadie, porque no le apoya ninguna mujer.
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--Eso es verdad,
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--Bueno. Cuando veo un nombramiento absurdo, pregunto: _¿quién es ella?_
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Porque es probado; siempre que una nulidad se sobrepone á un empleado
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útil, ponga usted el oído y escuchará rumor de faldas. ¿Apostamos á que
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sé quién ha pedido el ascenso del cojo? Pues su prima, la viuda del
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comandantón aquel que está en Filipinas, esa tal Enriqueta, frescachona,
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más suelta que las gallinas, de la cual se dice si tuvo que ver ó no
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tuvo que ver con nuestro egregio Director. Ahora, sabiendo á qué
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aldabas se agarra ese morral de Guillén, ayúdenme ustedes á sentir.
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Nada, el amigo Argüelles, con toda su prole arrastras, se quedará
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ladrando de hambre, y el otro ascenderá, y ole morena.
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Sevillano confirmaba con una sonrisa las acres observaciones del
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trastornado Villaamil, que no lo parecía al decir cosas tan á pelo; y el
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_caballero de Felipe IV_ se atusaba sus engrasadas melenas y se retorcía
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el bigote, dándole á la perilla tales tirones, que á poco más se la
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arranca de cuajo.
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--Lo vengo diciendo hace tiempo, ¡cáscaras! Se necesita no tener
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vergüenza para servir á este cabrón del Estado. Y ya que el amigo
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Villaamil está hoy de buena pasta, le diremos una cosa que no sabe.
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¿Quién recomendó á Víctor Cadalso para que echaran tierra al expediente
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y encimita le encajaran un ascenso?
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--Ello debe de ser cosa de hembras; alguna joven sensible que ande por
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ahí, porque Víctor las atrapa lindamente.
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--Le apoyaron dos Diputados--dijo Sevillano:--hicieron fuerza de vela
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sin conseguir nada, hasta que vino presión por alto...
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--Pero si me ha dicho Ildefonso Cabrera--observó el viejo
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acalorándose--que ese pelele está liado con marquesas, duquesas y cuanta
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señorona hay en la alta sociedad...
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--No haga usted caso, D. Ramón--indicó Argüelles.--Si, después de todo,
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su yerno de usted es un cursi... así como suena, un cursilón. No se ve
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ya un mozo verdaderamente elegante, como los de mi tiempo. Ríase usted
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de todas esas conquistas de Víctor, que no tiene más amparo que el de mi
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vecina. En el principal de mi casa vive un marqués... no me acuerdo del
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título; es valenciano y algo así como Benengeli, algo que suena á
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morisco. Este marqués tiene una tía, dos veces viuda... una criatura,
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como quien dice... Mi mujer, que ya pasó de los cincuenta, asegura que
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estando ella de corto (mi mujer, se entiende), conoció á esa señora en
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Valencia, ya casada. En fin, que los sesenta y pico no hay quien se los
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quite, y aunque debió de ser buena moza, ya no hay pintura que la salve
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ni remiendo que la enderece.
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--Y cuando menos, mi yernecito ha seducido toda esa inocencia.
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--Aguárdese usted. Es cosa pública en Valencia que el tiburón ese se
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enamoriscó de Cadalso, y él... también la quiso, por supuesto, con su
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cuenta y razón. Vinieron juntos á Madrid; enredito allá, enredito aquí.
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Á mí nadie tiene que contármelo, pues le veo en la calle, esperando á la
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abuela, porque los marqueses no le permiten entrar en la casa. Ella sale
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en su coche, muy emperejilada, toda fofa y hueca, con unas témporas así,
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todo postizo, se entiende, y la cara con más pintura que el _Pasmo de
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Sicilia_... Se para en la esquina de Relatores, y allí entra el terror
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de las doncellas y se van qué sé yo adónde... Y me ha contado el lacayo,
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que es vecino mío en el sotabanco de la izquierda, que casi todos los
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días recibe carta la tarasca, y en seguida le larga á su nene tres
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pliegos... El lacayo echa las cartas al correo, y me cuenta lo que dice
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el sobre y las señas... Quiñones, 13, segundo.
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--Si yo me sorprendiera de esto--declaró Villaamil entre risueño y
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desdeñoso,--sería un niño de teta. ¡Y esa fantasma ha venido aquí, al
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templo de la Administración (indignándose), á arrojar sobre el Estado la
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ignominia de sus recomendaciones en favor de un perdis...!
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--No, por aquí no ha parecido, ni lo necesita--apuntó Sevillano.--Con el
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teclado de sus relaciones, mueven ésas todo el Ministerio, sin poner los
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pies en él.
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--Les basta decir una palabrita á cualquier pájaro gordo. Luego descarga
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aquí la nota...
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--De esas que no piden, sino mandan.
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--Á raja tabla... Hágase... Y hecho está, y ole morena,.. No sería malo
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un buen pararrayos para esas chispas, un Ministro de carácter. ¿Pero
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dónde está ese Mesías? (dándose fuerte puñetazo en la rodilla). La
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condenada Administración es una hi de mala hembra con la que no se puede
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tener trato sin deshonrarse... Pero los que tienen hijos, amigo
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Argüelles, ¿qué han de hacer sino prostituirse? Á ver, búsquese usted
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por ahí un felpudito que le ampare. Usted tiene todavía buen ver. Á poco
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que se emperifolle, le salen las conquistas así... y le pica en el
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anzuelo una lamprea con conchas... Animarse, pollo... ¡Pues si yo
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tuviera veinte años menos...!
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Sevillano se reía, y Argüelles se pavoneaba henchido de fatuidad,
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enroscándose aquella birria de bigote pintado... No parecía echar en
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saco roto la exhortación, porque la edad no le había curado de su
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vanidad de Tenorio.
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--Francamente, señores--manifestó con acento de hombre muy
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corrido,--nunca me ha gustado el amor como negocio... El amor por el
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amor. Ni con dinero encima cargo yo con una res como esa de Víctor,
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contemporánea del andar á pie, y que todo lo tiene postizo, todo
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absolutamente, créanme ustedes.
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--¡Fuera remilgos, y á ellas!--dijo Villaamil, á quien le había entrado
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hilaridad nerviosa.--No están los tiempos para hacer _fu_ á nada... Este
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_padre de familias_ es terrible. No le gustan más que las doncellitas
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tiernas.
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--Pues de broma ha dicho usted la verdad. De quince á veinte. Lo demás
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para bobos.
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--¡Vamos, que si le cayera á usted un pimpollo como ese de Víctor!...
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Porque la tal debe de tener guita, y á su vera no hay bolsillo vacío...
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Ahora me explico que mi yerno, cuando se le acabaron los dineros que
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afanó por el enjuague de Consumos, gastaba del capítulo de guerra de
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esa vejancona... ¡Vamos (dándose otro palmetazo en la rodilla), que
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vivimos en una condenada época en que no podemos ni siquiera
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avergonzarnos, porque el estiércol, la condenada costra de estiércol que
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llevamos en la cara nos lo impide!
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Levantóse para salir. Argüelles suspiró y con un gesto despidióse de
|
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Sevillano, que se puso á trabajar antes de que salieran.
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--Vamos á la oficina--dijo el caballero alguacilado, embozándose en el
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ferreruelo, cogiendo del brazo á su amigo é internándose por los
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pasillos;--que ese mal bicho de Pantoja me chillará si tardo. ¡Qué vida,
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D. Ramón, qué vida!... Y á propósito. ¿No observó usted que mientras
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hablábamos de la señora que protege á Víctor, Sevillano no chistaba? Es
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que también él se calza á una momia... sí... ¿no sabía usted? la viuda
|
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de aquel Pez y Pizarro que fué Director de Loterías en la Habana, primo
|
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de nuestro amigo D. Manuel. Eso lo saben hasta los perros... y ella le
|
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protege, le regala cada dos años su ascensito.
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--¿Qué me dice usted? (parándose y mirándole cara á cara, en una actitud
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propiamente dantesca). Conque Sevillano... Sí; ya decía yo que ese chico
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iba demasiado aprisa. Era yo Jefe de Negociado, cuando entró de
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aspirante con cinco mil...
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Se persignó y siguieron hasta Contribuciones. Pantoja y los demás
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recibieron al sufrido cesante con sobresalto, temerosos de una escena
|
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como la del día anterior. Pero el anciano les tranquilizó con su
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|
apacible acento y la serenidad relativa de su rostro. Sin dignarse mirar
|
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a Guillén, fué á sentarse junto al Jefe, á quien dijo de manos á boca:
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--Hoy me encuentro muy bien, Ventura. He descansado anoche, me despejé,
|
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y estoy hasta contento, me lo puedes creer, echando chispas de contento.
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--Más vale así, hombre, más vale así--repuso el otro observándole los
|
|
ojos.--¿Qué traes por acá?
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--Nada... la querencia... hoy estoy alegre... ya ves cómo me río
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(riendo). Es posible que hoy venga por última vez, aunque... te lo
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aseguro... me divierte, me divierte esta casa. Se ven aquí cosas que le
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hacen á uno... morir de risa.
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El trabajo concluyó aquel día más pronto que de ordinario, porque era
|
|
día de paga, la fecha venturosa que pone feliz término á las angustias
|
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del fin de mes, abriendo nueva era de esperanzas. El día de paga hay en
|
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las salas de aquel falansterio más luz, aire más puro y un no sé qué de
|
|
diáfano y alegre que se mete en los corazones de los infelices
|
|
jornaleros de la Hacienda pública.
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--Hoy os dan la paga--dijo Villaamil á su amigote, suspendiendo aquel
|
|
reir franco y bonachón de que afectado estaba.
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Ya se conocía en el ruido de pisadas, en el sonar de timbres, en el
|
|
movimiento y animación de las oficinas, que había empezado la operación.
|
|
Cesaba el trabajo, se ataban los legajos, eran cerrados los pupitres, y
|
|
las plumas yacían sobre las mesas entre el desorden de los papeles y las
|
|
arenillas que se pegaban á las manos sudorosas. En algunos
|
|
departamentos, los funcionarios acudían, conforme les iban llamando, al
|
|
despacho de los habilitados, que les hacían firmar la nominilla y les
|
|
daban el trigo. En otros, los habilitados mandaban un ordenanza con los
|
|
santos cuartos en una hortera, en plata y billetes chicos, y la
|
|
nominilla. El Jefe de la sección se encargaba de distribuir las raciones
|
|
de metálico y de hacer firmar á cada uno lo que recibía.
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|
XXXVII
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Es cosa averiguada que cuando Villaamil vió entrar al portero con la
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horterita aquélla, se excitó mucho, acentuando su increíble alegría, y
|
|
expresándola de campechana manera. «¡Anda, anda, qué cara ponéis
|
|
todos!... Aquí está ya el santo advenimiento... la alegría del mes...
|
|
San Garbanzo bendito... ¡Pues apenas vais á echar mal pelo con tantos
|
|
dinerales!...
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Pantoja empezó á repartir. Todos cobraron la paga entera, menos uno de
|
|
los aspirantes, á quien entregó el Jefe el pagaré otorgado á un
|
|
prestamista, diciendo: «Está usted cancelado», y Argüelles recibió un
|
|
tercio no más, por tener retenido lo restante. Cogiólo torciendo el
|
|
gesto, echando la firma en la nominilla con rasgos que declaraban su
|
|
furia; y después, el gran Pantoja se guardó su parte pausada y
|
|
ceremoniosamente, metiendo en su cartera los billetes, y los duros en el
|
|
bolsillo del chaleco, bien estibaditos para que no se cayesen. Villaamil
|
|
no le quitaba ojo mientras duró la operación, y hasta que no desapareció
|
|
la última moneda no dejó de observarle. Le temblaba la mandíbula, le
|
|
bailaban las manos.
|
|
|
|
--¿Sales?--dijo á su amigo, levantándose.--Nos iremos de paseo. Yo tengo
|
|
hoy... muy buen humor...¿no ves?... Estoy muy divertido...
|
|
|
|
--Yo me quedo un rato más--respondió el _honrado_, que deseaba quitarse
|
|
de encima aquella calamidad.--Tengo que ir un rato á Secretaría.
|
|
|
|
--Pues quédate con Dios... Me largo de paseo... Estoy contentísimo... y
|
|
de paso, compraré unas píldoras.
|
|
|
|
--¿Píldoras? Te sentarán bien.
|
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|
--¡Ya lo creo!... Abur; hasta más ver. Señores, que sea por muchos
|
|
años... Y que aproveche... Yo bueno, gracias...
|
|
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|
En la escalera de anchos peldaños desembocaban, como afluentes que
|
|
engrasan el río principal, las multitudes que á la misma hora chorreaban
|
|
de todas las oficinas. Contribuciones y Propiedades descargaban su
|
|
personal en el piso segundo; descendía la corriente uniéndose luego á la
|
|
numerosa grey de Secretaría, Tesoro y Aduanas. El humano torrente,
|
|
haciendo un ruido de mil demonios de peldaño en peldaño, apenas cabía en
|
|
la escalera, y mezclábanse los pisotones con la charla gozosa y
|
|
chispeante de un día de paga. En los oídos de Villaamil añadíase al
|
|
murmullo inmenso el tintineo de los duros, recién guardados en tanta
|
|
faltriquera. Pensó que el metal de los pesos debía de estar frío aún;
|
|
pero se calentaría pronto al contacto del cuerpo, y aun se derretiría al
|
|
de las necesidades. Al llegar al vasto ingreso que separa del pórtico la
|
|
escalera, veíanse en los patios de derecha ó izquierda afluir las
|
|
muchedumbres de Impuestos, Tesorería y Giro Mutuo, y antes de llegar á
|
|
la calle, las corrientes se confundían. Las capas deslucidas abundaban
|
|
más que los raídos gabanes; pero también los había flamantes, y
|
|
chisteras lustrosas, destacándose entre la muchedumbre de hongos
|
|
chafados y verdinegros. El taconeo ensordecía la casa, y Villaamil oía
|
|
siempre, por cima del rumor de pisadas, aquel tintín de las piezas de
|
|
cinco pesetas. «Hoy--se dijo, echando toda su alma en un suspiro--han
|
|
dado casi toda la paga en duros nuevecitos, y algo en pesetas dobles con
|
|
el cuño de Alfonso».
|
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|
|
Al desaguar la corriente en la calle, iba cesando el ruido, y el
|
|
edificio se quedaba como vacío, solitario, lleno de un polvo espeso
|
|
levantado por las pisadas. Pero aun venían de arriba destacamentos
|
|
rezagados de las multitudes oficinescas. Sumaban entre todos tres mil,
|
|
tres mil pagas de diversa cuantía, que el Estado lanzaba al tráfico
|
|
devolviendo por modo parabólico al contribuyente parte de lo que sin
|
|
piedad le saca. La alegría del cobro, sentimiento característico de la
|
|
humanidad, daba á la caterva aquélla un aspecto simpático y
|
|
tranquilizador. Era sin duda una honrada plebe anodina, curada del
|
|
espanto de las revoluciones, sectaria del orden y la estabilidad, pueblo
|
|
con gabán y sin otra idea política que asegurar y defender la pícara
|
|
olla; proletariado burocrático, lastre de la famosa nave; masa
|
|
resultante de la hibridación del pueblo con la mesocracia, formando el
|
|
cemento que traba y solidifica la arquitectura de las instituciones.
|
|
|
|
Embozábase Villaamil en su pañosa para resguardarse del frío callejero,
|
|
cuando le tocaron en el hombro. Volvióse y vió á Cadalso, quien le ayudó
|
|
á asegurar el embozo liándoselo al cuello.
|
|
|
|
--¿Qué tiene usted... de qué se ríe usted?
|
|
|
|
--Es que... estoy esta tarde muy contento... Á bien que á ti no te
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importa. ¿No puede uno ponerse alegre cuando le da la real gana?
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--Sí... pero... ¿Va usted á casa?
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--Otra cosa que no es de tu incumbencia. ¿Tú adónde vas?
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--Arriba á recoger mi título... Yo también estoy hoy de enhorabuena.
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--¿Te han dado otro ascenso? No me extrañaría. Tienes la sartén por el
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mango. Mira, que te hagan Ministro de una vez; acaba de ponerte el mundo
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por montera antes que se acaben las carcamales.
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--No sea usted guasón. Digo que estoy de enhorabuena, porque me he
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reconciliado con mi hermana Quintina y el salvaje de su marido. Él se
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queda con aquella maldecida casa de Vélez-Málaga que no valía dos higos,
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paga las costas, y yo...
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--Suma y van tres... Otra cosa que á mí me tiene tan sin cuidado como el
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que haya ó no pulgas en la luna. ¿Qué se me da á mí de tu hermana
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Quintina, de Ildefonso, ni de que hagáis ó no cuantas recondenadas paces
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queráis?
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--Es que...
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--Anda, sube, sube pronto y déjame á mí. Porque yo te pregunto: ¿en qué
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cochino bodegón hemos comido juntos? Tú por tu camino, lleno de flores;
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yo por el mío. Si te dijera que con toda tu buena suerte no te envidio
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ni esto... Más quiero honra sin barcos que barcos sin honra. Agur...
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No le dió tiempo á más explicaciones, y asegurándose otra vez el embozo,
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avanzó hacia la calle. Antes de traspasar la puerta, le tiraron de la
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capa, acompañando el tirón de estas palabras amigables:
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--¡Eh, simpático Villaamil, aunque usted no quiera!...
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Urbanito Cucúrbitas, pollancón rubio, ralo de pelo, estirado, zancudo y
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con mucha nuez; semejante á vástago precoz de la raza gallinácea que
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llaman Cochinchina; vestido con elegante traje á cuadros, cuello
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larguísimo, de cucurucho, hongo claro; manos y pies inconmensurables,
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muy limpio y la boca risueña, enseñando hasta los molares, que bien
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podrían llamarse del juicio si alguno tuviera.
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--¡Hola, Urbanito!... ¿Has cobrado tu paga?
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--Sí, aquí la llevo (tocándose el bolsillo y haciendo sonar la plata);
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casi todo en pesetas. Me voy á dar una vuelta por la Castellana.
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--¿En busca de alguna conquistilla?... Hombre feliz... Para ti es el
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mundo. ¡Qué risueño estás! Pues mira; yo también estoy de vena hoy...
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Dime, ¿y tus hermanitos, han cobrado también sus paguillas? Dichosos los
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nenes á quienes el Estado les pone la teta en la boca, ó el biberón. Tú
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harás carrera, Urbanito; yo sostengo que eres muy listo, contra la
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opinión general que te califica de tonto. Aquí el tonto soy yo.
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Merezco, ¿sabes qué?; pues que el Ministro me llame, me haga arrodillar
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en su despacho y me tenga allá tres horas con una coroza de orejas de
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burro... por imbécil, por haberme pasado la vida creyendo en la moral,
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en la justicia y en que se deben nivelar los presupuestos. Merezco que
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me den una carrera en pelo, que me pongan motes infamantes, que me
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llamen _el señor de Miau_, que me hagan aleluyas con versos chabacanos
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para hacer reir hasta á las paredes de la casa... No, si no lo digo en
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son de queja; si ya ves... estoy contento, y me río... me hace una
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gracia atroz mi propia imbecilidad.
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--Mire usted, querido D. Ramón (poniéndole ambas manos en los hombros).
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Yo no he tenido arte ni parte en los monigotes. Confieso que me reí un
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poco cuando Guillén los llevó á mi oficina; no niego que me entró
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tentación de enseñárselos á mi papá, y se los enseñé...
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--Pero si yo no te pido explicaciones, hijo de mi alma.
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--Déjeme acabar... Y mi papá se puso furioso y á poco me pega. Total,
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que enterado Guillén de las cosas que mi papá dijo, salió á espetaperros
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de nuestra oficina, y no ha vuelto á parecer. Yo digo que ello puede
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pasar como broma de un rato. Pero ya sabe usted que le respeto, que me
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parece una tontería juntar las iniciales de sus cuatro Memorias que nada
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significan, para sacar una palabra ridícula y sin sentido.
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--Poco á poco, amiguito (mirándole á los ojos). Á que la palabra _Miau_
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sea una sandez, no tengo nada que objetar; pero no estoy conforme con
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que las cuatro iniciales no encierren una significación profunda...
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--¡Ah!... ¿sí? (suspenso).
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--Porque es preciso ser muy negado ó no tener pizca de buena fe para no
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reconocer y confesar que la M, la I, la A y la U, significan lo
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siguiente: _Mis... Ideas... Abarcan... Universo_.
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--¡Ah!... ya... bien decía yo... Don Ramón, usted debe cuidarse.
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--Si bien no faltará quien sostenga... y yo no me atrevería á
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contradecirlo de plano... quien sostenga, quizás con algún fundamento,
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que las cuatro misteriosas letras rezan esto: _Ministro... I...
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Administrador... Universal_.
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--Pues mire usted, esa interpretación me parece una cosa muy sabia y con
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muchísimo intríngulis.
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--Lo que yo te digo: hay que examinar imparcialmente todas las
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versiones, pues éste dice una cosa, aquél sostiene otra, y no es fácil
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decidir... Yo te aconsejo que lo mires despacio, que lo estudies, pues
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para eso te da el Gobierno un sueldo, sin ir á la oficina más que un
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ratito por la tarde, y eso no todos los días... Y que tus hermanitos lo
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estudien también con el biberón de la nómina en los labios. Adiós;
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memorias á papá. Dile que crucificado yo, por imbécil, en el madero
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afrentoso de la tontería, á él le toca darme la lanzada, y á Montes la
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esponja con hiel y vinagre, en la hora y punto en que yo pronuncie mis
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Cuatro Palabras, diciendo: _Muerte... Infamante... Al... Ungido..._ Esto
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de ungido quiere decir... para que te enteres... _lleno de basura_, ó
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embadurnado todo de materias fétidas y asquerosas, que son el símbolo de
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la zanguanguería, ó llámese principios.
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--Don Ramón... ¿va usted á su casa? ¿quiere que le acompañe? Tomaré un
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coche.
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--No, hijo de mi alma; vete á tu paseíto. Yo me voy _pian pianino_.
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Antes tengo que comprar unas píldoras... aquí en la botica.
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--Pues le acompañaré... y si quiere que veamos antes á un médico...
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--¡Médico! (riendo desaforadamente). Si en mi vida me he sentido más
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sano, más terne... Déjame á mí de médicos. Con estas pildoritas...
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--De veras, ¿no quiere que le acompañe?
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--No, y digo más: te suplico que no lo hagas. Tiene uno sus secretillos,
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y el acto, al parecer insignificante, de comprar tal ó cual medicina,
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puede evocar el pudor. El pudor, chico, aparece donde menos se piensa.
|
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¿Qué sabes tú si soy yo un joven, digo, un anciano disoluto? Conque vete
|
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por tu camino, que yo tomo el de la farmacia. Adiós, niño salado,
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chiquitín del Ministerio, diviértete todo lo que puedas; no vayas á la
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oficina más que á cobrar; haz muchas conquistas; pica siempre muy alto;
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arrímate á las buenas mozas, y cuando te lleven á informar un
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expediente, pon la barbaridad más gorda que se te ocurra... Adiós,
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adiós... Sabes que se te quiere.
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Fuese el pollancón por la calle de Alcalá abajo, y Villaamil, después de
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cerciorarse de que nadie le seguía, tomó en dirección de la Puerta del
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Sol, y antes de llegar á ella, entró en la que llamaba botica; es á
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saber: en la tienda de armas de fuego que hay en el número 3.
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XXXVIII
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Notaban aquellos días doña Pura y su hermana algo desusado en las
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maneras, en el lenguaje y en la conducta del buen Villaamil, que si en
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actos de relativa importancia se mostraba excesivamente perezoso y
|
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apático, en otros de ningún valor y significación desplegaba brutales
|
|
energías. Tratóse de la boda de Abelarda, de señalar fecha y de fijar
|
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ciertos puntos á tan gran suceso pertinentes, y el hombre no dijo esta
|
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boca es mía. Ni la bonita herencia de su futuro yerno (pues ya se había
|
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llevado Dios al tío notario) le arrancó una sola de aquellas hipérboles
|
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de entusiasmo que de la boca de doña Pura salían á borbotones. En
|
|
cambio, á cualquier tontería daba Villaamil la importancia de suceso
|
|
transcendente, y por si su mujer cerró la puerta con algún ruido
|
|
(resultado de lo tirantes que tenía los nervios), ó por si le habían
|
|
quitado, para ensortijarse la cabellera, un número de _La
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Correspondencia_, armó un cisco que hubo de durar media mañana.
|
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|
También merece notarse que Abelarda acogió la formalización de su boda
|
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con suma indiferencia, la cual, á los ojos de la primera _Miau_, era
|
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modestia de hija modosa bien educada, sin más voluntad que la de sus
|
|
padres. Los preparativos, en atención al ahogo de la familia, habían de
|
|
ser muy pobres, casi nulos, limitándose á algunas prendas de ropa
|
|
interior, cuya tela se adquirió con un donativo de Víctor, del cual no
|
|
se dió cuenta á Villaamil para evitar susceptibilidades. Debo advertir
|
|
que desde la escena aquella en las Comendadoras, Víctor apenas paraba en
|
|
la casa. Rarísimas noches entraba á dormir, y comía y almorzaba fuera
|
|
todos los días. Los tertulios de la casa eran los mismos, excepto
|
|
Pantoja y familia, que escaseaban sus visitas, sin que doña Pura
|
|
penetrase la causa de este desvío, y Guillén, que definitivamente se
|
|
eclipsó, muy á gusto de las tres _Miaus_. Las repetidas ausencias de
|
|
Virginia Pantoja motivaron gran atraso en los ensayos de la pieza. Á la
|
|
señorita de la casa se le olvidó en absoluto su papel, y por estas
|
|
razones y por la desgana de fiestas que Pura sentía mientras no se
|
|
resolviera el problema de la colocación de su esposo, fué abandonado el
|
|
proyecto de función teatral.
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Federico Ruiz, consecuente siempre, iba algunos ratos por las tardes,
|
|
pidiendo mil perdones á las _Miaus_ por quitarles su tiempo, pues no
|
|
ignoraba que debían de estar sobre un pie con los preparativos...
|
|
¡Dichosos preparativos, y cuántos castillos y torres edificó sobre
|
|
cimiento tan frágil la imaginación fecunda de la esposa de Villaamil!...
|
|
Una mañana entró Ruiz muy sofocado, seguido de su mujer, ambos
|
|
despidiendo alegría de sus ojos, ebrios de júbilo, deseando que los
|
|
amigos participaran de su dicha.
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Vengo--dijo él casi sin aliento--á que nos den la enhorabuena. Sé que
|
|
nos quieren y que se alegrarán de verme colocado.
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|
Tanto Federico como Pepita fueron sucesivamente abrazados por las tres
|
|
_Miaus_. En esto salió de su despacho olfateando alegría el buen
|
|
Villaamil, y antes de que Ruiz tuviera tiempo de embocarle la venturosa
|
|
nueva, le cogió en los brazos, diciéndole:
|
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|
--Sea mil y mil veces enhorabuena, queridísimo... Bien merecido lo
|
|
tiene, y muy requetebién ganado.
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|
|
--Gracias, muchísimas gracias--dijo Ruiz constreñido en los enormes
|
|
brazos de Villaamil, que apretaba con nerviosa contracción.--Pero, por
|
|
la Virgen Santísima, no me apriete tanto, que me va á ahogar... D.
|
|
Ramón... ¡ay, ay! que me hace añicos...
|
|
|
|
--Pero, hombre--dijo Pura á su marido sorprendida y temerosa,--¿qué
|
|
manera de abrazar?
|
|
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--Es que...--balbució el cesante--quiero darle un parabién bien dado...
|
|
una enhorabuena de padre y muy señor mío, para que le quede memoria de
|
|
mí y de lo muy contento que estoy por su triunfo. ¿Y qué es ello?
|
|
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|
--Una comisioncilla en Madrid mismo... esa es la ganga... para estudiar
|
|
y proponer mejoras en el estudio de las ciencias naturales... á fin de
|
|
que resulte práctico.
|
|
|
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--¡Oh, cosa buena!... Ni sé cómo no se les había ocurrido antes. ¡Y este
|
|
mísero País vive ignorando cómo se enseñan las ciencias naturales!
|
|
Felizmente, ahora, amigo Ruiz, vamos á salir de dudas... Nuestro sabio
|
|
Gobierno tiene una mano para escoger el personal... Así está la Nación
|
|
reventando de gusto. Pues digo, si tendrá su aquel la comisioncita.
|
|
Golpes de esos bastan á salvar la patria oprimida... En fin, lo celebro
|
|
mucho... Y digo más, Sr. de Ruiz; si usted está de enhorabuena, no lo
|
|
está menos el País, que debe ponerse á tocar las castañuelas al saber
|
|
que tiene quien le estudie eso... ¿verdad? Con su permiso, me vuelvo á
|
|
trabajar. Mil millones de plácemes.
|
|
|
|
Sin esperar lo que Federico contestaba á estas expansiones calurosas, el
|
|
buen hombre se metió de rondón en su despacho. Algo extrañó á los
|
|
Ruíces, lo mismo que á las _Miaus_, aquella manera desordenada y
|
|
estrepitosa de dar enhorabuenas; pero disimularon su extrañeza. Fuéronse
|
|
los felicitados para seguir sus visitas de dar parte, cosechando á
|
|
granel las felicitaciones. Y no era la comisioncita el único motivo de
|
|
contento que Ruiz aquella mañana tenía, pues el correo le trajo nueva
|
|
satisfacción con que no contaba. Era nada menos que el diploma de una
|
|
sociedad portuguesa, cuyo objeto es enaltecer á los que realizan actos
|
|
heroicos en los incendios, y también á los que propagan por escrito las
|
|
mejores teorías sobre este útil servicio. Todo individuo perteneciente á
|
|
dicha asociación tenía derecho, según rezaba el diploma, á usar el
|
|
título de _Bombeiro, salvador da humanidade_, y á ponerse un vistosísimo
|
|
uniforme con relucientes bordados. El figurín de la deslumbradora casaca
|
|
acompañaba al nombramiento. ¡Si estaría hueco el hombre con su comisión
|
|
(de que dependía el porvenir científico de España), con los honores de
|
|
_bombeiro_, y con la librea reluciente que pensaba lucir en la primera
|
|
coyuntura pública y solemne que se le presentase!
|
|
|
|
Luisito salió á paseo aquella tarde con Paca, y al volver se puso á
|
|
estudiar en la mesa del comedor. Pasado el extrañísimo, increíble
|
|
arrechucho de Abelarda en la famosa noche de que antes hablé, el cerebro
|
|
de la insignificante quedó aparentemente restablecido, hasta el punto
|
|
de que un olvido benéfico y reparador arrancó de su mente los vestigios
|
|
del acto. Apenas lo recordaba la joven con la inseguridad de sueño
|
|
borroso, como pesadilla estúpida cuya imagen se desvanece con la luz y
|
|
las realidades del día. Ocupábase en coser su ajuar, y Luis, cansado del
|
|
estudio, se entretenía en quitarle y esconderle los carretes de algodón.
|
|
«Chiquillo--le dijo su tía sin incomodarse,--no enredes. Mira que te
|
|
pego». En vez de pegarle, le daba un beso, y el sobrinillo se
|
|
envalentonaba más, ideando otras travesuras, como suyas, poco
|
|
maliciosas. Pura ayudaba á su hija en los cortes, y Milagros funcionaba
|
|
en la cocina, toda tiznada, el mandilón hasta los pies. Villaamil
|
|
siempre encerrado en su leonera. Tal era la situación de los individuos
|
|
de la familia, cuando sonó la campanilla y cátate á Víctor.
|
|
Sorprendiéronse todos, pues no solía ir á semejante hora. Sin decir nada
|
|
pasó á su cuartucho, y se le sintió allí lavándose y sacando ropa del
|
|
baúl. Sin duda estaba convidado á una comida de etiqueta. Esto pensó
|
|
Abelarda, poniendo especial estudio en no mirarle ni dirigir siquiera
|
|
los ojos á la puerta del menguado aposento.
|
|
|
|
Pero lo más singular fué que á poco de la entrada del monstruo, sintió
|
|
la sosa en su alma, de improviso, con aterradora fuerza, la misma
|
|
perturbación de la noche de marras. Estalló el trastorno cerebral como
|
|
una bomba, y en el mismo instante toda la sangre se le removía, amargor
|
|
de odio hacíale contraer los labios, sus nervios vibraban, y en los
|
|
tendones de brazos y manos se iniciaba el brutal prurito de agarrar, de
|
|
estrujar, de hacer pedazos algo, precisamente lo más tierno, lo más
|
|
querido y por añadidura lo más indefenso. Tuvo Cadalsito, en tan crítica
|
|
ocasión, la mala idea de tirarle del hilo de unos hilvanes, y la tela se
|
|
arrugó... «Chiquillo, si no te estás quieto, verás», gritó Abelarda, con
|
|
eléctrica conmoción en todo el cuerpo, los ojos como ascuas. Quizás no
|
|
habría pasado á mayores; pero el tontín, queriendo echárselas de muy
|
|
pillo, volvió á tirar del hilo, y... aquí fué Troya. Sin darse cuenta de
|
|
lo que hacía, obrando cual inconsciente mecanismo que recibe impulso de
|
|
origen recóndito, Abelarda tendió un brazo, que parecía de hierro, y de
|
|
la primera manotada le cogió de lleno á Luis toda la cara. El restallido
|
|
debió de oírse en la calle. Al hacerse para atrás, vaciló la silla en
|
|
que el chico estaba, y ¡pataplúm!, al suelo.
|
|
|
|
Doña Pura dió un chillido... «¡Ay, hijo de mi alma!... ¡mujer!», y
|
|
Abelarda, ciega y salvaje, de un salto cayó sobré la víctima, clavándole
|
|
los dedos furibundos en el pecho y en la garganta. Como las fieras
|
|
enjauladas y entumecidas recobran, al primer rasguño que hacen al
|
|
domador, toda su ferocidad, y con la vista y el olor de la primera
|
|
sangre pierden la apatía perezosa del cautiverio, así Abelarda, en
|
|
cuanto derribó y clavó las uñas á Luisito, ya no fué mujer, sino el ser
|
|
monstruoso creado en un tris por la insana perversión de la naturaleza
|
|
femenina. «¡Perro, condenado... te ahogo! ¡embustero, farsante... te
|
|
mato!», gruñía rechinando los dientes; y luego buscó con ciego tanteo
|
|
las tijeras para clavárselas. Por dicha, no las encontró á mano.
|
|
|
|
Tal terror produjo el acto en el ánimo de doña Pura, que se quedó
|
|
paralizada sin poder acudir á evitar el desastre, y lo que hizo fué dar
|
|
chillidos de angustia y desesperación. Acudió Milagros, y también Víctor
|
|
en mangas de camisa. Lo primero que hicieron fué sacar al pobre
|
|
Cadalsito de entre las uñas de su tía, operación no difícil, porque
|
|
pasado el ímpetu inicial, la fuerza de Abelarda cedió bruscamente. Su
|
|
madre tiraba de ella, ayudándola á levantarse, y de rodillas aún,
|
|
convulsa, toda descompuesta, su voz temblorosa y cortada, balbucía:
|
|
|
|
--Ese infame... ese trasto... quiere acabar conmigo... y con toda la
|
|
familia...
|
|
|
|
--Pero, hija, ¿qué tienes?...--gritaba la mamá sin darse cuenta del
|
|
brutal hecho, mientras Víctor y Milagros examinaban á Luisito, por si
|
|
tenía algún hueso roto. El chico rompió á llorar, el rostro encendido,
|
|
la respiración fatigosa.
|
|
|
|
--¡Dios mío, qué atrocidad!--murmuró Víctor ceñudamente.
|
|
|
|
Y en el mismo instante se determinaba en Abelarda una nueva fase de la
|
|
crisis. Lanzó tremendo rugido, apretó los dientes, rechinándolos, puso
|
|
en blanco los ojos y cayó como cuerpo muerto, contrayendo brazos y
|
|
piernas y dando resoplidos. Aparece entonces Villaamil pasmado de aquel
|
|
espectáculo: su hija con pataleta, Luisito llorando, la cara rasguñada,
|
|
doña Pura sin saber á quién atender primero, los demás turulatos y
|
|
aturdidos.
|
|
|
|
--No es nada--dijo al fin Milagros, corriendo á traer un vaso de agua
|
|
fría para rociarle la cara á su sobrina.
|
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|
|
--¿No hay por ahí éter?--preguntó Víctor.
|
|
|
|
--Hija, hija mía--exclamó el padre,--¿qué te pasa? Vuelve en ti.
|
|
|
|
Había que sujetarla para que no se hiciese daño con el pataleo incesante
|
|
y el bracear violentísimo. Por fin, la sedación se inició tan enérgica
|
|
como había sido el ataque. La joven empezó á exhalar sollozos, á
|
|
respirar con esfuerzo como si se ahogara, y un llanto copiosísimo
|
|
determinó la última etapa del tremendo acceso. Por más que intentaban
|
|
consolarla, no tenía término aquel río de lágrimas. Lleváronla á su
|
|
lecho, y en él siguió llorando, oprimiéndose con las manos el corazón.
|
|
No parecía recordar lo que había hecho. Entre Villaamil y Cadalso
|
|
habían conseguido acallar á Luisito, convenciéndole de que todo había
|
|
sido una broma un poco pesada.
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|
De repente el jefe de la familia se cuadró ante su yerno, y con temblor
|
|
de mandíbula, intensa amarillez de rostro y mirada furibunda, gritó:
|
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|
--De todo esto tienes tú la culpa, danzante. Vete pronto de mi casa, y
|
|
ojalá no hubieras entrado nunca en ella.
|
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|
--¡Que tengo yo la culpa!... ¡Pues no dice que yo...!--respondió el otro
|
|
descaradamente.--Ya me parecía á mí que no estaba usted bueno de la
|
|
jícara...
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--La verdad es--observó Pura, saliendo del cuarto próximo,--que antes de
|
|
que tú vinieras no pasaban en mi casa estas cosas que nadie entiende.
|
|
|
|
--¡Ahí también usted... No parece sino que me hacen un favor con tenerme
|
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aquí. ¡Y yo creí que les ayudaba á pasar la travesía del ayuno! Si me
|
|
marcho, ¿dónde encontrarán un huésped mejor?
|
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Villaamil, ante tanta insolencia, no encontraba palabras para expresar
|
|
su indignación. Acarició el respaldo de una silla, con prurito de
|
|
blandirla en alto y estampársela en la cabeza á su hijo político. Pudo
|
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dominar las ganas que de esto tenía, y reprimiendo su ira con fortísima
|
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rienda, le dijo con voz hueca de sochantre:
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|
--Se acabaron las contemplaciones. Desde este momento estás de más
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|
aquí. Recoge tus bártulos y toma el portante, sin ningún género de
|
|
excusas ni aplazamiento.
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--No se apure usted... No parece sino que estoy en Jauja.
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--Jauja ó no Jauja (á punto de estallar), ahora mismo fuera. Vete á
|
|
vivir con los esperpentos que te protegen. ¿De qué te sirve esta familia
|
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pobre y desgraciada? Aquí no hay credenciales, ni destinos, ni
|
|
recomendaciones, ni nada, como dijo el otro. Y en esta pobreza honrada
|
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somos felices. ¿No ves lo contento que yo estoy? (Castañeteando los
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dientes.) En cambio tú no tendrás paz en el pináculo de tus glorias,
|
|
alcanzadas por el deshonor... Pronto, á la calle... El señor de _Miau_
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quiere perderte de vista.
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Víctor lívido, doña Pura asustada, Luisito con ganas de romper á llorar
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|
nuevamente, Milagros haciendo pucheros...
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--Bien--dijo Cadalso con aquella gallardía que sabía poner en sus
|
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resoluciones, siempre que eran mortificantes.--Me voy. También yo lo
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deseaba, y no lo había hecho por caridad, porque soy aquí un sostén, no
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|
una carga. Pero la separación será absoluta. Me llevo á mi hijo.
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Las dos _Miaus_ le miraron aterradas. Villaamil apretó con ferocidad los
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dientes.
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--¿Pues qué...? Después de lo que ha pasado hoy--añadió
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Víctor,--¿todavía pretenden que yo deje aquí á este pedazo de mi vida?
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La lógica de esto argumento desconcertó á lodos los _Miaus_ de ambos
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sexos.
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--¡Pero qué tonto!--insinuó doña Pura con ganas de capitular,--¿crees tú
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que esto volverá á pasar? ¿Y adónde vas con tu hijo, adónde? Si el
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pobrecito no quiere separarse de nosotros.
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Poco le faltaba para llorar. Milagros dijo:
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--No, lo que es el niño no sale de aquí.
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--¡Vaya si sale!--sostuvo Cadalso con brutal resolución.--Á ver: saque
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usted toda la ropita de mi hijo para juntarla con la mía.
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--Pero, ¿adónde le llevas?, bobo, simple... ¡Qué cosas se te ocurren tan
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disparatadas!
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--Por sabido se calla. Su tía Quintina le criará y le educará mejor que
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ustedes.
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Doña Pura se sentó, atacada de gran congoja, sudor frío y latidos
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dolorosos del corazón. Vaya, que después de la hija, la madre iba á caer
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con la pataleta. Villaamil dió una vuelta sobre sí mismo, como si le
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hiciera girar el vértice de un ciclón interior, y después de parar en
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firme; abrióse de piernas, alzó los brazos enormes, simulando la figura
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de San Andrés clavado en las aspas, y rugió con toda la fuerza de sus
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pulmones:
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--¡Que se lo lleve... que se lo lleve con mil demonios! Mujeres locas,
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mujeres cobardes, ¿no sabéis que _Morimos... Inmolados... Al...
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Ultraje_?
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Y tropezando en las paredes corrió hacia el gabinete. Su mujer fué
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detrás, creyendo que iba disparado á arrojarse por el balcón á la calle.
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XXXIX
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--No cedo, no cedo--dijo Víctor á Milagros, al quedarse solo con
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ella.--Me llevo á mi hijo. ¿Pero no comprende usted que no podré vivir
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con tranquilidad dejándole aquí después de lo que ha pasado hoy?
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--¡Por Dios, hijo!--le respondió con dulzura _la pudorosa Ofelia_,
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queriendo someterle por buenas.--Todo ello es una tontería... No volverá
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á suceder. ¿No ves que es nuestro único consuelo este mocoso?... y si
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nos le quitas...
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La emoción le cortaba la palabra. Calló la artista, tratando de
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disimular su pena, pues harto sabía que como la familia mostrase vivo
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interés en la posesión de Luisito, esto sólo era motivo suficiente para
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que el monstruo se obstinase en llevársele. Creyó oportuno dejar el
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delicado pleito en las manos diplomáticas de doña Pura, que sabía tratar
|
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á su yerno combinando la energía con la suavidad. Al ir la _Miau_ mayor
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al gabinete en seguimiento de su marido, le encontró arrojado en un
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sillón, la cabeza entre las manos.
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--¿Qué te parece que debemos hacer?--le dijo ella confusa, pues no había
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tenido tiempo aún de tomar una resolución. Grande, inmensa fué la
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sorpresa de doña Pura, cuando su marido, irguiendo la frente, respondió
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estas inverosímiles palabras:
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--Que se lo lleve cuando quiera. Será un trance doloroso verle salir de
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aquí; pero ¡qué remedio!... Por lo demás, no hay que remontarse, y digo
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más... digo que, en efecto, mejor estará el chiquillo con Quintina que
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con... _vosotras_.
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Al oir esto, _la figura de Fra Angélico_ examinó en silencio, atónita,
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el turbado rostro del cesante. La sospecha de que empezaba á perder la
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razón, confirmóse entonces, oyéndole decir aquel gran desatino. «¡Que
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estará mejor con Quintina que con nosotras! Tu no estás en tu juicio,
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Ramón».
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--Y dejando á un lado lo que al niño convenga (atenuando su crueldad),
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Víctor es su padre, y tiene sobre él más autoridad que nosotros. Si él
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quiere llevársele...
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--Es que no querrá... ¡Pues no faltaba otra! Verás cómo arreglo yo á ese
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truhán...
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--Yo no le diría una palabra, ni me rebajaría á tratar con él (cayendo
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en gran aplanamiento, sedación enérgica de su furia pasada). Yo le
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dejaría hacer su gusto. Tiene la autoridad, ¿sí ó no? Pues si la tiene,
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á nosotros nos corresponde callar y sufrir.
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--¿Pues no dice que callemos y suframos (espantada y briosa), cuando ese
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vil nos quiere quitar nuestra única alegría?... Tú no estás bueno. Te
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aseguro que Víctor se llevará al niño, pero ha de ser á la fuerza,
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atropellándonos, y no sin que yo le arranque las orejas á ese perro.
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--Pues mi opinión es no cuestionar con semejante tipo... Se me figura
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que si le veo otra vez delante de mí, le muerdo... Siento algo como una
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ansiedad física de clavar los dientes en alguien. Créelo, mujer, la
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Administración está deshonrada; ya no podrá decir _el probo_ y _sufrido
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personal_ de Hacienda, como se decía antes. Y lo que en cuanto á
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nivelación del presupuesto, que se limpien. Con esta chusma que va
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invadiendo la casa, es imposible.
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--¿Pero á qué me sacas ahora la Administración (exaltada), ni qué tiene
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que ver el burro con las témporas? ¡Ay, Ramón, tú no estás bueno! Déjame
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á mí de _probos_... Que les parta un rayo. Mírate en tu espejo, y abre
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esos ojos, ábrelos...
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--¡Abiertos, muy abiertos los tengo! (Intencionadamente.) ¡Y qué
|
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horizontes ante mí!
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Viendo que no podía ponerse de acuerdo con su marido, volvió á
|
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emprenderla con Víctor, que no había salido aún. Contra la creencia de
|
|
Pura, el otro continuaba inflexible, sosteniendo su acuerdo con
|
|
tenacidad digna de mejor causa. Á entrambas _Miaus_ se les habría podido
|
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ahogar con un cabello, y Abelarda, confesándose autora del conflicto,
|
|
lloraba en su lecho como una Magdalena. Entre atender á su hija y
|
|
discutir con Víctor, doña Pura tenía que duplicarse, corriendo de aquí
|
|
para allí, mas sin poder dominar la aflicción de la una ni la implacable
|
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contumacia del otro. Nunca había visto al guapo mozo tan encastillado en
|
|
una resolución, ni encontraba el busilis de tanta crueldad y firmeza.
|
|
Para ello habría sido preciso estar al tanto de lo ocurrido el día
|
|
anterior en casa de los de Cabrera. Éste ganó en segunda instancia el
|
|
famoso pleito de la casucha de Vélez-Málaga, siendo Víctor condenado á
|
|
reintegrar el valor de la finca y al pago de costas. El irreconciliable
|
|
Ildefonso le había echado ya el dogal al cuello y disponíase á apretar,
|
|
reteniéndole la paga, persiguiéndole y acosándole sin piedad ni
|
|
consideración. Pero del fallo judicial tomó pie la muy lagarta de
|
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Quintina para satisfacer sus aspiraciones maternales, y engatusando á
|
|
Cabrera con estudiadas zalamerías y carantoñas, obtuvo de él que
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aprobara las bases del siguiente convenio: «Se echaría tierra al asunto;
|
|
Ildefonso pagaría las costas (quedándose con la casa, se entiende). Y
|
|
Víctor les entregaría á su hijo». Vió el cielo abierto Cadalso, y aunque
|
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le hacía mala boca arrancar al chiquillo del poder y amparo de sus
|
|
abuelos, hubo de aceptar á ojos cerrados. Todo se reducía á pasar un mal
|
|
rato en casa de las _Miaus_, á recibir algún arañazo de Pura y otro de
|
|
Milagros y una dentellada quizás de Villaamil. He aquí muy claro el
|
|
móvil de la determinación por la cual hubo de cambiar de casa y de
|
|
familia el célebre Cadalsito.
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En lo más recio del trajín que Milagros y Pura traían, corriendo de
|
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Abelarda inconsolable á Víctor inflexible, con escala en Luisito, que
|
|
también había vuelto á gimotear, entró Ponce. No podía venir en peor
|
|
ocasión, y su presunta suegra, contrariada con la visita, le enchiqueró
|
|
en la sala para decirle: «Ese trasto de Víctor nos ha hecho una pillada.
|
|
Hemos tenido aquí hoy una verdadera tragedia. Figúrese usted que ha dado
|
|
en llevarse al chiquitín, arrancándolo de este hogar, donde se ha
|
|
criado. Estamos consternadísimas. Abelarda, al ver que ese verdugo se
|
|
llevaba al niño á viva fuerza, cayó con un síncope atroz, pero atroz. En
|
|
la cama la tenemos, hecha un mar de llanto. ¡Ay, hijo, qué rato hemos
|
|
pasado!»
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|
Por fin, como Abelarda estaba vestida sobre el lecho, se permitió á
|
|
Ponce pasar á verla. La insignificante no lloraba ya; tenía los ojos
|
|
encendidos, los miembros desmadejados. El ínclito mancebo se sentó á la
|
|
cabecera, apretándole la mano y permitiéndose el inefable exceso de
|
|
besársela cuando no estaba presente la mamá, quien repitió delante de su
|
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hija la versión dada al novio sobre el suceso del día.
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--¡Pero qué malo es ese hombre!--dijo el crítico á su amada.--Es una
|
|
bestia apocalíptica.
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--No lo sabes tú bien--respondió la chica, mirando fijamente á su novio
|
|
mientras éste se acariciaba con el pañuelo sus siempre húmedos
|
|
lagrimales.--Alma más negra no echó Dios al mundo... ¡Mira tú que es
|
|
maldad; querer quitarnos á Luisito, nuestro encanto, nuestra dicha!
|
|
Desde que nació está con nosotras. Nos debe la vida, porque le hemos
|
|
cuidado como á las niñas de nuestros ojos; le sacamos adelante del
|
|
sarampión y la tos ferina, con mil sacrificios. ¡Qué ingratitud, y qué
|
|
infamia! Ya ves lo pacífica que soy. Más que pacífica soy cobarde,
|
|
inofensiva, pues hasta cuando mato una pulga me da lástima del pobre
|
|
animalito. Pues bien; á ese hombre, si á mano le tuviera, creo que le
|
|
atravesaría de parte á parte con un cuchillo... Para que veas.
|
|
|
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--Sosiégate, minina--dijo Ponce con voz meliflua.--Estás excitada. No
|
|
hagas caso tú. ¿Me quieres mucho?
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--¡Vaya si te quiero!--replicó Abelarda, plenamente decidida á tirarse
|
|
por el Viaducto, es decir, á casarse con Ponce.
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|
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--Tu mamá te habrá dicho que hemos fijado el 3 de Mayo, día de la Cruz.
|
|
¡Qué largo me está pareciendo el tiempo y con que lentitud corren noches
|
|
y días.
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--Pero todo llega... Detrás de un día viene otro--dijo Abelarda mirando
|
|
al techo.--Todos los días son enteramente iguales.
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|
Las conferencias entre las dos _Miaus_ y Víctor duraron hasta que éste
|
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salió vestido de etiqueta, y toda la diplomacia de la una y los ruegos
|
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quejumbrosos de la otra no ablandaron el duro corazón de Cadalso. Lo más
|
|
que obtuvieron fué aplazar la traslación de Luis hasta el día siguiente.
|
|
Enterado Villaamil de esto, salió y dijo á su yerno con sequedad:
|
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|
--Yo te prometo, te doy mi palabra de que lo llevaré yo mismo á casa de
|
|
Quintina. No hay más que hablar... No necesitas tú volver más acá.
|
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|
Á esto respondió el monstruo que por la noche volvería á mudarse de
|
|
ropa, añadiendo benévolamente que el acto de llevarse al hijo no
|
|
significaba prohibición de que le vieran sus abuelos, pues podían ir á
|
|
casa de Quintina cuando gustaran, y que así lo advertiría él á su
|
|
hermana.
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--Gracias, señor elefante--dijo doña Pura con desdén.
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Y Milagros:
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--Lo que es yo... ¿allá?... ¡Estás tú fresco!
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|
Faltaba todavía un dato importante para apreciar la gravedad del asunto;
|
|
faltaba conocer la actitud del interesado, si se prestaría de buen grado
|
|
á cambiar de familia, ó si, por el contrario, se resistiría con la
|
|
irreductible firmeza propia de la edad inocente. Su abuela, en cuanto
|
|
el monstruo se fué, empezó á disponer el ánimo del chico para la
|
|
resistencia, asegurándole que la tía Quintina era muy mala, que le
|
|
encerraría en un cuarto obscuro, que la casa estaba llena de unas
|
|
culebronas muy grandes y de bichos venenosos. Oía Cadalsito estas cosas
|
|
con incredulidad, porque realmente eran papas demasiado gordas para que
|
|
las tragase un niño ya crecidito y que empezaba á conocer el mundo.
|
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|
Aquella noche nadie tuvo apetito, y Milagros se llevaba para la cocina
|
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las fuentes lo mismo que habían ido al comedor. Villaamil no desplegó
|
|
los labios sino para desmentir las terroríficas pinturas que su mujer
|
|
hacía del domicilio de Cabrera. «No hagas caso, hijo mío; la tía
|
|
Quintina es muy buena, y te cuidará y te mimará mucho. No hay allí sapos
|
|
ni culebras, sino las cosas más bonitas que puedes imaginarte; santos
|
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que parece que están hablando, estampas lindísimas y altares soberbios,
|
|
y... la mar de cosas. Vas á estar muy á gusto».
|
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|
|
Oyendo esto, Pura y Milagros se miraban atónitas, sin poder explicarse
|
|
que el abuelo se pasase descarada y cobardemente al enemigo. ¿Qué vena
|
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le daba de apoyar la inicua idea de Víctor, llegando hasta defender á
|
|
Quintina y pintando su casa como un paraíso infantil? ¡Lástima que la
|
|
familia no estuviera en fondos, pues de lo contrario, lo primero sería
|
|
llamar á un buen especialista en enfermedades de la cabeza para que
|
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estudiara la de Villaamil y dijere lo que dentro de ella ocurría.
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|
XL
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Cadalsito tampoco tuvo ganas de comer y menos de estudiar. Mientras le
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acostaban, la tiíta, completamente repuesta de aquel salvaje desvarío y
|
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sin tener de él más que vaga reminiscencia, le besó y le hizo extremadas
|
|
caricias, no sin cierta escama del pequeño y aun de doña Pura. Milagros
|
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se quedó allí á dormir aquella noche, por lo que pudiera tronar.
|
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Luis cogió pronto el sueño; pero á media noche despertó con los síntomas
|
|
anunciadores de la visión. Su tía Milagros cuidó de arroparle y hacerle
|
|
mimos, acostándose al fin con él para que se tranquilizase y no tuviera
|
|
miedo. Lo primero que vió el chiquillo al adormilarse, fué una extensión
|
|
vacía, un lugar indeterminado, cuyos horizontes se confundían con el
|
|
cielo, sin accidente alguno, casi sin términos, pues todo era igual, lo
|
|
próximo y lo lejano. Discurrió si aquello era suelo ó nubes, y luego
|
|
sospechó si sería el mar, que nunca había visto más que en pintura. Mar
|
|
no debía de ser, porque el mar tiene olas que suben y bajan, y la
|
|
superficie aquélla era como la de un cristal. Allá lejos, muy lejos,
|
|
distinguió á su amigo el de la barba blanca, que se aproximaba
|
|
lentamente recogiendo el manto con la mano izquierda y apoyándose con la
|
|
otra en un bastón grande ó báculo como el que usan los obispos. Aunque
|
|
venía de muy lejos y andaba despacio, pronto llegó delante de Cadalsito,
|
|
sonriendo al verle. Acto continuo se sentó. ¿Dónde, si allí no había
|
|
piedra ni silla? Todo ello era maravilloso en grado sumo, pues por
|
|
encima de los hombros del Padre vió Luis el respaldo de uno de los
|
|
sillones de la sala de su casa. Pero lo más estupendo de todo fué que el
|
|
buen abuelo, inclinándose hacia él, le acarició la cara con su preciosa
|
|
mano. Al sentir el contacto de los dedos que habían hecho el mundo y
|
|
cuanto en él existe, sintió Cadalso que por su cuerpo corría un temblor
|
|
gustosísimo.
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--Vamos á ver--le dijo el amigo,--he venido desde la otra parte del
|
|
mundo sólo por echar un párrafo contigo. Ya sé que te pasan cosas muy
|
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raras. Tu tía... ¡Parece mentira que queriéndote tanto!... ¿Tú entiendes
|
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esto? Pues yo tampoco. Te aseguro que cuando lo vi, me quedé como quien
|
|
ve visiones. Luego tu papá, empeñado en llevarte con la tía Quintina...
|
|
¿Sabes tú el porqué de estas cosas?
|
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--Pues yo--opinó Luis con timidez, asombrándose de tener ideas propias
|
|
ante la sabiduría eterna--creo que de todo lo que está pasando tiene la
|
|
culpa el Ministro.
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|
|
--¡El Ministro! (asombrado y sonriente).
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|
--Sí, señor, porque si ese tío hubiera colocado á mi abuelo, todos
|
|
estarían contentos y no pasaría nada.
|
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|
|
--¿Sabes que me estás pareciendo un sabio de tomo y lomo?
|
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--Mi abuelo furioso porque no le colocan y mi abuela lo mismo, y mi tía
|
|
Abelarda también. Y mi tía Abelarda no puede ver á mi papá, porque mi
|
|
papá le dijo al Ministro que no colocara á mi abuelo. Y como no se
|
|
atreve con mi papá, porque puede más que ella, la emprendió conmigo.
|
|
Después se puso á llorar... Dígame, ¿mi tía es buena ó es mala?
|
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|
--Yo estoy en que es buena. Hazte cuenta que el achuchón de hoy fué de
|
|
tanto como te quiere.
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|
|
--¡Vaya un querer! Todavía me duele aquí, donde me clavó las uñas... Me
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|
tiene mucha tirria desde un día que le dije que se casara con mi papá.
|
|
¿Usted no sabe? Mi papá la quiere; pero ella no le puede ver.
|
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--Eso sí que es raro.
|
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|
|
--Como usted lo oye. Mi papá le dijo una noche que estaba enamoradísimo
|
|
de ella, por lo fatal... ¿sabe? y que él era un condenado, y qué sé yo
|
|
qué...
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|
--¿Pero á ti quien te mete á escuchar lo que dicen las personas mayores?
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|
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|
--Yo... estaba allí... (alzando los hombros).
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|
|
|
--¡Vaya, vaya! ¡Qué cosas ocurren en tu casa! Se me figura que estás en
|
|
lo cierto: el pícaro del Ministro tiene la culpa de todo. Si hubiera
|
|
hecho lo que yo le dije, nada de esto pasaría. ¿Qué le costaba, en
|
|
aquella casona tan llena de oficinas, hacer un hueco para ese pobre
|
|
señor? Pero nada, no hacen caso de mí, y así anda todo. Verdad que
|
|
tienen que atender á éste y al otro, y cuanto yo les digo, por un oído
|
|
les entra y por otro les sale.
|
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|
|
--Pues que le coloquen ahora... ¡vaya! Si usted va allá y lo manda
|
|
pegando un bastonazo fuerte con ese palo en la mesa del Ministro...
|
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|
|
--¡Quiá! No hacen caso. Pues si consistiera en bastonazos, por eso no
|
|
había de quedar. Los doy tremendos, y como si no.
|
|
|
|
--Entonces, ¡contro! (envalentonado por tanta benevolencia), ¿cuándo le
|
|
van á colocar?
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|
--Nunca--declaró el Padre con serenidad, como si aquel _nunca_ en vez de
|
|
ser desesperante fuera consolador.
|
|
|
|
--¡Nunca! (no entendiendo que esto se dijera con tanta calma). ¡Pues
|
|
estamos aviados!
|
|
|
|
--Nunca, sí, y te añadiré que lo he determinado yo. Porque verás: ¿para
|
|
qué sirven los bienes de ese mundo? Para nada absolutamente. Esto, que
|
|
tú habrás oído muchas veces en los sermones, te lo digo yo ahora con mi
|
|
boca, que sabe cuanto hay que saber. Tu abuelito no encontrará en la
|
|
tierra la felicidad.
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|
--¿Pues dónde?
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|
--Parece que eres bobo. Aquí, á mi lado. ¿Crees que no tengo yo ganas de
|
|
traérmele para acá?
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|
|
--¡Ah!... (abriendo la boca todo lo que abrirse podía). Entonces... eso
|
|
quiere decir que mi abuelo se muere.
|
|
|
|
--Y verdaderamente, chico, ¿á cuento de qué está tu abuelo en este mundo
|
|
feo y malo? El pobre no sirve ya para nada. ¿Te parece bien que viva
|
|
para que se rían de él, y para que un Ministrillo le esté desairando
|
|
todos los días?
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|
--Pero yo no quiero que se muera mi abuelo...
|
|
|
|
--Justo es que no lo quieras... pero ya ves... él está viejo, y, créelo,
|
|
mejor le irá conmigo que con vosotros. ¿No lo comprendes?
|
|
|
|
--Sí (diciendo que sí por cortesía, pero sin estar muy convencido...)
|
|
Entonces... ¿el abuelo se va á morir pronto?
|
|
|
|
--Es lo mejor que puede hacer. Adviérteselo tú; dile que has hablado
|
|
conmigo, que no se apure por la credencial, que mande al Ministro á
|
|
freir espárragos, y que no tendrá tranquilidad sino cuando esté conmigo.
|
|
¿Pero qué es eso? ¿Por qué arrugas las cejas? ¿No comprendes eso,
|
|
tontín? ¿Pues no dices que vas á ser cura y á consagrarte á mí? Si así
|
|
lo piensas, vete acostumbrando á estas ideas. ¿No te acuerdas ya de lo
|
|
que dice el Catecismo? Apréndetelo bien. El mundo es un valle de
|
|
lágrimas, y mientras más pronto salís de él, mejor. Todas estas cosas,
|
|
y otras que irás aprendiendo, las has de predicar tú en mi púlpito
|
|
cuando seas grande, para convertir á los malos. Verás cómo haces llorar
|
|
a las mujeres, y dirán todas que el padrito _Miau_ es un pico de oro.
|
|
Dime, ¿no estás en ser clérigo y en ir aprendiendo ya unas miajas de
|
|
misa, un poco de latín y todo lo demás?
|
|
|
|
--Sí, señor... Murillo me ha enseñado ya muchas cosas: lo que significa
|
|
_aleluya_ y _gloria patri_, y sé cantar lo que se canta cuando alzan, y
|
|
cómo se ponen las manos al leer los santísimos Evangelios.
|
|
|
|
--Pues ya sabes mucho. Pero es menester que te apliques. En casa de tu
|
|
tía Quintina verás todas las cosas que se usan en mi culto.
|
|
|
|
--Me quieren llevar con la tía Quintina. ¿Qué le parece?... ¿voy?
|
|
|
|
Al llegar aquí, Cadalsito, alentado por la amabilidad de su amigo, que
|
|
le acariciaba con sus dedos las mejillas, se tomó la confianza de
|
|
corresponder con igual demostración, y primero tímidamente, después con
|
|
desembarazo, le tiraba de las barbas al Padre, quien nada hacía para
|
|
impedirlo, ni se incomodaba diciendo como Villaamil: _¿en qué cochino
|
|
bodegón hemos comido juntos?_
|
|
|
|
--Sobre eso de vivir ó no con los Cabreras, yo nada te digo. Tú lo
|
|
deseas por la novelería de los juguetes eclesiásticos, y al mismo tiempo
|
|
temes separarte de tus abuelitos. ¿Sabes lo que te aconsejo? Que
|
|
llegado el momento, hagas lo que te salga de dentro.
|
|
|
|
--¿Y si me lleva mi papá á la fuerza sin dejarme pensarlo?
|
|
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|
--No sé... me parece que á la fuerza no te llevará. En último caso,
|
|
haces lo que mande tu abuelo. Si él te dice: «Á casa de Quintina», te
|
|
callas, y andando.
|
|
|
|
--¿Y si me dice que no?
|
|
|
|
--No vas. Pásate sin los altaritos, y entretanto, ¿sabes lo que haces?
|
|
Le dices al amigo Murillo que te dé otra pasada de latín, de ese que él
|
|
sabe, que te explique bien la misa y el vestido del cura, cómo se pone
|
|
el cíngulo, la estola, cómo se preparan el cáliz y la hostia para la
|
|
consagración... en fin, Murillito está muy bien enterado, y también
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puede enseñarte á llevar el Viático á los enfermos, y lo que se reza por
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el camino.
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--Bueno... Murillo sabe mucho; pero su padre quiere que sea abogado.
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¡Qué estúpido! Dice él que llegará á Ministro, y que se casará con una
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moza muy guapa. ¡Qué asco!
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--Sí que es un asco.
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--También _Posturas_ tenía malas ideas. Una tarde nos dijo que se iba á
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echar una querida y á jugar á la timba. ¿Qué cree usted? Fumaba colillas
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y era muy mal hablado.
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--Todas esas mañas se le quitan aquí.
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--¿Dónde está que no le veo con usted?
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--Todos castigados. ¿Sabes lo que me han hecho esta mañana? Pues entre
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_Posturitas_ y otros pillos que siempre están enredando, me cogieron el
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mundo, ¿sabes?, aquel mundo azul que yo uso para llevarlo en la mano, y
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lo echaron á rodar, y cuando quise enterarme, se había caído al mar.
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Costó Dios y ayuda sacarlo. La suerte que es un mundo figurado, ¿sabes?,
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que no tiene gente, y no hubo que lamentar desgracias. Les di una mano
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de cachetes como para ellos solos. Hoy no me salen del encierro...
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--Me alegro. Que la paguen. Y dígame, ¿dónde les encierra?
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La celestial persona, dejándose tirar de las barbas, miraba sonriendo á
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su amigo, como si no supiera qué decir.
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--¿Dónde les encierra?... á ver... diga...
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La curiosidad de un niño es implacable, y ¡ay de aquel que la provoca y
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no la satisface al momento! Los tirones de barba debieron de ser
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demasiado fuertes, porque el bondadoso viejo, amigo de Luis, hubo de
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poner coto á tanta familiaridad.
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--¿Que dónde les encierro?... Todo lo quieres saber. Pues les
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encierro... donde me da la gana. ¿Á ti qué te importa?
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Pronunciada la última palabra, la visión desapareció súbitamente, y
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quedóse el buen Cadalso hasta la mañana, durante el sueño, atormentado
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por la curiosidad de saber dónde les encerraba... ¿Pero dónde diablos
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les encerraría?
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XLI
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No pareció Víctor en toda la noche; pero á la mañana, temprano, fué á
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reiterar la temida sentencia respecto á Luis, no cediendo ni ante las
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conminaciones de doña Pura, ni ante las lágrimas de Abelarda y Milagros.
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El chiquillo, afectado por aquel aparato luctuoso, se mostró rebelde á
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la separación; no quería dejarse vestir ni calzar; rompió en llanto, y
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Dios sabe la que se habría armado sin la intervención discreta de
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Villaamil, que salió de su alcoba diciendo: «Pues es forzoso separarnos
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de él, no atosigarle, no afligir á la pobre criatura». Asombrábase
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Víctor de ver á su suegro tan razonable, y le agradecía mucho aquel
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criterio consolador, que le permitiría realizar su propósito sin apelar
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á la violencia, evitando escenas desagradables. Milagros y Abelarda,
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viendo el pleito perdido, retiráronse á llorar al gabinete. Pura se
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metió en la cocina echando de su boca maldiciones contra los Cabreras,
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los Cadalsos y demás razas enemigas de su tranquilidad, y en tanto
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Víctor le ponía las botas á su hijo, tratando de llevársele pronto,
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antes que surgieran nuevas complicaciones.
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--Verás, verás--le decía--qué cosas tan monas te tiene allí la tía
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Quintina: santos magníficos, grandes como los que hay en las iglesias,
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y otros chiquitos para que tú enredes con ellos; vírgenes con mantos
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bordados de oro, luna de plata á los pies, estrellas alrededor de la
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cabeza, tan majas... verás... Y otras cosas muy divertidas...
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candeleros, cristos, misales, custodias, incensarios...
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--¿Y les puedo poner fuego y menearlos para que den olor?
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--Sí, vida mía. Todo es para que tú te entretengas y vayas aprendiendo,
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y á los santos puedes quitarles la ropa para ver cómo son por dentro, y
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luego volvérsela á poner.
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Villaamil se paseaba en el comedor oyendo todo esto. Como observara que
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Luis, después de aquel entusiasmo por el uso del incensario, volvió á
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caer en su morriña, gimoteando: «Yo quiero que la abuela me lleve y se
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esté allí conmigo», hubo de meter su cuarto á espadas en la
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catequización, y acariciándole, le dijo:
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--Tienes allá también altares chicos con velitas y arañas de este
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tamaño, custodias así, casullitas bordadas, un sagrario que es una
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monada, una manga-cruz que la puedes cargar cuando quieras, y otras
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preciosidades... como, por ejemplo...
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No sabía por dónde seguir, y Víctor suplió su falta de inventiva
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añadiendo:
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--Y un hisopo de plata que echa agua bendita por todos lados, y, en fin,
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un cordero pascual...
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--¿De carne?
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--No, hombre... Digo, sí, vivo...
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Para abreviar la penosa situación y acelerar el momento crítico de la
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salida, Villaamil ayudó á ponerle la chaqueta; pero aun no le habían
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abrochado todos los botones, cuando ¡Madre de Dios! sale doña Pura hecha
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una pantera y arremete contra Víctor, badila en mano, diciendo:
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--¡Asesino, vete de mi casa! ¡No me robarás esta joya!... ¡Vete, ó te
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abro la cabeza!
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Y lo mismo fué oir las otras _Miaus_ aquella voz airada, salieron
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también chillando en la propia cuerda. En suma, que aquello se iba
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poniendo feo.
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--Puesto que ustedes no quieren que sea por buenas, será por malas--dijo
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Víctor poniéndose á salvo de las uñas de las tres furias.--Pediré
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auxilio á la justicia. Él aquí no se ha de quedar. Conque ustedes
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verán...
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Villaamil intervino, diciendo con voz conciliadora, sacada
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trabajosamente del fondo de su oprimido pecho:
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--Calma, calma. Ya lo teníamos arreglado, cuando estas mujeres nos lo
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echan á perder. Váyanse para adentro.
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--Eres un estafermo--le dijo la esposa, ciega de ira.--Tú tienes la
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culpa, porque si te pusieras de nuestra parte, entre todos habíamos
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ganado la partida.
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--Cállate tú, loca, que harto sé yo lo que tengo que hacer. ¡Fuera de
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aquí todo el mundo!
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Pero Luisito, viendo á sus tías y abuela tan interesadas por él, volvió
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á mostrar resistencia. Pura no se contentaba con menos que con sacarlo
|
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los ojos á su yerno, y aquello iba á acabar malamente. La suerte que
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aquel día estaba Villaamil tan razonable y con tal dominio de sí mismo y
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de la situación, que parecía otro hombre. Sin saber cómo, su
|
|
respetabilidad se impuso.
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--Mientras tú estés aquí--dijo á Víctor, sacándole con hábil movimiento
|
|
de la cuna del toro, ó sea de entre las manos tiesas de doña Pura,--no
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adelantaremos nada. Vete, y yo te doy mi palabra de que llevaré á mi
|
|
nieto á casa de Quintina. Déjame á mí, déjame... ¿No te fías de mi
|
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palabra?
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--De su palabra sí, pero no de su capacidad para reducir á estos
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energúmenos.
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--Yo los reduciré con razones. Descuida. Vete, y espérame allá.
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|
Habiendo logrado tranquilizar á su yerno, entró en gran parola con la
|
|
familia, agotando su ingenio en hacerles ver la imposibilidad de impedir
|
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la separación del chiquillo.
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--¿No veis que si nos resistimos vendrá el propio juez á quitárnosle?
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Media hora duró el alegato, y por fin las _Miaus_ parecieron resignadas;
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convencidas, nunca.
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--Lo primero que tenéis que hacer--les dijo, deseando alejarlas en el
|
|
momento crítico de la salida,--es iros á la sala cantando bajito. Yo me
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entiendo con Luis. ¡Si él no va á dejar de querernos porque se vaya con
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Quintina!... y además, su padre me ha prometido que le traerá todos los
|
|
días á vernos, y los domingos á pasar el día en casa...
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Abelarda se retiró la primera, llorando, como quien se aparta de la
|
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persona agonizante para no verla morir. Después se fué Milagros, y
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|
finalmente Pura, quien no se hubiera resignado, á no domarla su esposo
|
|
con este último argumento:
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--Si porfiamos, vendrá el juez esta tarde. ¡Figúrate qué escena!
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Apuremos el cáliz, y Dios castigará al infame que nos le ofrece.
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|
Solo con Luis, el abuelo estuvo á punto de perder su estudiada,
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dificilísima compostura, y echarse á llorar. Se tragó toda aquella hiel,
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|
invocando mentalmente al cielo con esta frase:
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--Terrible es la separación, Señor, pero es indudable que estará mucho
|
|
mejor allá, mucho mejor... Vamos, Ramón, ánimo, y no te amilanes.
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Pero no contaba con su nieto, que, oyendo el gimoteo de las tías, volvió
|
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á las andadas, y cuando se acercaba el instante fiero de la partida, se
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|
afligió diciendo:
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--Yo no quiero irme.
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--No seas tonto, Luis--le amonestó el anciano.--¿Crees tú que si no
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|
fuera por tu bien te sacaríamos de casa? Los niños bonitos y dóciles
|
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hacen lo que se les manda. Y que no puedes tú figurarte, por mucho que
|
|
yo te las pondere, las preciosidades que Quintina tiene allí para tu uso
|
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particular.
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--¿Y puedo yo cogerlo todo para mí, y hacer con ello lo que me dé la
|
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gana?--preguntó el chiquillo con la ansiedad avariciosa que en la edad
|
|
primera revela el egoísmo sin freno.
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|
--¿Pues quién lo duda? Hasta puedes romperlo si te acomoda.
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--No, romper no. Las cosas de la iglesia no se rompen--declaró el niño
|
|
con cierta unción.
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--Bueno... vamos ya... Saldremos calladitos para que no nos sientan
|
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ésas... y no se alboroten... Pues verás; entre otras cosas, hay una
|
|
pilita bautismal, que es una monería; yo la he visto.
|
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--Una pila... ¿con mucha agua bendita?
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--Cabe tanta agua como en la tinaja de la cocina... Vamos (cargándoselo
|
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á cuestas). Mejor será que yo te lleve en brazos...
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--¿Y esa pila es para bautizar personas?
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--¡Claro!... Con ella puedes tú jugar todo lo que quieras, y de paso vas
|
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aprendiendo, para cuando seas cura, la manera de cristianar á un pelón.
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Atravesó Villaamil con paso recatado el corredor y recibimiento,
|
|
llevando á su nieto en brazos, y como durante la peligrosa travesía el
|
|
chico prosiguiese con su flujo de preguntas, sin bajar la voz, el abuelo
|
|
le puso una mano por tapaboca, susurrándole al oído: «Sí, puedes
|
|
bautizar niños, todos los niños que quieras. Y también hay mitras á la
|
|
medida de tu cabeza y capitas doradas y un báculo para que te vistas de
|
|
obispín y nos eches bendiciones...»
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|
Con esto franquearon la puerta, que Villaamil no cerró á fin de evitar
|
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el ruido. La escalera la bajó á trancos, como ladrón que huye cargando
|
|
el objeto robado, y una vez en el portal, respiró y dejó su carga en el
|
|
suelo: ya no podía más. No estaba él muy fuerte que digamos, ni
|
|
soportaba pesos, aun tan livianos como el de su nietecillo. Temeroso de
|
|
que Paca y Mendizábal cometiesen alguna indiscreción, esquivó sus
|
|
saludos. La mujerona quiso decir algo á Luis, condoliéndose de su
|
|
marcha; pero Villaamil anduvo más listo; dijo _volvemos_, y salió á la
|
|
calle más pronto que la vista.
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|
El temor de que Luis cerdease otra vez, le estimuló á reforzar en la
|
|
calle sus mentirosas artimañas de catequista:
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--Tienes allí tan gran cantidad de flores de trapo para altares, que
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sólo para verlas todas necesitas un año... y velas de todos colores... y
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la mar de cirios... Pues hay un San Fernando vestido de guerrero, con
|
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armadura, que te dejará pasmado, y un San Isidro con su yunta de bueyes,
|
|
que parecen naturales. El altar chico para que tú digas tus misas es
|
|
más bonito que el de Monserrat...
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--Dime, abuelito, y confesionario, ¿no tengo?
|
|
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--¡Ya lo creo!... y muy majo... con rejas, para que las mujeres te
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|
cuenten sus pecados, que son muchísimos... Te digo que vas á estar muy
|
|
bien, y cuando crezcas un poquito, te encontrarás hecho cura sin
|
|
sentirlo, sabiendo tanto como el padre Bohigas, de Monserrat, ó el
|
|
propio capellán de las Salesas Nuevas, que ahora sale á canónigo.
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--Y yo, ¿seré canónigo, abuelito?
|
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|
|
--¿Pues qué duda tiene?... y obispo, y hasta puede que llegues á Papa.
|
|
|
|
--¿El Papa es el que manda en todos los curas?...
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--Justamente... ¡Ah! también verás allí un monumento de Semana Santa,
|
|
que lo menos tiene mil piezas, qué sé yo cuántas estatuas, todo blanco y
|
|
como de alfeñique. Parece que acaba de salir de la confitería.
|
|
|
|
--¿Y se come, abuelo, se come?--preguntó Cadalsito, tan vivamente
|
|
interesado en todo aquello, que su casa, su abuela y sus tías se le
|
|
borraron de la mente.
|
|
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|
--¿Quién lo duda? Cuando te canses de jugar le pegas una
|
|
dentellada--respondió Villaamil, ya vuelto tarumba, pues su imaginación
|
|
se agotaba, y no sabía de qué echar mano.
|
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|
|
Andaba el abuelo rápidamente por la acera de la calle Ancha, y á cada
|
|
paso suyo daba Cadalsito tres, cogido de la mano paterna, ó más bien
|
|
colgado. Don Ramón se detuvo bruscamente y giró sobre sí mismo,
|
|
dirigiéndose hacia la parte alta de la calle, donde está el Hospital de
|
|
la Princesa. Fijóse Luis en la incongruencia de esta dirección, y
|
|
observó, impacientándose:
|
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|
|
--Pero, abuelo, ¿no vamos á casa de la tía Quintina en la calle de los
|
|
Reyes?
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|
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--Sí, hijo mío; pero antes daremos una vuelta por aquí para que tomes el
|
|
sol.
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|
En el cerebro del afligido anciano se determinó un retroceso súbito,
|
|
semejante al rechazo de la enérgica idea que informaba todos los actos
|
|
referentes á la cesión y traslado de su nieto. Éste seguía charla que te
|
|
charla, preguntando sin cesar, tirándole á su abuelo del brazo cuando
|
|
las respuestas no empalmaban inmediatamente con las interrogaciones. El
|
|
abuelo contestaba por monosílabos, evasivamente, pues todo su espíritu
|
|
se reconcentraba en la vida interior del pensar. Cabizbajo, fijos los
|
|
ojos en el suelo como si contara las rayas de las baldosas, apechugaba
|
|
con la cuesta, tirando de Luisito, el cual no advertía la congoja de su
|
|
abuelo, ni el temblor de sus labios, articulando en baja voz la
|
|
expresión de las ideas. «¿No es un verdadero crimen lo que voy á hacer,
|
|
ó, mejor dicho, dos crímenes?... Entregar á mi nieto, y después...
|
|
Anoche, tras larga meditación, me parecieron ambas cosas muy acertadas,
|
|
y consecuencia la una de la otra. Porque si yo voy á... cesar de vivir
|
|
muy pronto, mejor quedara Luis con los Cabreras que con mi familia... Y
|
|
pensé que mi familia le criaría mal, con descuido, consintiéndole mil
|
|
resabios... eso sin contar el peligro de que esté al lado de Abelarda,
|
|
que volverá á las andadas cualquier día. Los Cabreras me son
|
|
antipáticos; pero les tengo por gente ordenada y formal. ¡Qué diferencia
|
|
de Pura y Milagros! Éstas, con su música y sus tonterías, no sirven para
|
|
nada. Así pensé anoche, y me pareció lo más cuerdo que á humana cabeza
|
|
pudiera ocurrirse... ¿Por qué me arrepiento ahora y me entran ganas de
|
|
volver á casa con el chico? ¿Es que estará mejor con las Miaus que con
|
|
Quintina? No, eso no... ¿Es que desmaya en mí la resolución salvadora
|
|
que ha de darme libertad y paz? ¿Es que te da ahora el antojillo de
|
|
seguir viviendo, cobarde? ¿Es que te halagan el cuerpo los melindres de
|
|
la vida?»
|
|
|
|
Atormentado por cruelísima duda, Villaamil echó un gran suspiro, y
|
|
sentándose en el zócalo de la verja del hospital que cae al paseo de
|
|
Areneros, cogió las manos del niño y le miró fijamente, cual si en sus
|
|
inocentes ojos quisiera leer la solución del terrible conflicto. El
|
|
chico ardía de impaciencia; pero no se atrevió á dar prisa á su abuelo,
|
|
en cuyo semblante notaba pena y cansancio.
|
|
|
|
--Dime, Luis--propuso Villaamil, abrazándole con cariño.--¿Quieres tú
|
|
de veras irte con la tía Quintina? ¿Crees que estarás bien con ella, y
|
|
que te educarán é instruirán los Cabreras mejor que en casa? Háblame con
|
|
franqueza.
|
|
|
|
Puesta la cuestión en el terreno pedagógico, y descartado el aliciente
|
|
de la juguetería eclesiástica, Luis no supo qué contestar. Buscó una
|
|
salida, y al fin la halló:
|
|
|
|
--Yo quiero ser cura.
|
|
|
|
--Corriente; tú quieres ser cura y yo lo apruebo... Pero suponiendo que
|
|
yo falte, que Pura y Milagros se vayan á vivir con Abelarda, señora de
|
|
Ponce, ¿con quién te parece á ti que estarías mejor?
|
|
|
|
--Con la abuela y la tía Quintina juntas.
|
|
|
|
--Eso no puede ser.
|
|
|
|
Cadalsito alzó los hombros.
|
|
|
|
--«¿Y no temerías tú, si siguieras donde estabas, que mi hija se
|
|
alborotase otra vez y te quisiera matar?
|
|
|
|
--No se alborotará--dijo Cadalsito con admirable sabiduría.--Ahora se
|
|
casa y no volverá á pegarme.
|
|
|
|
--¿De modo que tú... no tienes miedo? Y entre la tía Quintina y
|
|
nosotros, ¿qué prefieres?
|
|
|
|
--Prefiero... que vosotros viváis con la tía.
|
|
|
|
Ya tenía Villaamil abierta la boca para decirle: «Mira, hijo, todo eso
|
|
que te he contado de los altaritos es música. Te hemos engañado para
|
|
que no te resistieses á salir de casa»; pero se contuvo, esperando que
|
|
el propio Luis esclareciese con alguna idea primitiva, sugerida por su
|
|
inocencia, el problema tremendo. Cadalsito montó una pierna sobre la
|
|
rodilla de su abuelo, y echándole una mano al hombro para sostenerse
|
|
bien, se dejó decir:
|
|
|
|
--Lo que yo quiero es que la abuela y la tía Milagros se vengan á vivir
|
|
con Quintina.
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|
|
|
--¿Y yo?--preguntó el anciano, atónito de la preterición.
|
|
|
|
--¿Tú? Te diré. Ya no te colocan... ¿entiendes? ya no te colocan, ni
|
|
ahora ni nunca.
|
|
|
|
--¿Por dónde lo sabes? (con el alma atravesada en la garganta).
|
|
|
|
--Yo lo sé. Ni ahora ni nunca... Pero maldita la falta que te hace.
|
|
|
|
--¿Cómo lo sabes? ¿Quién te lo ha dicho?
|
|
|
|
--Pues... yo... Te lo contaré; pero no lo digas á nadie... Veo á Dios...
|
|
Me da así como un sueño, y entonces se me pone delante y me habla.
|
|
|
|
Tan asombrado estaba Villaamil, que no pudo hacer ninguna observación.
|
|
El chico prosiguió:
|
|
|
|
--Tiene la barba blanca, es tan alto como tú, con un manto muy bonito...
|
|
Me dice todo lo que pasa... y todo lo sabe, hasta lo que hacemos los
|
|
chicos en la escuela...
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|
--¿Y cuándo le has visto?
|
|
|
|
--Muchas veces: la primera en las Alarconas, después aquí cerca, y en
|
|
el Congreso y en casa... Me da primero como un desmayo, me entra frío, y
|
|
luego viene él y nos ponemos á charlar... ¿Qué, no lo crees?
|
|
|
|
--Sí, hijo, sí lo creo (con emoción vivísima); ¿pues no lo he de creer?
|
|
|
|
--Y anoche me dijo que no te colocarán, y que este mundo es muy malo, y
|
|
que tú no tienes nada que hacer en él, y que cuanto más pronto te vayas
|
|
al cielo, mejor.
|
|
|
|
--Mira tú lo que son las cosas: á mí me ha dicho lo mismo.
|
|
|
|
--¿Pero tú le ves también?
|
|
|
|
--No, tanto como verlo... no soy bastante puro para merecer esa
|
|
gracia... pero me habla alguna vez que otra.
|
|
|
|
--Pues eso me dijo... Que morirte pronto es lo que te conviene, para que
|
|
descanses y seas feliz.
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|
El estupor de Villaamil fué inmenso. Eran las palabras de su nieto como
|
|
revelación divina, de irrefragable autenticidad.
|
|
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|
--¿Y á ti qué te cuenta el Señor?
|
|
|
|
--Que tengo que ser cura... ¿ves? lo mismo, lo mismito que yo deseaba...
|
|
y que estudie mucho latín y aprenda pronto todas las cosas...
|
|
|
|
La mente del anciano se inundó, por decirlo así, de un sentido
|
|
afirmativo, categórico, que excluía hasta la sombra de la duda,
|
|
estableciendo el orden de ideas firmísimas á que debía responder en el
|
|
acto la voluntad con decisión inquebrantable.
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|
|
|
--Vamos, hijo, vamos á casa de la tía Quintina--dijo al nieto,
|
|
levantándose y cogiéndole de la mano.
|
|
|
|
Le llevó aprisa, sin tomarse el trabajo de catequizarle con
|
|
descripciones hiperbólicas de juguetes y chirimbolos sacro-recreativos.
|
|
Al llamar á la puerta de Cabrera, Quintina en persona salió á abrir.
|
|
Sentado en el último escalón, Villaamil cubrió de besos á su nieto,
|
|
entrególe á su tía paterna, y bajó á escape sin siquiera dar á ésta los
|
|
buenos días. Como al bajar creyese oir la voz del chiquillo que
|
|
gimoteaba, avivó el paso y se puso en la calle con toda la celeridad que
|
|
sus flojas piernas le permitían.
|
|
|
|
|
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|
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|
|
XLII
|
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|
|
|
Era ya cerca de medio día, y Villaamil, que no se había desayunado,
|
|
sintió hambre. Tiró hacia la plaza de San Marcial, y al llegar á los
|
|
vertederos de la antigua huerta del Príncipe Pío, se detuvo á contemplar
|
|
la hondonada del Campo del Moro y los términos distantes de la Casa de
|
|
Campo. El día era espléndido, raso y bruñido el cielo de azul, con un
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sol picón y alegre; de estos días precozmente veraniegos en que el calor
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importuna más por hallarse aún los árboles despojados de hoja.
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Empezaban á echarla los castaños de Indias y los chopos; apenas
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verdegueaban los plátanos; y las soforas, gleditchas y demás leguminosas
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estaban completamente desnudas. En algunos ejemplares del árbol del amor
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se veían las rosadas florecillas, y los setos de aligustre ostentaban ya
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sus lozanos renuevos, rivalizando con los evonymus de perenne hoja.
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Observó Villaamil la diferencia de tiempo con que las especies arbóreas
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despiertan de la somnolencia invernal, y respiró con gusto el aire tibio
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que del valle del Manzanares subía. Dejóse ir, olvidado de su buen
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apetito, camino de la Montaña, atravesando el jardinillo recién plantado
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en el relleno, y dió la vuelta al cuartel, hasta divisar la sierra, de
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nítido azul con claros de nieve, como mancha de acuarela extendida sobre
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el papel por la difusión natural de la gota, obra de la casualidad más
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que de los pinceles del artista.
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--¡Qué hermoso es esto!--se dijo soltando el embozo de la capa, que le
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daba mucho calor.--Paréceme que lo veo por primera vez en mi vida, ó que
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en este momento se acaban de crear esta sierra, estos árboles y este
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cielo. Verdad que en mi perra existencia llena de trabajos y
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preocupaciones, no he tenido tiempo de mirar para arriba ni para
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enfrente... Siempre con los ojos hacia abajo, hacia esta puerca tierra
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que no vale dos cominos, hacia la muy marrana Administración, á quien
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parta un rayo, y mirándoles las cochinas caras á Ministros, Directores y
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Jefes del Personal, que maldita gracia tienen. Lo que yo digo: ¡cuánto
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más interesante es un cacho de cielo, por pequeño que sea, que la cara
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de Pantoja, la de Cucúrbitas y la del propio Ministro!... Gracias á Dios
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que saboreo este gusto de contemplar la Naturaleza, porque ya se
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acabaron mis penas y mis ahogos, y no cavilo más en si me darán ó no me
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darán el destino; ya soy otro hombre, ya sé lo que es independencia, ya
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sé lo que es vida, y ahora me les paso á todos por las narices, y de
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nadie tengo envidia, y soy... soy el más feliz de los hombres. Á comer
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se ha dicho, y ole morena mía.
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Dió un par de castañetazos con los dedos de ambas manos, y volviendo á
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liarse la capa, se dirigió hacia la cuesta de San Vicente, que recorrió
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casi toda, mirando las muestras de las tiendas. Por fin, ante una
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taberna de buen aspecto se detuvo murmurando: «Aquí deben de guisar muy
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bien. Entra, Ramón, y date la gran vida». Dicho y hecho. Un rato después
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hallábase el buen Villaamil sentado ante una mesa redonda, de cuatro
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patas, y tenía delante un plato de guisado de falda olorosísimo, un
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cubierto cachicuerno, jarro de vino y pan. «Da gusto--pensaba,
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emprendiéndola resueltamente con el guisote--encontrarse así, tan libre,
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sin compromisos, sin cuidarse de la familia... porque, en buena hora lo
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diga, ya no tengo familia; estoy solo en el mundo, solo y dueño de mis
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acciones... ¡Qué gusto, qué placer tan grande! El esclavo ha roto sus
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cadenas, y hoy se pone el mundo por montera, y ve pasar á su lado á los
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que antes le oprimían, como si viera pasar á Perico el de los Palotes...
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¡Pero qué rico está este guisado de falda! En su vida compuso nada tan
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bueno la simple de Milagros, que sólo sabe hacerse los ricitos, y
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cantarse y mayarse por todo lo alto aquello de _morrríamo, morrríamo_...
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Parece un perrillo cuando le pellizcan el rabo... De veras está rica la
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falda... ¡Qué gracia tienen para sazonar en esta taberna! ¡Y qué persona
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tan simpática es el tabernero, y qué bien le sientan los manguitos
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verdes, los zapatos de alfombra y la gorra de piel! ¡Cuánto más guapo es
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que Cucúrbitas y que el propio Pantoja!... Pues señor, el vinillo es
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fresco y picón... Me gusta mucho. Efectos de la libertad de que gozo, de
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no importárseme un bledo de nadie, y de ver mi cabeza limpia de
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cavilaciones y pesadumbres. Porque todo lo dejo bien arregladito: mi
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hija se casa con Ponce, que es buen muchacho y tiene de qué vivir; mi
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nieto en poder de Quintina, que le educará mejor que su abuela... y en
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cuanto á esas dos pécoras, que carguen con ellas Abelarda y su marido...
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En resolución, ya no tengo que mantener el pico á nadie, ya soy libre,
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feliz, independiente, y _me abro al cartaginés incautamente_. ¡Qué
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dicha! Ya no tengo que discurrir á qué cristiano espetarle mañana la
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cartita pidiendo un anticipo. ¡Qué descanso tan grande haber puesto
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punto á tanta ignominia! El alma se me ensancha... respiro mejor, me ha
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vuelto el apetito de mi mocedad, y á cuantas personas veo me dan ganas
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de apretarles la mano y comunicarles mi felicidad».
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Aquí llegaba del soliloquio, cuando entraron en la taberna tres
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muchachos, sin duda recién salidos del tren, con sendos morrales al
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hombro, vara en cinto, vestidos á usanza campesina, iguales en el
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calzado, que era de alpargata, y distintos en el sombrero, pues el uno
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lo traía de aparejo redondo, el otro boina y el tercero pañuelo de seda
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liado á la cabeza.
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--¡Qué chicos tan gallardos!--dijo Villaamil contemplándoles embebecido,
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mientras ellos, bulliciosos y maleantes, pedían al tabernero algo con
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qué matar la feroz gazuza que traían.--¿Serán jóvenes labradores que han
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dejado la obscura pobreza de sus aldeas por venir á esta Babel á
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pretender un destino que les dé barniz de señorío y aire de personas
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decentes?... ¡Infelices! ¡Y qué gran favor les haría yo en
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desengañarles!
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Sin más deliberación, se fué derecho á ellos diciéndoles:
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--Jóvenes, pensad lo que hacéis. Aun estáis á tiempo. Volveos á vuestras
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cabañas y dehesas, y huid de este engañoso abismo de Madrid, que os
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tragará y os hará infelices para toda la vida. Seguid el consejo de
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quien os quiere bien, y volveos al campo.
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--¿Qué dice este tío?--contestó el más despabilado de ellos, poniéndose
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al hombro la chaqueta, que se le había caído.--¡Otra que Dios con el
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abuelo! Somos quintos de este reemplazo, y como no nos presentemos nos
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afusilan...
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--¡Ah! bueno, bueno... Si sois militares, la cosa muda de aspecto... Á
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defender la patria. Yo la defendí también, saliendo en una compañía de
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voluntarios cuando aquel pillo de Gómez se corrió hacia Madrid... Pero
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también os digo que no hagáis caso de lo que os prediquen vuestros
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jefes, y que os sublevéis á las primeras de cambio, hijos. Despreciad al
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gran pindongo del Estado... ¿No sabéis quién es el Estado?
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Los tres chicos se reían, mostrando sus dentaduras sanas y frescas: sin
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duda les hacía mucha gracia la estantigua que tenían delante. Ninguno de
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ellos supo quién era el Estado, y tuvo Villaamil que explicárselo en
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esta forma:
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--Pues el Estado es el mayor enemigo del género humano, y á todo el que
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coge por banda lo divide... Mucho ojo... sed siempre libres,
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independientes, y no tengáis cuenta con nadie.
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Uno de los mozos sacó la vara del cinto y dió con ella tan fuerte golpe
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sobre la mesa, que por poco la parte en dos, gritando:
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--Patrona, que tenemos mucha hambre. Por vida del condenado Solimán...
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Vengan esas magras.
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Á Villaamil le cayó en gracia esta viveza de genio, y admiró la
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juventud, la sangre hirviente de los tres muchachos. El tabernero les
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rogó que esperasen minutos, y les puso delante pan y vino para que
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fueran matando el gusanillo. Pagó entonces Villaamil, y el tabernero, ya
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muy sorprendido de sus maneras originales, y teniéndole por tocado, se
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corrió á ofrecerle una copita de Cariñena. Aceptó el cesante, reconocido
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á tanta bondad, y tomando la copa y levantándola en alto, «brindó por la
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prosperidad del establecimiento». Los quintos berrearon:
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--¡Madrid, cinco minutos de parada y fonda!... ¡Viva la Nastasia, la
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Bruna, la Ruperta y toas las mozas de Daganzo de Arriba!
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Y como Villaamil elogiase, al despedirse del tabernero con mucha finura,
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el buen servicio y lo bien condimentado del guiso, el dueño le contestó:
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--No hay otra como ésta. Fíjese en el rétulo: _La Viña del Señor_.
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--No, si yo no he de volver. Mañana estaré muy lejos, amigo mío. Señores
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(volviéndose á los chicos y saludándoles sombrero en mano), conservarse.
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Gracias; que les aproveche... Y no olviden lo que les he dicho... ser
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libres, ser independientes... como el aire. Véanme á mí. Me pongo al
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Estado por montera... Hasta ahora...
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Salió arrastrando la capa, y uno de los mozos se asomó á la puerta
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gritando:
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--¡Eh... abuelo, agárrese, que se cae!... Abuelo, que se le han quedado
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las narices. Vuelva acá.
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Pero Villaamil no oía nada, y siguió hacia arriba, buscando camino ó
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vereda por donde escalar la Montaña segunda vez. Encontróla al fin,
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atravesando un solar vacío y otro ya cercado para la edificación, y por
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último, después de dar mil vueltas y de salvar hondonadas y de trepar
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por la movediza tierra de los vertederos, llegó á la explanada del
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cuartel y lo rodeó, no parando hasta las vertientes áridas que desde el
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barrio de Argüelles descienden á San Antonio de la Florida. Sentóse en
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el suelo y soltó la capa, pues el vino por dentro y el sol por fuera le
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sofocaban más de lo justo.
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--¡Qué tranquilo he almorzado hoy! Desde mis tiempos de muchacho, cuando
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salimos en persecución de Gómez, no he sido tan dichoso como ahora.
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Entonces no era libre de cuerpo; pero de espíritu sí, como en el momento
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presente; y no me ocupaba de si había ó no había para mandar mañana á la
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plaza. Esto de que todos los días se ha de ir á la compra es lo que hace
|
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insoportable la vida... Á ver, esos pajarillos tan graciosos que andan
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por ahí picoteando, ¿se ocupan de lo que comerán mañana? No; por eso son
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felices; y ahora me encuentro yo como ellos, tan contento, que me
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pondría á piar si supiera, y volaría de aquí á la Casa de Campo, si
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pudiese. ¿Por qué razón Dios, vamos á ver, no le haría á uno pájaro, en
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|
vez de hacerle persona?... Al menos que nos dieran á elegir. Seguramente
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nadie escogería ser hombre, para estar descrismándose luego por los
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empleos y obligado á gastar chistera, corbata, y todo este matalotaje
|
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que, sobre molestar, le cuesta á uno un ojo de la cara... Ser pájaro sí
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que es cómodo y barato. Mírenlos, mírenlos tan campantes, pillando lo
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que encuentran, y zampándoselo tan ricamente... Ninguno de éstos estará
|
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casado con una pájara que se llame Pura, que no sabe ni ha sabido nunca
|
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gobernar la casa, ni conoce el ahorro...
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Como viera los gorriones delante de sí, á distancia de unas cuatro
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varas, acercándose á brincos, cautelosos y audaces, para rebuscar en la
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tierra, sacó el buen hombre de su bolsillo el pan sobrante del almuerzo
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que había guardado en la taberna, y desmigajándolo, lo arrojó á las
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menudas aves. Aunque el movimiento de sus manos espantó á los
|
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animalitos, pronto volvieron, y descubierto el pan, ya se colige que
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cayeron sobre él como fieras. Villaamil sonreía y se esponjaba
|
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observando su voracidad, sus graciosos meneos y aquellos saltitos tan
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cucos. Al menor ruido, á la menor proyección de sombra ó indicio de
|
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peligro, levantaban el vuelo; pero su loco apetito les traía pronto al
|
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mismo lugar.
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--Coman, coman tranquilos--les decía mentalmente el viejo, embelesado,
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inmóvil, para no asustarlos...--Si Pura hubiera seguido vuestro sistema,
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otro gallo nos cantara. Pero ella no entiende de acomodarse á la
|
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realidad. ¿Cabe algo más natural que encerrarse en los límites de lo
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posible? Que no hay más que patatas... pues patatas... Que mejora la
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situación y se puede ascender hasta la perdiz... pues perdiz. Pero no
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señor, ella no está contenta sin perdiz á diario. De esta manera
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llevamos treinta años de ahogos, siempre temblando; cuando lo había,
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comiéndonoslo á trangullones como si nos urgiese mucho acabarlo; cuando
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no, viviendo de trampas y anticipos. Por eso, al llegar la colocación ya
|
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debíamos el sueldo de todo un año. De modo que perpetuamente estábamos
|
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lo mismo, _á ti suspiramos_, y mirando para las estrellas... ¡Treinta
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años así, Dios mío! Y á esto llaman vivir. «Ramón, ¿qué haces que no te
|
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diriges á tal ó cual amigo?... Ramón, ¿en qué piensas? ¿Crees que somos
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camaleones?... Ramón, determínate á empeñar tu reloj, que la niña
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necesita botas... Ramón, que yo estoy descalza, y aunque me puedo
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aguantar así unos días, no puedo pasarme sin guantes, pues tenemos que
|
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ir al beneficio de la Furranguini... Ramón, dile al habilitado que te
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anticipe quinientos reales; son tus días, y es preciso convidar á las de
|
|
tal ó cual... Ramón...» ¡Y que yo no haya sido hombre para trincar á mi
|
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mujer y ponerle una mordaza en aquella boca, que debió de hacérsela un
|
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fraile, según es de pedigüeña! ¡Cuidado que soportar esto treinta
|
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años!... Pero ya, gracias á Dios, he tenido valor para soltar mi cadena
|
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y recobrar mi personalidad. Ahora yo soy yo, y nadie me tose, y por fin
|
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he aprendido lo que no sabía: á renegar de Pura y de toda su casta, y á
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mandarlos á todos á donde fué el padre Padilla.
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No pudiendo reprimir su entusiasmo y alegría, dió tales manotadas, que
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los pájaros huyeron.
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XLIII
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--No seáis tontos... con vosotros nadie se mete. ¿Por quién me tomáis?
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¿Por algún Ministro sin entrañas, que quita el pan á los padres de
|
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familia para darlo á cualquier gandul? Porque vosotros también sois
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padres de familia y tenéis hijitos que mantener. No os asustéis, y tomad
|
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más miguitas... Creed que si mi mujer hubiera sido otra, la de Ventura,
|
|
por ejemplo, yo no habría llegado á esta situación... La esposa de
|
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Ventura, de quien la mía se burla tanto porque dice bacalao de
|
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_Escuecia_, vale más que ella cien veces... Con Pura no hay dinero que
|
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alcance; ni la paga de un Director. El maldito suponer, el trapito, las
|
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visitas, el teatro, los perendengues y el morro siempre estirado para
|
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fingir dignidad de personas encumbradas, nos perdieron... No temáis,
|
|
tontos; podéis acercaros, aun tengo más migas... En cuanto á Milagros,
|
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vosotros convendréis conmigo en que, si es buena y sencilla, no por eso
|
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deja de ser una inutilidad como su hermana. ¡Qué bien hizo aquel que se
|
|
tiró al agua! Pues si no se tira y carga con ella, á estas horas se
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habría ahogado cien mil veces quedándose vivo, que es lo peor que le
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puede pasar á un cristiano... Entre las dos hermanitas me han tenido á
|
|
mí lo mejor de mi vida con un dogal al cuello, aprieta que te
|
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apretarás... No dirán que me he portado mal con ellas, pues desde que me
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casé... Ahora me ocurre que, cuando fuí á pedir al señor Escobios la
|
|
mano de su hija, el apreciable médico del Cuarto Montado debió arrearme
|
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un bofetón que me volviera la cara del revés... ¡Ay, cuánto se lo
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hubiera agradecido más adelante!... Coman, coman tranquilos, que aquí no
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estamos para quitarle el pan á la gente... Pues decía que desde que me
|
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casé hasta la fecha, he sido víctima de la insubstancialidad y el
|
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desgobierno de esas dos tarascas, y no podrán quejarse de que no he sido
|
|
sumiso y paciente, ni tampoco de que las abandono y las dejo en la
|
|
miseria, pues no me he determinado á recobrar mi libertad sino al saber
|
|
que quedan al amparo de Ponce, que es un bendito y les mantendrá el
|
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pico, pues para eso le dejó todas sus migas el tío notario. ¡Ay, ínclito
|
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Ponce, y qué mochuelo te toca! Ya verás lo que es canela fina. Si no
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tienes cuidado, pronto te liquidan... te evaporan, te volatilizan, te
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sorben. Allá se las haya. Yo he cumplido... he cargado mi cruz treinta
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años; ahora, que la lleve otro... Se necesitan espaldas jóvenes... y el
|
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peso es mayúsculo, amigo Ponce. Ya lo verás... Si he de ser franco, te
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diré que mi hija, sin ser un talento, vale más que su mamá y su tía;
|
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tiene algunas ideas de orden y previsión; no es tan amiga de echar
|
|
plantas... Pero cuidadito con ella, Ponce amigo, porque ó yo no entiendo
|
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nada de afectos y afecciones de mujeres, ó á mi Abelarda le gustas tú lo
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mismo que un dolor de muelas. Nadie me quita de la cabeza que ese peine
|
|
de Víctor le había sorbido los sesos... Pero cásese en buen hora, y si
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son felices las señoras _Miaus_, y aprenden ahora lo que ignoraban en mi
|
|
tiempo, yo me alegraré mucho y hasta las aplaudiré desde allá: vaya si
|
|
las aplaudiré.
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|
Con estas meditaciones, harto más largas y difusas de lo que en la
|
|
narración aparecen, se le fué pasando la tarde á Villaamil. Dos ó tres
|
|
veces mudó de sitio, destrozando impíamente al pasar alguno de los
|
|
arbolillos que el Ayuntamiento en aquel erial tiene plantados. «El
|
|
Municipio--decía--es hijo de la Diputación Provincial y nieto del muy
|
|
gorrino del Estado, y bien se puede, sin escrúpulo de conciencia, hacer
|
|
daño á toda la parentela maldita. Tales padres, tales hijos. Si
|
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estuviera en mi mano, no dejaría un árbol ni un farol... El que la hace
|
|
que la pague... y luego la emprendería con los edificios, empezando por
|
|
el Ministerio del cochino ramo, hasta dejarlo arrasadito, arrasadito...
|
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como la palma de la mano. Luego, no me quedaría vivo un ferrocarril, ni
|
|
un puente, ni un barco de guerra, y hasta los cañones de las fortalezas
|
|
los haría pedacitos así».
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Vagaba por aquellos andurriales, sombrero en mano, recibiendo en el
|
|
cráneo los rayos del sol, que á la caída de la tarde calentaba
|
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desaforadamente el suelo y cuanto en él había. La capa la llevaba
|
|
suelta, y tuvo intenciones de tirarla, no haciéndolo porque consideró
|
|
que podía venirle bien á la noche, aunque fuese por breve tiempo. Paróse
|
|
al borde de un gran talud que hay hacia la Cuesta de Areneros, sobre las
|
|
nuevas alfarerías de la Moncloa, y mirando al rápido declive, se dijo
|
|
con la mayor serenidad: «Este sitio me parece bueno, porque iré por aquí
|
|
abajo, dando vueltas de carnero; y luego, que me busquen... Como no me
|
|
encuentre algún pastor de cabras... Bonito sitio, y sobre todo, cómodo,
|
|
digan lo que quieran».
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|
|
|
Pero luego no debió parecerle el lugar tan adecuado á su temerario
|
|
intento, porque siguió adelante, bajó y volvió á subir, inspeccionando
|
|
el terreno, como si fuera á construir en él una casa. Ni alma viviente
|
|
había por allí. Los gorriones iban ya en retirada hacia los tejares de
|
|
abajo ó hacia los árboles de San Bernardino y de la Florida. De repente,
|
|
le dió al santo varón la vena de sacar un revólver que en el bolsillo
|
|
llevaba, montarlo y apuntar á los inocentes pájaros, diciéndoles:
|
|
«Pillos, granujas, que después de haberos comido mi pan pasáis sin darme
|
|
tan siquiera las buenas tardes, ¿qué diríais si ahora yo os metiera una
|
|
bala en el cuerpo?... Porque de fijo no se me escapaba uno. ¡Tengo yo
|
|
tal puntería!... Agradeced que no quiero quedarme sin tiros; pues si
|
|
tuviera más cápsulas, aquí me las pagabais todas juntas... De veras que
|
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siento ganas de acabar con todo lo que vive, en castigo de lo mal que se
|
|
han portado conmigo la Humanidad, y la Naturaleza, y Dios (con
|
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exaltación furiosa)... sí, sí: lo que es portarse, se han portado
|
|
cochinamente... Todos me han abandonado, y por eso adopto el lema que
|
|
anoche inventé y que dice literalmente: _Muerte... Infamante... Al...
|
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Universo..._».
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|
Con esta cantata siguió buen trecho alejándose hasta que, ya cerrada la
|
|
noche, encontróse en los altos de San Bernardino que miran á
|
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Vallehermoso, y desdé allí vió la masa informe del caserío de Madrid con
|
|
su crestería de torres y cúpulas, y el hormigueo de luces entre la
|
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negrura de los edificios... Calmada entonces la exaltación homicida y
|
|
destructora, volvió el pobre hombre á sus estudios topográficos: «Este
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sitio sí que es de primera... Pero no; me verían los guardas de Consumos
|
|
que están en esos cajones, y quizás... son tan brutos... me estorbarían
|
|
lo que quiero y debo hacer... Sigamos hacia el cementerio de la
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Patriarcal, que por allí no habrá ningún importuno que se meta en lo que
|
|
no le va ni le viene. Porque yo quiero que vea el mundo una cosa, y es
|
|
que ya me importa un pepino que se nivelen ó no los presupuestos, y que
|
|
me río del _income tax_ y de toda la indecente Administración. Esto lo
|
|
comprenderá la gente cuando recoja mis... restos, que lo mismo me da
|
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vayan á parar á un muladar que al propio panteón de los Reyes. Lo que
|
|
vale es el alma, la cual se remonta volando á eso que llaman... el
|
|
empíreo, que es por ahí arriba detrás de aquellos astros que relumbran y
|
|
parecen hacerle á uno guiños llamándole... Pero aun no es hora. Quiero
|
|
llegarme á ese puerco Madrid y decirle las del barquero á esas indinas
|
|
_Miaus_ que me han hecho tan infeliz».
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El odio á su familia, ya en los últimos días iniciado en su alma, y que
|
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en aquél tomaba á ratos los vuelos de frenesí demente ó rabia feroz,
|
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estalló formidable, haciéndole crispar los dedos, apretar reciamente la
|
|
mandíbula, acelerar el paso con el sombrero echado atrás, la capa caída,
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en la actitud más estrafalaria y siniestra. Era ya noche obscura.
|
|
Resueltamente se dirigió al Conde-Duque, pasó por delante del cuartel,
|
|
y al aproximarse á la plaza de las Comendadoras, andaba con paso
|
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cauteloso, evitando el ser visto, buscando la sombra y mudando de
|
|
dirección á cada instante. Después de meterse por la solitaria calle de
|
|
San Hermenegildo, volvió hacia la plazuela del Limón, rondó la manzana
|
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de las Comendadoras, aventurándose por fin á atravesar la calle de
|
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Quiñones y á observar los balcones de su casa, no sin cerciorarse antes
|
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de que no estaban en el portal Mendizábal y su mujer. Agazapado en la
|
|
esquina de la plazuela obscura, solitaria y silenciosa, miró repetidas
|
|
veces hacia su casa, queriendo espiar si alguien entraba ó salía...
|
|
¿Irían las _Miaus_ al teatro aquella noche? ¿Vendrían á la tertulia
|
|
Ponce y los demás amigos? En medio de su trastorno, supo colocarse en la
|
|
realidad, considerando al fin como seguro é inevitable que, alarmada por
|
|
la ausencia de su marido, Pura ponía en movimiento á todos los íntimos
|
|
de la familia para buscarle.
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Al amparo de la esquina, como ladrón ó asesino que acecha el descuidado
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paso del caminante, Villaamil alargaba el pescuezo para vigilar sin que
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le vieran. Propiamente, su cuerpo estaba en la plazuela de las
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Comendadoras y su cabeza en la calle de Quiñones; su flácido cuello,
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dotado de prodigiosa elasticidad, se doblaba sobre el ángulo mismo.
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«Allá sale el ínclito Ponce de estampía. De seguro han ido á casa de
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Pantoja, al café, á todos los sitios que acostumbro frecuentar... Ese
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que llega echando los bofes me parece que es Federico Ruiz. De fijo
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viene de la prevención ó del juzgado de guardia... Habrá salido á
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averiguar... ¡Pobrecillos, qué trabajo se toman! Y cuánto gozo yo
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viéndoles tan afanados, y considerando á las _Miaus_ tan aturdiditas...
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Fastidiarse; y usted, doña Pura de los infiernos, trague ahora la
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cicuta; que durante treinta años la he estado tragando yo sin
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quejarme... ¡Ah!, alguien sale y viene hacia acá... Me parece que es
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Ponce otra vez. Agazapémonos en este portal... Sí, él es... (viendo al
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crítico atravesar la plazuela de las Comendadoras). ¿Á dónde irá? Quizás
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á casa de Cabrera. Trabajo te mando... ¿Habrá bobo igual? No, no me
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encontraréis; no me atraparéis, no me privaréis de esta santa libertad
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que ahora gozo, ¡bendita sea!, ni aunque revolváis el mundo entero me
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daréis caza, estúpidos. ¿Qué se pretende? (amenazando con el puño á un
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ser invisible), ¿que vuelva yo al poder de Pura y Milagros, para que me
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amarguen la vida con aquel continuo pedir de dinero, con su desgobierno
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y su majadería y su presunción? No; ya estoy hasta aquí; se colmó el
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vaso... Si sigo con ellas me entra un día la locura, y con este
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revólver... con este revólver (cogiendo el mango del arma dentro del
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bolsillo y empuñándolo con fuerza) las despacho á todas... Más vale que
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me despache yo, emancipándome y yéndome con Dios... ¡Ah! Pura, Purita,
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se acabó el suplicio. Hinca tus garras en otra víctima. Ahí tienes á
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Ponce con dinero fresco; cébate en él... ahí me las den todas... ¡Cuánto
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me voy á reir!... Porque esta doña Pura es atroz, querido Ponce, y como
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se encuentre con barro á mano, se armó la fiesta, y mesa y ropa y todo
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ha de ser de lo más fino, sin considerar que mañana faltará la condenada
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libreta... ¡Ay, Dios mío! El último de los artesanos, el triste mendigo
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de las calles me han causado envidia en esta temporada; así como ahora,
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desahogado y libre, no me cambio por el rey; no, no me cambio; lo digo
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con toda el alma».
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XLIV
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Fuera del portal, y vuelta á los atisbos. «Sale ahora el chico de
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Cuevas, afanadillo y presuroso. ¿Á dónde irá?... Busca, hijo, busca, que
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ya te lo pagará doña Pura con una copita de moscatel... Pues la
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bobalicona de Milagros estará con el alma en un hilo, porque la infeliz
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me quiere... Es natural; ha vivido conmigo tantos años y ha comido mi
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pan... Y si vamos á poner cada cosa en su punto, también Pura me
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quiere... á su modo, sí. Yo también las quise mucho; pero lo que es
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ahora, las aborrezco á las dos, ¿qué digo á las dos?, á las tres, porque
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también mi hija me carga... Son tres apuntes que se me han sentado
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aquí, en la boca del estómago, y cuando pienso en ellas, la sangre
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parece que se me pone como metal derretido, y la tapa de los sesos se me
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quiere saltar... ¡Vaya con las tres _Miaus_!... ¡Bien haya quien os puso
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tal nombre! No más vivir con locas. ¡Vaya por dónde le dió á mi dichosa
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hijita! ¡Por enamoriscarse de Víctor!... Porque, ó yo no lo entiendo, ó
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aquello era amor de lo fino... ¡Qué mujeres, Dios santo! Prendarse de un
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zascandil porque tiene la cara bonita, sin reparar... Y que él la
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desprecia, no hay duda... Me alegro... Bien empleado le está. Chúpate
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las calabazas, imbécil, y vuelve por más, y cásate con Ponce...
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Francamente, si uno no se suprimiese por salvarse de la miseria, debiera
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hacerlo por no ver estas cosas».
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Como observara luz en el gabinete, se encalabrinó más: «Esta noche,
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Purita de mis entretelas, no hay teatrito, ¿verdad? Gracias á Dios que
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está usted con la pierna quebrada. ¡Jorobarse!... Ya la veo á usted
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arbitrando de dónde sacar el dinero para el luto. Lo mismo me da.
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Sáquelo usted... de donde quiera. Venda mi piel para un tambor ó mis
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huesos para botones... ¡Magnífico, admirable, deliciooooso!...»
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Al decir esto vió á Mendizábal en la puerta, y éste, por desgracia, le
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vió también á él. Grandes fueron la alarma y turbación del anciano al
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notar que el memorialista le observaba con ademán sospechoso. «Ese
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animal me ha conocido y viene tras de mí», pensó Villaamil deslizándose
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pegado al muro de las Comendadoras. Antes de volver la esquina, miró, y,
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en efecto, Mendizábal le seguía paso á paso, como cazador que anda
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quedito tras la res, procurando no espantarla. En cuanto traspuso el
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ángulo, Villaamil, recogiéndose la capa, apretó á correr despavorido con
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cuanta rapidez pudo, creyendo escuchar los pasos del otro y que un
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enorme brazo se alargaba y le cogía por el cogote. Mal rato pasó el
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infeliz. La suerte que no había nadie por aquellos barrios, pues si pasa
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gente, y á Mendizábal se le ocurre gritar ¡_á ése_!, en aquel mismo
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punto hubiera acabado la preciosa libertad del buen cesante. Huyó con
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increíble ligereza, atravesando la plazuela del Limón, pasó por delante
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del cuartel, temeroso de que la guardia le detuviese, y siguiendo la
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calle del Conde-Duque, miró hacia atrás, y vió que Mendizábal, aunque le
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seguía, quedaba bastante lejos. Sin tomar aliento, encaminóse hacia la
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desierta explanada, y antes que su perseguidor pudiera verle, se ocultó
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tras un montón de baldosas. Sacando la cabeza con gran precaución y sin
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sombrero por un hueco de su escondite, vió al hombre-mono desorientado,
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mirando á derecha é izquierda, y con preferencia á la parte del paseo de
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Areneros, por donde creyó se había escabullido la caza. «¡Ah! sectario
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del obscurantismo, ¿querías cogerme? No te mirarás en ese espejo. Sé yo
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más que tú, monstruo, feo, más feo que el hambre, y más neo que Judas.
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Ya sabes que siempre he sido liberal, y que antes moriré que soportar el
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despotismo. Vete al cuerno, grandísimo reaccionario, que lo que es á mí
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no me encadenas tú... Me futro en tu absolutismo y en tu inquisición.
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Jeríngate, animal, carca y liberticida, que yo soy libre y liberal y
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demócrata, y anarquista y petrolero, y hago mi santísima voluntad...»
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Aunque perdiera de vista al feo _gorilla_, no las tenía todas consigo.
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Conocedor de la fuerza hercúlea de su portero, sabía que si éste le
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echaba la zarpa, no le soltaría á dos tirones; y para evitar su
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encuentro, se agachó buscando la sombra y amparo de los sillares ó
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rimeros de adoquines que de trecho en trecho había. Protegido por la
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densa obscuridad, volvió á ver al memorialista, que al parecer se
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retiraba desesperanzado de encontrarle. «Abur, lechuzo, sicario del
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fanatismo y opresor de los pueblos... ¡Miren qué facha, qué brazos y qué
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cuerpo! No andas á cuatro pies por milagro de Dios. Joróbate y búscame,
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y date tono con doña Pura, diciéndole que me viste... Zángano, neo,
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salvaje, los demonios carguen contigo».
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Cuando se creyó seguro, volvió á internarse en las calles, siempre con
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el recelo de que Mendizábal le iba á los alcances, y no daba un paso sin
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revolver la vista á un lado y otro. Creía verle salir de todos los
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portales ó agazapado en todos los rincones obscuros, acechándole para
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caer encima con salto de mono y coraje de león. Al doblar la esquina del
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callejón del Cristo para entrar en la calle de Amaniel, ¡pataplúm!
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cátate á Mendizábal hablando con unas mujeres. Afortunadamente, el
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memorialista le volvía la espalda y no pudo verle. Pero Villaamil,
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viéndose cogido, tuvo una inspiración súbita, que fué meterse por la
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primera puerta que halló á mano. Encontróse dentro de una taberna. Para
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justificar su brusco ingreso, pasado el primer instante de sobresalto,
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fuése al mostrador y pidió Cariñena. Mientras le servían observó la
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concurrencia: dos sargentos, tres paisanos de chaqueta corta y cuatro
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mozas de malísimo pelaje. «¡Vaya unas chicas guapas y elegantes!--dijo
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mirándolas, al beber, por encima del vaso.--Véase por dónde me entran
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ahora ganas de echarles alguna flor... ¡yo que desde que llevé á Pura al
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altar no he dicho á ninguna mujer _por ahí te pudras_!... Pero con la
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libertad parece que me remozo, y que me resucita la juventud... vaya...
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y me bailan por el cuerpo unas alegrías... ¡Cuidado que pasarse un
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hombre seis lustros sin acordarse de más mujer que la suya!... ¡Qué
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cosas!... Vamos, que también me da por beberme otra copa... Treinta años
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de virtud disculpan que uno eche ahora media docena de canas al aire...
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(Al tabernero.) Déme usted otra copita... Pues lo que es las mozas me
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están gustando; y si no fuera por esos gandules que las cortejan, les
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diría yo algo por donde comprendiesen lo que va de tratar con caballeros
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á andar entre gansos y soldaduchos... Debiera trabar conversación, al
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menos para dar tiempo á que desfile Mendizábal... ¡Dios mío, líbrame de
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esa fiera ultramontana y facciosa!... Nada, que me gustan las niñas;
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sobre todo aquella que tiene el moño alto y el mantón colorado...
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También ella me mira, y... Ojo, Ramón, que estas aventuras son
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peligrosas. Modérate, y para hacer más tiempo, toma una copita más.
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Paisano, otra...»
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La partida salió, y Villaamil, calculando con rápida inspiración, se
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dijo: «Me meto entre ellos, y si aún está el esperpento ahí, me
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escabullo mezclado con estos galanes y estas señoras». Así lo hizo, y
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salió confundido con las mozas, que á él le parecían de ley, y con los
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militares. Mendizábal no estaba en la calle ya; pero don Ramón no las
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tenía todas consigo y siguió tras la patulea, pegado á ella lo más
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posible, reflexionando: «En último caso, si el orangután ese me ataca,
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es fácil que estos bravos militares salgan á defenderme... Vas bien,
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Ramón, no temas... La sacrosanta libertad, hija del Cielo, no te la
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quita ya nadie».
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Al llegar cerca de las Capuchinas, vió que la alegre banda desaparecía
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por la calle de Juan de Dios. Oyó carcajadas de las desenvueltas
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muchachas, y juramentos y voquibles de los hombres. Mirando con
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tristeza y envidia el grupo: «¡Oh dichosa edad de la despreocupación y
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del _qué se me da á mí_! Dios os la prolongue. Haced todos los
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disparates que se os ocurran, jóvenes, y pecad todo lo que podáis, y
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reíos del mundo y sus incumbencias, antes que os llegue la negra y
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caigáis en la horrible esclavitud del pan de cada día y de la posición
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social».
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Al decir esto, todas sus ideas accesorias é incidentales se
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desvanecieron, dejando campar sola y dominante la idea constitutiva de
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su lamentable estado psicológico. «Debe de ser tarde, Ramón. Apresúrate
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á ponerte punto final. Dios lo dispone». De aquí pasó al recuerdo de
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Luis, de quien tan cerca estaba, pues el anciano había entrado en la
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calle de los Reyes. Paróse frente á la casa de Cabrera, y mirando hacia
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el segundo, soltó en el embozo de su capa estas expresiones: «Luisín,
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niño mío, tú, lo más puro y lo más noble de la familia, digno hijo de tu
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madre, á á quien voy á ver pronto, ¿qué tal te encuentras con esos
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señores? ¿Extrañas la casa? Tranquilízate, que ya te irás acostumbrando
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á ellos; son buenas personas, tienen mucho arreglo, gastan poco, te
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criarán bien, harán de ti un hombre. No te pese haber venido. Haz caso
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de mí que te quiero tanto, y hasta me dan ganas de rezarte, porque tú
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eres un santo en flor y te han de canonizar... como si lo viera. Por tu
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boca inocente se me confirmó lo que ya se me había revelado... y yo que
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aun dudaba, desde que te oí, ya no dudé más. Adiós, chiquillo celestial;
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tu abuelito te bendice... mejor sería decirte que te pide la bendición,
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porque eres un santito, y el día que cantes misa, verás, verás qué
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alegría hay en el Cielo... y en la tierra... Adiós, tengo prisa...
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Duérmete, y si eres desgraciado y alguien te quita tu libertad, ¿sabes
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lo que haces? pues te largas de aquí... hay mil maneras... y ya sabes
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dónde me tienes... Siempre tuyo...»
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Esto último lo dijo andando hacia la plaza de San Marcial con reposado
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continente, como hombre que vuelve á su casa sin prisa, cumplidos los
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deberes de la jornada. Encontróse de nuevo en los vertederos de la
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|
Montaña, en lugares á donde no llega el alumbrado público, y los
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|
altibajos del terreno poníanle en peligro de dar con su cuerpo en tierra
|
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antes de sazón. Por fin, se detuvo en el corte de un terraplén reciente,
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en cuyo movedizo talud no se podía aventurar nadie sin hundirse hasta la
|
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rodilla, amén del peligro de rodar al fondo invisible. Al detenerse,
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asaltóle una idea desconsoladora, fruto de aquella costumbre de ponerse
|
|
en lo peor y hacer cálculos pesimistas. «Ahora que veo cercano el
|
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término de mi esclavitud y mi entrada en la Gloria Eterna, la maldita
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suerte me va á jugar otra mala pasada. Va á resultar (sacando el arma)
|
|
que este condenado instrumento falla... y me quedo vivo ó á medio
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morir, que es lo peor que puede pasarme, porque me recogerán y me
|
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llevarán otra vez con las condenadas _Miaus_... ¡Qué desgraciado soy! Y
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sucederá lo que temo... como si lo viera... Basta que yo desee una cosa,
|
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para que suceda la contraria... ¿Quiero suprimirme? Pues la perra suerte
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lo arreglará de modo que siga viviendo».
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Pero el procedimiento lógico que tan buenos resultados le diera en su
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vida, el sistema aquel de imaginar el reverso del deseo para que el
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deseo se realizase, le inspiró estos pensamientos: «Me figuraré que voy
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á errar el jeringado tiro, y como me lo imagine bien, con obstinación
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sostenida de la mente, el tirito saldrá... ¡Siempre la contraria! Conque
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á ello... Me imagino que no voy á quedar muerto, y que me llevarán á mi
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casa... ¡Jesús! Otra vez Pura y Milagros, y mi hija, con sus salidas de
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pie de banco, y aquella miseria, aquel pordioseo constante... y vuelta
|
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al pretender, á importunar á los amigos... Como si lo viera: este
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cochino revólver no sirve para nada. ¿Me engañó aquel armero indecente
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de la calle de Alcalá?... Probémoslo, á ver... pero de hecho me quedo
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vivo... sólo que... por lo que pueda suceder, me encomiendo á Dios y á
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San Luisito Cadalso, mi adorado santín... y... Nada, nada, este chisme
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no vale... ¿Apostamos á que falla el tiro? ¡Ay! Antipáticas _Miaus_,
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¡cómo os vais á reir de mí!... Ahora, ahora... ¿á que no sale?
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Retumbó el disparo en la soledad de aquel abandonado y tenebroso lugar;
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Villaamil, dando terrible salto, hincó la cabeza en la movediza tierra,
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y rodó seco hacia el abismo, sin que el conocimiento le durase más que
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|
el tiempo necesario para poder decir: «Pues... sí...»
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Madrid, Abril de 1888.
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